Partida Rol por web

Hernando había escuchado alguna vez una leyenda sobre unos chamanes o brujos de algunas tribus del Yucatán, capaces de transformarse en animales. Los Nahuales, les llamaban, aunque siempre había creído que de un cuento se trataba, hasta ahora que lo había podido ver con sus propios ojos.

El chaman le dio lo que parecía un valioso medallón al capitán, diciéndole que con el podría encontrar la tumba de la castellana, seguían las brujerías. Mala cosa y mala empresa pensó Hernando, aquello no le gustaba nada. Y luego lanzó unas gemas al suelo. Con la suerte de que estaba muy atento y pudo coger un buen montón de ellas, y salir pronto de la trifulca de golpes y empujones que allí se monto. 

Una vez apartado, miró lo que había conseguido, tenía 10 de aquellas gemas verdes, que seguramente valdrían una pequeña fortuna.-Manolito, con estos podremos darnos unos buenos días de juerga, si logramos salir bien parados de esta empresa.-

Fink entrecerró los ojos conforme escuchaba al tipo, asomándose más de la cuenta desde detrás del tonel. ¡Oh, claro que le sonaba de lo que hablaba! Ahora lo recordaba con claridad. Una interesantísima historia acerca de...

El brillo verdoso interrumpió su línea de pensamiento, y el viejo movió la cabeza siguiendo el brillo verdoso de las piedras preciosas que aterrizaban en cubierta, como si de una ajada urraca se tratase.

Saltando por encima del tonel con una agilidad impropia de sus arqueadas rodillas, Fink corrió a recoger tantas cuentas como pudiera, mordiendo alguna pantorrilla y empujando a quien estuviera en medio si era menester. Lanzando, eso sí, muy desconfiadas y temerosas miradas en dirección al chamán conforme recogía cuentas.

Cuando se acabaron las gemas, Fink regresó a su escondite a contarlas. Había recogido cinco de ellas. Las miraba con deseo y con miedo a la vez. Se le ocurrió entonces que podían estar malditas, y a punto estuvo de lanzarlas por la borda, pero le pareció más inteligente guardarlas en su bolsillo y gastarlas lo antes posible.

 - Kosom Lumil... confirmado Hernando, estamos jodidos -carraspeó las palabras con desgana. No dejó que las palabras del chamán le impresionaran, debía mantenerse rudo y estoico ante el resto de la tripulación.

Tan rudo y estoico, que cuando vio caer las gemas verdes apretó fuerte los labios e intentó mantener la compostura. Pagarnos no hará que estemos más tranquilos, truco barato, pensaba.

Aún así, con un movimiento sutil y disimulado del pie intentó pisar con la enorme bota una de las gemas que había caído justo a su lado. Al fin y al cabo era de los marineros que más se habían acercado a aquel tipo.

Tan sutil fue que no le dio tiempo a hacerlo, pues el ansia de los piratas ya había arramplado con todo. Sin cambiar el gesto, se mantuvo firme en su posición. 

 - ¿Puedo hablar, kapitein? -rugió para hacerse oír entre el ruido de la gente, y miró al nativo a los ojos- por curiosidad, ¿por qué debemos ser nosotros quien nos encarguemos de una tarea relacionado con vuestro Dios? Qué os impide hacerlo, nosotros no sabemos volar -eso último lo añadió con retintín. 

Hubo la suerte de toparse con Hernando y Fink, en la cuestión de las cuentas verdosas (sobre todo del primero), pudiendo atrapar por la resbaladiza cubierta bastantes de ellas. Mark, por su parte, hubo de atrapar una con la bota, no sin recelo (al igual que su compañeros).

¡Scott! ¡Bran! ¡Levantad al Contramaestre y dadle un poco de ron para que despierte! -gritó el capitán a dos de los marineros de la corbeta. Luego miró a Mark-. No es que sea nuestra incumbencia, y a la vez sí... He conocido la maldad que se cierte en este mundo y en el del más allá -Chiczahuila y Barbeau se miraron-, y si algo sé es que la brujería no es sólo cosa del demonio cristiano... En las Nuevas tierras hay demonios y dioses con los mismos caprichos.

Mi pueblo no es tan fuerte como vuestras armas y cañones, como para devolver los Ojos de Tlaloc a su estado natural... -apostilló Chiczahuila-. Para bien o para mar, los servidores de Tlaloc no podemos hacer nada, pero sí alguien como vosotros...

Y si no somos nosotros, otros harán el trabajo y cobrarán esas cuentas -continuó el capitán-. ¡Dad por sentado, marineros -gritó ahora para todos, para elevarles la moral-, que jamás haremos algo que no beneficie a la Liebre Parda y sus tripulantes! ¡Y a tí, viejo amigo -le dijo al chamán-, he de decirte que toda cosa de valor que nos encontremos será nuestra!

Chiczahuila asintió ante esa posibilidad de saqueo (sin otra opción, claro). Tras la pequeña arenga, los ansiosos marineros y piratas de la Liebre Parda rugieron ante las pretensiones de riqueza, aunque no todos lo hicieron (en parte por cierta desconfianza o por cierto recelo, aún, de aquel extraño tipo que se había "posado" en la cubierta.

Acto seguido, Chiczahuila realizó un ligero movimiento de mano y las ratas que aún ocupan la cubierta por completo se lanzaron al agua para desaparecer. Éste se transformó de nuevo en un águila y alzaró el vuelo perdiéndose en las alturas.