Ser Alecsander desenfunda su mandoble. Tiene un nombre, igual que todas las espadas que han conocido la gloria en el campo de batalla. La del caballero se llama Mandato, y a través de su filo el Reino de Herenhout se hacía obedecer. La hoja apunta directamente a tu rostro desfigurado.
—Finalmente, falso paladín. Finalmente habéis confesado. Sois Gherim, y también sois Wilfred; sois un matasangres.
Mandato se desvía hasta apuntar directamente a Hilde.
—Vos, dama, habéis muerto a manos de este criminal. Decidid cuál será su castigo.
(sigue...)
—¿Tú, Gherim? No... no puede ser... tiene que ser un error, Gherim, tiene que ser...
Hilde palidece. El blanco que se adueña de su tez no es el de las sorpresas desagradables: es el color de la muerte. En su cuello se hacen visibles las marcas de tus manos.
—Oh. Es cierto, entonces. Fuiste tú, hermano.
Una lágrima resbala por su mejilla, en perfecta simetría con la que recorre tu piel calcinada. El rigor mortis se adueña de Hilde. A cada segundo su rostro es un poco más pétreo, más inexpresivo.
—Yo... no es lo que quería, Gherim. No quería morir. Quería ser arquera. Oh, Gherim, podría haber sido una gran arquera. Yo... ¿sentencia?
Los ojos de Hilde pierden brillo. Su mirada desangelada queda clavada en ti. Levanta la mano y la lleva hasta tu cara, aquella que ha sido besada por el fuego y el terror. Su tacto es frío, pues todos los fantasmas provienen del invierno eterno. La muerte petrifica lentamente a tu hermana. Sus labios pronuncian unas últimas palabras con dificultosa lentitud.
—Creo que... creo que hoy tiene que ser tu último día con vida, Gherim. No puedes seguir haciendo esto. Tienes que descansar. En mis brazos. En las cenizas...
La lágrima de Hilde cae al suelo. Ser Alecsander levanta su mandoble. La hoja de Mandato golpea tu cuello.
Fin del capítulo PANDEMÓNIUM
Continúa en el último capítulo, HÁGASE TU VOLUNTAD...