Los skavens huían del combate apestando por los almizcles que derramaban de forma incontinente. Pensando que fuerzas muy superiores se abalanzaban sobre ellos no dudaron en romper filas abandonando a sus muertos, y dejando a sus esclavos atrás en un intento de retrasar a las imaginarias huestes salvadoras. En un instante desaparecieron entre las frondosas jaras y pequeños pinos que nos rodeaban. Continué usando mis poderes místicos sobre los enemigos que aun nos hacían frente hasta que finalmente estos, puesto que los influjos de la maligna magia skaven y los brebajes narcotizados comenzaban a disiparse, dejaron de combatir.
Estos hombres que ahora yacían en el suelo temblando entre espasmos y sollozos antaño podrían haber sido honrados campesinos bretones u orgullosos hombres de armas, que tras alguna incursión a un poblado habrían sido capturados o secuestrados. Al verlos no pude dejar de sentir piedad por ellos, pues hubieron de vivir con el horror del cautiverio en una fortaleza skaven. La tortura, el hambre y el miedo constante a ser usados en uno de los múltiples experimentos, en parte mágicos en parte científicos, o servir de alimento a las aberraciones creadas por los ingenieros skaven, había sido su infierno diario.
Dando la espalda al resto del grupo, me encaminé hacia Kai para pedirle su ayuda y así reanimar a estos pobres desgraciados. Era difícil que recuperaran totalmente su cordura, pero al menos los dejaríamos bien protegidos en la fortaleza, desde donde podrían ser enviados hacia algún templo parar que cuidaran de ellos.
Pero Sire Lancelot tenía otros planes. Mientras explicaba a Kai la situación, el caballero había degollado a todos los esclavos, los cuales indefensos por su confuso estado mental apenas habían podido defenderse. No podía fulminarlo por este crimen pues aun con todo seguía siendo fundamental en nuestra misión, pero juré que su actuación no quedaría impune.
Tranquilamente se dedicaba a limpiar su espada cuando, haciendo un gran esfuerzo por contener mi ira, me situé junto a el.
Sir Lancelot, habéis manchado vuestro honor-comencé a decirle en bretón-. Alguien capaz de matar a hombres inocentes e indefensos no es merecedor de llamarse caballero. Habéis actuado como un miserable asesino y vuestra conciencia, si es que realmente tenéis una, os atormentará por esto durante el resto de vuestra despreciable vida. Incluso los enanos estarían asqueados por lo que acabáis de hacer.
Estos hombres no eran más que pobres campesinos secuestrados por guerreros skavens, posiblemente tras matar de forma traicionera al caballero que los protegía, alguien que realmente comprendía y honraba los votos que formuló al ser armado. Votos que vos habéis arrojado al fango.
No me compete a mi castigaros de la forma que os merecéis, pero sabed por adelantado que cuando todo esto termine y regresemos a Gisoreux vuestros superiores serán informados de este crimen.
No esperé su réplica pues por un momento la ira amenazo con cegarme.
Avance hacia Leopold y mientras le hacía señas a Kai.
Sigdum, Leopold, por favor, amontonar a estos pobres desgraciados- dije en reikspiel abarcando los cadáveres humanos con un gesto de mi mano- pues no vamos a dejarlos pudrirse aquí. Lady Kai y yo traeremos la leña suficiente para incinerarlos. Démonos prisa pues nos aguardan en la fortaleza.
Ante las palabras de incinerar, los cuerpos. Me giro sobresaltado. No creo que sea una buena acción. Podríais quebrantar alguna ley local. Murmuro al grupo. Mientras sigo arreglando y colocando los arreos del caballo, para poder proseguir con el viaje
Nunca he visto skavens, no entiendo que los campesinos estén bajo alguna extraña influencia extraña. Solo nos atacaron, por eso dije que si había algún noble entre los esclavos no le atacaba.
No creo que mi conducta sea indecorosa... Por cierto no creo que decir a alguien que no es digno de ser caballero, no acabe en un combate o duelo... aunque eso sería con otro noble, aun extranjero se le destierra, o se le explican las leyes de bretonia.
Leopold se mantuvo a un costado ante la disputa verbal de Delarce y Sir Lancelot. Palabras grandes, hombres pequeños, solía decir su madre allá lejos y hace tiempo. Con el correr de los años, lo corroboró en la Academia.
El Elfo había descendido varios escalones en su estima, eso seguro. Para alguien que sabía expresarse, elegir palabras tan duras para el honor que, suponía, era el bien más preciado de un guerrero de Bretonia, era como pegarle un golpe.
Tanta era la impresión que le había quedado del combate que, ahora que la adrenalina bajaba, solo se quedó temblando en el lugar. Miró horrorizado los cuerpos pensando en acercarse, pero su estómago no pudo acostumbrarse a la idea siquiera y se reveló, obligándolo a dejar el contenido del almuerzo en un costado, tras unas matas.