En vez de reunirse directamente conmigo, los dos azotadores se alejan a cierta distancia, algo que puedo llegar a entender; compartir su espacio conmigo debe de ser para ellos algo tan incómodo como lo es para mí. Desde donde estoy puedo ver cómo el más joven dedica a su superior unas cuantas palabras, que ni siquiera me esfuerzo en tratar de escuchar. Sencillamente espero a que terminen de hablar, con una mano sobre la baranda y mirándolos sin afrontarlos directamente, manteniendo en todo momento una posición lateral. No ha pasado ni un minuto cuando mi rival se despide de Simba* y, dando la vuelta, se dirige hacia mí. Me pongo alerta inmediatamente, aunque procuro que no se me note. A juzgar por la mirada del joven azotador, él también considera que merezco su cautela.
Cuando llega ante mí se detiene, y me observa durante unos instantes antes de dirigirme la palabra. El guerrero se presenta como Sakar, refiriendo su rango al que, francamente, poca importancia concedo, aunque después entiendo que se trata de una señal de deferencia. Respeto, quizá. Extraño. A medida que el hombre de piel de noche continúa hablando, mi ceño empieza a arrugarse en una expresión confundida. No estaba preparado para esto. La franqueza del azotador no me pilla desprevenido, pero en su trato hacia mí creo entrever algo que sí me sorprende: amabilidad, si tal cosa es posible entre nosotros. En este momento no sé cómo sentirme, o cómo se supone que debería sentirme. Muy lentamente, me atrevo a variar la postura de mi cuerpo para encararlo, y asiento con la cabeza a sus advertencias y consejos. Aún asiento cuando Sakar acaba su sermón y se gira, dándome la espalda para marcharse.
Inesperado.
—Hakan Ismael. Espada de Jehammed —digo de pronto, presentándome del mismo modo que él. Me quedo en silencio durante unos segundos, saboreando una sensación extraña y desacostumbrada—. También honor por mí luchar con tú… Contigo. Un honor —repito en mi deficiente africano, tras lo cual vuelve a producirse un silencio incómodo—. Gracias por tuyos consejos. Yo escucho.
Después de este breve intercambio, me pongo a la altura de este nuevo camarada de armas y camino junto a él en dirección a los camarotes. Aún no oso presumir de poder confiar en que este hombre me guarde las espaldas, pero la cordialidad siempre es un buen comienzo.
*¿Es el Simba o el Chaga quien sale con Sakar? En este momento tampoco es que sea muy relevante, pero hago esta anotación porque me he quedado con la duda.
Abatwa atravesó las puertas del comedor y recorría el pasillo que la dirigía hacia la cubierta meditando internamente.
Era perfectamente consciente de la situación que la rodeaba. Sabía que no gozaba de demasiadas simpatías en la expedición, pues aunque los azotadores la procesaran cierto respeto, más allá de sus compañeros anubianos no podía confiar en nadie...
Se hallaba dentro de un grupo en el cual su puesto no era indispensable, y como única mujer a bordo, su presencia despertaba incomodidades. Ya estaba acostumbrada, lidiaría con ello.
Al atravesar las puertas dobles que la separan de la cubierta del navío, el viento gélido de la noche, preludio de la tormenta que los azotaría en breve, le dió la bienvenida con una caricia que tornó su oscura piel de gallina. Se percató entonces de la presencia del Jehammedano, que apoyado en la barandilla y bañado por la palida luz de la luna observaba el rostro del astro nocturno con aspecto anhelante "¿Está tu dios observandote Setwé?" piensa la africana al verlo. No se detiene, sigue su camino imperturbable al viento, imperturbable ante la "quemazón" que siente en la espalda producida por la mirada que sabe el hombre la dedica. Sopesa la posibilidad de hablar con él, pero la descarta: "no es el momento" después del incidente con el mercader es preferible esperar.
Atraviesa los pasillos deteniendose tan solo un momento frente a la enfermería, para observar de pasada a su compañero Atén. Su imagen, si bien ha mejorado, produce en ella una leve negación de cabeza y casi deja escapar un suspiro; reafirma su resolución y se encamina a su camarote donde finalmente se encuentra con su compañero Ajani.
-Saludos hermano, te eché de menos en la cena- dice la mujer como saludo acompañandolo de una inclinación de cabeza y una leve sonrisa - únicamente nos tenemos a nosotros Ajani. No te fíes de nadie. Los azotadores son honorables, pero indisciplinados, no podemos depender de ellos. Los cuervos... son cuervos, y estos Neolybios no conocen otra divinidad que el oro, aquí, lejos de nuestra tierra, no dudarían en vender su alma. La desaparición de Engé ha creado un vacío de poder que todos ellos luchan por llenar y la lucha interna llevará a la disensión... y seguramente a la sangre. -Posando su mano suavemente en el pecho del guerrero, un gesto de respeto carente de todo erotismo añade- Tu onda es poderosa, no te enfrentarán, pero cuidate de las intrigas.
Retirandose, cortando ese gesto de cercanía tan inusual en ella, observa con cierto pesar el camastro vacío de Atén - Nuestro hermano mejora, pero sin el aceite de Marduk la mision... Ahora mucho depende del Spitaliano. -Se desprende de la ropa con un solo gesto y se introduce en su lecho cerrando los ojos "y aún no ha comenzado".
Ha sido un día aburrido y monótono pero expectante a un tiempo. Algo se acerca, puedo sentirlo, algo que disgrega la onda y perjudica toda nuestra labor. Al principio creía que vendría de tierra pero tras poner un poco más de atención, distingo que proviene del mar, hacia el Norte. Y debo decir que pese a no tener miedo a la perturbación, me sorprende... y como no hacerlo? Pero de nada me sirve devanarme los sesos y mirar eternamente al mar durante toda la noche. Mañana es un día importante y mi cuerpo precisa algo de descanso.
Cuando me preparo para descansar, Abatwa aparece en el camarote y me advierte con preocupación de la situación actual del navío. La escucho con atención y tomo sus manos antes de responder.
-Calma, que se maten entre ellos si quieren, nosotros tres estamos protegidos por los Ancestros y aunque odien admitirlo, nos necesitan para mantener unidos a los guerreros y eliminar las perturbaciones en la onda. Sin nosotros, ésta expedición no tendría sentido y por supuesto, no llegaría a nada. Pero ahora debemos descansar, mañana nos espera un día importante y debemos estar listos para afrontar el peligro que nos acecha en las tierras de ceniza y miedo.-
Acto seguido di un soplo a la temblorosa vela y me dejé caer en el lecho en silencio.
Pantera Negra. El eligió su apodo, le costó sangre, sudor y lágrimas, así le dijo al Simba Ateb Sheikh. Está sentado en la gran silla del camarote de Engé. Del difunto Engé. Tiene las manos cruzadas ante sí, apoyando los brazos en la mesa y un puro en la boca. Nunca duerme más de cuatro horas, hay demasiadas cosas en las que pensar. Hace un repaso al día, lo único bueno que ha pasado es cuando le voló los sesos a su amigo, y pintó la pared de un rojo excitante, pero el resto ha sido una decepción tras otra.
No ha podido hacerse con lo que necesitaba y en su lugar tiene una caja de puros. Creía que el capitán estaba de su lado pero su mensaje no fue lo suficiente claro y eso disgustaba a Pantera Negra. Por otro lado la mujer vudú parecía querer demostrar autonomía propia y no sólo eso, sino que le había contradecido en sus órdenes. Miedosa a contraer deudas, miedosa a estar sola, miedosa a todo, pero todavía no puedo evaluar su poder sobre la expedición, tengo que esperar el momento adecuado para hablar con ella.
El barco no será abandonado sin el Libro, eso es lo que tiene que hablar con el Simba. Sin ese libro nadie cobra, nadie puede hacer nada y puede tornarse una situación impredecible, así que justo antes del amanecer iré con el Simba y quizás con el cuervo al camarote del capitán. No podemos abandonar el barco sin el libro. Que pase lo que tenga que pasar, si tengo que dejar una barco fanstasma lleno de cadaveres lo haré. Lo juro por mi sangre.
Me levanto, cojo la caja de puros y la estampo contra la pared, reventándola.
A MI NADIE ME DA LIMOSNAS.