Partida Rol por web

Hielo y acero

Introducción

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25/01/2023, 18:51
Narrador

Aventurero y mercenario, llevaba tres meses el servicio del conde Lambio, en la ciudad de Meshken, al sur de Khoraja. Pertenecía a su guardia personal, y aparte de alguna refriega con ladrones y bandidos shemitas, mi trabajo era relajado. Tenía una buena paga, preciosas compañeras de cama, y buen vino y mejor carne que llevarme al gaznate y al estómago. Allí trabé amistad con otros veteranos aventureros, con los que pasaba el día entre bromas, y las veladas contando historias. Ciertamente, después de haber viajado por Corinthia, Khaurán, Koth, Shem e incluso Argos, contratando mi brazo y espada mercenarios por una bolsa de oro, la fatiga de tanto vagabundeo la acusaban mis huesos, y este puesto era un regalo del destino. El destino, el azar, quien sabe, que hizo que la aurora me encontrase un día a las puertas de Meshken.

 

El conde era un hombre cabal, sensato, justo. Antiguo soldado en Khoraja, Koth, Turán y Shem, en este último país escaló posiciones llegando a capitán de la guardia de la ciudad de Eruk.

Su habilidad con el acero, su arte para la guerra, su justicia y moral, le hicieron granjearse muchas amistades y también un buen puñado de enemigos. Amasó una fortuna y acabó por retirarse a su lugar de nacimiento, con su esposa y cuatro hijos, en una gran hacienda cuyo centro era un magnífico palacio con jardines, estanques, árboles de todo tipo entre los que no escaseaban los frutales, y extensas zonas de cultivo. Contaba con un numeroso contingente de hombres y, de hecho, él representaba al gobierno en esa zona y sus tropas junto con las de otros ricos terratenientes se ocupaban de vigilar la frontera. Pronto entablamos una cierta amistad, guardando las distancias, eso sí, pues el conde era un tanto seco y parco en palabras. Su hija mayor, una codiciosa mujer, residía en Belverus, capital de Nemedia, casada con un gordo, grasiento y enormemente adinerado tipo, de alguna influencia en la corte; su hija también estaba engordando, y hacía dos años que no la veía. Su segundo vástago era un joven inteligente, sensato, reflejo de su padre, al servicio de la reina de Khoraja. La tercera hija, Maclo, una belleza sin igual, un rostro labrado por los dioses y un cuerpo que para sí quisiera Isthar. Alegre, decidida, jovial y afable. Apenas crucé un par de frases con ella pues a los tres días de mi inicio como guardia ella marchó a visitar a su hermana mayor, Iscla. El último retoño era un cabeza loca, inútil para las armas, mujeriego, cobarde y sin sangre en las venas.

 

Y aquí estaba yo, cepillando mi negro corcel con tranquilidad y algo de mimo, cuando la noticia de la desaparición de Maclo nos sorprendió a todos.