Rainer ofreció un intercambio. Pero para cambiar una cosa por otra, ambas debían tener un valor parecido. Bianka poseía el conocimiento que solo los que habían llegado al otro lado del velo poseían. Prue era diferente. No había otras como ella. Tenía algo que todos querían, para un bando, para otro. Para una guerra que ninguno entendía. Era un arma, una líder, una campeona, una comparsa, un talismán. ¿Quién sabía? Poder, era lo que tenía, lo que se presuponía que tenía. Su alma no tenía el mismo precio. ¿Qué poseía Rainer? Abandonado, solitario, atrapado dentro de sus creencias, de sus exiguos conocimientos. Ante sus ojos palpitaba un mundo feroz y cruel que le demostraba que no sabía nada, que todos sus estudios, todas sus cábalas, habían sido disparos al aire con armas de fogueo. Era como uno de sus árboles que los rodeaban. Uno más entre un millón. Bianka había florecido, pero había pagado un alto precio. Prue era un manantial. Por eso cuando ofreció su alma no recibió respuesta. Claro que tomaría su alma. Pero no porqué él se la entregase, sino porque iba a arrancársela, igual que sus ojos, sus tripas y su piel.
Remo había agarrado el hierro inerte que suponía ahora la escopeta para elefantes. Sus ojos trataron de encontrar sentido a los extraños grabados y a la siniestra escritura que había troquelada en el cañón. Nuevamente, no entendió nada. No tenía que hacerlo. Él era un hombre de acción, siempre se había dicho. Seguía sus impulsos porque, generalmente, sus impulsos eran lo correcto. Si se ponía a pensar mucho las cosas corría el riesgo de quedar atrapado en el terreno lodoso que era su cabeza; demasiadas dudas, demasiados puntos ciegos. Sin embargo, si corres hacía lo que no ves, lo alcanzarás. Remo no encontraría la Iluminación meditando, mirando dentro de sí mismo. Lo haría persiguiéndola, incansable, hasta poder golpearla en la cabeza como a un conejo en día de caza.
El Jeep renqueó, sus ruedas escupieron barro. Norbert giró la dirección, soltó un exabrupto pero no una palabra. Remo habló, era una despedida. Cuando todos comprendieron que era lo que iba a hacer, Remo ya había saltado.
—¡No! —gritó Prue, aterrada.
—¡Déjale! Él sabe lo que tiene que hacer —repuso Norbert, cuyo humor se había agriado de repente.
Remo dio un par de vueltas, se arañó brazos y rostro. El bosque era hostil. Se golpeó la rodilla, no sonó bien pero no estaba rota. Al momento ya estaba en pie, en la oscuridad. El arma entre las manos como un bate de beisbol. La oscuridad lo rodeaba. Tras él, sonido del coche, de la libertad, de la vida, alejándose. Frente a él, la muerte, cabalgando. La vio asomando entre los árboles, cornuda, llena de fuerza y rabia. Sus ojillos naranjas ya lo habían visto. El Señor del Bosque no detuvo su carrera.
Remo se preparó para el encontronazo. Aquella cosa era más alta que su camión y seguramente pesaba más. Sintió que el hierro que tenía entre las manos no le ayudaría nada. Su poder se había esfumado con el último disparo. Tras él sus compañeros vieron como se hacía cada vez más y más pequeño, engullido por la oscuridad.
La criatura cabalgó, ágil, señora de sus dominios. Remo, en mitad de la noche, tensó sus músculos, tragó saliva. Ganaría algo de tiempo, pensó. Pero pensó mal. La criatura describió un pequeño círculo en su carrera. Remo trató de reaccionar, aquella cosa estaba tratando de evitarlo. Y lo hizo. Porque conocía el terreno, porque era más rápida y porque, sencillamente, se apartó de él. Remo, como Rainer, carecían de valor para él. Ellos no eran nada. Escoyos, piedras en el camino, basura que entorpecía su búsqueda.
El Señor del Bosque rodeó a Remo y lo dejó atrás, siguiendo las luces traseras del coche. Remo maldijo y empezó a perseguir al monstruo y a sus amigos aunque sabía que no llegaría a alcanzarles.
Norbert estaba demasiado concentrado en la carretera. Solo apartaba los ojos del camino para comprobar que Prue seguía sentada en el asiento del copiloto, como si temiera que pudiese esfumarse. Prue miraba hacia atrás, asustada, confundida. Rainer había vuelto a caer presa de un poder superior al suyo. Tak estaba fuera de juego. El último bastión era Von Haus quien en ese momento se dio cuenta de que era la pieza clave de todo. Al menos la última. El último cartucho.
Rezó. Hace unas horas habría dicho que era una pérdida de tiempo. En ese momento le pareció lo más cabal.
—¿Pero a qué dios le estás rezando? ¡Esa cosa es más antigua que los primeros cristianos! —gritó Norbet, aunque no le dijo que parase.
Von Haus se detuvo cuando vio a la criatura emerger de entre las sombras. Era cuestión de pocos segundos. Los atraparía. Volcaría el coche, lo abriría como una lata de conservas y los mataría uno a uno. Salvo a Prue. Ella era el trofeo. Tomó una decisión. Él sería el siguiente. Porque algo había que hacer, porque algo debía hacer.
Prue se llevó la mano al hombro, el calor que Rainer había depositado allí se había esfumado pero sus palabras aún estaban dentro de su mente, revoloteando como un puñado de mariposas de colores atrapadas en un frasco de cristal. Fe. El poder de creer en algo aunque no se comprenda. ¿Tenía ella un don? Norbert estaba allí por algo, mitad expiación, mitad fe. Rainer creía en ella. Lo había sentido en su fuero interno, más que ninguno, igual que había sentido al bosque desde el primer momento. No necesitaba ninguna prueba, ningún cosquilleo, ningún poder latente bajo su piel. Él ya lo sabía. Porque podía percibirlo, en cierta medida. Y en cierta medida, aquello era humo, mentira y autoengaño. Una creencia, tan hueca como cualquier otra. Y a la vez, poderosa. La fe podía cargar las alas de un ángel como se cargaba una Smith & Wesson.
Remo se había sacrificado. O, al menos, lo había intentado. Porque a pesar de su estrecha visión había sido capaz de percibir algo más grande, algo por lo que merecía la pena matar o morir. Aquello había revuelto la ya agitada mente de Prue. Pero fue Von Haus quien desbordó el brazo con su pronto sacrificio.
No se habían llevado bien desde el principio. Ella era rebelde, independiente, soberbia, segura de su belleza, capaz de manejar a su antojo todo lo que le rodeaba. O eso había creído. Él había sido más estricto, más pragmático, agriado, amargado como un vino que, a pesar de tener buen sabor, se hubiera picado. Habían chocado, noche y día, fuego y hielo. Ella había pasado de ser un bocadito apetecible o una niña a la que solo quería defender. Von Haus había cargado las tintas, la había hecho llorar, pero también la había dejado descansar sobre su hombro. Y, como Rainer, también la había dicho que creía en ella.
Prue comprendió. La chica huidiza, que escondía su miedo detrás de su orgullo, su fragilidad detrás de la cortina de humo que era su belleza, comprendió.
—¿A quién estabas rezando, Von Haus? ¿No sería…a mí?
Lo hizo un gesto con la mano para que volviera a su asiento. Von Haus, que había estado indeciso entre si tomar el rifle o el bastón para enfrentarse a esa cosa, hizo o que ella decía.
El cinturón que sujetaba a Prue se soltó solo.
—Soy yo quien debe ser la siguiente.
—No —Norbert ahogó un sollozo —. No puedo perderte otra vez.
Prue sonrió, tímida. Miró a Von Haus. Hubo conexión, algo cálido y humano.
—Vive.
La criatura estaba encima. La puerta del copiloto se abrió de golpe y Prue se arrojó fuera del coche. Rodó varias veces por el suelo, se había arrojado a buena velocidad. La vieron ponerse en pie sin una sola herida o rasguño. El bosque no quería dañarla, era intocable. Un tesoro. El Señor del Bosque se detuvo delante de ella. Percibió que era diferente. Aun así, era a quien quería. Alargó sus brazos hacia ella y la cogió, levantándola del suelo, para echarse al correr al momento y perderse en la oscuridad.
Los vieron desaparecer, tragados por la noche. El monstruo, con su enérgico galopar, y Prue, segura, sin miedo en su mirada, con su vestido flotando en el aire como la cola de un cometa. Norbert había detenido el coche, sollozaba. Era imposible seguirla, no en ese entorno, en la noche. Golpeó dos veces el volante, frustrado. No había nada que hacer.
—La he perdido otra vez. Otra vez.
No arrancó hasta que un agotado Remo subió al coche. Lo había visto todo desde otra perspectiva, tan incapaz de hacer nada como los demás. Prue se había sacrificado por todos ellos. Hasta ahora ellos habían velado por ella, de una u otra forma. Se habían tensado al máximo, hasta romperse. Lo habían dado todo por ella. Gracias a eso ello había encontrado su lugar en el mundo, dentro de una familia. Se había encontrado a sí misma.
El único sonido dentro del Jeep era el rugido del motor y los neumáticos de carga pesada devorando terreno. A su alrededor, la noche seguía intacta.
Remo no podía creerlo. Se había tirado del vehículo con toda la intención de terminar con aquella historia, la suya y la que llevaba compartiendo con esas personas, y en su orgullo pensó que lo tenía todo resuelto. La criatura no se dignó ni a mirarlo de reojo, describió una curva y siguió su camino, hacia el verdadero objetivo.
Corrió todo lo que pudo, descalzo, aferrando aquella arma inservible, y vio estupefacto como Prue hacía la misma estupidez que él, pero con distinto resultado.
- ¡¡Nooo!! - Gritó. Maldita sea, no -dijo en voz más baja, sólo para si mismo.
Subió al Jeep en silencio, sin hacer mención a su resonante fracaso. Esperó a que Norbert arrancara, no pensaba que podrían alcanzarlos, no en sus dominios. En el viaje ocultó su mirada observando la negrura que los rodeaba, sin poder decir nada.
Perdón por la brevedad, pero no se me ocurre mucho.
Rainer se sintió diminuto. Sintió su cuerpo y su alma perdidos en un vacío deprimente. Con su rostro empalidecido y carente de expresión alguna salvo por una leve nota de alucinación incrédula, Rainer se bajó del Jeep una vez que se detuvo. Dio tres o cuatro pasos torpes hacia la dirección por la que había desaparecido Prue y, después, se dejó caer de rodillas al suelo. Una vez ahí, se sentó sobre sus talones y sus manos cayeron inertes a los lados. Rainer era la viva imagen de la derrota, del fracaso no sólo físico, sino intelectual del ser humano.
Toda su vida había intentado comprender el misterio que había al otro lado, con ojo académico y ecuménico, abierto a todas las opciones. Lo había hecho con mayor intensidad desde que supo que eso podría acercarle e incluso traerle de vuelta a Bianka. ¿Y ahora qué? No entendía nada, absolutamente nada. En sus oídos no habían dejado de sonar los sollozos de su mujer, que le arañaban el alma como hierros candentes forjados en el círculo más profundo del infierno. No podía sacarse esa imagen y esos sollozos de la cabeza, hasta el punto de que le parecían ya lo único real, y de que el aire que respiraba y las ramas que sentía bajo sí se le hacían insoportables, expresión de un mundo podrido, enfermo e invivible ya. Die Welt ist krank. El mundo está enfermo, sí, pero él ya no podía encontrar el remedio, que probablemente acababa de irse en manos de un demonio que parecía ser el cáncer que chupaba la vida a este mundo.
Ya que parecía no ser capaz de ayudar a Bianka y tampoco a Prue, lo único que deseaba en ese momento era morir para no seguir escuchando esos atroces sollozos.
El grito de Remo le hizo girar la mirada. Vio que se subía al Jeep. ¿Debía subir él también? ¿Para qué? ¿Cuál era el propósito? Miró de nuevo a la espesura del bosque, como había hecho al principio.
—¿Qué quieres de mí? —le dijo al bosque en un susurro.
Estamos todos sin ideas, creo, jaja.
Aferrado a mi bastón, como si este fuese una gloriosa espada, esperaba mi momento para saltar del jeep y enfrentarme a mi destino, fuese el que fuese. Miraba hacia atrás, pues la bestia había bajado su velocidad al salir Remo a su encuentro, pero pronto nos dio alcance.
- Nogrbegrt, fgrena un poco, me apeo aquï. - Dije con seguridad al hombre. No podía hacer nada más y miré a Prue por última vez antes de tocar la puerta para abrirla y saltar. En ese momento nuestras miradas se cruzaron y de su boca surgió una sola palabra, una que llegó hasta mi corazón y me dejó descolocado durante unos segundos.
"Vive."
Eso le dio tiempo a Prue para salir del jeep y entregarse a esa cruel criatura. - ¡NNNNNNNNEEEEIIIIIINNNN!- Exclamé desesperado y herido. Ella era joven, tenía toda la vida por delante y una misión que cumplir. Yo era viejo, no tenía a nadie... salvo a ella, mi pequeña Prue. La única persona en aquel cruel mundo por la que daría mi vida y se había adelantado porque dudé, porque buscaba una salida para todos.
Vi como aquel mostruo se detuvo ante ella, la cogío con aquellas manos y tal y como vino, se marchó con mi pequeña con él.
- ¡Piagra! - exclamé al hombre. - ¡Da la vuelta! ¡Nein se la piuede llevagr! ¡Tü ëgres un guagrdiän! ¡Tü siabes como sialvagrla! - Le grité entre fustrado y enojado. Incluso diría que enajenado por lo que había pasado, sintiéndome culpable por ello. Por no bajarme antes, por esperar a tener un plan. Un plan que nunca vino.
Norbert detuvo el jeep, pero para recoger a un fatigado Remo y Rainer, completamente ido, se bajó del mismo. - ¿Piegro quë...? - Estaba claro que había perdido el norte y que yo estaba cerca de perderlo también. Me bajé del jeep y agarré a Rainer con esa fuerza que no tenía desde que era joven. Seguía sin cojear y tiré del alemán hacia el interior del jeep. - Gremo, ayüdame. Hay que subigrle, hay que seguigr a esa cosa... debe habegr alguna fogrma de acabagr con ël y grescatagr a nuestgra pequegna.
Miré a Norbert, golpeando el volante, le oí lamentarse. - Nein. Nein. Diebe habegr algo que podiamos hacegr. - Volví a mirar hacia la oscuridad del bosque, por donde aquella criatura se había perdido con nuestro pequeño ángel. - Ella podïa sianagrme con su podegr, algo tienemos que tienegr de especial los guagrdianes piagra podegr pgotegegrla. Nein podiemos segr simples humianos... Nein puede tienegr a alguien como yo como pgrotectogr... ni con mi miedicaciön, soy ütil piagra nada...
Y el amargo sabor de la derrota inundó mi cuerpo y se acumuló en mis ojos en forma de lágrimas. Rendido, sabiendo ahora que no había ningún dios que nos escuchase, caí de rodillas sobre el mojado suelo del bosque y maldije una y otra vez aquel lugar y aquella tierra en alemán. Y sentí como el odio hacia esa cosa entraba en mi corazón.
Aún con lágrimas en los ojos me di la vuelta y miré a los demás. - Nein se como, piegro quiegro vienganza. La piuta grubia tiene que mogrigr y quiegro la cabeza de esa cosa como triofeo. - Y volví a mirar a la inmensidad del bosque, a su oscuridad, sabiendo que sin mis pastillas, aquello iba a ser imposible para mí. Y me di la vuelta y regresé al jeep, dejando a Rainer calmarse solo.
Me sentía mal y sabía que pronto me sentiría peor.
Desde el primer momento en el que Rainer había puesto un pie en el imponente bosque noruego siempre había sabido, en cierta forma, que aquel lugar poseía algo especial, que podía escucharle. Al límite de sus creencias, caminando por el borde del desfiladero de la desilusión y el miedo, Rainer susurró unas palabras. Pero esta vez el bosque no le escuchó. La mágica característica que pudiera poseer se había esfumado dejando tras de sí un vacío que difícilmente podría llenar.
Ese silencio desolador también se encontraba dentro de Remo. El héroe de acción había buscado la batalla final, como estaba escrito en la mayoría de las historias pulp. Así era él, un hombre de los de antes; puños rápidos, pensamientos ligeros. Había sido ignorado, despreciado. Nunca había querido adentrarse en las turbias aguas que escondían secretos que los hombres no deberían conocer. Como siempre había deseado, había quedado al marguen.
Von Haus si hizo más ruido. Su corazón, y su alma, habían sido desgarrados. Ahora que por fin había encontrado a alguien que mereciera la pena, una razón para vivir, un motivo para escapar de su amargura, de la soledad, de las garras oscuras de su pasado, se la habían arrebatado. Se había esforzado al máximo. Todos ellos. Pero eso carecía de valor. El bosque tenía sus propias normas.
Norbert había bajado del coche. Indicó a Von Haus que se metiera dentro del Jeep.
—Esos hombres vendrán a por nosotros. Han sido tocados por un dios. Esta vez no les pillaremos por sorpresa, estarán buscando. Vendrán armados.
Su boca estaba seca. Dejó que el alemán subiera al coche antes de acercarse a Rainer para tirar de él.
—Aquí ya no hay nada para nosotros, solo árboles estúpidos y oscuridad.
Sus fuertes manos se llevaron al teólogo.
El Jeep empezó a moverse perezosamente entre los árboles. Los pistones rugían con cada cambio de marchas, las ruedas patinaban de vez en cuando. Para acompañar a sus tristes sentimientos, la noche rompió a llover. Un agua clemente, liviana, pero fría como la mano de un muerto. Lágrimas, pensaron todos.
Norbert miraba fijamente al bosque, trataba de orientarse. No era sencillo. En medio de la oscuridad, lloviendo, rodeados de árboles, lo único que podía hacer era seguir subiendo la empinada pendiente esperando que aquella determinación les condujese a algún sitio. Cualquiera menos el bosque.
—Es el Glemteguder. Uno de los dioses olvidados. Sus hermanos le expulsaron de su paraíso. Y Él se fue corrompiendo más y más. El bosque tenía algo más antiguo dentro; podredumbre, muerte. Se unieron. ¿Qué podemos hacer nosotros, los meros hombres, contra dioses y monstruos? Los lugareños saben de la existencia de algo que mora en el bosque. Una leyenda. Poder, la vida eterna, a cambio de servidumbre. Retuerce las mentes de los hombres, sus deseos son para él libros abiertos. Los engaña, los atrapa. Es su forma de sobrevivir. Solo son historias —el leve traqueteo del motor, pasaron por un bache —. Aunque últimamente le hago bastante caso a las historias. Hace solo un año me hubiera reído de estas…supersticiones. Ahora es como si no hubiera otra cosa en ese frío mundo.
Les indicó que mirasen más adelante. La formación de árboles empezaba a abrirse.
—Este es su reino. Fuera de él no nos hará nada —suspiró, estaba tan derrotado como todos —. La hemos perdido.
El Jeep se deslizó silenciosamente fuera de los árboles. Vieron alguna colina perfilada contra un cielo negro como la brea. Estaban fuera. Lo habían logrado. Apenas habían avanzado unos metros cuando una silueta humana se recortó contra la luz de los faros. Llevaba un paraguas para evitar la lluvia. Norbert se aseguró de que los potentes faros del Jeep apuntaban a esa silueta antes de abrir la puerta.
—Ese hijo de perra ha vuelto —dijo, tomando el rifle de cazador del asiento de atrás y saliendo fuera.
Apuntó con el arma bajo la lluvia, a la cabeza. Disparó los cinco disparos que componían el peina de balas del arma, uno tras otro. Con un rifle de precisión era imposible fallar, y menos a diez metros. Norbert maldijo, volvió a cargar el arma y disparó otros cinco cartuchos. Había fallado. Dejó caer el arma, gruñó mientras buscaba un cuchillo entre sus ropas. Deslizó una pesada hoja de metal fuera de su cinturón.
—Será mejor que no intente eso, señor Williamson. No serviría de nada y se haría daño.
Esa voz. No la habían escuchado nunca y, a la vez, les era tan familiar como la voz de un padre a su hijo.
—Supongo que llego tarde y ella está perdida. Como su hija —dijo el hombre, impasible.
Llevaba un traje de dos piezas, elegante, de camisa blanca y corbata de rayas, guantes de cuero y zapatos tan pulcros que, de haber sido de día, hubieran reflejado la luz del sol. No había ninguna mácula de barro en ellos como tampoco había una sola gota de agua sobre su traje. Ni un agujero de bala.
—¡Eres un cabrón! ¡Tú te la llevaste! ¡Tú y tu gente la matasteis! —cerraba y abría los puños, quería pelear a pesar de saber que sería como golpear una pared.
—Intenté protegerla dado que fue incapaz de hacerlo usted, señor Williamson. Lo que ocurrió luego fue un desgraciado incidente.
—Cabrón…
—Y lo que ha pasado aquí, por lo que veo. Ha sido un desastre. Aunque no del todo. Por favor, bajen del coche. El agua no está tan fría como se piensan.
Obedecieron. El agua helada despertó sus sentidos, lavó sus heridas y pecados, les recordó que aún estaban vivos. Miraron el rostro de aquel hombre. No habían logrado recordar cual era desde la última vez que lo vieron pero ahora, enfrente suyo, su memoria se incendió. Era el tipo que les había reunido allí, en la cabaña. Mr. Peppermint como le había llamado Tak.
—Lamento llegar tarde. Otro asunto me retrasó un par de horas. Cuando quise acudir al punto de encuentro me encontré una cabaña derruida. Supongo que las cosas se complicaron un poco ¿Verdad?
La luz de los faros se reflejaba en su pálida piel igual que si estuviera hecha con cera.
—La chica era la más importante de todos. Una lástima. Se está librando una vieja guerra. ¿Saben? Hay quienes pretendemos salvar al mundo mientras otros pretenden consumirlo, ahogarlo en un baño de sangre y tinieblas. Si deciden acompañarme les explicaré todo. Pero entonces no habrá vuelta atrás. Es un todo o nada. Ustedes deciden.
La figura se mantenía impasible bajo la lluvia. Tenían la sensación de que si dejaban de mirarle, el hombre se desvanecería tanto de aquel lugar como de sus recuerdos.
—No sé a qué has venido aquí, pero no es a salvar a nadie —dejó de hablarle a él para hablar con los fallidos guardianes —. Miente. No puedo explicarlo, pero ese bastardo es peor que esa cosa que hay en el bosque.
—Por supuesto que lo soy, ¿Cómo sino podría enfrentarme a horrores tales? Miren, señores, nuestro común amigo está dolido. Fue incapaz de proteger a su hija. Nosotros lo intentamos pero, como ya saben, no se puede ganar en todas las batallas. Él nos culpa a nosotros, concretamente a mí, de la muerte de su hija. ¿Pero qué padre no lo haría? Especialmente sabiendo que, de no tener un chivo expiatorio, la culpa caería solo sobre sus espaldas. Y eso es más de lo que puede soportar, ¿Verdad señor Williamson?
Norbert lo miró con ojos encendidos en llama y furia.
—Os espero en el coche —fue todo cuanto dijo, recogió el rifle y subió al Jeep.
La lluvia caía sobre ellos. Aquello era otro mundo. Habían pasado del miedo y del desasosiego, del sudor y del ardor de una persecución, a la calma, el agua helada, el aroma a tierra mojada.
—Él no les dará respuestas. Ni poder. Yo sí. Si quieren seguirme, estoy seguro de que aún podemos entendernos…aunque no esté ella.
Aún quedaba alguna sorpresa.
Última decisión antes de acabar. Seguir con Norbert o con Mr. Peppermint.
Rainer se vio llevado al interior del Jeep. Desde que había llegado a aquel bosque se había sentido llevado: por el azar, por la cabaña destruida, por los ciervos, por sus sueños, por Prudence, por los cazadores primitivos, por Norbert... por Bianka. Pero todo había sido para nada, para hundirse cada vez de manera más profunda en un dolor que ya no lo podría abandonar, en una ignorancia que se agrandaba a cada paso que daba, llevado como un cordero al matadero.
Por eso no prestó mucha atención a las palabras de Norbert sobre el Glemteguder. Antes de haber entrado en ese bosque, unos días atrás, habría escuchado aquello con pasión académica y erudita, habría hecho preguntas al respecto, probablemente habría tomado notas. Pero ahora ya poco le importaba el nombre que le dieran a lo que alimentaba el bosque. ¿Un dios del bosque? ¿Qué importaba eso ahora? ¡El alma! ¡El alma del bosque! ¡El alma del mundo! Corrompida, apestosa, podrida. Su esencia misma. La oscuridad más absoluta. La náusea.
Sólo le sorprendió moderadamente la extraña pelea que Norbert mantuvo con un ser que parecía inmune a las balas. Era él, aquel hombre, el hombre con el que debían haberse encontrado en la cabaña, el hombre que los había abandonado para quebrarlos como frágiles cristales. En su fuero interno, Rainer imaginó que se acercaba a él gritando, que destruía su rostro a puñetazos, que le desgarraba el pecho, le arrancaba el corazón y lo aplastaba contra el suelo con rabia. Pero nada de eso ocurrió: Rainer siguió mirando la escena con la misma cara de nihilismo mientras se bajaba despacio del Jeep y se aproximaba caminando al hombre.
Aquel hijo de puta todavía logró que una llamita de esperanza se abriera paso en el pecho de Rainer. Esas palabras («si deciden acompañarme, les explicaré todo») fueron como un soplido sobre los rescoldos apagados del espíritu de Rainer: las brasas se avivaron ligeramente, una pequeña luz brilló al fondo de las cenizas marchitas y negras. ¿Había todavía una explicación? ¿Estaba Bianka en ella? Rainer ya no tenía nada a lo que volver: por lo que a él respectaba, Berlín, Alemania y el mundo entero podía arder; él no saldría nunca más de ese bosque hasta no volver a reunirse con Bianka para siempre.
—Yo voy... —Su voz salió ronca, llevaba mucho rato sin hablar y se le había secado la garganta. Tragó saliva, que pasó como una lija por su garganta. Carraspeó—. Yo voy con usted, caballero.
Rainer no volvería al Jeep de Norbert.
El recuerdo de Prue siendo llevada por aquella entidad atenazaba el corazón de Remo mucho más de lo que hubiese esperado. Siempre había sido despreocupado, pero tenía corazón. Y sangre en las venas. En aquel momento mismo del encuentro con el tipo del traje imaginaba que la chica seguía viva, y ellos la habían dado por perdida. Le habían fallado, y mucho. No sólo a ella, sino a ellos mismos. Recordó la actitud de Von Haus de luchar hasta el final y se avergonzó de no haber hecho lo mismo, aunque no hubiera servido de nada. Se había dado por vencido. Y eso lo enojaba mucho.
Escuchó con atención la charla. ¿Que había llegado tarde? Pero por supuesto que habías llegado tarde, hijo de perra.
A Remo le pareció sospechosa la precisión de la aparición de aquel extraño. No renegaba de la acusación de que ocultaba algo malo, pero prometía respuestas que el camionero confiaba que las daría.
Rememoró la pesadilla que habían vivido desde que llegaran a la cabaña. Parecía irreal, como que le hubiera pasado a otro, o lo hubiesen visto en una película. Pero las cicatrices que llevaban eran innegables.
Miró a uno y al otro. Se acercó a Norbert.
- Gracias por salvarnos la vida -le dijo. No lo olvidaré nunca. Y luego de una pausa ¿Estás dispuesto a quemar todo este maldito bosque e ir a Arkansas a proteger a esa otra chica? Si tu respuesta es sí, te has ganado un compañero.
A Remo Williams no le gustaba tener cuentas pendientes. Si Norbert se negaba, iría con el otro tipo. Para él esto no había terminado. No había terminado ni por asomo.
Y de golpe todo se complicó aún más. El tipo que nos hizo reunirnos allí apareció de la nada, llegando tarde. Demasiado tarde. Aquella cosa nos había quitado a Prue y si no estaba muerta ya, pronto lo estaría. Ella lo sabía, pero se marchó en paz, sin miedo. ¿Y si algo despertó en ella al final? A fin de cuentas, ella era el heraldo y estaba destinada a enfrentarse a algo más grande que a aquel cornudo cabrón que nos la había arrebatado. ¿Y si encontró como usar su poder?
Todo eran falsas ilusiones y esperanzas para buscar la opción que no existía. Que viviese.
Pero ver a Norbert descargar el cargador a aquel tipo y que no le pasase nada me dejó sin habla y de alguna manera me sentí más atraído hacia él que nunca. Oí su historia, oí la opinión de Norbert, su ofrecimiento y vi como nos separábamos en dos grupos. Solo quedaba yo por elegir que camino seguir. Saqué las piernas del coche y me quedé sentado en el asiento, hablando a todos desde allí.
- Nogrbert, no te acostumbgries a esto de mï. Piegro gracias piogr todo. Piogr salvagrnos la vida, piogr intenagr sialvagr a mi piequegna. Së como te sientes al piegrdegr asï a la tuya. Piogr dentgro solo quigro venganza. Quiegro esa cabieza de iese cabriön, quiegro a la grubia muegrta, hiacegrlo con mis mianos. Piegro nein puedo igr contigo. Ya siabemos que hay una chica miäs que sialvagr y tengo que apgriendegr mucho y entendegr pogrque un tullido como yo, un dgrogadicto que siolo ve a las miujegres como un objeto sexual, ha sido ielegido piagra segr el guagrdian de una jioven.
Miré a Remo y salí del jeep, cogiendo mi bastón conmigo. - He apgrendido mucho con esto. Iantes cgreïa en muchas cosas, piegro ahogra cgreo en mäs. - Le tendí la mano al caminonero. - Iespegro que nos volviamos a encontgragr, que me digas que acabasteis con tiodos y que grecupegres mis cintas... piegro sabes que sin mis pastillas, en una hogras no vialdrë piagra nada. Y sin grespuestas mienos aún.
Luego le tendí la mano a Norbert. - Una liästima que nein podamos iestagr tiodos unidos, pues el fin es el mismo. - Y miré al jeep. - Quieda Tak, no së si iestagrá consciente como piagra entendegr que piasa ni que hagrïa en ieste momento. Piegro yo siento que diebo igr con ël.
Y me acerqué al hombre de negro y le miré en silencio. - Sabïas a quien elegïas cuando fuiste a biuscagrme... si ahogra estoy en pie es griacias a Pgrue, cuando se piase todo, iempezagrä el diologr y el mono. Iespegro que o bien puedas aliviagrlo o que tiengas vicodina... aunque viendo que las bialas no te afiectan y que esa cosa tiene lo que quegrrïa, quizäs sepas donde acampamos... en mi mochila tengo vicodina piagra semanas... quiegro explicaciones, quiegro apgrendegr y quiegro no vivigr con dologr... ¿pido mucho?
» Piogrque cgreo que ël puede consieguigrme piagrte de lo que deseo: mi vicodina, explicaciones y vienganza. - Dije refiriéndome a Norbert. Necesitaba saber que iba a darme aquel tipo para irme con él y el dolor, mis pastillas, si no me mantenía en el estado en el cual me encontraba ahora, eran esenciales en mi vida.
Alea Jacta Est. La suerte está echada. Los caminos que se cruzan pueden desligarse con la misma facilidad que se unen. ¿Qué era el destino, un dardo clavado en sus corazones que con cada latido insuflaba a su sangre el veneno de su final o una bocanada de aire, tan etérea y vacía como un segundo ante la eternidad? El destino les había marcado y ahora, tras su decisión, les hablaba.
—Sois unos gilipollas —dijo Norbert, arrugó el rostro, lanzó el rifle dentro de la camioneta —. La próxima vez que os vea, os dispararé antes que a él.
Subió a la camioneta, dio un portazo. Se encajó detrás del volante. Tras la parca despedida, Remo subió con él. Arkansas había dicho, y Mr. Peppermint se había frotado las manos como su primer gesto de humanidad.
—Lo importante ahora son las niñas. Y tu amigo. Llevaremos al chino al hospital. Ese cabrón le buscará, que decida también a dónde quiere ir—hizo tronar el motor del Jeep, era todo cuanto podía hacer. El hombre furioso y su rugido de metal —. Esta vez no perderemos a la niña. Es la última, ¿Sabes? La última.
Los neumáticos patinaron sobre el barro unos momentos, luego lanzaron al Jeep a toda velocidad dejando atrás a las tres siluetas. Repuestas, quizás, amigos, compañeros. En el futuro ¿Quién sabría? Remo se perdió en la oscuridad, en la camioneta de Norbet. Sabía que había elegido el peor de los bandos, el más débil. Un padre torturado por la pérdida. ¿Acaso no era él lo que sentía ahora mismo? Vacío, sentimiento de pérdida. Remo solo quería golpear. Norbert parecía un tipo franco, más de su estilo.
—Hay cerveza debajo del asiento.
Y mientras las luces del Jeep se difuminaban entre la lluvia Mr. Peppermint habló a sus nuevos aliados.
—Arkansas, inesperado. Síganme, nuestro transporte está un poco más allá.
Aunque ninguno de ellos veía nada. Los alemanes tenían una sensación rara en su interior. Cuando apartaban la vista del hombre del traje olvidaban su rostro, el color de su ropa, su cabello engominado, todo. Era como si su recuerdo, su presencia, se escondiese en las sombras, dentro de sus cabezas. Se fijaron en que sus zapatos estaban inmaculados y que no estaba mojado pese a que los vientos racheados a veces arrojaban la lluvia de cara o contra la espalda. Claro que, no le habían alcanzado las balas ¿Por qué debía hacerlo una simple gota de agua?
—Han elegido bien, no teman. Lamento que nuestro equipo sea tan pequeño. Es la condición humana, tan fascinante como extraña. El libre albedrío dentro de una caja de cristal.
Von Haus empezó a utilizar el bastón, el dolor, de momento un zumbido molesto en la punta de sus nervios, empezaba a volver. Síntoma de que se había alejado demasiado de Prue. O de que había muerto.
—No se preocupe, tenemos compuestos para el dolor y la adicción. Mejor que esa ¿Vicodina? Si, interesante como un cuerpo puede engancharse a una sustancia. Como todos los hombres, lo único que quiere es huir del dolor. Hay un camino mejor que el de adormecer al cuerpo. La mente, la mente es el camino.
Caminaban en mitad de la noche. No veían ninguna luz, ningún coche apartado en el camino. Ninguna luz, esas se habían ido con Remo y Norbert.
—Esa mujer era una pieza importante. Una…reina, digamos. ¿Juegan al ajedrez? ¿Schach? Intento que entiendan. El tablero es el mundo, su mundo. Aunque hay otros en juego, invisibles, que no se ven, pero están ahí. Dos jugadores, blancas y negras. A cada uno le compete decidir cuál es el villano en la historia. Ya hemos visto a una reina. Y a un rey, claro. Ustedes serían los caballeros. Oportuno que ahora sean dos. ¿Ven la gracia?¿No es lo que llaman humor? No importa. No se me da bien esa parte de la interacción.
El frío empezaba a hacer mella en ellos. El agua helada caía sobre ellos igual que esa charla sinsentido, aturdiéndoles, entumeciéndoles.
—Yo sería un alfil. Poseo el mismo valor para la causa, pero me muevo de forma diferente. ¿Comprenden? No quiero apabullarles ahora. Sus mentes han sido tensadas hasta el límite, y está la parte del agotamiento, la pérdida y la droga. ¿Por dónde iba? Ah, recuerdo, recuerdo. Piezas en un escenario. Caballeros sin rey. Blancas y negras, cuadros de colores. Dos bandos —se detuvo, enfrente de ellos no había más que una densa oscuridad. Él parecía mirar algo —. Por mi nuestra parte, conceptos como la moral o la ética humanas no deberían guiar las decisiones, tales ideas desvirtúan la realidad otorgándole una dimensión que no posee. No existe el bien, tampoco el mal. Solo blancas y negras. Y nosotros.
Llegaron las luces de vivos colores, azules y rojas, petardeando en la noche como fantasmas surgidos de una pesadilla electrónica, aquí y allá, revelando una forma oscura y afilada, del tamaño de un edificio de cinco plantas. Una forma que nunca habían contemplado sus ojos, ni en libro o película, una forma que su imaginación no podía concebir. Una forma de más allá de las estrellas.
Una puerta se desplegó en el oscuro caparazón dejando escapar una bocanada de humo verdoso a través de ella. De su interior provenía una luz también verde, de un tono enfermizo, que parpadeaba y les llamaba. Tras subir a bordo la puerta se cerró de forma hermética y silenciosa. Al igual que Remo y Norbert, las luces de aquel engendro de la ingeniería pronto se perdieron en la oscuridad, disipándose como un mal sueño, rumbo a las estrellas.
Podéis poner un turno más si queréis, a modo de despedida. Los caminos han sido trazados, por tierra y aire!
- Avocado -dijo por segunda vez. La primera había sido dicha en voz demasiado baja, y tapada por el sonido de la cerveza siendo destapada.
- Digo que me equivoqué con lo de Arkansas, es lo mismo. Decía que buscasemos a esa otra chica. A la última. A esa no la perderemos, como que me llamo Remo Williams.
Su mirada había quedado fija en las tres figuras que dejaban. Extrañaría a aquellos dos locos. Los había despedido sin mucho espamento, con un asentimiento firme. Que sabían que podían contar con él si lo necesitaran. No había mucho más para decir. Al otro no se animó a mirarlo.
Al que si le dedicó una mirada de preocupación fue al fuera de combate Tak. Primero era el hospital, Norbert tenía razón.
- Es mi territorio, ¿sabes? Tengo amigos en Texas. Jugaremos de local.
Giró la cabeza por última vez.
- Pero antes de volver a USA tenemos algo que hacer. Necesitaremos gasolina. Mucha gasolina.
Miré a Norbert con su amenaza y le sonreí para luego contestarle de manera dura. Ya le avisé de que no se acostumbrase a que fuese así de educado y amable y me había tocado las pelotas.
- Y tü iegres un idiota con miegrda en la cabeza en liugagr de un ciegrebgo piogr avisiagrnos y diemostgragr que iegres como un nigno piequegno. Si nein iestamos contigo siemos el tuyo ienemigo ¿ies eso? Iahogra te fialta lliamagrnos nazis de miegrda. Iespegro que Gremo te dievuelva la cogrdugra o que grecuegrdes tioda la conviegrsaciön mäs tigranquilo.
Primero porque no me apetecía rebicir un balazo de quien, a pesar de ser un capullo al final, seguía siendo un aliado, o así lo veía aún, puesto que se suponía que luchábamos por lo mismo. Vi como Norbert se llevaba a Remo en el jeep junto a Tak. Se solía decir que las situaciones peligrosas unían a la gente y cuanto más peligrosas eran, más unión había. Pero yo solo sentí esa unión hacia Prue realmente.
En aquella celda valoré las posibilidades de éxito en una huída y en mi estado y a pesar de querer vivir, yo solo podía ser salvado. Se notó la diferencia cuando el jeep apareció y Prue brilló, como dijo Norbert y pude moverme sin bastón, ese bastón que en la caminata hacia nuestro vehículo de salida, comenzó a hacerme falta. Y en ese momento miré a la inmensidad del bosque, a su oscuridad, buscando su brillo quizás, pero solo me devolvió el desgarrador dolor en el corazón pensando en que nuestro pequeño ángel, ya había sido ejecutada por aquella cosa.
Eso hizo que mis pasos se hiciesen más lastimeros y dolorosos.
Según aquel tipo tenían algo más fuerte y mejor que la vicodina. ¿Algo que daba más poder a la mente? Eso si que prometía ser un buen colocón. Así que me convenció para saber que estaba en el bando correcto, pero aún así el dolor por la pérdida de Prue no se me iba.
- Sï, es hiumogr, piegro diemasiado niegro hasta piagra mï. - Le respondí al hombre. - Y Pgrue nein iegra una miujegr, egra poco mäs que una nigna aün. - Le dije con dolor en mi pecho, como si hubiese perdido a otro hijo. Y es que sentí que así había sido.
Se detuvo y nos miró, nos había metido en las fichas del ajedrez, en el conjunto, daba igual el color, éramos de un equipo y de golpe... solo eran blancas y negras, nosotros no estábamos ahí. Entorné la vista. No, no lo entendía. ¿Qué éramos entonces? ¿Para qué nos hizo ir allí? ¿Para ser su diversión? Porque si ellos, que sabían todo, se dedicaban a mirar y dejar que todo transcurriese de cualquier manera, sin determinar quien era el bien o el mal, sin juzgar nada dejándose llevar por ética o moral alguna. - ¿Quë cogno siomos enconces? ¿Piagra quë ensegnagrnos?
Y las luces bajaron del cielo y miré en silencio, ladeando la cabeza. - Mein familia... fue alguien del espacio quien pgriobocö el accidiente... iespero nein vegr a quien me avisö diespuës de asiesinagrles en iesa nave... ya he pgriobado el siabogr de la siangre. - Alcé mi mano, la cual se iba limpiando con la lluvia, pero donde aún se veía sangre de la vieja en ella. - La niuestgra es groja... nein së de que cologr siegrä la de quien matö a mein familia... piegro que nein me cgruce con ellos si son tus amigos. - Le dejé claro al tipo misterioso, que empezaba a mostrar que no era de este mundo.
Y yo empecé a dudar de con quien había pactado, puesto que para mí, quienes mataron a mi familia, aquellas criaturas que me hicieron salir de la carretera y me amenezaron de aquella manera robándome a lo que más amaba y convirtiéndome en el miserable hombre que era ahora, eran mis demonios particulares y ellos, ellos jamás serían mis aliados.
Ellos solo merecían la muerte.
Y cojeando apoyado en mi bastón, seguí al hombre aquel y a Rainer, después de mi velada y clara amenaza. Debía aprender, porque mi sitio estaba en ese tablero, no fuera mirando y menos aún cuando solo quedaba una niña por salvar.
Y aunque me importase una mierda el mundo y sus habitantes, Prue se sacrificó por nosotros, por mí, pues su "vive" se quedó grabado a fuego en mi cabeza y mi corazón y no iba a dejar que aquellas cosas ganasen la guerra.
Y hasta que volviésemos a vernos, esperaba que Remo lograse hacer entrar en razón a Norbert, porque quizás el primer disparo sería el mío a la cabeza de aquel come grasas saturadas con las arterias llenas de colesterol... si no moría de un infarto antes de volver a encontrarnos.
Pero antes tenía mucho que ver, mucho que aprender y esperaba llegar a tiempo, no como aquel hombre misterioso, que llego tarde, muy tarde, algo que jamás le perdonaría y que tenía claro que, aún de manera indirecta, era culpable de la muerte de mi ángel de luz y esperanza.