La respuesta estremece a Isopel de una forma que jamás cree haber experimentado en su vida, a un punto que la impulsa a morder su labio inferior en una mezcla llena de perturbación, miedo y erotismo. Pero al ser una mujer de la noche, alguien capaz de arrebatar la vida a una persona o criatura, aquello sin dudas es una invitación perturbadora a ir más allá, a saciar la curiosidad con aquel famoso Conde.
Por esa razón una sonrisa afilada asoma en su rostro mientras intercambia miradas con él, sólo hasta que el magnetismo se rompe y todo se vuelve a la normalidad. Ya ocupada del bárbaro, escucha lo que tiene para decir y no se cree en absoluto nada de lo que dice, aunque cree conveniente decir algo.
—Me gustaría conversar con usted en algún momento, a solas.
Quizás estaba muy loca Isopel al pedir aquello, pero en cuestiones de enemigos es mejor conocerlos bien. Y como no quiere jugar al gato y al ratón, prefiere ir directo a la fuente. Incluso cuando quizás exista una devastadora casualidad de no regresar, pese que al estar en Barovia el resultado será el mismo. No podrán salir.
Halleth escuchó las palabras de Isopel sobre hablar a solas con el conde. También se dio cuenta de como se mordía el labio. Y la entendía. Cuando el conde hablaba era como si todo tuviera sentido. Parecía justo, recto... el ideal de un lider lejos de ser un monstruo que se dedicaba a masacrar a otros. Pero no podía olvidar todo lo que había hecho. No podía olvidar a Abraxas y no podía caer en sus encantamientos. Era un adversario como no había visto igual. Y ahora solo estaban ellos tres, Halleth, Isopel y Vera para enfrentarse a él. Y no veía que aquello fuera a ser posible.
Mas tarde hablaría con sus compañeras y decidirían que hacer. Halleth suspiró aliviado cuando la niebla se los llevó a todos.
Es noche cerrada en el pueblo de Barovia. En la mansión del antiguo Burgomaestre reina el silencio. En una de las salas del primer piso se han acomodado para pasar la noche los cuatro forasteros recién llegados al Valle junto con los dos hermanos Indirovich. Tras lo sucedido horas antes, han preferido permanecer todos juntos, a pesar de la “tregua” ofrecida por el Conde von Zarovich…
Las dos chimeneas de la sala están encendidas, calentando la habitación y arrojando cierta luz que ilumina el rostro de Halleth Silversun durante su turno de guardia. El paladín ha intentado rezar, pero desde que llegó aquí es como si este lugar estuviera más allá del alcance del Bien, como si sus plegarias no tuvieran respuesta… Se siente desprotegido por primera vez en su vida, sin respaldo de poderes superiores. Sabe que aquí sólo va a contar con la ayuda de la fuerza de sus brazos, la fuerza de su Fe y el apoyo de sus compañeros.
Sus compañeros. Piensa en Tadiel, en Johann, en Scarlett, en Augusto… en Kiepja… Tantos se han perdido tan sólo en la primera noche que llevan en este Valle, este Valle del que, según dicen, no se puede escapar, ya que las Nieblas lo impiden. ¿Es su destino quedar atrapados aquí para siempre, y nunca volver a su hogar?
No, no por lo menos para Halleth. Él tiene otros asuntos en este lugar maldito. Piensa en lo que vio esta noche, un detalle que se le pasó por alto en su momento pero que ahora vuelve a él y lo golpea como una maza. Recuerda ver cómo el lugarteniente de Strahd, ese elfo del ocaso llamado Rahadin portaba al cuello un colgante con una curiosa insignia… un Dragón de Plata. El símbolo de la Orden predecesora de la suya propia y cuyos orígenes ha venido a descubrir.
A pesar de todo lo acontecido hoy, el paladín no deja de darle vueltas a porqué la Voz de Strahd portaría ese símbolo del Bien…
En mitad de la noche, en el turno de guardia de Isopel, la pícara por fin tiene unos momentos a solas para reflexionar y pensar sobre lo sucedido en el día de hoy. Sus pensamientos vuelan hacia Tadiel, el elfo que la trajo aquí. Ahora que ha muerto, ¿en qué queda su deuda hacia él? ¿Ha quedado saldada o quizás debería intentar cumplir el objetivo que le llevo a traerla a Barovia, es decir, acabar con Strahd von Zarovich?
Piensa en Barovia, este lugar, si realmente es una prisión para todos ellos o quizás represente para ella una oportunidad de comenzar de nuevo, alejada de su anterior vida. De acuerdo a las palabras del Conde, les han ofrecido su hospitalidad, lo que significa que son libres para ir donde quieran. Pero Isopel recuerda lo que les dijo la Vieja Yaya acerca de la hospitalidad de Strahd: “¿Qué clase de hospitalidad ofrece el Conde? La del anfitrión que no permite que su invitado abandone su casa… nunca jamás…”
La muchacha se acerca al camastro en el que yace Kiepja para volver a comprobar su estado, pero lamentablemente éste no ha cambiado. El rostro del bárbaro está pálido como la cera de una vela, su pulso es apenas perceptible y no da muestras de despertar del profundo sueño en el que parece sumido. Isopel se pregunta si volverá a despertar alguna vez…
Involuntariamente, sus pensamientos vuelven de nuevo a Strahd. A las palabras que dirigió al Conde allí, en la calle, pidiéndole hablar con él a solas… El vampiro no le dio respuesta, pero antes de desaparecer en la niebla la última mirada, su última mirada, la dirigió hacia ella… Isopel todavía no es capaz de interpretar lo que había en los ojos de Strahd. ¿Era interés… quizás deseo… o puede que fuera hambre?
La pícara pelirroja intenta quitárselo de la cabeza, pero no puede. Siente que está empezando a jugar un juego muy peligroso, que no ha hecho más que empezar…
Vera mira a través de una rendija de la ventana. Todavía está oscuro, aunque debe faltar una hora o así para que amanezca. Sólo que en Barovia nunca amanece, al menos no del todo. Este lugar tiene sus propias reglas, reglas que deberá aprender si no quiere morir aquí…
La bruja vuelve a la mesa, al mapa del Valle de Barovia que está consultando bajo la luz de una vela. Ahora que Tadiel no está, serán ellos quienes decidan su propia ruta. Al morir, el elfo se llevó a la tumba multitud de secretos que no compartió con ellos, así que Vera se esfuerza en recordar todos los detalles de los que sí les habló. Como lo que les dijo sobre la familia Martikov, en la ciudad de Vallaki, que podrían ser posibles aliados, aunque ahora también saben que son los propietarios de las Bodegas sitas en el extremo occidental del Valle. Y por otro lado Madam Eva, una vidente Vistani que Tadiel insistió en visitar, que reside en un campamento Vistani a las afueras de Barovia, que Vera es capaz de localizar sobre el mapa.
Pero hay algo en lo que la mujer no puede dejar de pensar. ¿Por qué se arriesgaría tanto Tadiel a venir al pueblo de Barovia, bajo la sombra del Castillo Ravenloft, con el riesgo que ello implicaba? Un riesgo que se ha confirmado con todo lo acontecido esta noche. Vera recuerda entonces una conversación que mantuvo con el elfo sobre la naturaleza de su enemigo, el Conde, y las palabras de Tadiel al respecto: “Has de pensar en Strahd como si fuese un tiburón… ¿y cómo se captura a un tiburón? Sólo hay una manera… utilizando el cebo adecuado…”.
La mirada de la bruja se dirige hacia Irina Indirovich, la muchacha que, según les dijo su hermano Ismark, Strahd desea tomar por esposa… y a la que llamó Tatyana cuando se dirigió a ella, esta misma noche, algo que la muchacha no ha sabido explicar cuando le ha preguntado al respecto.
Vera se pregunta entonces si Tadiel estaba pensando en utilizar a Irina como cebo contra Strahd…
Y en ese momento, la muchacha se revuelve inquieta en su sueño, se gira y la camisa se le abre sobre el cuello, donde Vera puede ver claramente, las dos marcas punzantes del mordisco del vampiro…