Partida Rol por web

«Qué va, tomaría la Ural e iría a buscar a un maldito crío, por una vez ¿qué podía ocurrir…?»

Sencillo, ¿no?

Sencillísimo. Lástima que mi ajado trasero estaba juego.

Puta, putísima suerte.

Paso uno, 7:00 PM y sonaron unas putas sirenas.

Paso dos, me trepé al “Último Bondi a Finesterre”.

«Bienvenida a La Purga »

Un áspero nudo se había atravesado en mi gaznate. Una cuerda enroscándose como una víbora. Pero, ¿qué demonios ocurría? Qué más daba. Era como si estuvieran filmando una mala película y todos fuéramos los improvisados actores de reparto… claro que lo que tenían en mente era repartirnos algunos tiros. Si era un sueño o un delirio, ni idea, pero era tan real o irreal como la vida misma. Una jodida mierda.

Volteé la cabeza y observé en derredor. Necesitaba algo con qué moverme, después vería… El maldito estacionamiento estaba vacío, o casi. En la mano, mi inseparable navaja suiza; entre los dientes, un cigarrillo a medio consumir; y en mi pecho, el desbocado galope de mis latidos. Corrí como si en ello me fuera la vida, zigzagueando y agazapada para no ofrecer un blanco fácil al primer loco que se me cruzara. Necesitaba un coche, un camión o… ¡Un puto helicóptero! Fui rápida, vaya si lo fui… Y por eso mismo el sigilo se fue al carajo cuando pateé unas latas que se cruzaron en mi camino y trastabillé, pero sin llegar a caerme. Mordí mis labios y contuve una muy argentina puteada.

—Mecagüen…

En el silencio de muerte que se cernía sobre el estacionamiento, las latas resonaron como las fúnebres campanadas de una iglesia. Pero no me detuve, seguí corriendo con más fuerza aún. La cacería había iniciado y yo era el puto conejo...

—Bienvenida al infierno.

Corrí como alma que se la lleva el diablo hasta los derruidos coches emplazados en el estacionamiento.

«Puta mierda» pensé cuando observé con más detenimiento el material disponible. Pero mientras alguno funcionara y tuviera gasolina, estaba conforme. Sin dejar de echar rápidas miradas en derredor por si algún loco se acercaba o me apuntaba desde algún rincón, eché una rápida inspección sobre los viejos cacharros. Abrirlos no era difícil con la ayuda de mi inseparable amiga (1), pero encontrar algo útil entre tanto trasto inservible era otra cuestión.

La basura arrojada por allí ayudó con algunas botellas de vidrios. Un golpe seco con un palo que había tirado por allí y cayeron algunos vidrios, por lo que podría abrir fácilmente uno de los coches. Con la navaja arranqué parte del tapizado e improvisé algunas mechas. Solo me restaba conseguir un poco de gasolina. Y, con suerte, si lograba arrancar una de las puertas podría improvisar un escudo sujetándolo al brazo con tiras del tapizado y las mismas correas del trasto. Finalmente rebusqué entre los vidrios rotos, los más afilados y punzantes. Quizá podría utilizarlos si hallaba alguna correa de caucho. En México los presos hacían látigos cortantes enlazando restos de vidrios y correas. Con un poco de suerte...

«San La Muerte, no me dejes sola en la estacada.» 

Alrededor puedes ver algún coche, y a varios indigentes que se esconden entre ellos o bajo éstos al oírte llegar.

intentas abrir uno y otro coche pero no puedes. Te hace falta algo más que tus manos para poder abrirlo.

«Qué va, tomaría la Ural e iría a buscar a un maldito crío, por una vez ¿qué podía ocurrir…?»

Sencillo, ¿no?

Sencillísimo. Lástima que mi ajado trasero estaba juego.

Puta, putísima suerte.

Paso uno, 7:00 PM y sonaron unas putas sirenas.

Paso dos, me trepé al “Último Bondi a Finesterre”.

«Bienvenida a La Purga »

Un áspero nudo se había atravesado en mi gaznate. Una cuerda enroscándose como una víbora. Pero, ¿qué demonios ocurría? Qué más daba. Era como si estuvieran filmando una mala película y todos fuéramos los improvisados actores de reparto… claro que lo que tenían en mente era repartirnos algunos tiros. Si era un sueño o un delirio, ni idea, pero era tan real o irreal como la vida misma. Una jodida mierda.

Volteé la cabeza y observé en derredor. Necesitaba algo con qué moverme, después vería… El maldito estacionamiento estaba vacío, o casi. En la mano, mi inseparable navaja suiza; entre los dientes, un cigarrillo a medio consumir; y en mi pecho, el desbocado galope de mis latidos. Corrí como si en ello me fuera la vida, zigzagueando y agazapada para no ofrecer un blanco fácil al primer loco que se me cruzara. Necesitaba un coche, un camión o… ¡Un puto helicóptero! No fui rápida, tampoco muy ágil o elegante en mi carrera, incluso trastabillé alguna vez pero sin llegar a caerme. El sigilo era lo único que contaba entonces. Y fui un fantasma desplazándome en el silencio de muerte que se cernía sobre el estacionamiento que parecía resonar como las fúnebres campanadas de una iglesia. Pero no me detuve y seguí corriendo. La cacería había iniciado y yo era el puto conejo...

Mordí mis labios y contuve una muy argentina puteada.

—Mecagüen…

«Bienvenida al infierno.»

**************

Corrí como alma que se la lleva el diablo hasta los derruidos coches emplazados en el estacionamiento.

«Puta mierda» pensé cuando observé con más detenimiento el material disponible. Pero mientras alguno funcionara y tuviera gasolina, estaba conforme. Sin dejar de echar rápidas miradas en derredor por si algún loco se acercaba o me apuntaba desde algún rincón, eché una rápida inspección sobre los viejos cacharros. Abrirlos no era difícil con la ayuda de mi inseparable amiga, pero encontrar algo útil entre tanto trasto inservible era otra cuestión. Con paciencia fui trabajando en la cerradura que consideré más sencilla de abrir, escarbando y limpiando de óxido los engranajes visibles con el punzón escariador y, luego, intentando forzar el tambor de la cerradura con la ayuda del gancho de la navaja y una pequeña ganzúa que improvisé con un alambre que doblé con las pinzas. Si no conseguía abrirla, siempre tendría la opción de romper con un palo los vidrios de las ventanas, por lo que podría abrir fácilmente los coches. Pero eso como último recurso.

Después revisé los motores, tanques y arranques de los cacharros buscando las piezas faltantes. Tijeras, pinzas, punzón, destornilladores, alicates y limas hicieron su trabajo cortando, apretando, aflojando, punzando, desatornillando y limando lo que fuera necesario. Reemplacé algunas bujías, liberé un pistón atascado y limpié los engranajes de distribución y la correa de distribución con un trozo del tapizado de uno de los asientos y mucha paciencia. Casi me olvidé de dónde y en qué situación me encontraba, tan enfrascada estaba en mi labor. Me gustaba la mecánica, el olor a aceite y los complejos engranajes de los motores y su ronroneo. Con la ayuda de una botella de plástico y un trozo de manguera, retiré el aceite de uno de los motores y lo filtré al que pensaba utilizar; lo mismo hice con la gasolina. Con un poco de suerte aquel viejo cacharro se movería…

Por último, la basura arrojada por allí ayudó con algunas botellas de vidrios para improvisar algunas bombas incendiarias, las molotov. Con la navaja arranqué parte del tapizado de uno de los asientos e improvisé algunas mechas. Solo me restaba utilizar los restos de gasolina y aceite sobrantes. Con un poco de suerte…

Pero la suerte no era lo mío.

«San La Muerte, no me dejes sola en la estacada.» 

Corres de forma sigilosa, como un verdadero fantasma y en zig,zag. Ni siquiera el más veterano francotirador podría cazarte. Intentas entrar en uno de los coches, te tomas tu tiempo... pero cuando ibas a optar por la opción de romper el cristal y por ende acabar con tu sigilo la puerta cede. ¡Si!. Ahora tan solo falta hacer andar este trasto. Es cierto que eres habilidosa para la mecánica, pero tus herramientas y tus nervios acaban rompiendo el conducto del aceite, por lo que el coche queda inservible. 

Preocupada intentas hacer unos cockteles molotov, así que encuentras 3 botellas y varios pañuelos entre los desperdicios que hay desperdigados por el suelo y te pones manos a la obra. El aceite que iba derramando el coche fue suficiente para llenar las botellas.

Ahora estabas dentro del coche, asegurándote de que nadie te había visto, y al parecer así era. Nadie te había visto por ahora, solo unos indigentes que se ocultaban de toda presencia humana que vieran esa noche.

Los nervios pueden hacerte una mala jugada cuando menos lo esperas, y allí estaban… La mierda del conducto de aceite se había roto y el coche ya no arrancaría. Tragué saliva y maldije entre dientes mi puta suerte, tendría que moverme de a pie, pero al menos intentaría armarme con unos bonitos cócteles Molotov. Querían fuego, tendrían fuego. «Malditos yankies, locos de atar.» Cuando acabé con las Molotov, guardé dos de las botellas en los bolsillos laterales que se abrían a mitad del muslo; sobresalían bastante, pero no tanto como para que se cayeran. Siempre me habían gustado esos pantalones, holgados, resistentes, con numerosos y enormes bolsillos que siempre tenían sitio para guardar algo más. La otra la llevaría en uno de los bolsillos externos de la campera, preparado para el uso. Mientras hacía esto, iba vigilando la situación por los espejos, alternando la mirada entre mi labor y el estacionamineto, pero al parecer nadie me había visto aún, salvo unos pocos indigentes cuyos ojos me espiaban desde sus improvisados escondites. Eran la carne de cañón de La Purga y tenían miedo… Como yo.

«Puta mierda.»

Por un instante dudé. ¿Y si me quedaba allí? Tal vez nadie vendría aquí, podía parapetarme entre los coches y armar un refugio, ¿por qué no? Salir y enfrentarme a lo que me esperara más allá era un suicidio… Pero pronto descarté la idea. Esconderme, correr como un conejo, no… No era mi estilo, además ya estaba 'más allá' y muy ‘fuera de juego’... Ya estaba ‘muerta’. Era solo que el Santo aún no se decidía a llevarme, pero pronto lo haría: llevaba su marca.

Maldita

Puta

Mierda.

Antes de partir, probé arrancar un par de espejos (nunca se sabía cuando fueran necesarios) y una de las puertas del coche. Si no me servía para movilizarme, que por lo menos me sirviera para protegerme. Rápidamente trabajé con el destornillador y las pinzas y, primero, quité dos de los espejos retrovisores. Después proseguí con la puerta, intentando arrancarla de las visagras que la sujetaban. Me ayudé con un poco de aceite para aflojar los engranajes. Si tenía éxito, podía utilizar las correas del cinturón de seguridad para embrazármela, a modo de escudo. Tal vez eso me salvara el pellejo de recibir algún balazo, o no; pero con probar no perdía nada.

Finalmente eché una mirada en derredor, no se veía mucho, pero tampoco era que la noche ayudara con eso. Se alzaba lentamente y con ella el frío. Guardé los espejos en los bolsillos de la campera y la cerré, prendí un cigarrillo y le dí un par de caladas; luego salí del coche dispuesta correr sin un rumbo muy claro. ¿Hacia el centro comercial? Quizá. Pero había un pequeño detalle… ¿Dónde mierda se encontraba eso? Además, me daba igual si me perdía… Ya estaba perdida en aquella puta ciudad.

«Joder, mujer, ¿es qué tienes un imán para los problemas? ¿Pensaste en ofrecerle sacrificios a cuanta deidad exista, no vaya a ser que alguna te escuche y te quite la mala fortuna que cayó sobre ti? Pura mala suerte la tuya…» me había dicho alguna vez Manuel.

Y cuánta razón tenía el muy cabrón…

Alicia logra quitar la puerta delantera del coche y con cuidado de no romperlos los dos espejos retrovisores. Se encamina a paso lento pero seguro hacia el centro comercial, que se ve desde allí, a lo lejos. Tardaría una hora en alcanzarlo...

Cuando lleva caminando un rato se da cuenta que alguien la había estado siguiendo. Ese alguien está allí, detrás suya, caminando deprisa, con un machete en la mano y una máscara de conejo rosa. Sus ropas están manchadas de sangre, así como su machete. Alicia tiene que hacer algo antes de que sea mujer muerta. 

Aquel hombre o mujer es rápido y comienza a darle machetazos al escudo, que Alicia utiliza de defensa. Pero la puerta del coche es demasiado pequeña, por lo que parte de las piernas quedan descubierta. Así que uno de los machetazos da en la parte inferior de la pierna izquierda. La sangre comenzó a emanar de la herida...

—¡Ahhggg…! ¡Maldita basura! ¿Por qué no te metés el machete por el culo, puto cabrón? —escupí la furia y el dolor que me provocaba el corte en la pierna con una retahíla de improperios.

El dolor consumía todas mis sensaciones, al punto de impedirme pensar. Sencillamente me arrojé encima del “conejo asesino” golpeándolo con la puerta e intentando quitarle cualquier posibilidad de ataque. Al tiempo que soltaba la otra mano y empuñaba la navaja buscando la garganta del hijo de una perra sifilítica para abrírsela como una lata de sardinas.

Se me olvido modificarlas. Sorry. Lo modifico en un momento

La puerta pesa mucho, así que placas al enemigo. Éste cae hacia atrás y queda tumbado en el suelo. Tiras la puerta encima para que le sea más difícil escapar. Te tumbas encima de la puerta y degollas al conejito. Éste pasa a la historia. Un charco de sangre lo envuelve ahora.

—Jodeputa... —escupí entre dientes. 

Tenía que revisarme la herida, pero no era el momento ni el lugar. Necesitaba encontrar algún puto recoveco o rincón sin locos disfrazados de asesinos. 

«Puta, puta, putísima suerte.»

Guardé la navaja en un bolsillo y, a cambio, tomé el mismo machete con que el muy cabrón me había atacado. Sin perder un segundo, revisé todos y cada uno de los bolsillos del 'fiambre de conejo' buscando algo más que pudiera serme útil. Hecho esto, le quité la careta. Mera curiosidad. ¿Cómo era el rostro del hijo de una perra sifilítica que se dedicaba a reventar gente por el mero placer de hacerlo, porque una vez al año alguien le daba 'piedra libre' a los más oscuros deseos?

Finalmente, armada con el machete, me alejé del lugar rumbo al centro comercial.

«Sí, lo sé: es una mierda de idea, pero no apesta más que cualquier otra...» 

Renqueaba un poco con la pierna herida, así que de sigilosa... Poco y nada. Y la noche escondía más sombras de las que esperaba. En resumen, no veía una puta mierda. 

No encuentras nada significante en sus bolsillos. Comienzas a caminar hacia el centro comercial. La herida en la pierna no te permite ser muy sigilosa... No parece haber ningún peligro más.