—ARQUETU—
El Arquetu parece un anciano de larga y rojiza melenas rizada, vestido con un hábito blanco salpicado de pintas moradas. Lo más característico es que en su frente tiene una cruz verde rodeada de llaves y candados pintados. Lleva colgado al hombro derecho una talega del color de las nubes cuando relumbra el sol y debajo del brazo izquierdo un arca de oro con adornos de plata y bronce pulido. Camina muy despacio y nadie sabe de dónde viene ni adónde va.
Recorre con su pequeño cofre los montes y valles de Cantabria ayudando a la gente y dando consejos para que ni los pobres ni los ricos malgasten sus caudales, pues le enfurece de sobremanera que los hombres malgasten su dinero en juergas y vicios. Durante sus viajes por toda la región, cuando se encuentra con alguien que han perdido su hacienda por estas causas, primero le reprende por su comportamiento derrochador, pero después se compadece de él y saca unas relumbrantes monedas del arca y se las da para que las invierta en su trabajo y las haga fructificar.
Pero, si el derrochador toma las monedas y se las gasta en sus vicios... el Arquetu le condena terribles castigos, desde pasar el resto de sus días pidiendo limosna por los caminos hasta convertirlo en un perro.
—EL ROBLÓN—
Cantabria, como habeis descubierto este verano, es una tierra de montañas, muchas de ellas llenas de bosques. El bosque es como una enorme casa variopinta, en la que conviven miles de seres, no solo hayas y robles sino también muchos animalillos: molestos mosquitos, garduñas, orugas, ratoncitos, pájaros, culebras (venenosas y no venenosas), escurridizos zorros, majestuosos lobos, enormes jabalíes, osos y otros muchos. Hay también otros muchos seres maravillosos que los más escépticos negaran su existencia, simplemente porque no han tenido la suerte de encontrarse con ellos.
Uno de ellos es el que da nombre a nuestro campamento, el Roblón: un gigantón más grande incluso que el ojáncano. Este ser es el roble más fuerte y alto de todos los montes de Cantabria.
Según cuentan los ancianos, el Roblón era un roble normal, aunque viejo, con un enorme agujero en el tronco donde se refugiaban conejos, zorras e incluso lobos, cosa que a él le traía sin cuidado. Pero, una tarde de tormenta se cobijó dentro de él una muchachilla a quien no parecía importarle el peligro de los rayos. Esta muchacha, excepcionalmente hermosa, con unos bucles castaños y unos ojos verdes, buscaba empapada y temblorosa calor, apretandose contra las paredes del árbol. Ante la próximidad de aquel tibio cuerpo y el aliento que salía de su sonrosada boca, el roble sintió como la savia corría más deprisa por sus ancianas carnes que, por así decirlo, cobraban vida y trataban de abrazar a la mocita. Aunque la joven se debatía ante tal insospechado apretón, no pudo hacer nada y murió entre aquellas paredes que vibraban ante su contacto y parecían incluso acariciarla.
Poco a poco, el árbol fue absorviendo la sustancia y humores de aquel cuerpo y transformandolos en savia que se repartió por todas sus ramas y hojas. Esta fuerza, tan distinta del aliento vegetal, hizo crecer desmesuradamente al roble, cuyas raices se extendieron robando el agua a los demás árboles y arbustos... y no solo el agua, sino tambien su propia savia y sustancia, hasta que morían huecos y resecos.
De esta manera, y gracias a esta mezcla de savias diferentes y sangre, al cabo de muchos años el roble fue adquiriendo un aspecto antropomorfo, con rasgos de las plantas a quienes había chupado la vida. Su larga cabellera era de hierba seca; su ancha y rugosa frente era de haya; la nariz era una rama de hermosa encina y las barbas era un auténtico bosque de brezo. Debajo de la cabeza y, a modo de brazos tenía dos grandes troncos de abedul, con multitud de ramas como dedos y las piernas, robustas y nervudas eran una acumulación de fresnos de todos los tamaños. De puro roble solo quedaban las poderosas mandíbulas y el corazón. En cuanto a los ojos, eran los mismos ojos verdes de la moza, que abrasados en dolor aparecían envueltos en una mata de espino que llenaba totalmente las cuencas, de modo que, por la noche parecían dos pequeñas lunas.
Cuando el roblón llegó al límite del crecimiento, sintió necesidad de moverse y tirando fuertemente de las raices de un lado arrancó la mitad de lo que tenía en la tierra, apoyándose luego en ella para poder sacar la otra mitad. Ahora se veía libre de la cadena de la tierra... podía andar.
A partir de entonces, el Roblón se convirtió en el azote de la montaña. Sus pisadas hacían temblar los montes, su respiración agitaba las ramas de los árboles y barría las piedrecillas del suelo. Su sombra parecía la de una nube. Ante su descomunal presencia nadie osaba hacerle frente. Destrozaba todo lo que encontraba en su camino, especialmente las fuentes, donde de vez en cuando refrescaba las raíces que tenía por pies.
Hay gente que dice que ha muerto, que unos leñadores consiguieron apagarle la luz de los ojos desviando un torrente hacia el lugar donde se hallaba tumbado un caluroso día y que poco después le prendieron fuego a la cabellera, y salió huyendo como una antorcha colosal. Lo que el fuego no consumió lo despedazaron los leñadores, y se dice que su leña calentaba mas que ningna otra... aunque otros aseguran que todavía, de vez en cuando, se le ve por algún valle sembrando el terror...¿Será el mismo Roblón o será otro roble que consiguió obtener vida? No obstante, si alguna lección debemos sacar de esto es que no debemos buscar cobijo en la tibieza de los grandes arboles, en las tormentosas noches de los veranos cántabros.
—TRASTOLILLO—
Entre los duendecillos hogareños nativos de Cantabria, el más conocido es el Trastolillo. Este ser es un duendecillo que vive cerca de las casas y entra en ellas a hacer travesuras. El Trastolillo es un ser juguetón, disparatado y atolondrado que siempre está riéndose. Es pequeño y más negro que el hollín, con melenas del mismo color.Tiene cara de pícaro y ojos muy verdes, colmillos retorcidos, dos incipientes cuernos en la testa y una cola de cabra que casi no se nota. Cojea de la pierna derecha debido a las caidas desde las chimeneas por donde entra en las casas cuando encuentra los ventanucos cerrados. Viste una especie de túnica roja que se hace de cortezas de aliso cosidas con hiedra y por sombrero lleva un gorrito blanco de madera desconocida en el monte.
Todas las cosas inexplicables que pasan dentro de casa tienen por autor al Trastolillo: él tira al suelo el saco de harina que el ama de casa deja bien alejado del borde de la mesa cuando se pone a hacer pan, se bebe la leche que pocos momentos antes llegaba hasta el cuello de la lechera, quema las gachas de maíz arrimando al fuego el puchero que ya había sido retirado, hace entrechocarse los utensilios de cocina que todavía siguen moviéndose cuando uno mira sin ver a nadie, esconde los zapatos, roba los calcetines, corre las aldabas de las ventanas por la noche para que el viento las haga chirriar.
Por lo general la gente sabe que detrás de todo está el Trastolillo y ni se sorprende ni asusta, pero hay veces en que se pone a hacer bromas más insospechadas y el que las sufre ni piensa por un momento que se deban a él. Por ejemplo, hay veces que en la oscuridad de la noche se pone a gemir quejumbrosamente y entonces toda la casa se alrma, se levanta todo el mundo preguntándose unos a otros por qué gemían, si les dolían las muelas, si estaban tristes, y se confunden sus explicaciones para al final volverse a la cama desvelados.
¿Y qué decir de sus pícaras risitas en esos silencios íntimos que quedan cuando en la alcoba el marido le dice a su mujer cosas tiernas con vocecita de niño? - Ji,ji,ji,ji,ji. Es el bribón del trastolillo. Y, como puede imitar perfectamente la voz de cualquier animal, ya sea el maullido de un gato, el gruñido de un cerdo o el rebuzno de un asno, los sustos que provoca son mayúsculos.
—EL MUSGOSO—
Nadie ha oído nunca su voz, hay incluso quienes dicen que es un ser mudo, incapaz de hablar, pero en los montes de Cantabria todo el mundo le respeta y le conoce y muchos son los pastores que le deben incluso la vida. El Musgoso sólo vive para hacer bien en el monte, para avisar de los peligros de la Naturaleza, del Ojáncano y de otros seres malignos.
El Musgoso es un hombre alto y delgado como un palo, de cara pálida, ojos pequeños y hundidos y barba negra muy larga. Viste una larga zamarra de musgo seco y sandalias de piel de lobo, se cubre con un sombrero de hojas verdes y lleva a la espalda un zurrón de cuero amarillo y brillante donde lleva siempre una flauta de una negra madera desconocida.
Siempre está caminando, muy lentamente, como si estuviera cansado, pero nunca se detiene. Jamas se ha parado a hablar con alguien o para comprobar el camino. Siempre se le ve de lejos, por los caminos que bajan al valle, por las veredas que bordean a los serpenteantes arroyos, por los senderos que suben a las más escarpadas montañas... Siempre sin pararse, moviéndose con su amplio vaivén de hombros y con las manos frotándose el pecho, como si estuviese helado.
A veces toca la flauta y, sin dejar de andar, interpreta dulces y a la vez tristes melodías que son inconfundibles, pero nunca por la noche, ya que por la noche silba. El sonido de la flauta del Musgoso hace que los pastores se protejan del
temporal que llega, guardando sus rebaños y buscando refugio. Algunas veces pasan años sin que se vea al Musgoso, pero los silbidos y la flauta siguen oyéndose por los prados y los bosques, cuando algo malo va a suceder ya que este misterioso ser es el mensajero de las calamidades. Los pastores saben esto y, si oyen su flauta, recogen rápidamente al rebaño, aunque no haya una sola nube en el cielo y los perros no gruñan ante el sonido de los lobos.
Otras veces lo que alerta a los pastores no es ni su silbido ni el sonido de su flauta, sino unos ruidos característicos como de una rama que se desgaja o una piedra que rueda monte abajo. Cuando la espesa niebla oculta totalmente el paisaje y un viandante oye estos ruidos, inmediatamente cambia de rumbo, pues sabe que si sigue por ese camino, se despeñará por algún barranco. Nadie sabe como el Musgoso hace estos ruidos, pero todos le escuchan atentamente, pues la vida les va en ello. Sea invierno o verano, haga calor o frío, aunque estén nevados los montes de modo que sea imposible acceder a las montañas continúa imparable su camino, arreglando incluso las vacías cabañas que han sido destrozadas por los vendavales antes de que los propietarios que han bajado a zonas menos duras vuelvan a su casa.
Y la flauta o silbo del Musgoso, eterno, inalterable, incansable por caminos y senderos, vuelven a resonar por el monte.
—LAS ANJANAS—
No todo en Cantabria son seres terribles y que buscan el mal de los cántabros. Entre todos los seres bondadosos de la Montaña destacan las Anjanas, las delicadas y populares benefactoras de la región.
La Anjana es una hermosísima ninfa de medio metro de altura, con ojos rasgados y brillantes que pueden ser negros o azules y que miran siempre directamente a los ojos, de forma serena y amable. Se adorna el dorado y ondulado cabello con una corona de brezo en la cabeza y dos largas trenzas decoradas con flores y lazos de seda multicolor. Al igual que el Arquetú, tiene una cruz encarnada en la pálida y tersa frente. Su voz es musical como la de los ruiseñores y tiene unas delicadas e imperceptibles alas semitransparentes y es capaz de vivir hasta cuatro siglos.
La Anjana va vestida con una larga y nívea túnica de lana fina con pintas relucientes, como estrellas y una larga capa azul con esclavina y pespuntes rojos y dorados, aunque en invierno porta una capa negra. Calza sandalias de piel de comadreja parda con hebillas de oro y lleva una varita de mimbre o espigo y una botellita donde guarda un líquido que cura casi todos los males. La Anjana suele refugiarse en cuevas recónditas de las que tanto abundan en Cantabria que, aunque a simple vista no lo parezcan son auténticos palacios con el suelo de oro y las paredes de plata.
Cuando un montañés tiene problemas, ya sea con su ganado, sus vecinos o en su familia, puede invocar una Anjana siempre y cuando haya tenido una conducta intachable como ser humano ya que su principal ocupación es recompensar el bien. Sin embargo, la Anjana también es capaz de castigar duramente a la gente, como la ocurrió a una joven de Tudanca a quien convirtió en piedra por desobedecerla. Por otra parte, parece que las Anjanas actúan como medio para un ente superior ya que tambien estas pueden ser castigadas, como por ejemplo si se enamoran de un mortal, acto que es terriblemente castigado, dado que es renegar de su propia esencia.
Un ejemplo de como las Anjanas son capaces de premiar y castigar a la vez los buenos y malos actos de la gente es la historia que se cuenta que ocurrió en un pueblecillo cántabro por el que deambulaba una anciana decrepita.
Toc, toc, toc
—¿Quien llama?—preguntó una voz femenina
—Una pobre peregrina que va de camino.
—¡No hay posada!
— Por caridad... Estoy cansada...Me sangran los pies.
—¡Que Dios la ampare!
Y la vieja, llorando continuo el camino parándose a llamar dos puertas mas adelante
Toc, toc, toc
—¿Quien llama?—preguntó una voz, esta vez masculina
—Una ancianita que se cae de sueño.
—¡No hay posada!
—Se lo ruego... Nieva mucho y mis manos se congelan...Dormiré en el pajar.
—¡Que no hay posada!— gritó la voz
Toc, toc, toc
—¿Quién es?
—Una vieja muy vieja sin hijos ni nietos, muerta de hambre; muerta de frío.
—Siga el camino, vieja. ¡Será una brujona que va a Polaciones!
—No soy bruja. Soy una anciana con la capa rota y el corazón partiu.
—No tengo establo, ni tengo pajar. Siga el sendero y déjenos descansar.
Y así la vieja continuo el camino llorando hasta que vio una puerta entreabierta donde la anciana volvió a acercarse.
Toc, toc, toc
—¿Quién llama?
—Una vieja que va de camino.
—Que pase la pobre vieja y aquí descansará.
—Gracias a Dios que encontré la caridá...
Cuando entro en la casa la anciana se sintió en familia: una mujer de su edad cocinaba, otra mas joven ponía la mesa y cuatro chiquillos estaban esperando con los cubiertos en la mano. Todos se volvieron a sonreír a la anciana peregrina.
—No tenemos mucho, pero lo repartimos bien— dijo el hombre con una sonrisa en el rostro.
La anciana participó en la modesta cena del leñador y luego, a la hora de acostarse le prepararon un lecho junto a la lumbre. A la mañana siguiente, la viejecita se despidió de la familia que la había acogido, el hombre se fue al monte, pues era leñador y las mujeres y niños comenzaron con sus rutinas.
Poco a poco el pueblo fue amaneciendo con sus habituales sonidos: mugidos de vaca, puertas del corral, el cantar de los gallos, calderos en las cocinas...pero no todo es normal. En el pueblo había un murmullo, nadie hablaba de ello , ni se atrevían a salir de casa. La gente se asomaba con cautela a ver si alguien aparecía por la calle. El herrero se asomó rascándose los brazos. Su mujer estaba a su lado, rascándose el cuello. Los hijos no paraban de rascarse las piernas mientras desayunan. El tabernero y su familia esperaban también a que alguien les explicase lo que estaba ocurriendo.
Todos se rascaban pero ninguno quería que sus vecinos lo noten, esperando que se pasase pronto. En la panadería, el panadero se rasca y no puede hacer la masa, lo que provoca las quejas de las mujeres que acuden rascándose a primera hora. ¿Y por qué no suena la campana? ¿También se rasca el sacristán? ¿Y el cura? Seguramente pues nadie da señales de vida.
Todo el mundo se rasca y no pueden parar. Todos. Tienen la sarna. Todos menos uno: el leñador y su familia siguen trabajando sin molestia alguna. Sube el sol y algunos intentan aventurarse a trabajar pero son incapaces de hacerlo debido a los picores y finalmente todos se acercan a la plaza del pueblo. Allí descubren que el único que no se rasca es el leñador y su familia. Normal. Siempre ha sido un tipo muy raro.
Por tanto, como no pudieron hacer sus tareas, el leñador abandonó el hacha y trabajaba de todo. Su mujer y sus hijos también ayudaron con lo que, poco a poco fue ganando dinero vendiendo sus servicios. Así le recompensó la Anjana aquella noche por su generosidad, pues la anciana era una Anjana transformada. Mientras tanto, los demás vecinos, inactivos vieron mermar sus bienes por no explotarlos. Así castigó la Anjana al pueblo que no se digno a ayudar en una noche fría a una anciana. A partir de entonces, la sarna se extendió por todo el mundo y todavía es muy común, a pesar de los remedios que la ciencia ha inventado para remediarlo.
—LA MONUCA—
Cuenta la leyenda, que cada once años, nacen en plena primavera las monucas, un cruce del gato montés y de la garduña, también llamada rámila en algunos pueblos de la región. Ciega y sin colores al nacer, su alumbramiento tiene lugar en una cueva. Tras ello vaga a tientas por el monte hasta cobrar la visión, momento en que regresa a su cubil para matar a su madre a la que chupa la sangre y arranca los ojos. Desde ese momento se refugia cerca de los ríos hasta adquirir su peculiar colorido; su cabeza es blanca como la lana de las ovejas, mientras su cuerpo es rojo, azul y negro con una cola morada. Se alimenta en los prados de saltamontes y tórtolas que caza, asi como de la sangre que chupa a corderos y niños. Cuando cumple cinco años su tamaño le impide correr o subirse a los árboles por lo que acaba suelen ser cazadas por el gato montés que, vengando la muerte de la garduña, la deja ciega a su suerte. Así la monuca acaba sus días despeñada o cazada por un animal salvaje.
Las monucas quieren a los hombres, así el hombre que coge una y la lleva a su casa tiene suerte para toda la vida. Sin embargo, aborrecen a las mujeres, a quienes araña la cara e intenta sacar los ojos, como hiciera con su madre, antes de escapar.
—LA GUAJONA—
Guajona es un ser terrible y abominable que ha aterrorizado a muchos niños y padres en siglos pasados. Cada vez que un niño amanecía pálido y agotado, las madres suelen achacarlo a que no han comido, a que algo les ha sentado mal o a que están enfermos. En Cantabria sin embargo, hay otra explicación: la Guajona, a quien en otras tierras llaman lamia.
Es una vieja delgadísima y siniestra, que siempre va cubierta de la cabeza a los pies con un manto negro. Lo único que puede verse de ella son las manos renegridas y sarmentosas, los pies, que son patas de gallo y la cara... una cara amarillenta y apergaminada, consumida, cubierta de pelos y verrugas con ojos diminutos y brillantes como estrellas. Su nariz es aguileña y lo más terrible de todo es su boca... de entre sus labios delgados y descoloridos sale un único diente, negro, enorme como un puñal que le llega incluso por debajo de la barbilla.
La Guajona no vive de día y nadie sabe donde se esconde, aunque no pocos son los que creen que se esconde bajo tierra, como los topos. Por la noche sale y pasa como una sombra, ocultándose en la oscuridad. Entra en las casas sin hacer ruido, se acerca a niños y jóvenes sanos cuando están durmiendo y les clava ese largo diente y afilado en una vena, bebiéndoles la sangre y dejándolos descoloridos.
—EL BASILISCO—
El basilisco es un extraño animal con forma de reptil, pero con patas, pico y cresta de gallo y con el terrible poder de matar con la mirada. De la cresta de tres puntas le viene el nombre, que significa reyezuelo. Conocido en varias partes del mundo desde hace muchos siglos ha desaparecido de casi todas partes, pero todavía siguen algunos ejemplares vivos en Cantabria, aunque afortunadamente son muy escasos.
Y es raro porque las condiciones que tienen que darse para el nacimiento de un basilisco son muy especiales. EL basilisco nace de un huevo que pone un gallo viejo poco antes de morir en una noche despejada y de plenilunio exactamente a medianoche. Hoy en día son raros los gallos que viven a la intemperie para poder poner su huevo a la luz de la luna, y muchisimo mas raro que un gallo llegue a viejo, Pero, cuando por una infeliz coincidencia de circunstancias se reunen dichas condiciones, al amanecer del día siguiente se ve entre la hierba, encima de unas hojas secas o de un montón de estiercol, pero nunca en un nido, un huevo completamente esférico y blanco.
Al cabo de unos días, la cáscara, que no es dura sino blanda y correosa, se abre y aparece un ser que ya tiene todas las caracterrísticas de un adulto (incluyendo la mortal mirada), es decir: el pico, las patitas y la cresta, Nadie se explica como un gallo puede poner un huevo semejante ¿Acaso se aparea con lagartijas o culebras? Y de ser así ¿Porque no ponen el huevo estas? La ciencia no ha logrado desentrañar este interrogante quizás porque la observación de este fenómeno es prácticamente imposible.
En efecto, según cuentan las leyendas y los antiguos testimonios de los montañeses que han oído hablar alguna vez de los basiliscos, si el gallo que se prepara a depositar su huevo, nota la presencia de alguien en las proximidades, se inhibe y no lo pone. Además no se puede olvidar el peligro que supone observar el huevo ya que este puede abrirse en cualquier momento.
Segun parece, el poder de la mirada del basilisco, que no levanta mas de un palmo del suelo, radica en el fuego. Un fuego intenso y penetrante que fulmina a quien lo mira, ya sea animal o persona. El unico animal que se atreve amirarlo de frente es la comadreja, que aficionada a comer todo tipo de aves y reptiles, tiene una saliva que resulta mortal para el basilisco. También se dice que la salamandra es invulnerable a la mirada del basilisco, puesto que lo es al fuego en general.
Además del veneno de la comadreja hay otros dos medios para matar a un basilisco: el canto de un gallo, que lo ahoga en cuanto lo oye y la antigua estratagema que ya usó Perseo con Medusa, es decir, hacer que el basilisco se mire en un espejo para que sea victima de su propia mirada. Incluso se tiene noticias de leñadores y pastores que han encontrado a basiliscos muertos junto a un arroyo ya que al ver su reflejo en las aguas fue victima de su propia arma. Es raro encontrarlos así, puesto que los basiliscos no beben agua, sino sangre de ave.
—ALICORNIO—
Poquísimas son las personas que han logrado ver a este extraño y maravilloso animal. Parecido a un caballo blanco con patas de gamo, el alicornio destaca por su cola de león y el largo y retorcido cuerno tricolor que tiene en su cabeza purpúrea donde también brillan unos hermosos ojos azules. A causa del cuerno, el alicornio puede confundirse con su místico pariente, el unicornio pero tienen varias diferencias. La primera de ellas son los colores del cuerno que mientras que en los unicornios son blancos o negros, en el caso del alicornio son tricolores, siendo blanco en la raíz, negro en el centro y rojo en la punta. La otra gran diferencia son las pezuñas que estan dotadas de unas pequeñas alas que dan origen a su nombre. Esto explica la increíble velocidad a la que galopaba, pues los pocos pastores que lo vieron cuentan que rebotaba de risco en risco como una centella. Se dice que vivía en los lugares más inaccesibles de las cumbres, allí donde siempre hace sol porque las nubes no llegan tan alto. Sólo bebe agua de los manantiales más puros y come las mas tiernas flores de los montes.
La única manera de capturarlo es atraerlo con una hermosa y pura jovencita, que utilizada como cebo atraerá al maravilloso equino. El alicornio se acercará lenta y mansamente, momento que debe ser aprovechado por los cazadores para abatirlo con rapidez pues se sabe que a quien bebiera del cuerno del alicornio (una vez arrancado y transformado en vaso) nunca le haría daño ningún veneno ni sufriría ningún otro tipo de mal. Hay que abatirlo con velocidad, pues se cuenta el caso de un alicornio que, andose cuenta de la presencia de los cazadores, se vengo de la jovencita que había servido de cebo atravesando su abdomen con el afilado cuerno y matando lenta y dolorosamente a la chiquilla. Sin embargo, el alicornio se quedó con el cuerno enganchado en el gran roble donde habían atado a la chica, ahora agonizante y los cazadores le dieron muerte con gritos desesperados por el final de la muchachilla.
—EL DUENDE ZAHORÍ—
Este es uno de los pocos duendecillos de las regiones cántabras que no se dedica a divertirse asustando y molestando a los lugareños. De aspecto desaliñado, es pequeño, moreno, con una cara redonda, nariz larga y afilada, ojos negros y grandes y pelo rubio. Su voz es ronca, como si estuviera enfadado, pero en realidad es muy alegre y su risa es larga y burlona. Se viste con una zamarra roja y siempre anda corriendo de un lado a otro.
Este duende, es especialmente conocido por su gran capacidad de orientación y sobre todo, por su instinto para recuperar y encontrar todo tipo de cosas. Cuando una persona ha perdido algo dentro de La Tierruca, tiene que lanzar un pequeño salmo, muy facil de recordar para invocarlo.
Duende, duende, duendecito,
una cosa yo perdí;
duende, duende, duendecito,
compadécete de mí.
Si la persona que lo invoca es buena, el duende llega velozmente a escuchar la petición del desolado hombre, mujer o niño. Este pondrá todo su empeño en encontrar el objeto perdido, ya sea un colgante o una oveja, un perro o una diadema. Tras escuchar con atención la descripción del objeto o animal perdido, hace una indicación al que lo invocó para que le siga pero en lugar de dirigirse rapidamente y por el camino mas corto, guía al invocador por caminos angostos, dando muchos rodeos. De este modo, comprueba la voluntad de encontrar el objeto y la confianza del invocador. Si ve que este empieza a impacientarse y a dudar de él desaparece de repente y luego, ya solo, recupera el objeto y se lo regala a algún necesitado. Sin embargo, tiene un corazón de oro y si el que le sigue es un niño o anciano que empieza a cansarse no tiene problemas en cargarle a hombros, pues pese a las apariencias es muy fuerte.
A pesar de su bondad, no es un ser al que convenga enfadar o llamarlo en vano, pues se sabe de la historia de un pastor que, estando en el pueblo tomando unos porrones, le invocó para que encontrase dos ovejas que no había perdido y comenzó a burlarse de él. El duende le preparó una broma por la que el pastor perdió el rebaño entero, encontrandolo todo salvo las dos ovejas que había reclamado en un principio y quedando en ridiculo ante todo el pueblo.
—LAS MOZAS DEL AGUA—
Son unas muchachitas que viven en suntuosos palacios en algunas fuentes y ríos de Cantabria. Por su hermosura y riquezas se parece a las Anjanas, aunque las mozas del agua no tienen tantos poderes, pero son riquísimas.
Son muy pequeñitas y se cubren con capitas de hilo de oro y plata. Tienen rubias las pestañas, las cejas y el pelo, que recogen en largas trenzas. En la mano derecha llevan unos anillos blancos y en la muñeca izquierda un brazalete de oro con franjas negras.
Los días de sol salen del agua y extienden sobre la hierba para que se sequen unas madejillas de hilo de oro que han hilado durante toda la noche en sus palacios. Pues las mozas del agua nunca duermen. Mientras las madejillas se secan, se cogen de la mano, y en corros cantan y bailan llenas de alegría.
Mientras van bailando, brotan de cada pisada unas florecillas que flotan en el aire como la espuma. Se dice que si alguien consigue coger una antes de que se deshaga, será feliz toda la vida.
Cuando las madejas están secas, las recogen y se disponen a volver a sus palacios sumergidos, pero a veces, hay algún joven que coge un cabo suelto de una de esas madejas. Entonces las mozas del agua tiran todas juntas de la madeja y arrastran al muchacho al agua, pero éste no se ahoga, sino que ellas le llevan a su palacio y allí tiene derecho a elegir a las más bella y casarse con ella. Ahora ya pertenece al reino de las aguas y no volverá a tierra más que una vez, el día más largo del año. Sale de las aguas con su esposa y con ella recorre los senderos de los bosques, dejando junto a un árbol o encima de una roca un anillo, un broche o un collar.
Estas joyas son invisibles para todos, excepto para las doncellas virtuosas, de modo que éstas enseguida ven las joyas y las guardan durante toda su vida, pues son una especie de talismán que les confiere la cualidad de curar cualquier enfermedad con el agua de un río o de una fuente.La mayor parte de las curanderas que quedan en Cantabria deben sus dones a una de estas joyas que encontraron de jovencitas.
—EL OJANCANO—
El ojáncano es un monstruo maligno de la mitología cántabra, infortunio de Cantabria, personifica el mal entre los cántabros y representa la maldad, la crueldad y la brutalidad. De carácter salvaje, fiero y vengativo, esta criatura habita en las profundas y lúgubres grutas de los parajes más recónditos de La Montaña y cuyas entradas suelen estar cerradas con maleza y grandes rocas. Los más viejos contaban que daba miedo ver al ojáncanu andar por encima de la nieve en las noches claras de enero. La mitología recoge la creencia de que los desfiladeros y barrancos han sido hechos por estos míticos personajes.
Ojalá te quedes ciegu,
ojáncanu malnacíu,
pa arrancarte el pelo blancu
y te mueras maldecíu.
Este gigante antropomorfo posee un aspecto descomunal, con un único ojo similar a un cíclope, su voz es grave y profunda como un trueno. Todo su enorme cuerpo está cubierto por un pelo áspero y rojizo proveniente de la espesa melena y la barba, de donde le crece un pelo blanco, el único punto débil del ojáncano. Si se le consigue arrancar tras cegarle el único ojo que tiene en su frente, muere.
Por otro lado la tradición dice que tienen mucho miedo a los sapos voladores y a las lechuzas. Cuando un sapo volador toca al ojáncanu este muere si no consigue una hoja verde de avellano untada en sangre de raposo.
Los ojáncanos se alimentan de bellotas, de las hojas de los acebos y de los animales y panojos de maíz que roba. Pero también come murciélagos y aves como las golondrinas, además de los tallos de las moreras, y suele hurtar a los pescadores las truchas y las anguilas.
Entre las maldades que la mitología cántabra atribuye a este ogro está el de derribar árboles, cegar fuentes, robar ovejas, raptar a jóvenes pastoras, destruir puentes, matar gallinas y vacas, abrir simas y barrancos, arrastrar peñas hasta las camberas y brañas donde pasta el ganado, rompe las tejas, robar imágenes en las iglesias y dejar bojonas (con cuernos defectuosos) las vacas. Además, siembra entre los lugareños el rencor, la soberbia, la envidia y el hurto. A los recién nacidos se les protegía para que no fuesen raptados por ellos con ungüentos de agua bendita.
—LA OJÁNCANA—
La ojáncana es la hembra del ojáncano, y al igual que él, un personaje sanguinario con un aspecto similar e igual de aterrador que el Ojáncano. Al contrario que el Ojáncano, la hembra posee dos ojos totalmente cubiertas de legañas. La Ojáncana es también muy peluda aunque carece de barba y su largo pelo estropajadomle cubre toda la espalda. Es chata, de belfo caido y tiene dos colmillos afilados en espiral, especializados en despedazar niños, su manjar favorito. Sin embargo, lo más característico de la Ojáncana son sus enormes pechos, rollizos y caidos, que la cuelgan hasta el vientre de modo que, cuando corre enfurecida,, se les hecha por encima de los hombros para que no la estorben.
La reproducción de estos seres, ojáncanos y ojáncanas, es extremadamente peculiar dado que no forman una auténtica familia ni tienen relaciones de ningún tipo para procrear (aunque a pesar de todo, estos dos seres viven juntos). Cuando un ojáncano está viejo, los demás lo matan, le abren el vientre para repartirse lo que lleve dentro y lo entierran bajo un roble, árbol junto al tejo con connotaciones míticas en Cantabria. Transcurridos nueve meses afloran del cadáver unos enormes y viscosos gusanos de color amarillo que dicen que olían a carne podrida y que durante tres años son amamantados por una ojáncana con la sangre que brota de sus grandes pechos, convirtiéndose posteriormente en ojáncanos y ojáncanas. La gran mayoría de ellos mueren aplastados en esta fase.
—TRENTI—
El Trenti es un ser pequeño, tiene la cara negra y los ojos verdes y al igual que el Trastolillo, es un bribón de cuidado. El Trenti sin embargo no entra en las casas, pues es duende de los bosques. Para pasar desapercibido entre la vegetación lleva por todo vestido una túnica de hojas de castaño y musgo. Se alimenta de endrinas y maíz y bebe leche en abundancia, pero no agua, que es veneno para el. En verano duerme entre la maleza fresca al pie de los arboles y en invierno se refugia en las hondanadas. No hay pastor en Cantabria que no haya oído hablar de él, pues a todos les gasta bromas.
A veces se sube a un árbol con unas chinitas en la mano y las tira sobre el follaje cuando pasa alguien caminando, haciendo que su víctima piense que hay alguna culebra, o jabalí. Si es muy miedoso, se rie a carcajadas. Si es algún valiente, se complace en quebrantarle la moral burlandose de él, pues cuando se pone a buscar entre los helechos al animal causante del ruido, tira otra china a los zarzales y cuando el valiente busca en los zarzales tira otra a los helechos, entreteniéndose así hasta que se le acaban las chinas o hasta que no puede aguantar mas, explotando en carcajadas.
Quien mas lo temen, sobre todo por la noche, son las muchachas que vuelven del campo, pues se camufla entre las matas del camino, y cuando pasan, las tira de las faldas, de manera que ellas, que ya van un tanto encogidas por la hora, dan un salto y salen corriendo, imaginando que algún monstruo o descarado quiere retenerlas. Por eso suele decirse en Cantabria de una moza brava y bien puesta: "A ésa no la asusta ni el Trenti."
A este respecto, cuenta la historia, que una moza, en realidad no tan moza, pues era solterona, que salía adrede al atardecer por los caminos para que el Trenti la tirara de las faldas y le diera unos pellizcos en las pantorrillas. Al principio él hacia lo que solía con todas. Al cabo de un tiempo notó el Trenti que la vieja moza no solo no se asustaba, sino que arrimaba la pantorrilla y el Trenti se cansó de aquel juego que no le producía diversión alguna. Mas, como ella seguía frecuentando el camino cada tarde y acercando las faldas a los matorrales, acabó compadeciéndose de ella y buscó una solución: llamó a una Anjana, le pidió que hiciera algo por la moza y la Anjana la convirtió en vaca. Por eso a las vacas les gusta tanto restregarse contra los arboles y arbustos.
Sin embargo el Trenti no es un ser malvado, y tiene especial cariño por los niños y ancianos a quienes trata de proteger dentro de lo posible del ojáncano y otros seres, ayudándoles a salir de los bosques cuando se pierden.
—ESPUMEROS—
Los Espumeros son unos simpáticos seres marinos de las costas cántabras. Se llaman de este modo porque cuando están juntos, que es casi siempre, les encanta jugar con la espuma, ya sea en la cresta de las olas, por las que corren sin hundirse, o cuando revolotean sobre las estelas de los barcos, uno de sus pasatiempos. Son hombrecillos pequeñucos, como niños regordetes, y visten una túnica del color de las algas.
No se alejan mucho de tierra, en la que a veces se internan por diferentes razones, pues son ellos quienes recogen flores en los prados y bosques para hacer collares a las sirenas y ellas, a cambio, les regalan hermosas caracolas. Cada uno tiene la suya, diferente de las demás. Cuando va a haber tormenta suben a los acantilados y soplan al tiempo sus caracolas para avisar a los pescadores de que deben volver a puerto.
Son rubios o morenos. Los morenos tienen unos ojos tan brillantes que, cuando la niebla nocturna oculta todas las luces de la costa, se colocan delante de los barcos y van guiandolos como si fuesen faros. Los rubios son muy guapos y suelen colarse en las casas para escuchar las conversaciones y llevar las noticias al padre, marido o novio marinero.
—EL HOMBRE PEZ DE LIÉRGANES—
En un lugar de Liérganes vivió a mediados del siglo XVII el matrimonio formado por Francisco de la Vega y María de Casar, que tenían cuatro hijos. La mujer, al enviudar, mandó al segundo de ellos, Francisco, a Bilbao, para que aprendiera el oficio de carpintero. Allí vivía el joven Francisco cuando, la víspera del día de San Juan del año 1674, se fue a nadar con unos amigos a la ría. El joven se desnudó, entró en el agua y se fue nadando río abajo, hasta perderse de vista. Según parece, el muchacho era excelente nadador y sus compañeros no temieron por él hasta pasadas unas horas. Entonces, al ver que no regresaba, le dieron por ahogado.
Cinco años más tarde, en 1679, mientras unos pescadores faenaban en la bahía de Cádiz, se les apareció un ser acuático extraño, con apariencia humana. Cuando se acercaron a él para ver de qué se trataba, desapareció. La insólita aparición se repitió por varios días, hasta que finalmente pudieron atraparle, cebándole con pedazos de pan y cercándole con las redes.
Cuando lo subieron a cubierta comprobaron con asombro que el extraño ser era un hombre joven, corpulento, de tez pálida y cabello rojizo y ralo; las únicas particularidades eran una cinta de escamas que le descendía de la garganta hasta el estómago, otra que le cubría todo el espinazo, y unas uñas gastadas, como corroídas por el salitre. Los pescadores llevaron al extraño sujeto al convento de San Francisco, donde, después de conjurar a los espíritus malignos que pudiera contener, le interrogaron en varios idiomas sin obtener de él respuesta alguna. Al cabo de unos días, los esfuerzos de los frailes en hacerle hablar se vieron recompensados con una palabra: LIÉRGANES.
El suceso corrió de boca en boca, y nadie encontraba explicación alguna al vocablo hasta que un mozo montañés, que trabajaba en Cádiz, vino a comentar que por sus tierras había un lugar que se llamaba así. D. Domingo de la Cantolla, secretario del Santo Oficio de la Inquisición, confirmó la existencia de Liérganes como un lugar cercano a Santander. Juan Rosendo, fraile del convento, se encaminó con él hacia Liérganes. Cuando llegaron al monte que llaman de la Dehesa, a un cuarto de legua del pueblo, el religioso mandó al joven que se adelantase hasta él. Así lo hizo su silencioso acompañante, que se dirigió directamente hasta Liérganes, sin errar una sola vez en el camino; ya en el lugar, se encaminó sin dudar hacia la casa de María de Casar. Esta, en cuanto le vio, le reconoció como su hijo Francisco, al igual que sus hermanos que se hallaban en la casa.
El joven Francisco se quedó en casa de su madre, donde vivía tranquilo, sin mostrar el menor interés por nada ni por nadie. Siempre iba descalzo, y si no le daban ropa no se vestía y andaba desnudo con absoluta indiferencia. No hablaba; sólo de vez en cuando pronunciaba las palabras "tabaco", "pan" y "vino", pero sin relación directa con el deseo de fumar o comer. Cuando comía lo hacía con avidez, para luego pasarse cuatro o cinco días sin probar bocado. Era dócil y servicial; si se le mandaba algún recado lo cumplía con puntualidad, pero jamás mostraba entusiasmo por nada. Por todo ello se le tuvo por loco hasta que un buen día, al cabo de nueve años, desapareció de nuevo en el mar sin que se supiera nunca más de él.
pongo solo la leyenda, que poner los hechos registrados historicamente me llevaría muchos post XD
—EL CUEGLE—
Aunque las Anjanas son seres de bondad pura hay algunas que, victimas de una maldición se transforman en auténticas brujas. Las Anjanas pervertidas se unen cada treinta años con osos viejos y, veinte meses después dan a luz al cuegle. Este es un ser rarísimo que, aunque tiene cuerpo de animal, anda erguido. Tiene tres brazos sin manos o dedos, cinco filas de dientes, un cuerno rechoncho y tres ojos en su cabeza: uno verde, uno rojo y uno azul. Aunque su piel es negra, tiene el brazo derecho lleno de manchas verdes y una en el cuello que se parece a un collar de color rojo y que de noche brilla como el fuego. Es muy voraz y tiene un estomago más que las vacas por lo que tolera casi cualquier tipo de alimento.
De pequeños, sus madres los alimentan con hojas de roblillo y acebo, pero pronto se aficionan a la carne y se convierten en unos devoradores de criaturas, especialmente de garduñas y zorros. En invierno, cuando no pueden salir de sus guaridas por la nieve se alimentan de gusanos que encuentran escarbando en la tierra con el cuerno. También comen niños pequeños y bebes (con la cuna y todo). Para evitar esto, las madres ponen en la cuna una rama de acebo o roblillo y, al llegar el cuegle, sienten tantas nauseas al olerlo que han de salir corriendo, pues no aguantan el olor de las hojas con las que les cebaron de pequeños.
Uno de los cuegle que mas ha dado que hablar fue el de Sopeña, en el valle de Cabuérniga. Vivía cerca del pueblo, en la cueva Peñona y tenía aterrorizados a los habitantes, pues nunca satisfacía su hambre. Los domingos, mientras la gente estaba en la iglesia, bajaba del monte, entraba en las casas y devoraba todo aquello que encontraba. Una vez consiguió colarse en la despensa del vecino mas rico del pueblo y comió cinco panes de centeno, cuarenta chorizos, dos morcillas, un lomo, dos celemines de castañas y uno de nueces, con cáscaras y todo, además de dos docenas de huevos y el gallo y las seis gallinas que había en el gallinero. Fue esta voracidad la que acabo con su vida, pues comía tanto que le daban unos tremendos dolores de estómago que calmaba con una pasta de harina y pan de culebra.
Un día se enteró de que unos vecinos habían enterrado a una vca que había muerto de vieja, y su carne no podía aprovecharse. Sin dudarlo un momento la desenterró y se la comió entera. Más tarde se dirigió a su cueva a dormir hecho una bola, como duermen los cuegles y, al saltar de una peña a otra se desequilibró cayendo por un barranco y matándose instantáneamente. Mas tarde un osos devoró su cadaver. Los habitantes de Sopeña lo lamentaron mucho, pues cuando un cuegle muere de viejo, de su cuerpo putrefacto salen unos gusanos gordísimos y de color rojiblanco, que se convierten en babosas. Quien consigue hacerse con una de estas babosas la suerte no le abandonara jamás pues vivirá cien años, tendrá buenas cosechas y el Ojáncano no le hará ningún mal.