Partida Rol por web

Lotharius, Príncipe de Viena, sonrió no sin esa nota de cansancio presente siempre en su expresión.

- Hay una fonda a menos de una noche de aquí. Yo me ocuparé de que esté totalmente a vuestra disposición y la de vuestros criados - la miró con intensidad a los ojos-. Esos cuatro vástagos acudirán allí buscando el único refugio de la persecución y la luz del sol, y vos les recibiréis. Se mostrarán hoscos y desconfiados en exceso, pues no recuerdan nada más que son perseguidos por haber poseído algo que no recuerdan haber poseído. Y desconfiarán de vos- añadió como conclusión lógica a sus argumentos, sin apartar nunca los ojos de los de la tracia-. Os preguntarán e interrogarán sobre vuestras intenciones, volverán a interrogaros y darán mil vueltas a lo que digáis, dudarán de todo lo que salga de vuestra boca en todo momento, y quizás sólo al final confíen en vos. Es por eso que me váis a disculpar por lo siguiente: olvidaréis por completo que esta conversación tuvo jamás lugar, y sólo la recordaréis cuando yo, Lotharius Tremere, Príncipe de Viena, os diga "he encontrado a Asen", y en su lugar recordaréis que vuestra razón para acudir al encuentro de esos cuatro vástagos es que vuestro señor Basilio el Grande os ha mandado a ello para recuperar la Corona de Constantino por mandato del clan LaSombra, conscientes de su valor para la Cristiandad. Por ello vais a su encuentro para ayudarles". 

*********

Elena estaba en la fonda en la que debía encontrarse con los vástagos que su señor, Basilio el Grande del Clan LaSombra, le había indicado. Ellos tenían la clave para dar con un artefacto clave para dar reforzar la Cristiandad de las amenazas futuras. La política se complicaba y era necesario estar alerta para el futuro. 

La fonda estaba completamente vacía y Gavril y Konstantin vigilaban los alrededores. En cuanto vieran algo entrarían para avisarla. Konstantin se mantendría junto a ella y Gavril se mantendría escondido para poder emboscarles en caso de problemas. Según tenía entendido era 4 antiguos que habían corrido diferentes andanzas por el este y centro de Europa.

Konstantin entró a buscarla.

Se levantó de una de las sillas y miró por la ventana... Gavril parecía tranquilo. Se pasó una mano por la cara y pidió a Gavril que trajera un espejo del carruaje. Una vez lo tuvo delante en la mesa, volvió a contemplar aquel reflejo traslúcido, algo difuso y pálido... Suspiró resignada, muy pocos en su clar lograban semejante "proeza", pero Dios sabe por qué (quizá a fuerza de mucho mirarse y su tozuda voluntad de ataviarse correctamente)... Y sin embargo seguía siendo uno de los pocos motivos que le hacían añorar su vida mortal. Se peinó y adecentó con apenas un par de gotas de aceite Otto*, se maquilló levemente (ésto era una verdadera labor de intuición) y finalmente empezó a inspeccionar el lugar. 

- Kostantin... -dijo rebuscando mientras caminaba de un lado a otro- ¿No nos habrán dejado algo para recibir a aquestos caballeros? ¿Sangre, lechos...? -frunció el ceño- Con tanto alboroto creo no haber prestado la debida atención a los detalles...

La fonda en realidad parecía abandonada. El cadáver de un resguardo humano que ahora servía de refugio a vástagos.

El aroma de Elena inundaba toda la planta baja. 

No encontraron nada en ella más allá de los antiguos enseres personales desechados. 

Pasos de caballos se aproximaban. Se detuvieron ante la fonda. Ya estaban allí.

Se escuchó un grito de Gavril en el exterior y Konstantin, a una mirada severa de su señora, salió al exterior para comprobar. Habló con los extraños y les invitó a entrar. 

- Dios mío -alzó las cejas con actitud de desaprobación al ver su entorno- . No sé desde cuando escatima el clan en recepciones dignas, incluso pese a las circunstancias... -negó con la cabeza y frunció el ceño al oír a su siervo. 

Deben de ser ellos. 

Sin ninguna clase de temor, salió a recibirles antes de que ellos entraran, siempre erguida, haciendo gala de un porte elegante y fino, aunque seria... No era la primera ni la última vez que se metería en el bolsillo a personas que incluso odiaba. 
Se quedó en la puerta y observó a los recién llegados, estudiándolos uno a uno con un primer vistazo, fugaz, nada que resultara descarado.

- Buenas noches, señores y dama -una reverencia digna del protocolo de cualquier corte.