Fue en medio de la contraofensiva cuando todo se desmadró. Alguien solicitó fuego de artillería con coordenadas erróneas. De pronto todo eran explosiones y confusión. Acorralados entre los Charlies y su propia artillería los soldados intentaron ponerse a cubierto por donde pudieron.
Después de un momento de caos cesó el bombardeo. Los hombres fueron reagrupándose para contraatacar. En ese momento alguien preguntó por la unidad del sargento Mills. Faltaban él y cuatro de sus hombres... ¿Habían caído durante la confusión? ¿Se habían separado del resto del regimiento? No había tiempo para buscarlos. ¡Los amarillos atacaban de nuevo!
Durante un buen rato todo fue un caos de explosiones. En cuanto la lluvia de morteros barrió el área quedó claro que las coordenadas habían sido dadas equivocadamente. Una de las primeras víctimas, quizás por justicia divina, fue el maldito operador de radio que había transmitido las órdenes. ¿En qué estaba pensando? Luego todo el mundo corrió a resguardarse.
Los hombres que ahora se reunían silenciosamente habrían jurado que no se habían separado tanto. ¿Por qué no escuchaban disparos? A estas alturas la lluvia de bombas ya había finalizado y alguien tendría que haber sobrevivido. ¿Hacia donde habían huido?
El sargento Mills sacó de su mochila su mapa y una brújula. Maldita sea: ¿en que posición estaban? La zona hacia la que se dirigía el pelotón estaba hacia el norte pero ¿cuánto habían avanzado de forma transversal?
El grupo formado por el sargento Mills y los soldados Baronetti, Maverick y Bings intentaron volver a reunirse con el pelotón. Mientras avanzaban por la selva se encontraron entre los árboles y casi oculta por la hojarasca, una enorme estela de piedra negra cubierta por caracteres cuneiformes que representaban escritura sumeria. Pero los sumerios jamás habían llegado a esta zona del mundo.