Izolda y otros aldeanos cargan las cabezas de Shadha al-Qanan y el párroco Timur envueltas en mantas.
—Y ahora toca dar los entierros. Ya habrá tiempo para más.
Mira al cielo. La tabernera nunca conoció el mar, pero se imagina que debe ser así de limpio y prístino como el firmamento.
—A no preocuparse, Tanya. Santa Laurien nos guía.
(sigue...)
Dina no se marcha. Es su casa, después de todo. Comienza a liar un cigarro mientras los perros ladran a su alrededor. Los aldeanos la ayudarán a reconstruir el hogar. Se despide de ti con un sencillo gesto de cabeza. Vuelve al silencio, a los fantasmas, a las memorias y a las heridas que no cicatrizan pero que a veces, muy pocas veces, no duelen.
(sigue...)
Tiempo después, estás en la carreta, emprendiendo el viaje hacia lejos de Novokovo y lejos del Palacio de la Inquisición. El silencio ha reinado entre vosotros tres durante horas, pero tras romperlo, Nika rompe en llanto. El peso de todo lo que ha hecho la aplasta. Te devuelve el abrazo con calidez.
—Es precioso —dice, poniéndose el collar de Laurien al cuello—. Espero… espero poder honrarla. Espero hacer el bien. Heinrich… sé que Stanislav murió. Antes de irme envié a uno de mis cuervos y pude verle. A él y al alcalde. Stanislav… él no era una buena persona, ¿no?
Nika está lista para la verdad.
(sigue...)
Yuri no está demasiado seguro de qué habláis. De hecho, el muchacho no tiene idea de por qué Nika ha tenido que unirse al viaje.
—Estoy comprometido para exterminar el mal del mundo, señor inquisidor Heinrich. Así lo haré. Lo prometo. Seré vuestro mejor aprendiz.
Cuando le dices que hay brujas buenas, el niño abre mucho los ojos, tanto que parecen a punto de escaparse de sus cuencas. Se gira hacia Nika con brusquedad.
(sigue...)
La niña se seca las lágrimas y sonríe con malicia.
—Siempre te lo he dicho, so tonto. ¡Las brujas vamos a comerte! ¡A comeeeerteeee!
Entre sorpresas, algunas lágrimas, codazos, risas y niñerías, la carreta sigue su curso.
Fin del capítulo HÁGASE TU VOLUNTAD
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Fin de la partida LA LÓGICA DE LAS HOGUERAS
Cornelius y Nébula han encontrado su descanso eterno en un claro en el bosque, cerca de la cueva donde perecieron. Es un lugar donde el maestre hubiera disfrutado una lectura acompañada de una pipa y unas hojas de hierbazul. Nébula hubiera pastado en la cercanía, correteando entre los robles mientras las alimañas huían de su paso.
En Novokovo ya no hay sombras, ni tinieblas, ni neblina. No hay razones para quedarse aquí. El Palacio de la Inquisición aguarda.
(sigue...)
Doscientos inquisidores e inquisidoras te reciben como una celebridad. Las caras mutan en sorpresa al advertir que ni Heinrich, ni Laurien ni Cornelius han regresado. Hay aplausos, ánimos, congratulaciones. De Fyodor Morozov hay frustración: rezaba porque la misión hubiera fallado, y su único premio consuelo es advertir que tres de los cuatro viajantes están ausentes.
—Ahí está. Es él. El hermano “Rostro de Plata”. El gran “solucionador” de problemas. El gran “cazador” de brujas… y vuelve “solo”.
(sigue...)
—¡Es cierto! ¡Vuelve solo! ¿Sabes qué creo, primo? Que han tenido problemas con los caballos.
Fyodor pone los ojos en blanco y golpea a su primo en la nuca con la mano abierta.
(sigue...)
La Alta Inquisidora espera en su recámara. El brasero está encendido, como siempre, y en el centro de sus llamas arden los restos de dos tomos: Óperas completas de Ferdinand de Trenburg y Disquisiciones sobre la economía del Reino de Herenhout en tiempos del Marqués de Gheresburg. Gertrud es una lectora voraz y, en consecuencia, es una voraz destructora de libros. Las letras solo tienen permitido hablarle a ella.
—Hermano Rostro de Plata —saluda con frialdad—. Se comenta mucho sobre vuestra misión. Sé que los muertos se cuentan por docenas, pero también sé que los muertos son inevitables cuando se busca desterrar el mal. Sé que la bruja ha perecido. Sé que os habéis enfrentado a un demonio.
La Alta Inquisidora camina hasta el ventanal. Su andar es severo. Sus prendas carmesíes y su casco marcial realzan su figura regia.
—¿Diríais que todo valió la pena, hermano Rostro de Plata?
¡Un último face-to-face con Gertrud! No es necesario que relates toda la misión, con que me indiques brevemente qué cosas le ocultas o alteras, es suficiente. Sí es necesario que digas qué pasó con cada uno de los inquisidores que no han regresado.
La noche previa a su llegada al Palacio de la Inquisición, tuvo el primero de una larga retahíla de sueños, todos ellos idénticos.
Se hallaba sentado en un tocón en mitad del claro de un frondoso bosque. Había niebla, una espesa bruma que lo devoraba todo a su paso y componía un vaporoso cerco a su alrededor. Aunque estaba rodeado por aquella inquietante mortaja, él se afanaba a una tarea muy específica: sosteniendo la hoja de Castigo con la diestra, empleaba su zurda para afilar la espada con una piedra de amolar. Cada trazo de la piedra desplegaba pequeñas, imperceptibles chispas.
En algún momento, la bruma congelaba su avance y quedaba en un punto en el que apenas le permitía vislumbrar más de cinco pasos a la redonda. Impertérrito, proseguía incansable y preciso su tarea hasta que Castigo quedaba dispuesta para matar. Luego se levantaba, hundía un palmo de la hoja en el suelo asentándola con firmeza y se arrodillaba aferrado a la empuñadura, situando el nacimiento de la cuchilla a la altura de su carótida.
Solo tenía que deslizar el cuello desde el guardamanos hacia abajo.
La espada haría el resto.
La muerte de un caballero sin honor.
Mas cuando hubo reunido la determinación para concluir su última misión, algo sucedió.
¿Acaso no sucedía siempre algo?
Sentía un repentino y punzante dolor en la pierna, a la altura del lugar donde Belatsunat el Embaucador le hirió con sus garras antes de ser aprisionado en el espejo. Horrorizado, contemplaba sus cicatrices abrirse de nuevo, los tendones estirándose hasta estallar en briznas, dando paso a una viscosa y amorfa negrura que empezaba a derramarse por el tobillo, libre al fin de su prisión de carne y músculo.
El dolor era tan insoportable que le hacía derrumbarse y escuchaba con perfecta claridad el crujir de sus propios dientes reprimiendo un aullido de agonía. Duraba aproximadamente unos minutos este agotador suplicio. Luego quedaba tendido sobre la hierba, exhausto y al borde de la inconsciencia, bañado en un sudor helado. Trataba de incorporarse, solo para admirar desconcertado su pierna destrozada y un perturbador rastro de sangre que se perdía entre la bruma.
En ese momento, frente a sí, escuchaba el gruñir de una bestia, un animal salvaje.
Y de entre la bruma, con el pelaje negro como la mismísima Noche de los Tiempos y dos ribetes de plata en la testa, avanzando implacable y misterioso, emergía un enorme lobo, mucho más imponente y grande que un lobo común.
Aquella bestia solo podía nacer como una pesadilla, esculpida por la mente trastornada de un asesino.
El Lobo entre los Lobos.
Sus fauces estaban sembradas de dientes que centelleaban como el acero.
El lobo habló con una voz ronca y áspera. La voz de un muerto.
—¿Dónde... están... nuestros ojos... Gherim...?
Siempre despertaba acto seguido. Y nunca recordaba el color de los ojos de aquel monstruo. Hasta que...
* * *
Permanecía entre las sombras de la habitación, con un semblante hierático y quiescente tras la Alta Inquisidora. La siniestra efigie con máscara de plata. El último hombre en pie tras el expediente Novokovo.
Von Koch le recordaba al hielo. A menudo, olvidamos que puede quemar tanto como el fuego.
A Gherim van Wayden le fascinaba todo lo que puede abrasarte la carne... o el alma.
La corrigió.
—Las brujas, Su Honorable —añadió, lacónico. Su voz sonó bañada en hiel, con un deje gutural.
—La discípula fue quemada. La maestra, decapitada —añadió sin pestañear a pesar de la mortificación autoinfligida sobre su conciencia.
—Desde el instante mismo en que nos planteamos si la lucha merece la pena... El Mal ha ganado —respondió categórico, bien aleccionado. Doctrina inquisitorial básica. No dudes. No pienses. Reafirma tu fe en cada palabra. No hay sacrificio pequeño cuando se persigue la victoria.
—Todos los sacrificios... Todos ellos... —Cornelius. Laurien. Shadha. Waldo. —Todos fueron necesarios. La aldea resultó estar corrompida hasta las raíces por el influjo de la brujería. Nuestra intervención requirió métodos más... expeditivos.
Fenre bendiga los métodos expeditivos, pues estos aplacan a la Bestia.
—Solo sobreviví yo. El hermano Cornelius feneció bajo el influjo del demonio liberado de su prisión por la hechicera Shadha al Qanan... Fue vengado —Mortificación. Necesitamos más mortificación, Ser Gherim. —El hermano Heinrich sufrió heridas mortales de necesidad durante el enfrentamiento contra el Maligno, si bien no hallé su cadáver cuando terminó el conflicto —Honor entre viejos camaradas, ¿eh? En el fondo, sospechas que ha confraternizado con la bruja. Y Laurien también. ¡Lo sospechas! Cuatro meses. Solo necesitas cuatro meses para averiguarlo.
—Respecto a la hermana Laurien... —¿Qué vas a decir, Gherim? ¿Qué quieres decir?
—Dio su vida para desterrar al Impío. Lo que hizo... No tengo palabras para describirlo. No creo que nadie las tenga. Jamás. Solo sé que hoy estoy aquí ante Su Honorable gracias a ella.
El enmascarado tornó su rostro hacia uno de los espejos de la sala, como si un murmullo proveniente de su interior hubiese captado su atención.
—¿Dónde... están... nuestros ojos... Gherim...?
La voz áspera y ronca.
La voz de una Bestia susurrándole al oído:
—Mírate... Tienes los ojos de tu padre.
Final lovecraftiano a la Dewey, tal y como prometí.
He situado a RdP en la penumbra para que esta singular revelación final quede en la intimidad y lo desarrollemos en futuras aventuras, siempre que te parezca deluxe. ;-)
Oh, qué sensación de plenitud me embarga ahora mismo.
Aguardo el coletazo final de Gertrud, a ver qué comenta. ^^
Tantos muertos. ¿Valió la pena? Sí, respondes. Sí, valió la pena, porque es lo que manda la Inquisición. Gertrud von Koch asiente con satisfacción.
—Ningún costo es demasiado alto —recita con voz de acero—. Ninguna hoguera erra. Un inquisidor nunca se equivoca. Y vos no os habéis equivocado.
Su mirada se posa en las llamas del brasero y luego regresa a la ventana. Más allá del Palacio solo hay unos riscos afilados y envueltos en sombras. En algún lugar del oeste, no lejos de allí, se alza la poderosa Fenregrado, donde residen el Patriarca y sus obispos.
—¿Sabéis por qué quemo los libros, hermano Rostro de Plata? Por el profesor Cornelius. Hace veinticinco años, cuando ingresé al Dicasterio, fui su alumna, y de su mano aprendí las artes de la lectura, la interpretación y la lógica. Doy fe de que jamás he visto a un hombre tan erudito y sagaz. De haberlo querido, el profesor podría haber llegado a obispo, a Alto Inquisidor o a Patriarca; le sobraba piedad, pero le faltaba deseo.
>>Quizás, en el fondo, siempre he temido enfrentarme a una persona de ambición y erudición. Aquellas son las verdaderamente peligrosas. Es por eso que, en la soledad de mi estancia, he elaborado mi propia hoguera, una en la que arden los escritos de las mentes más brillantes del continente.
Es la primera vez que la Alta Inquisidora deja asomar, aunque sea por un instante, un atisbo de sus pensamientos más profundos. No obstante, su faz está tallada en mármol, y ningún sentimiento perturba sus rasgos. Durante unos largos segundos, el silencio se adueña de la recámara, apenas interrumpido por el crepitar del fuego y el sonido de las páginas tornándose ceniza.
—Lamento la muerte del profesor Cornelius —dice, sin rastro de lágrimas—. Y la de la hermana Laurien. Y la del hermano Heinrich, si es que feneció. Si no, le encontraremos pronto. Esta noche rezaré por ellos.
Fuera, las campanas tañen.
—Decís que Novokovo resultó estar podrida, pero no creo que la causa de la corrupción haya sido únicamente el influjo de las brujas. Hay algo más, hermano Rostro de Plata. La Iglesia de Fenre está mancillada. En el Dicasterio anidan la fornicación, la podredumbre, las malas consciencias y el oro de traidores. El campesino detesta al señor feudal que lo oprime, el carpintero descree del obispo que se roba las limosnas, y el comerciante desconfía del regidor que sostiene el látigo.
>>Y el campesino, el carpintero y el comerciante están en lo cierto. Se avecina una revolución, hermano Rostro de Plata, porque el pueblo llano está ahogado en lágrimas. La podredumbre se ha hecho con el continente, y el origen de la corrupción está en el seno del Dicasterio. Si no queremos que la gran rebelión lo engulla todo, he de actuar. Hemos de actuar.
En los ojos de la Alta Inquisidora Gertrud von Koch danzan visiones de guerra.
—Nuestra Cruzada empieza hoy.
Fin del capítulo HÁGASE TU VOLUNTAD
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Fin de la partida LA LÓGICA DE LAS HOGUERAS