Partida Rol por web

Gastón siguió a regañadientes a los demás. ¿Que diantres pasaba con su ropa? Era casi nueva, tenía apenas dos años y casi sin remiendos, la verdad es que esa gente era un exquisito que tumbaba de espaldas. ¡Y encima un baño! Si se hubiera caído al río aun, pero había tenido mucho cuidado de no hacerlo y ahora querían empaparle. Aun así, Gastón les siguió, el espiritu de equipo era importante aunque fuera con esa cohorte de descerebrados, su vida podía depender de ello y no contaba con que su don de gentes natural le ayudara a ello.

El Duque asintió desde las alturas. - Les daremos un justillo y un casquete de cuero a cada uno, para que puedan protegerse. - Cuando el alto noble bajo la mano del hombro de Gilles, chocó con algo de madera. El arco que el caballero le había comprado a Raimbaut, o Regnier, como el le llamaba, y que por algún motivo se había negado a entregarle ya al vagabundo y llevaba él colgado a la espalda. El duque se apartó un paso al verlo, y a Sir Jacques se le puso cara de sorpresa. Sir Suidbert simplemente levantó una ceja, inquisitivamente. Todos miraron a Sir Gilles, esperando una explicación. 

Regnier se movió sigiloso cargando con los ropajes sucios del grupo. O lo intentó. De todas formas tuvo suerte, porque cuando entró en el almacén a esconder las ropas, los sirvientes que había por la zona no le prestaron la menor atención, ocupados como estaban en transportar provisiones a las carretas que acompañarían al pequeño ejercito del duque. Cuando regresó, el resto del grupo ya había llenado las cubas y estaba aseándose y quitándose la roña conforme buenamente podían.

Gilles se quedó callado ante la reacción, por fortuna, su piel blanquecina no varío mucho cuando el caballero palideció aún más. A pesar de ello, tras aclararse la garganta para poder tener unos instantes más para reordenar el caos que era su cabeza en esos instantes, habló - mis excusas, el arco, este arma indigna de los de nuestra casta, era para uno de mis sirvientes, pidió este arma y la compramos de camino hasta el castillo, espero sepan disculpar mi desliz por no habérselo entregado antes de llegar, pero - se encogió de hombros - nos dijeron que el duque parecía tener prisa, no quería perderme la oportunidad de apoyar su gesta - explicó. 

Sourcil estaba nerviosa, mucho; aunque hubiera sido su idea lo cierto es que si algo salía mal podría salirles muy caro y, en palacio, los campesinos sólo tenían dos divisas válidas, sus cuerpos y sus vidas, y ella apreciaba ambas.

Por ello, tras ayudar a Gastón a meterse en un barreño, pues se le veía poco motivado, el cepillo de cerdas duras con jabón se le escapó de las manos y tuvo que perseguirlo en paño menores - lo cual no ayudaba lo más mínimo a que retuviese entereza o serenidad.

- ¿A dónde vas? ¡No, no, no, no!

Regnier volvió en el momento justo en que Sourcil volvía de perseguir el cepillo en paños menores. No pudo evitar lanzarle una mirada antes de bajar la vista al suelo y sonrojarse un poco. - ¿Quién quiere un macarron? - preguntó sonriendo mientras sacaba una de sus manos de detrás de su espalda y les mostraba lo que había cogido mientras salía. - Hay uno para cada uno, nunca lo he probado pero olía tan bien... Creo que están recién hechos.

Luego se metió en el agua de un salto y comenzó a frotarse y a ayudar a los demás a sacarse la roña. 

En pelota picada, Raimbaut empezó a rascar con sus pezuñas la roña que le cubría con tanto ahínco que, cuando terminó, quedó literalmente como Shallya le había traído al mundo. Su tez, algo más pálida ahora que estaba desprovista de toda la mierda que había ido agarrando en sus viajes, seguía siendo morena, y de todo el barro que se había quitado de encima hasta parecía más delgado. 

La higiene no era el fuerte de Gastón. Ni de la ropa, ni de la casa ni de uno mismo. Si bien consideraba su cuerpo un templo, era uno de esos templos en ruinas, con enredaderas y manchas de hollín por todos lados, cuyos sacerdotes escupían al suelo y sisaban de la bandeja de ofrendas. Y no había mucho que hacer al respecto, claro.

Nada que disculpar, Sir Gilles - Dijo el Duque con una sonrisa - Es obvio que se preocupa en mantener a sus sirvientes bien pertrechados, algo que muchos de nuestro estrato olvidan que es una de nuestras responsabilidades. Un campesino sano y contento es un campesino que dará lo mejor de sí por su tierra y su señor.  - Se giró hacia Sir Suidbert y Sir Jacques, y habló para todos - Si me disculpan, continuaré organizando la campaña de mañana. Les recomendaría aprovechasen para limpiarse el polvo del camino, o el sudor del entrenamiento, y se reúnan en mi salón en un par de horas para una cena con la que subir el animo de nuestras tropas y pedir la bendición de la dama. 
 

Tras un breve intercambio de palabras, el Duque se retiró, llamando a algunos de sus sirvientes y ordenándoles que acompañen a los tres nobles a sus habitaciones en cuanto estos lo requiriesen. Sir Jacques se marcó inmediatamente, claramente agotado tras el entrenamiento. Sir Suidbert, en cambio, se quedó en el patio, disponiéndose a afilar su espada. 

Costó, mas que nada por el empeño que puso Sourcil en perder el jabón o tratar de reparar las cedras del cepillo que se perdían en la ardua tarea de arrancar la roña del cuerpo de Gastón, pero finalmente el grupo pudo quedar lo suficientemente limpio como para hacer que su señor no sufriese vergüenza al presentarlos. Bueno, salvo por el hecho de que estaban en paños menores, o aireando sus partes en el caso de Raimbaut y ellos mismos se habían deshecho de su propia ropa. 

Finalmente apareció el mismo sirviente que los había guiado hasta ahí. - ¿Habéis terminado? Mi señor me ha ordenado que os... - Se detuvo, al darse cuenta que aún estabais por vestir - Oh. Os daré unos minutos más mientras os ponéis la ropa - Dijo, dispuesto a marcharse

Sourcil asomó hasta los hombros por encima del borde de la cuba de agua ennegrecida y con jabón que había servido para lavar su cuerpo, después de meses de trabajo de costura con su familia y ahora aventuras con el señor y séquito de Ternay; miró alrededor, en ojiplática búsqueda de sus prendas antes de llamar a la acción del criado.

- No os vayáis, os lo ruego - levantó y latigueó un saludo de brazo mojado en el aire para captarle -; creo que alguien del servicio de vuestro Duque Folcard confundirá nuestras ropas con harapos ¿Dónde están? ¿Qué podemos hacer? - chapoteó a medida que se retorcía dentro de la cuba como una anguila para encontrar los apoyos para pies y manos y ponerse de pie - Vuestro señor os ordenará para con nosotros ¿Sisisí? -repitió lo que había dejado sin terminar de decir, dejando claro que le había escuchado y que se aprestaba a cumplir con el noble- rápido, si buscamos entre todos los encontraremos, huelen a estiercol, tierra, sudor nuestro y sangre de goblin; ¿Los lavarán o tirarán? Shallya, aidez-moi!

Esta vez amagó el salir de la cuba, brazos estirados en dirección a las sábanas limpias tendidas, para cubrir su cuerpo y dar comienzo a la caza de las ropas desaparecidas. Tal y como aparentaba de nerviosa y presta para cumplir con las expectativas de la nobleza, no quedaba claro que fuese a discernir entre las sábanas amarillentas o las tintadas para cubrir su cuerpo empapado.

Les costó más de lo esperado pero el resultado final fue tal que dudaba si el señor les reconocería al salir. Claro que ahora llegaba la parte difícil. La joven estaba haciendo todo un papel, eso era así. Pero de nada serviría si los demás se quedaban callados como un conejo cuando le sorprendía un carro. - Por la dama, ayudadnos. - pidió directamente. - Usted es, claramente, un hombre que goza de una amplia experiencia y la confianza de su señor pero nosotros... Míranos, dos campesinos, una sastre y yo... ¡Yo! - dijo mientras señalaba con un amplio gesto la dantesca escena y luego a sí mismo como quien señala algo completamente minúsculo e inútil. - Apenas llevamos dos días al servicio de Sir Gilles y si nos presentamos ante él o el Duque tarde y vestidos con sabanas... - se estremeció sólo de pensarlo, los nobles eran crueles. - Por favor, recuerde cuando usted empezó. ¿No le habría gustado que un alma piadosa cuidase de vos y le enseñase en sus primeros pasos? - preguntó confianza en remover así lo bueno que había en el interior de las personas y que les volvía estúpidos. 

Cuando escuchó la respuesta del Duque, Gilles notó que una montaña se había bajado de sus hombros. Tras el tremendo alivio como si hubiera evacuado después de días sin poder, el Caballero se despidió cortés del resto y deseó que llegara la hora de la cena, sin embargo, tenía que resolver el asunto del maldito arco. Tras dar un par de pasos, encontró a uno de los pajes del Duque, por lo que Gilles le pidió que le llevara a donde quiera que estuvieran sus sirvientes.

Al ser conducidos hasta ellos, Gilles se quedó estupefacto - ¿qué hacéis de esa guisa? - los miró de reojo, como avergonzado - ¡vamos! ¡vestíos! ¡ale ale ale! - los apremió a la par que cogía el arco con tan solo dos dedos y lo dejó en el suelo apoyado sobre una pared como si fuera un palo lleno de heces, hasta puso cara de disgusto. Repitió lo mismo con los paquetes de flechas y sin mirarles por la vergüenza - ¡Regnier! ¡coge tu arco! ¡date prisa! 

Mientras los demás hablaban con el sirviente Raimbaut se pasó una mano entre las nalgas, que se llevó presto a la nariz para olisquear el aroma que traía de ahí abajo. Harto satisfecho con el trabajo que habían hecho entre todos, se acarició después la calvorota, repeinándose los cuatro pelos que le quedaban, y observó con cierto orgullo y algo de miedo como la zurcidora le daba a la lengua.

«To’avía saldrás de ‘quí con ropas nuevas, Raimbaut… ¡Juá!».

Cuando el señorito apareció con su arco y ordenó a Regnier que recogiera el arco, dio por hecho que se refería a él, y no a su sofisticado camarada.

—¡Enseguía, señor! ¡Que nos han robaó las prendas!

El paje escuchaba a Sourcil con algo de incredulidad en los ojos, e incluso levantó una ceja cuando la muchacha habló de los nauseabundos olores de sus ropajes. Esa parte era creíble, ya que el hombre había visto a Raimbaut y a Gastón antes de que estos se lavasen. La detuvo antes de que agarrase una de las sabanas con un "Et-t-t-t-t-t-t!".  Cuando Regnier comenzó a irse por las ramas, el sirviente desechó sus palabras con un gesto de mano. 

Esta bien, esta bien. Mi señor me ha ordenado daros un justillo y un casquete de cuero a cada uno, no tendría problema en daros algunos ropajes aparte...

Fue entonces cuando llegó Gilles, dando ordenes. El paje se disculpo y salió disparado a encontrar algo de ropa para los sirvientes del caballero de Ternay. Ropas simples, en predominantes colores negros, los que llevaban los sirvientes del castillo de Monfort. Pero limpias y con eso ya habían salido ganando bastante, y estaban más que presentables para la cena en el gran salón del castillo, en presencia de los nobles. 

*****

El gran salón estaba decorado de la misma manera que el recibidor donde se habían encontrado por primera vez con el Duque, solo que las columnas estaban distribuidas en menor numero y con mas espacio entre ellas, dando hueco a numerosas mesas con bancos donde podían comer unas 12 personas por lado. Debía haber unos 300 campesinos esperando su comida, entre ellos los sirvientes de Sir Gilles, sentados cerca de la mesa donde comían los nobles. Esta mesa estaba colocada en una zona elevada por varios escalones, y solo permitía que los comensales se sentasen en un lado, de espaldas a la pared, observando todo el salón. Numerosos candelabros alumbraban la estancia desde las alturas, mientras los sirvientes del Duque comenzaban a servir sopa y jarras de vino aguado entre las mesas de los plebeyos, y vichyssoise y buen vino de Bourdeleaux para los nobles. Pero aún no se podía comer; el Duque Folcard debía dar un discurso antes. El alto hombre se puso de pie, sonriente, y miro a los reunidos.

- Nunca se me dieron bien este tipo de discursos, así que seré breve. Mañana iremos a las montañas, a teñirlas de negro* con sangre de goblin. Les haremos pagar por la osadía de atacar nuestros pueblos, y todos volveréis a unos hogares seguros libres del peligro piel verde. En eso os doy mi palabra, pues es mi deber. Por la dama.

No dijo nada más, ni espero respuesta alguna más allá que el de las cucharas hundiéndose en la sopa. 

Tras la buena resolución de aquel momento tan vergonzoso, Gilles se marchó a pasearse por el castillo, tratando de explorar un poco el lugar pero sin meterse en ningún lio y sin quedar como un fisgón, sencillamente, alguien que deambulaba por los patios, pasillos y murallas haciendo tiempo hasta que llegara la hora de la cena.

En el momento que fue convocado, Gilles estuvo ahí presente, en su sitio asignado y observando con gesto desapasionado a los campesinos, como gritaban y maldecían, su vileza siempre le resultó difícil de digerir, pero ya se lo dijo su abuelo tiempo atrás y el anfitrión había coincidido con esas enseñanzas. Debían protegerlos, eran débiles e inferiores, su sagrado deber solo terminaba con la muerte. Escuchó con disimulada decepción el discurso que soltó el Duque, pero alzó la copa y dijo en voz alta - Por la Dama - a modo de cierre, creyendo que alguien se le uniría, pero no fue así. Lejos de turbarse por ello, Gilles estaba convencido de que había hecho lo correcto y eran todos los demás unos maleducados que habían obrado mal. Bebió de la copa y empezó a comer con educación y mesura, pero disfrutando de la comida de castillo.

Raimbaut agradeció la brevedad del duque Foulcard, pues tenía más ganas de sumergirse en la sopa que las que había tenido de bañarse él mismo. Las ropas le quedaban un tanto ceñidas, y el color negro le resultaba de mal agüero, así que estaba ansioso de ponerse las suyas en cuanto tuvieran la oportunidad. Aun así, tenía que reconocer que Regnier y Sourcil habían demostrado ser dueños de una picaresca que no les había achacado a primera vista.

Cuando ya estaban todos comiendo, Raimbaut alzó la voz para plantear una cuestión que le preocupaba.

—S’habla mucho de lo’ goblin, pero d’orcos nadie dice ná —exclamó, lanzando la pregunta tanto a sus camaradas como a sus vecinos en la mesa—. ¿E’que en Monfort solo hay de los piele’verde’ chiquitos?

Sourcil estaba muy requetecontenta con las ropas nuevas y no dedicaba más de un par de minutos a comer o hablar antes de olisquearlas con una sonrisita de agrado; el plan había salido bien y el tesoro bien que lo merecía, qué bien olía aquello a limpio.

- Armmm... Orkoskoskos no sé, no; si el duque no los menta será kenoabrá ¿Sabes? - tamborileó sobre su plato un momentín, un recuerdo azuzándola desde el fondo de la mente - ¿Susacordáis de lo que dirán en el templo? Los goblins emponzoñan sus armas con puaf puaf y prz prz - dijo con pedorretas para no decir las palabras que en la casita de adobe de sus padres le habría costado un soberano bofetón - ¿Alguien con coraje para decírselo a nuestro señor? ¿Hmmm?

Tardaron un instante en seguir el brindis de Sir Gilles, pero el resto de nobles si exclamaron un "por la Dama" en cuanto el lo hizo". Las conversaciones en la mesa de los nobles se centraban en las preparaciones para la pequeña campaña y en anécdotas sobre las batallas del duque contra los pieles verdes de las montañas, promovidas por una joven dama que hacia por posible por ganarse la atención del Duque Folcard. El alto hombretón respondía de buena gana y seguía el juego de la mujer, pero pronto lanzó una pregunta a Sir Suidbert sobre su papel en la batalla contra Archaon en Middenheim. Suidbert era un joven bastante reservado y se limitó a sonreír forzadamente mientras respondía.

Poco tuve ocasión que hacer, mi señor, salvo participar en la gloriosa primera carga, aunque muy lejos de nuestro Rey Leoncoeur... - Inmediatamente miró a Sir Gilles, acordandose de algo, y aprovechó para desviar la atención que tenía sobre si mismo - Sir Gilles, me preguntasteis si conocí a vuestro padre y tio en esa batalla. ¿Podría hablarme de ellos? Quizás si los conociese. 

Mientras tanto, en la mesa de los campesinos, un hombre uniformado asintió a Raimbaut tras su pregunta en voz alta. 

Si, si, y tanto que hay orcos en el condenado paso. Lo que esta vez solo nos están atacando tribus de los goblins. Seguramente los grandotes estén más pendientes esta vez de atacar el lado Imperial del paso, ¿sabes? Y la señorita tiene razón, esos bichos hacen cosas sucias en sus hojas y flechas, así que haríais bien en avisar a vuestro señor de que se ponga a merced de Shallya para que no se le infecten las costras tras el combate... muchos se van así, supurando putr... eh, ya sabes. Que estamos comiendo y no diré más. - El hombre detuvo su cháchara para llenarse la boca con cucharadas de sopa - Por suerte nuestro señor duque hace buenas donaciones al templo de Shallya en nombre de su pueblo. Estamos todos bendecidos por la Diosa, ¡él el primero!