Partida Rol por web

Tras haber colocado los dos medallones correctamente la puerta de piedra se deslizó hacia el interior como por arte de magia. El santuario te estaba invitando a entrar ¿significaba que eras digna de conocer el mayor de sus secretos? Parecía que la respuesta era sí.

Avanzaste con lentitud, sobre un pasillo más ancho que de costumbre y ornamentado con columnas que hacían de soporte para aquella especie de templo oculto subterráneo.

El olor era rancio, pero la curiosidad hacía no detenerte hasta que un sonido te obligó a ello.

Se trataban de pisadas, pisadas que a simple vista parecían ser de un animal, o al menos que pesaba tanto como uno de ellos pero lo sorprendente es que era… ¿bípedo?

En pocos segundo se reveló una imagen que jamás se borraría de la mente: una criatura mitad humana, mitad animal se acercaba entre gruñidos.

El miedo te hizo estar paralizada hasta que la criatura se detuvo a escasos dos metros.

Con cuidado, aquella aberración empezó a acercarse más a ti, a olisquearte como animal que parecía ser. El sudor corría por tu frente.

Tras hacer aquello, la criatura se giró para dirigirse a un lujoso trono hecho de oro y se sentó en él. El acceso al asiento estaba varios peldaños más arriba haciendo que aquella criatura obtuviese la perspectiva de todo un emperador.

En un acto que parecía premeditado, la criatura alzó la voz y con un tono gutural empezó a decir algo en un idioma que podía ser egipcio arcaico.

Como no eras entendida en la materia no podías distinguir nada

El miedo ya la había paralizado tantas veces, que una más no importaba. 

Pero, que no importara, no significaba que no lo tuviera.

Beth se quedó estática delante de aquel ser, aquel dios, aquella aberración.

Impotente, tampoco le entendía. ¿Qué podía hacer? Podía enfurecerle según lo que hiciera, y ya no había duda de que eso significaba la muerte. Otra muerte, la suya, la definitiva. Después de su muerte la página pasaría, el libro se cerraría, y aquella ratonera dormiría hasta que otros ilusos quedaran atrapados en ella.

Lentamente levantó las palmas hacia arriba, llena de sangre como estaba, en señal de paz. Tenía que mirarle de abajo arriba, como si se tratara de una súbdita. No lo desafió. 

-Mi nombre es Beth. He dejado tras de mi tres muertes: al hombre que más quería, y a dos buenas personas más. Sólo deseo salir. Que esto acabe...

Lo susurró, más que lo dijo. Si era un dios le oiría. Y la entendería.

Y entonces se arrodilló ante él, y venció la cabeza. Como haría una verdadera súbdita. Cerró los ojos, y al hacerlo recordó los jeroglíficos:

"El sol protege a los que nacieron ciegos" 

"Solo los devotos al Sol llegarán a su destino''

"El Sol es Justicia"

Esperó, en silencio y vasallaje, que así fuera...

La criatura te observó lentamente, parecía relajada ¿quizás la palabra era conforme?

Con esa misma parsimonia se dio la vuelta y caminó lentamente hasta el trono; fue entonces cuando sucedió algo realmente increíble.

En cuanto el cuerpo tomó contacto con el material de la silla, la grotesca criatura empezó a adoptar forma de mujer, una hermosa mujer morena con ropajes egipcios que deleitaban con su máximo esplendor.

De manera sobrenatural, todas las antorchas se encendieron generando una luz que inundó todo el lugar, revelando el desgaste corporal de la única superviviente a esta aventura.

Con un tono de voz dulce pero firme, la mujer alzó el brazo.

- Álzate, oh mujer - después lo bajo, claramente te estaba dando "permiso" para dejar de arrodillarte.

- Te felicito por haber llegado hasta aquí, por haberte mostrado digna ante los ojos de las hijas del Sol - ahora su semblante se tornó algo más entristecido.

- Sin embargo aflige mi alma el saber que mis días aquí aún no han acabado, puesto que todavía la elegida no ha llegado a desvelar este secreto como has hecho tú - ¿Se referiría a Istar?

- Pero no por ello voy a dejarte sin recompensa, puede que lleve aquí vigilando este santuario desde 1941, pero no he olvidado las leyes del Sol... por favor, acércate ante mi y extiende tu mano... -

Con delicadeza y con unas manos que tenían tacto de seda, la extraña mujer te hizo entrega de un pesado anillo de oro. No obligó a que te lo pusieras, simplemente te lo entregó.

Después de aquello y tras su espalda, se reveló un pasillo secreto que parecía ascender ¿se trataba de la salida de la pirámide?¿era el final de aquella pesadilla? Sin embargo parecía que tenías que salir ahora, no podías volver atrás...

No había esperado ese milagro, o lo que fuera. No sé realmente qué había esperado, porque después de todo el recorrido y el dolor, la oscuridad y la muerte, lo más lógico es que en ese momento todo hubiera acabado para mi también.

Sin embargo llegó la luz, en forma de mujer. Y la paz, y la serenidad. Quizá la muerte también había acogido así a Adam, y a Safiya, y a la pequeña Istar. 

Habló con palabras musicales, con sonidos de miel. Habló, y comprendí, quizá hablaba directamente a mi mente. 

Me alcé, temblorosa, agotada. Tendí la mano, como me pedía. Y el anillo brilló en la palma de mi mano.

Me lo puse, sin dudarlo. Encajó en mi dedo como si hubiera estado forjado en él. Mientras me lo ponía, y dada la amabilidad y la confianza con la que la diosa me habló, yo también hablé.

-Gracias, Señora. No sé si sois Bastet, la Hija del Sol. O su más Alta Sacerdotisa. Pero aún tengo preguntas, y un favor que pediros, espero que mis palabras no os ofendan, porque deseo volver a mi mundo, y no quedarme aquí en castigo...

Esperé su permiso para seguir hablando. No quería abusar de su paciencia, ya sabía lo letal que eran las deidades que yacían en esa enorme tumba de piedra...

La mujer te miró extrañada. Esperaba que tras aceptar la recompensa no dudases un segundo en salir del lugar, de respirar la libertad.

- Aún sin ser la elegida te has mostrado cortés, podré responder a una única pregunta... si abusas de mi bendición esta pirámide será tu tumba hasta el final de los tiempos - comentó mientras se acomodaba en su trono.

- Te escucho... - se generó un silencio sepulcral.

Mi cabeza bullía, mi mente se convirtió en un gigantesco torbellino de recuerdos, de momentos. Jeroglíficos, condena, muerte. Uno tras otro y uno junto al otro, una danza que se empecinaba en quedarse en mi, y no me dejaba pensar con claridad.

No sé cuánto tiempo estuve así, meditando, o intentándolo. Sólo una pregunta...

Quería preguntar si podía llevarme conmigo a Adam, y a mis dos ya queridas amigas. Pero sabía la respuesta a esa pregunta, estaban muertos, eso no tenía arreglo. ¿Qué conseguía sacando sus cuerpos, si no regresaban sus vidas...?

También ardía mi curiosidad ante la aseveración de la diosa de que no era yo la elegida. Luego, había una. ¿Estaba muerta, era Istar? Y, si lo era, ¿cómo había podido ser que muriera? ¿Para qué había sido elegida?

Sólo una pregunta...

Seguía siendo cruel, a pesar de su aparente benevolencia. No podía olvidar, no debía olvidar que aunque yo siguiera viva y con la promesa de que podría salir, tres almas, y quizá muchas más antes, seguirían allí para siempre. Pero... ¿Y si encontrar a la elegida acababa con esto...? Ella misma lo había sugerido. Sus días aquí acabarían...

Carraspeé, aclarando mi garganta. Sólo una pregunta...

-Mi Señora. Decís que yo no soy la Elegida. Entonces, ¿Qué debe cumplir la Elegida que yo no haya cumplido...?

Volví a callar, y me quedé a la espera. Podía haber preguntado miles de cosas, y, sin embargo, la pregunta brotó sola de mi interior. Quizá serviría para acabar con la pesadilla. O podía ser que no. Quizá nunca obtuviera una respuesta satisfactoria...

La mujer aguardó en silencio. Escuchó atentamente tu pregunta y finalmente decidió que merecías una respuesta.

- La elegida es aquella que porta el "Sol de Ra", y no es algo que se encuentra dentro de este templo. Aquella persona que lo poseyera tenía un papel muy importante aquí... - notaste como su voz sonaba medianamente apenada.

- Relevarme en mi custodia... - después de aquello miró a un lado ¿a caso esta mujer estaba encerrada allí desde hace décadas?

- Ahora márchate, no mires atrás, tu tiempo en esta pirámide ha acabado a pesar de que yo debo permanecer aquí, esperando... -

De repente todo comenzó a temblar, como si los sentimientos de esa mujer se viesen reflejados en la misma piedra.

Sabías que si no te marchabas ahora podrías desperdiciar tu última oportunidad.

Y lo hice.

No miré atrás, no me despedí de ella, solo corrí. Corrí, por mi vida, para que las muertes de Adam, Safiya e Istar hubieran tenido si no un sentido, por lo menos una compensación. Allá donde estuvieran, que supieran que me estaba salvando por ellos, sobre todo por ellos...

Corrí hacia la luz, hacia la Vida.

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Mi nombre es Elisabeth. Nací hace cientos y cientos de años. Viví unos cuantos en la felicidad, conocí el amor, la ilusión. La amistad. Tuvieron nombres, y rostros. Adam, Safiya, Istar. No os he olvidado.

Y los perdí. Lo perdí todo. Todo menos la vida.

Llevo viviendo en el tormento ya locura desde entonces, he perdido la cuenta. Las enfermedades pasan junto a mi, sin rozarme. A mi alrededor unos y otras nacen, viven, mueren. Yo no...

Quien piense que esto es un don divino, se equivoca. Es divino, pero no es un don, es una condena. Una tortura.

El anillo que acompaña esta carta está maldito. Concede la eternidad, la juventud. Y se lleva la alegría, se lleva a los que conoces y amas, se lleva cada gota de vida que asegura conceder.

No te lo pongas, si no quieres aceptar esta condena. Destrúyelo, si puedes.

Ahora ya no puedo más. Sólo un accidente fatal puede darme el descanso. 

Bienvenido ese descanso...

Año 2354.

Nota encontrada junto al cuerpo destrozado de una mujer joven, que se suicidó lanzándose de uno de los edificios más altos de Nueva El Cairo. No hay rastro del anillo que se menciona en ella.