Partida Rol por web

Vale, pues si no sabes para que sirve algo, cógelo todo. Tras dar con los objetos más prometedores, ya sea por su relevancia, su colocación o quizás un sexto sentido, los tiene todos delante de ella como en un muestrario y se toca la barbilla pensando.

El hallazgo de las escaleras que bajan, como no, hacia una oscuridad aun más insondable, hace que el miedo que pugna por salir, en forma de colpaso y quedarse arrodillada en una esquina, haga que se le ponga los bellos de punta. Pero siempre llega a la misma conclusión. Es una prueba. Todo es una prueba para pasar miedo y aunque la oscuridad siempre ha sido su amiga, esta oscuridad era desconocida. No estaba muy acostumbrada a ella.

Finalmente, con resolución, cogío el colgante y se lo puso, escondido por dentro de la ropa, por si podía llevárselo al acabar todo esto. Se guardó los polvos en un bolsillo de su peto vaquero y cogió daga y aguja con la mano izquierda, mientras con la derecha enfocaba hacia las escaleras. Se giró y vió a Andrea salir de la habitación. Ni de coña se quedaba sola.

-TODOS, POR AQUI, HAY OTRA ESCALERA- gritó, y sólo cuando estuvo segura que todos iban detrás de ella, o al menos alguno, se metió de lleno, ya había dejado pasar dos veces al de mantenimiento, le tocaba a ella. Por dios que no se apague la linterna.

Al principio creyeron que no podrían soportar el miedo, más la razón (o el propio cansancio) permitió a Joanne y Julio sobreponerse a la visión del ídolo de piedra. Aquel ser era horroroso, si lo contemplaban más de unos segundos les provocaba vértigo y desesperación, pero al correr la mirada volvían a tener dominio de sí. Procurando evitar mirarlo de frente, se pusieron a inspeccionar la habitación [1].

Julio se dispuso a recorrer la habitación, intentando encontrar alguna salida o una nueva pista que sirviera para sacarlos de allí. Joanne fue directo al ídolo. Estaba inspeccionándolo cuando a su lado apareció Andrea, fría y un tanto ajena a su relación con los demás. La muchacha parecía no experimentar el miedo que sentía ella, sus ojos transmitían obsesión. Al percibir la estatua comenzó a mirarla con una actitud indescifrable [2]. Ambas mujeres la revisaron de arriba abajo, Joanne con repulsión, Andrea con diligencia, pero no hallaron nada. Sin embargo, las palabras de la becaria hicieron eco en la mente de la mayor. La "receta" que debían buscar, estaba relacionada con el ídolo y, seguramente, con esa especie de biblia que había visto en el atril y que Julio inspeccionaba con curiosidad [3].

El bedel sintió la mirada de la mujer posada sobre sí. Incómodo levantó la vista del libro que comenzaba a revisar, se encogió de hombros, y volvió a la labor de enteder para qué servía.

El ejemplar parecía muy antiguo. Con delicadeza por temor a destruirlo, comenzó a pasar las hojas, escritas a mano en una lengua que, le parecía, podía ser latín. Ilustraciones extrañas y anotaciones tipo fórmulas se intercalaban con largas partes de texto incomprensible que, sin embargo, lo tenía fascinado. Continuó recorriéndolo hasta el final donde se topó con una nota discordante.

Entre la última hoja y la contratapa se encontraba un pedazo de papel suelto, blanco, nuevo, casi impoluto, con un extraño garabato en él.

Era evidente que se trataba del dibujo de un niño. ¿Cómo era que había ido a parar allí? No llegó a formular la pregunta en voz alta pues el grito de Alex los llamó a los tres, avisándoles que había dado con otro camino para seguir.

Antes de que la rubia tuviera tiempo de volver a llamarlos, se escuchó la voz de un niño, que parecía estar allí donde las nuevas escaleras conducían.

-Ayúdenme, por favor! El monstruo ha despertado y viene a por mí -un breve llorisqueo acompañó la frase y luego el silencio los alcanzó. Los cuatro lo habían oido, Alex con total claridad, los otros tres de manera amortiguada.

Mierda. ¿Qué es esto?

El libro no parecía lo que se dice un Best seller. Al menos no entre los que anunciaría el New York Journal. Daba cosa sólo con mirarlo, tocarlo ya te daban ganas de cortarte luego la mano. Aún así Julio lo empezó a mirar, por lo que descubrió el dibujo. Un dibujo a todas luces hecho por un niño.

Pero bueno. ¿Qué mierda ha pasado aquí? Los cultistas satánicos estos no sólo sacrifican a un niño si no que dejan sus dibujos en su biblia particular. Esta gente está muy mal.

A éstas alturas de la película el bedel no creía que aquello fuese parte del juego de la empresa. Porque si lo era se les había ido mucho la olla y les metería una demanda que se cagarían.

Andrea había entrado a la habitación con Joanne y con él, pero lo cierto es que parecía totalmente ida. Y estaba llegando el momento de que le empezaba a asustar tanto como la casa en sí.

Afortunadamente, o no, Alexandra les llamó diciendo que había encontrado más escaleras. Julio cogió el libro casi sin darse cuenta y fue para allí.
Lo malo es que al llegar vio que las escaleras bajaban en lugar de subir. Con lo que tocaba seguir bajando.

Mierda.

Todavía estaba impactada por el gesto de Andrea. En sus manos, Joanne sujetaba de nuevo su querida petaca de peltre y tuvo la tentación de dar un nuevo trago, pero una nueva arcada que en esa ocasión sí pudo controlar, le hizo replantearse la idea.

Durante un largo rato estuvo mirando a la becaria con el ceño fruncido. Pensó en agarrarle el hombro pero recordó la perorata de hacía solo unos instantes.

-Eh -gritó llamando su atención-. Espero que tú no tengas nada que ver con esta mierda.

El índice acusador de Joanne apuntaba directamente a la becaria. El puño estaba apretado y eso hacía que el dedo temblara de tensión e hiciera el gesto más severo.

Por inercia, Joanne siguió al grupo hasta el hueco de la escalera, mirando un par de veces de soslayo a aquella siniestra estatuilla.

-¿Estáis seguros de querer bajar? Creo que si no ayudamos podemos volver a subir la escalera y salir de aquí. Empiezo a estar harta de esta tontería... seguro que los jefazos están sentados en su sofá, con su traje de dos mil dolares, riendo hasta que les duela la barriga. ¡Maldita sea!

Alexandra se quedó al pie de la escalera que pretendía bajar mientras miraba a la oscuridad más allá de la linterna y se tocaba el amuleto del pecho, amorosamente, su tacto era tan suave...

Al poner un pie cerca de la puerta la chica entendió donde estaba. Cada paso dentro de aquella capilla era un paso mas cerca de un sueño. Dejó a Joanne a un lado y se deleitó en la figura. Una sensación de paz y felicidad le llenó el corazón. La imagen habilidosamente entallada en piedra evocaba el sentimiento más puro que jamas había podido experimentar. Sus formas deleitaban su mirada mientras su alma se mecía al compás de los tentáculos.

—Oh...— alcanzó a farfullar completamente anonada por el hallazgo. Sus ojos henchidos de emociones no podrían contener las lagrimas de emoción —Es...tan... bonito.

Estuvo así un buen rato absorta a todo lo que sucedía a su lado hasta que Julio llamó su atención con el libro y el dibujo. El dedo acusador de Joanne se levantó, pero solo obtuvo por respuesta una mirada de desdén.  Miró por encima el libro, sostenido por Julio y se agachó a recoger el dibujo que se caía mientras este abandonaba la habitación[1]. Observó el dibujo detenidamente hasta que Julio y Joanne hubieron abandonado la capilla.

Y entonces lo supo. [2]

Sus labios esbozaron una sonrisa extraña. Si alguno de sus compañeros hubiese estado en la habitación para observarla hubiese dicho que incluso diabólica. Una expresión que reflejó un poco de su propia alma y que se perdía como ofrenda para el maravilloso ser que la envolvía en aquella habitación. Una ofrenda de locura y destrucción. Una ofrenda del caos más puro.

Siguió a sus compañeros al piso de abajo. Y nada podía borrar la sonrisa de sus labios.

Uno a uno fueron descendiendo por la escalerilla que se encontraba al final del laboratorio, siguiendo la voz del niño. Alex encabezaba la marcha, distraída por el tacto del amuleto que llevaba colgado, algo en él la hacía sentir poderosamente viva.

La seguía Julio, intentando mantener la compostura. Aquel juego se estaba volviendo demasiado retorcido para alguien de su edad y el miedo le hacía sentir los nervios a flor de piel. Tal vez por ese motivo, era el único que iba prestando atención a sus alrededores mientras se adentraban en un pasillo no muy alto de roca natural, donde cabían dos personas a la par. El pasillo se extendía varios metros antes de abrirse en una especie de cámara cuasi circular a la cual se podía acceder desde otros dos lugares más. El lugar estaba repleto de huesos de pequeños animales: reptiles, ratas, murciélagos. A pesar de la humedad, no se veían insectos ni ningún otro ser vivo. Aquella no podía ser una buena señal [1].

-Vayamos por allí -Andrea señaló hacia una de las otras dos aberturas al tiempo que su linterna iluminaba el piso, revelando un rastro brillante. La joven no podía creer lo que estaba viviendo. Toda su vida había esperado por ese momento y allí estaba. En medio de una estúpida jornada de fortalecimiento de equipos de trabajo se había topado con un templo dedicado a Hastur el innombrable, el maravilloso Rey de Amarillo [2]. El bedel no lo sabía, pero Andrea se había dado cuenta habiendo dado nada más que un vistazo de que llevaba una copia del libro maldito, el Necronomicón [3]. Y el dibujo... Oh, que maravilloso deleite! Sonrió con malicia. Hermosa sorpresa se llevarían sus compañeros en apenas unos minutos.

A Joanne no le gustaba nada la situación. Si hubiera sido por ella, habrían vuelto sobre sus pasos, subido nuevamente las escaleras y habrían corrido bien lejos de aquella casa. Pero sus compañeros de trabajo insistían en adentrarse aún más en la boca del lobo... Y ella no quería quedarse sola. Por ese motivo los siguió, yendo última por si las cosas se volvían aún más turbias.

Avanzaron por el camino señalado por Andrea, sintiendo cada vez más calor y olor a putrefacción. El suelo por donde andaban estaba húmedo y a medida que se adentraban en las entrañas de la Tierra, se iba poniendo más viscoso y brillante. Recorrieron algo más de cien metros y volvieron a desembocar en otra gruta mayor. Un gruñido profundo y gutural los recibió, palabras pronunciadas en una lengua extraña y perversa, imposible de reproducir por una garganta humana. Andrea sabía lo que los aguardaba más adelante. El dibujo del niño fantasma indicaba la presencia de un Shoggoth y ella estaba llevando a sus compañeros como ofrenda para la horrible criatura [4].

En medio de aquel horror, detrás de Joanne se escuchó la voz del niño.

-Todos! Por aquí! Al lago! -los que se giraron pudieron ver la imagen fantasmal de un pequeño de unos ocho o nueve años que los reclamaba con urgencia-. Hagan el ritual en el lago y nos salvaremos! Corran!

Ooooh mierda.

La situación acababa de pasar de canguelillo a terror absoluto. Julio no sabía por qué no se había quedado petrificado en aquel lugar y dejado que se lo comiera la cosa aquella. Pero es que siempre había sido un poco cabezota.

Que me quedan tres meses joder. Sólo tres meses para jubilarme.

La voz del crio le sacó de aquel estado de petrificación. Hablaba de una salida, de una posibilidad de sobrevivir.
A estas alturas Julio ya no creía que lo que pasaba fuera cosa de la empresa, no tienen tanta imaginación como para montar algo así. O la pasta. Así que si tenían que creer que aquello era real, la forma de solucionarlo también.

A la mierda. Me la juego.

Chicas, tengo el libro de cocina este. Voy para el lago a ver si encuentro cómo hacer la receta esta. Pero necesitaré ayuda.

Se acercó donde estaba la imagen del crio y empezó a buscar en las hojas el lugar donde estuviera lo que hace falta para echar a aquello. Esperaba que hubiera algo que se lo señalara, tal vez el lugar lo marcaba el dibujo del niño. Sería un buen sitio para empezar.

Vengavengavengavenga. Por favor que esté en inglés, por favor que esté en inglés.

Joanne emitió un agudo grito, de puro terror, cuando aquella garganta de piedra les recibió con un gruñido deslocalizado. Venía de todos sitios y de ninguno a la vez. Sin poder controlarlo se había agarrado al brazo de Julio y miraba hacia todos los sitios, visiblemente desesperada.

-¡Vámonos, por favor! -suplicó entre sollozos.

Un nuevo grito inundó la estancia cuando el niño fantasma se dirigió a ellos instándolos a colaborar en un ritual.

-¿Un ritual? ¡Qué dice! No, por favor, Sr. Cruz...

El bedel había salido a todo correr y Joanne salió detrás de él presa del miedo a quedarse sola en aquel lugar.

-¿Está seguro de que sabe lo que hace? -preguntó uno vez dio alcance al bedel. Se agarró de nuevo a su brazo para sentirse protegida- ¿Qué hay que buscar?

Un nuevo gruñido resonó en la estancia.

-¡Dios santo! Viene a por nosotros. Dese prisa Julio, por lo que más quiera.

Joanne se quedó al lado del bedel colaborando en todo lo que el hombre le iba diciendo. Pero la atención de la mujer no estaba del todo con el bedel. De vez en cuando ladeaba los ojos vigilando a la becaria.

-Es ella -le susurró a Julio-. Está endemoniada o algo así. Dispárela... -Andrea estaba en la lejanía pero Joanne tenía miedo de que se acercara-. ¡Hágalo! ¿A qué espera?

Y un chillido se volvió a mezclar con el latido de la garganta de aquella bestia que les amenazaba en las sombras.

Y allí estaba por fin. 

Largo tiempo confió en encontrar este momento y sin embargo el momento le había encontrado a ella. La llamada de lo insondable se presentaba delante de si. Aquellas criaturas perversas se revolvían y giraban en torno al libro. Se revolvían y cantaban en el lago. Estaban locas y desquiciadas por la presencia de aquellas maravillosa obra de los dioses. Sus cuerpos amorfos y retorcidos se quejaban ante la visión del mas precioso sabueso del caos. Aquellas criaturas que en otro tiempo llamó compañeros, ahora le provocaban repulsa. 

Andrea caminó por aquel sendero con paso firme y decidido. Sonriendo no pudo evitar que una lagrima se escapara. La visión de aquella singular criatura había llegado a su corazón. 

—Tan solo es un bebé— murmuró.

Caminó adentrándose en el lago mientras recordaba unos versos que había compuesto en honor a aquel que no debe ser nombrado. El artífice del rey en amarillo. Dando pasos en las aguas al encuentro del Shoggot abrió los brazos preparada para cualquier cosa y empezó a recitar aquellos versos, sabiéndose por fin en el lugar adecuado. 

Concubia somno
de dolore vita,
Fatum meum non est dominus
vocat Dominus animae meae

Ipse enim est clavis,
aetatis hominibus aptiore cotidie apud inter mundos.
Et ipse est ostium;
dicens fueris expleta tributa.

Est vetiti nominis sui,
pronunciare vix credi,
obscura in hoc tempore
oblivioni datum est mortalium

Suscipit, o! Rex est offerens sacerdotum ministerio,
suscipit, o! Gnaeus Pompeius auris mea.
Venimus in honore tuo.
O Domini magni et Carcosa.

La esperanza revivió en el corazón de los empleados de la compañía BuenaVista Capital al escuchar las palabras del pequeño fantasma. Había una forma de salir de allí pero urgía que la pusieran en práctica. El shoggoth comenzaba a moverse lenta y trabajosamente hacia ellos, pero estaba claro que sus intenciones eran asesinas.

Andrea sintió que aquel era su momento. La criatura era joven y seguramente se sentiría sola tras estar tantos años en aquella caverna abandonada. Se plantó firme frente a ella y comenzó a rezar una letanía propia, unos versos que había recibido en sueños y que más tarde había olvidado, y que ahora acudían a sus labios con naturalidad, pronunciándolos con la cadencia justa para emanar poder.

Mientras ella se ocupaba del horror, los demás corrieron siguiendo al niño. El fantasma los llevó hacia la cámara anterior y de allí los hizo tomar la otra entrada que habían visto, donde una luz iridiscente y antinatural iluminaba las paredes de piedra del pasillo que el niño les pedía que recorrieran.

Anduvieron a toda prisa y alcanzaron una nueva estancia ocupada por un lago inmenso y oscuro. El fantasma se detuvo en el centro del lago y los instó a avanzar.

-Deben estar en su interior para lograrlo, yo los ayudaré -temerosos, Dupont, Simmons y Cruz se introdujeron en el agua helada, rogando que no hubiera nada en su interior insondable. En ese momento, una ráfaga de viento los azotó, abriendo el libro maldito en una página en particular.

El ritual estaba en latín, como el resto de las escrituras, más Julio podía entenderlo. Una fuerza desconocida lo inundaba, su mente estaba alcanzando niveles de conciencia que jamás habría creido que existían.

-Rápido muchacha, -le dijo a Alex- los elementos que has encontrado. Dale los polvos a Joanne, el medallón y la aguja son para mí. Tu te quedas con la daga.

Alex no se resistió. Su voluntad se encontraba aplacada por la entidad que habitaba en aquel lugar, la que los estaba conduciendo a su salvación.

El bedel se colocó el medallón y comenzó a recitar las palabras de la liturgia con voz potente y grave. Cada tanto, con la aguja dibujaba símbolos en el aire, que cobraban vida con un destello de luz verde-amarilla y desaparecían tenuemente.

-Los polvos, ahora -Joanne tomó parte del contenido de la bolsita negra que le había pasado Alex y los arrojó al aire. Un punto de luz se formó en el centro del lago y poco a poco comenzó a crecer. Julio continuó recitando palabras y realizando símbolos cabalísticos a medida que el portal comenzaba a abrirse.

El ritual llegó a su punto cúlmine. Sólo quedaba un paso.

-Alex, debes entregar parte de tu sangre. De esa manera el ritual estará completo y nos habremos salvado -Alex sonrió. Su oscuridad podría liberarse para bien, para salir de aquel lugar de terror.

Con placer, tomó la daga y realizó un largo tajo en uno de sus brazos, sin cortar venas ni arterias. Tenía práctica en infringirse aquella clase de dolor. Cambió la daga de mano, e hizo lo propio con el otro brazo. Luego dejó que la sangre corriera hasta el agua del lago.

Una explosión de luz los cegó. Antes de desmayarse, vieron que el niño comenzaba a transformarse en una entidad horrorosa que Julio y Joanne identificaron como la de la estatua del macabro templo que se encontraba en el sótano.

Me han servido bien. Los cuatro. Serán recompensados con aquello que más quieren.

Luego, todo se volvió negro.

FIN