El agua los recibió. Un poderoso golpe hundió sus cuerpos en el agua, mientras un rugido mojado inundaba sus oídos. La corriente los arrastró hasta que, como una madre enojada que de pronto se calmaba con sus hijos, los fue dejando en la orilla con suavidad. Todos salieron del río, escupiendo agua, con sus músculos tensos con dolor. Marlene había logrado de alguna forma mantener a la hurona con ella, pero el animal seguía inconsciente. En ese momento, bajo la luz del sol, el rostro de Dolfus mostraba su deformación, en una grotesca máscara de teatro impuesta.
Mirando atrás, una enorme cascada bramaba en la lejanía, cayendo junto a una larga pared de metros y metros y metros de altura, en cuyo interior se ocultaba Calebais. Alrededor de los agotados aventureros, un salpicado de árboles y verde hierba destacaba la belleza del mundo real.
Y, metros más abajo, junto al río, la Campana de Ibyn, encallada en arena y tierra, destellaba bajo los rayos del día, por primera vez en decenios.
Habían sobrevivido a la Alianza Rota de Calebais... pero atrás habían quedado muchos compañeros.
Oren levantó su cabeza con los ojos cerrados en dirección a la suave y cálida luz que bañaba su rostro, no era aquel tipo de persona que aprovecha cada vez que puede para tirarse bajo el sol, pero cierto era que resultaba cuanto menos agradable después de tanta oscuridad y harto de aquella atmósfera opresiva que inundaba Calebais.
No habló, parecía el momento apropiado para decir algo, pero no sabría escoger las palabras adecuadas para la ocasión. Volviendo la vista a la cascada podía distinguir el hueco en la pared de roca tras el manto de agua, y un sabor amargo le invadía con aquella visión. Demasiado habían pagado por adentrarse en Calebais y empezaba a convencerse de que no volvería a ver a su querido compañero verde...
Había perdido a su único amigo, pero frente a él se encontraban cuatro valiosos compañeros, junto a los que había pasado por todas aquellas calamidades y a los que comenzaba a conocer, y quizás con el tiempo, a apreciar.
Todos parecían igualmente exhaustos y quizás no fuera mala idea descansar un rato y reponerse de los últimos acontecimientos, pero no sería él quien lo propusiera. Como era costumbre, permaneció en silencio.
Los rayos del sol resultaron ser un buen reconstituyente para aliviar el frío producido por las ropas mojadas. Podía quitárselas para secarse más rápido, pero Cicos desechó la idea porque encontró vulgar desnudarse frente a otros compañeros magi de la Alianza, más aún con unos mundanos. Permaneció mojado, tirado sobre la hierba, pero extendido de piernas y brazos, intentando captar todo el calor del sol, que le hacía sentirse vivo.
Si cerraba los ojos, aún tenía frescas en su mente las imágenes de los espectros, de los cuerpos mutilados en el agua, de la caverna desmoronándose... Resultaba difícil de creer que lo acabara de experimentar, pues de repente todo había vuelto a la calma. Como si todo hubiera sido un sueño o le hubiera sucedido a otro.
Habían sobrevivido... Se lo tuvo que decir a sí mismo unas cuantas veces, para afianzar ese pensamiento, pues había esperado lo peor. Sólo habían pasado unos minutos desde que todo había sucedido y según pasaba el tiempo más imposible le parecía la empresa que habían conseguido superar.
Recordó también los malos tragos que le habían hecho pasar sus compañeros y el sentirse humillado en ciertos aspectos. Pero, como en otras ocasiones, Cicos levantó su barrera aséptica mental contra dichos pensamientos, pues ahora lo importante era el haber vuelto a la vida, después de la visita a los infiernos que había sido Calebais, su primera experiencia como mago de campo, para ganarse el afecto y la credibilidad de su alianza adoptiva Mistridge. Grimgroth y los demás estarían contentos y quizás Canus, su pater, su abuelo, podría estar enterado o informarse de sus hazañas. Nunca serían demasiado para él, pero al menos que supiera que pronto sería digno de su sigil de magus, como un Tremere respetable.
Levantó la vista hacia donde se encontraba la campana de Ibyn. Los rayos del sol despedían una luminosidad broncínea sobre su superficie. Sí, era real: habían estado dentro de Calebais y habían vuelto. Era la mejor muestra de que no estaba soñando. Agotado, sensible frente a los acontecimientos recién ocurridos y necesitado por liberar el nerviosismo de toda la jornada, Cicos comenzó a reírse. Primero calladamente, luego a carcajada limpia, de forma incontenible.
Saliendo, empapado, de lo que no supo hasta llegar al fondo de la cascada si seria un salto mortal, el bardo tira de Dolfus, al cual no ha soltado desde que lo empujase desde Calebais. Dejandolo en la orilla, le espeta- Puedes abrir los ojos, las heridas te dejaran marca pero no son graves- Dice, mas para infundirle algo de valor que por que sea un experto en ello.
Trata de recuperar el aliento, mientras la sangre deja de golpearle en los oidos, para a continuacion buscar a Marlene y la pequeña hurona que les habia salvado la vida mostrandoles el camino, para luego recibir una herida en la huida.
Marlene, ¿como esta la hurona?- pregunta, angustiado por la salud de la pequeña criatura.
Aguanta pequeña, recuerda que dije que tocaria para tu pueblo...
El fresco aire había golpeado el rostro de la maga al llegar al borde. El ruido de la cascada parecía un grito salvador más que un peligro inminente, por ello no dudó en lanzarse hacia el vacío. El golpe contra el agua fue duro, ya que ella procuró proteger a la desvanecida salvadora que se hallaba acunada en sus brazos. Como pudo, y con un esfuerzo casi sobrehumano, llegó a la orilla con el resto de sus compañeros.
Por un momento, su mente se tornó en blanco, pensando que eso no estaba sucediendo, que sería otro de los efectos de Mormool, pero de pronto, un rayo de sol iluminó el rostro lánguido de la pelirroja. Y sintió la vida en ella, hasta podía percibir cómo los pequeños vasos de sus mejillas se cargaban de sangre. Y volvió a la realidad.
Cicos emitía una risa descontrolada, Dolfus presentaba el rostro amoratado con las secuelas de su muro de piedra, y Oren evidentemente exhausto, procuraba descansar sobre la hierba, con la mente ocupada y la mirada melancólica. Marlene deposita con dulzura a la hurona herida, mientras que un rayo de sol iluminaba el rostro de la Hrull. No lo sé, querido...espero que se recupere. Es más, confío en que lo hará. Quieres encargarte de ella un segundo?? dice ante la pregunta de Saul, y da media vueltas hacia el río.
Más alla con los destellos broncíneos, destacaba el objeto más maravilloso que se hubiera construído, la razón de su osadía y a la vez su salvación...Ellos, unos magos que recién habían pasado su última evaluación habían develado el misterio de una de las Alianzas más poderosas y famosas de todos los tiempos. Es cierto, que pocas cosas habían salido como ella había pensado, y eso la había ofuscado, necesitaba de su organización, de su orden y meticulosidad para cumplir con sus objetivos, pero al menos estaban con vida...Y pensó en los otros, en Beoval, el gigante, el duende, y el resto de la otra expedición que habían perecido de manera violenta.
Sentía que su piel exudaba alegría, sus ojos esmeraldas se abrían exultantes, y casi no se percató que había corrido al lado de la campana de Ibyn, acariciándola de manera cariñosa. Esa era la mejor prueba que tenían...habían develado el misterio de la famosa Alianza...serían famosos, y tenía el derecho de ahondar en las propiedades infinitas del objeto...y cayó de rodillas mientras que sus ojos se inundaban de lágrimas.
-La campana la cargará como sea, indicará hacer una especie de carro de arrastre con unas ramas o sino intentará como sea "porteador invisible" cuantas veces sea necesario...
-Intentará que partan cuanto antes, sobre todo por la hurona...
-Tomará un pedazo de roca de alguna parte cerca para tener una conexión arcana con el lugar.
-De las coronas tiene la puesta? y se había guardado la otra en el bolso.
Un Dolfus mojado se arrodillo en el suelo mientras poco a poco sus manos se dirigían a su cara. Las palabras del bardo lo tranquilizaron mientras palpaba sus heridas, ahora mojadas, y trataba de hacerse una idea de su actual rostro. Quizás fuese una estupidez e incluso una chiquillada, pero algo dentro del hechicero dejo de ser como hasta ahora. Un halo de madurez envolvió su espíritu.
-A esto se refería el maestro-
Se levantó poco a poco dispuesto a afrontar lo desconocido, al fin y al cabo había sobrevivido a Calebais. Al hacerlo se fijo en que otro de sus compañeros había desaparecido, esta vez le toco el turno al ex-templario, Denis pertenecía ahora a Calebais.
-Significase lo que significase-
-¿Y tanta muerte para que?--suspiró mirando a la campana.
PD: yo tampoco me fije en lo de Denis, pero ya que posteo último me lo adjudico xD
2 de junio de 1191
Mistridge, en Val Du Bosque
Habían sido unas penosas semanas de regreso, de largas y duras jornadas. Habían movido la Campana por todos los medios posibles: Marlene, Cicos y Dolfus se habían agotado descargando una y otra vez hechizos sobre ella; Oren y Saul se las habían ingeniado para preparar un rústico carromato con maderas y cuerdas, el cual se había quebrado bajo el peso del artefacto en tantas ocasiones que no podían contarlas. Las Gargantas Gemelas no supusieron más que un problema logístico: habían perdido su magia, o quizás no querían más de los aventureros.
Al cuarto día, uno de los caballos que Oren había recuperado de la entrada de Calebais murió de agotamiento: el imponente caballo de guerra que había pertenecido a Ser Frithnand pareció cansarse de vivir, uniéndose en la eternidad a su amo. Los compañeros perdidos, de hecho, no abandonaron el pensamiento de aquellos que se preocupaban de tales asuntos: el gigante Beoval había caído en la lid del puente de madera de Calebais, y no se había sabido más de él; Alberto de Salamanca, el misterioso sabio, murió a manos de Marcus segundos antes de que éste se desangrara por unas inesperadas púas que crecieron dentro de su armadura; Ser Frithnand cayó contra la poderosa criatura que había venido a buscar, pero aquel dragón de las leyendas había resultado ser de piedra, no de carne y escama; Denis de Sade, héroe cristiano de Tierra Santa, se había reunido con su mujer, tiempo atrás muerta, en los últimos estertores de la maldecida Alianza; Burokt, el único amigo de Oren, había desaparecido sin dejar rastro: algunos lo daban por muerto, pero el explorador, taciturno, no pensaba así. Lo volvería a ver, lo sentía en sus huesos.
En la octava noche, Saul Arnaud cantó por los caídos y los desaparecidos, también por los anónimos lanceros de su señor cuyos nombres él sí conocía. Loó el valor, la amistad y la gloria, alcanzada y por alcanzar. Entonó dulces melodías sobre el mañana, y tristes tonos sobre la muerte y la ausencia. La hurona, recuperada días atrás pero aún convaleciente, lloró por su pueblo bajo las notas del juglar. Unos sintieron paz; otros el peso de la pena; algún corazón tembló ante los días venideros. Nadie supo qué sentía Dolfus ex Jerbiton, inusualmente callado bajo la máscara de madera que había creado para ocultar su deformado rostro.
Nada más alcanzar Val Du Bosque, los calurosos días de principio de verano dejaron paso a nubes, lluvia y caminos embarrados. La marcha se ralentizó, con toscas ruedas atascadas y caballos agotados. Los pocos con los que se cruzaron rehuyeron la mirada, o se apartaron de la senda; algunos hicieron gestos para apartar el mal agüero. Algunos tenían algo familiar que no terminaron de reconocer.
Al fin, la imponente torre de Mistridge apareció en la lejanía, en lo alto de la montaña, y sus pasos se aceleraron. Una tormenta cruel descargó su fría descendencia sobre el grupo, iluminando el horizonte con relámpagos dorados. Horas después, alcanzaron la Alianza, con Saul abriendo los ojos ante su nuevo hogar. La alta torre de piedra se erguía bajo la rabiosa inquebrantable, mágicamente tallada. Un nuevo rayo cruzó el aire en ese momento, haciendo destellar, ante los ojos del bardo, los cuatro dragones de piedra que ornamentaban la edificación. La muralla que rodeaba Mistridge detuvo al grupo, y la puerta se abrió ante ellos.
Thibaud, el viejo y calvo autócrata de la Alianza, salió a recibirlos. Nada más ver a los magos, casi perdió su habitual compostura.
—¡Los señores han desaparecido! —gritó, corriendo hacia ellos. Resbaló, cayendo de rodillas sobre el barro—. Grimgroth y el resto… cuando nos atacó el Jinete, horas atrás —fue entonces cuando todos se dieron cuenta de los pequeños detalles: las marcas de fuego en la piedra de la torre, las secciones de muralla derrumbadas, las marcas de herradura en las desencajas puertas, el olor de los cuerpos quemados…
—Muchos grogs han huido, y otros han muerto, mis señores —jadeó el hombre, con sus hombros hundidos por la carga soportada—. Mistridge os necesita…
FIN