Los investigadores consiguieron salir del cementerio, con vida, con el amuleto, y con un sectario que se prestaría, no voluntariamente, a ser el centro de atención en la ceremonia ritual.
Poco importaban las heridas que todos tenía, siendo algunas de mucha gravedad. Tampoco había tiempo de pensar en Horace, al que abandonaron moribundo en el cementerio. Lo único que importaba era llegar a lugar seguro, donde hacer la ceremonia y acabar con esta amenaza.
Pasaron toda la noche conduciendo hasta llegar a Boston, y allí se dirigieron a la parcela de Conrad, dónde pudieron descansar, haciendo turnos de guardia para vigilar al cautivo, y esperar a la noche del 21 de junio, el solsticio de verano.
Por la noche se siguieron los pasos mencionados en el diario de tío Freddy. Una vieja mesita se coloca en el campo abierto, tras la casa de Conrad y lejos de miradas extrañas, y se consagra como altar. Mientras Fredderick dibujaba un círculo alrededor del altar, Kurt ató al sectario capturado a la mesa de madera, con grandes dificultades. El hombre de tez morena gritaba, lloraba y suplicaba, sudando copiosamente y con el terror en sus ojos, más allá de lo comprensible.
Una vez estuvo limpio el altar y dibujado el círculo, los celebrantes comenzaron a dar vueltas al altar en sentido opuesto a las agujas del reloj, mientras cantaban, acompañados por los lloros y gritos del cautivo.
¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali! ¡iä iä Kali!
Los investigadores entraron en una especie de trance mientras cantaban, y observaban que a sus pies, comenzaba a surgir un brillo azulado, que se fue convirtiendo en una fuerte luz a lo largo del camino que recorrían en círculos. Aquella luz fue creciendo con el cántico hasta que se convirtió en un pilar que se alargaba hasta el mismo cielo. Dentro del círculo el aire se sentía tranquilo y bochornoso, y las voces de los celebrantes parecían amplificarse.
Después de cinco vueltas el amuleto comenzó a brillar y palpitar, a las siete vueltas los investigadores empezaron a ver un brillo que palpitaba en el pecho de la víctima. Un profundo golpear de tambores pareció acompañar los cánticos y se volvían cada vez más grave, mientras los giros y los cánticos continuaban. Tras nueve vueltas el corazón de la víctima brillaba con fuerza y palpitaba al ritmo del amuleto. El corazón parecía ser el origen del ruido de tambor, el cual era en ese momento estruendosamente grave.
Al terminar el noveno círculo Kurt se aproximó al cautivo y lo estranguló como si fuera un animal de granja. El sectario quedó inconsciente pero el corazón, brillando, todavía palpitaba y los golpes de tambor continuaban sonando. En ese momento Fredderick entregó el cuchillo ritual con el que se había hecho el círculo en el suelo a Conrad, pensando que él sería el sacerdote principal, pero Conrad negó con la cabeza y se lo entregó a Herbert, quien lo cogió como si estuviera asiendo el arma que acabaría con su propia vida.
Vientos aullantes comenzaron a soplar alrededor del círculo, en contra de las agujas del reloj, azotando ramas de árboles y levantando el polvo a su paso.
Herbert colocó el amuleto en su boca, y sacó el corazón de la víctima, que continuaba latiendo y brillando, retorciéndose y revolviéndose en su mano. Entonces Herbert mordió el corazón y lo masticó mientras el resto de celebrantes continuaban cantando. Al fin cuando el cántico fue completado Herbert escupió el amuleto y soltó el corazón. El círculo azul brillante murió con increíble brusquedad, el viento en los árboles cesó simultáneamente, dejando una terrible calma.
Los celebrantes corren dirección a la casa de Conrad, sin mirar atrás, todos menos Herbert, que en un alarde de inconsciencia, todavía afectado por lo que acababa de hacer, giró su cabeza mientras un viento fuerte comenzaba a soplar sobre el altar.
De pronto el viento se convierte en huracán, todos corren menos Herbert que quedó atrás totalmente absorto en lo que estaba viendo. Rayos y relámpagos y una explosión que hizo caer a todos los que investigadores, y luego la calma.
Herbert se levantó con la locura dibujada en su cara. Antes de que pudieran interceptarlo corrió hasta perderse por los bosques cercanos, y el resto no quiso volver la cara, y continuaron corriendo hacia la casa, donde pasaron una de las peores noches de sus vidas. La imagen de ellos mismos cantando en una ceremonia prohibida, y sacrificando una vida humana a quién sabe qué Dios, les acompañará todas sus vidas, y pesará como losas, por siempre.
Horace fue encontrado por la policía en el cementerio, pasó una semana en un hospital y luego dos semanas en la cárcel acusado de ladrón de tumbas y envuelto en las muertes de los sectarios. Finalmente un buen abogado consiguió que saliera sin cargos, al alegar que Horace se enfrentó a los sectarios para evitar la profanación.
Herbert pasó un mes vagando por el bosque alimentándose de plantas, insectos y pequeños roedores. Fue encontrado por un guardia forestal que necesitó golpearlo hasta la inconsciencia porque el embrutecido Herbert se le echó encima, mordiéndole la cara. Lleva un año en un psiquiátrico y dicen que ha mejorado mucho, ya a veces se puede hablar con él, pero cuando ve una luz brillante enloquece y se comporta como un animal.
La iglesia de Conrad tuvo muchos fieles nuevos, y cada día llegaban multitud de cartas solicitando información, ya que en un periódico local hubo un artículo, en el que se decía que en la parcela del líder de una secta religiosa se habían escuchado ruidos extraños, vientos rayos y truenos durante una noche tranquila, y un foco de luz azul brillante que se perdía en las nubes. La policía hizo poco caso del asunto, sólo un par de llamadas, pero Conrad consiguió una publicidad impagable.
Pasados unos días Conrad se reunió con Kurt, Horace y Fredderick, y todos vieron que donde estuvo el altar, ahora había un oscuro foso, y ni rastro de la víctima. Las paredes del foso eran duras y al ver desde arriba la excavación se asemejaba a enorme y grotesca pezuña.
Cuando giraste la cabeza viste un vórtice girando de forma oscura sobre el altar, abosorbiendo todo el viento. En el vórtice, impensables formas parecen retorcerse y agitarse, como si intentasen romper una invisible barrera desde alguna lejana dimensión de horrores enloquecedores. Azules parpadeos giraban alrededor de la columna hasta que ésta se colapsó sobre sí misma con un destello cegador y una espantosa explosión.
Tras eso, la locura.