El sonido del disparo alejó por un instante a Penrod de su labor diaria. Se levantó de la silla y miró alrededor desorientado.
—¿Qué había sido ese disparo? —pensó.
Sin pensárselo dos veces salió de su despacho hacia el lugar de donde venía el disparo. Andaba muy rápido, casi corriendo.
Cuando llegó al laboratorio de Vorobiov se quedó de piedra al ver el cuerpo del científico inerte en el suelo. No reparó en nada más, ni siquiera en la presencia de Polina en la sala. Levantó la mirada y la dejó fija en un punto inespecífico, como dándole vueltas a algo. Un instante después volvió a mirar el cuerpo y esta vez la mirada era de terror. Sin mediar palabra comenzó a correr. Pero Penrod no corría a su despacho la dirección era a la salida. Por alguna razón la muerte de Vorobiov había causado algún tipo de shock en el científico que corría en busca de la salida del bunker.
Mientras Polina... su Polina... arrojaba material de laboratorio a Vitaly, éste se iba encendiendo progresivamente. Ella estaba deshecha, ese era su castigo. Y el amante estaba muerto pero el dolor seguía creciendo. La vergüenza y la ignominia que su esposa le estaba echando encima le perseguiría toda su vida. Así, Vitaly Solòniov miró alternativamente a su mujer y al amante de esta. La sangre seguía manando como un espeso torrente. Se llevó la pistola a la boca decidido a acabar con todo pero algo le detuvo. Su esposa... su Polina...
Aquellas palabras "estéril"... "impotente" escocían como el ácido que había volado décimas de segundo atrás por los aires en el alma del encargado de seguridad del bunker. Se dirigió a ella con paso rápido y la volvió a golpear con la mano con la que llevaba el arma. El puño y la culata de ésta impactaron en la cabeza de la mujer abriendo una nueva brecha que la hizo caer de nuevo. Sin embargo aún estaba consciente. Vitaly golpeó otra vez... y otra más. Se colocó a horcajadas sobre el cuerpo de su mujer que se debatía por liberarse. Puede que pidiese la muerte... pero quería vivir. Quería zafarse y Vitaly no podía consentirlo.
Golpeó una vez más. Golpes sucios... poco estudiados y casi a ciegas. Pero golpes efectivos, al final. Después, dejó caer el arma y agarró a su mujer del cuello. "Impotente... estéril..." Las palabras seguían martilleando. Habían salido de allí. De aquella boca sangrante. De aquella garganta adúltera. Apretó con las dos manos... más... más fuerte. "Impotente..." Más fuerte. "Estéril..." Más fuerte.
Cuando cesó de apretar... cuando entendió que todo lo que se podía hacer ya estaba hecho... cuando liberó aquel hermoso cuello de la presa... Polina Solóniov ya llevaba un par de minutos muerta.
—¡Penrod! Avisa a....—el nuevo golpe de su marido (marido...como escocía aquella palabra en aquel momento..) interrumpió la frase de la brillante científico que volvió a caer al suelo.
En aquel momento se arrepintió mas que nunca de no haber hecho algún curso de autodefensa, aunque de poco hubiese servido con la bestia que tenia encima golpeandola. Mientras le golpeaba, la mujer seguía revolviendose, tratando de zafarse. No para vivir sino para hacer más daño a aquel hombre que la había arrebatado todo. Dandose cuenta del daño que le había hecho su marido con las palabras "esteril" e "impotente" decidió herirle aún más.
Primer golpe "jamás satisfaras a una mujer"; segundo golpe "no tendrás hijos"; tercer golpe "Vadik es más hombre que tu"; cuarto golpe...empeaba a perder la consciencia pero no el deseo de herir, de hacer tanto daño comola habían hecho; quinto golpe, con un hilo de voz pudo añadir "a él si le amé". No sabía si su marido la oía ya o si era capaz de pronunciar las frases, solo se dio cuenta de que las poderosas manos de Vitaly, tan distintas de las tiernas manos de su amante apresaban su garganta y su cuerpo comenzó a convulsionarse. Mientras todo se oscurecía y perdiendo las fuerzas se iba convirtiendo en una muñeca de trapo, Polina miró por el rabillo del ojo a Vadik y aunque no era creyente supo que al menos estarían juntos.
Abrió los ojos.
Tumbado boca arriba, el ser que anteriormente había sido Vadik Vorobiov movió sus ojos a derecha e izquierda, se encontraba en una sala de blancas y asépticas paredes. Notaba su cara, o lo que en esos momentos quedaba de ella, mojada. Sacó su lengua lamiéndose la comisura derecha, deleitándose en su embriagador sabor que notó cuando el líquido rojizo baño sus papilas gustativas.
Oyó un ruido a su izquierda, fuera de su campo de visión. Ladeó la cabeza y vió un calvo colocado a horcajadas sobre una mujer rubia que yacía en el suelo justo debajo de él.
En ese momento sus instintos primarios se encendieron, llevando a su deteriorado cerebro un mensaje claro- ¡MATA!
Su cuerpo respondió inmediatamente a esa orden. Se puso en pie de un salto y con una agilidad y rapidez que nunca había mostrado en vida se abalanzó sobre el calvo tirándolo al suelo y colocándose, al mismo tiempo, sobre él en un fluido movimiento. Sus manos, provistas ahora de una fuerza impropia de un humano arañarón su cara hasta que dos de sus dedos encontrarón los ojos del guarda de seguridad, ejerciendo presión y sacándoselos inmediatamente de sus cuencas.
Completamente ciego Vitaly Soloniov no tuvo ninguna oportunidad. Con los pulgares dentro de los ojos y los otros cuatro dedos agarrándole por las orejas, el ser golpeó su cabeza contra el suelo rebentándola al primer golpe, igual que lo hace una sandía que se cae de las manos en mitad del supermercado.
Después, levantó la cabeza para encontrar nuevos objetivos sobre los que descargar la furia animal que sentía.
—¿Que sucede?— Al girar la esquina que doblaba el pasillo vió a Penrod Steindel justo delante del despacho de Vorobiov. La puerta estaba abierta y los gritos seguían saliendo de allí. No podía ver lo que sucedía pero el espejo de la cara de Penrod le hizo sacar el revolver de su funda.
En la sala de blancas paredes no había nadie más contra quien descargar la furía que inundaba su cuerpo. La mujer rubia yacía muerta en el suelo, y el calvo estaba justo debajo de el y los restos su cerebro y partes de su craneo cubrían el suelo del laboratorio.
Oyó un ruido a su espalda y se giró para comprobar que lo había producido, pero detrás de el no había nadie, solo vió la puerta entreabierta, de un salto se levantó para salir corriendo de la habitación en busca de nuevos objetivos.
—¿Que pasa? ¿Que pasa? — dijo apartandose del camino de la carrera de Penrod. El cientifico huía a toda velocidad hacia la salida y Victor pensó en que algo grave debía suceder en el despacho de Vorobiov para hacer salir en estampida a Steindel. Sacó el revolver y avanzó despacio hasta entrar en el lugar. Vió el cuerpo inerte de Polina. Luego vió a Vitaly con los ojos hundidos y tambien muerto. Vadik Vorobiov salía hacia afuera. Habia algo extraño en él
—¿Que sucede señor?— le preguntó alarmado.
Metros antes de que en su carrera Vadik saliera del laboratorio, Víctor entró en el con la pistola en la mano y le preguntó que sucedía. Podía haberle preguntado sobre el tiempo o sobre el último premio nóvel de química porque nada de eso importaba ya, pues su mente no procesaba en ese momento las palabras que oía, para el científico, Victor simplemente abrió la boca y emitió una serie de sonidos incomprensibles.
Siguió corriendo hasta darse de bruces contra el guarda de seguridad cayendo al suelo junto con él. Sorprendido por el movimiento de Vadik, Víctor ni siquiera tuvo tiempo de disparar el arma que llevaba en la mano cuando una lluvía de puñetazos, arañazos, cabezazos y mordiscos lo dejó inconsciente.
El torrente de golpes no cesó en ese momento, sino que siguió y siguió hasta que la cara de Víctor Novikov quedo irreconocible, convertida en una pulpa sanguinolenta, pues con sus enloquecidos golpes, las uñas y los dientes de Vadik habían despellejado toda la piel de su rostro y parte de los músculos faciales le fueron arrancados de su sitio una vez partidos los tendones que les unían a los huesos por las poderosas manos del engendro en el que se había convertido el químico, mientras toda la zona de la entrada al laboratorio se inundaba con la sangre del guardia y Vadik emitía un ronco sonido que era una mezcla entre dolor y satisfacción.
Los gritos se escuchaban dentro del búnker, resonando entre las paredes junto con el sonido de los golpes y el olor de la sangre cuando Penrod cerraba la puerta. Fuera todo parecía tranquilo pero allí dentro se estaba desatando un infierno. Mientras Steindel cerraba la gran compuerta aunando todas sus fuerzas se le vinieron a la mente algunas frases que había leido durante sus estudios sobre La revelación: "una catástrofe que sacudirá la Tierra Roja, un gran mal que debe ser sepultado con tierra".
Aquello estaba su cediendo, La Revelación existía. Y entonces Penrod empezó a correr alejándose del lugar y sin mirar atrás.
Fin de la escena. Continuará.