Partida Rol por web

¡Me pareció ver una linda byakhee!

Le couteau

Cargando editor
09/07/2022, 00:48
Jean Gabou

La lluvia se me estaba empezando a hacer pesada y mis dedos, todavía tamborileando en el respaldo del asiento, mostraban claramente mi impaciencia por entrar pronto en acción.

—Entrar, salir, entrar, salir, entrar, salir. Meh —dije con un poco de impaciencia, sólo la imprescindible para no sonar impertinente.

Miré hacia el portal de nuevo, imaginando si aquel conserje podría ser un problema muy grande, pero entonces pensé en algo, pensé en una de las columnas vertebrales de la vida urbana: la figura del conserje, conocedor desde tiempos inmemoriales de las pequeñas miserias de los residentes a su cargo. Un conserje no es simplemente alguien que controla entradas y salidas; un conserje es una especie de guardián infernal. Flegetonte. Conoce nuestros pecados y los juzga, ejecutando después su veredicto con una simple mirada en apariencia vacía, pero en realidad cargada de significados herméticos. Si Scorsese hizo un retrato de la vida nocturna moderna a través de un desequilibrado taxista, bien podría haber rodado Jean-Luc Godard su propio retrato de la sociedad parisina a través de un conserje. Menteque.

—Salir es fácil, salir es fácil. Sí, bien visto —le dije a Hékate por su observación—. Fácil, pero no tan fácil. Los conserjes no ganan los surcos de su piel por el paso del tiempo, sino que son medallas, compañeros, medallas; medallas ganadas por cada ingenuo metesobres, cartero, publicista, encuestador y curioso que caza en plena estratagema de entrada y salida. Balurtístico.

En ese momento, agarré la pistola que me ofrecía Hékate con total naturalidad y la guardé en la funda que tenía bajo el abrigo después de introducirle el cartucho y maniobrar rápidamente con ella. Al escuchar su pregunta sobre las ganzúas, la volví a mirar.

—Échale un ojo a la guantera, algo debe haber —le dije mientras volvía a mi tamborileo digital.

Algo me decía que el plan no era del todo el correcto. Ese maldito e inflado sobre me había vuelto muy precavido, como si intuyera que Savoy tenía alguna especie de conexión secreta con algún extraño cerebro maestro que estuviera orquestándonos una maldita trampa al otro lado de esa puerta. Había decidido confiar en mi pistola, pero no nos engañemos, todos sabemos que sería una pésima idea tener que llegar a ese extremo. Calcañinos.

—Entrar, salir, entrar, salir, entrar, salir. Pero… en todo edificio hay un monsieur Martin —hilé de pronto—. Es el apellido más común en Francia. Si nos pregunta al salir, hemos estado visitando a monsieur Martin. ¿Cómo puede ser que no hayamos quedado registrados en el libro de visitas? Porque, como todos sabemos, el conserje del turno de la mañana en todos los edificios es descuidado, no tiene los avezados instintos del conserje nocturno. Su colega nos dejó pasar sin inscribirnos. Un torpe. Un miserable, incluso, indigno del emblema del conserje. Zormantro.

Cargando editor
09/07/2022, 09:13
Nicole Collard

—Tengo un juego de ganzúas —contestó Nicole ante la pregunta de Hékate. —Y sé utilizarlo —sentenció, tajante.

Cómo no iba a tener ganzúas aquella experta en intrusismo. A decir verdad, tenía aspecto de saber utilizar todo el arsenal que guardaba en su mochila. Una tipa peligrosa esta Nicole.

La joven tenía serias dudas de que le docteur fuese el hombre adecuado para efectuar una maniobra de distracción, aunque tampoco podía descartar su innegable e inherente extravagancia. Quizás bastase para distraer lo suficiente al portero mientras este contaba las manchas que atesoraba en su atuendo.

Por otro lado, Nico sentía que aquel caso, de alguna forma, era suyo. Sin ella en la ecuación Gabou no habría ni olido un fajo de billetes como el que Savoy le había puesto en las narices en su vida. Si Gabou era el líder de facto y el rostro comercial del Grupo Lambda, ella tenía muy claro quién era la mano que mecía la cuna dentro del equipo. No pensaba perderse el capítulo más emocionante de la velada: el asalto nocturno al apartamento de Amaric Lefevre.

Se cubrió la cabeza con la capucha de su sudadera deportiva. Parecía una allanadora profesional. Quizás lo fuera, qué diablos.

—Me juego el cuello a que hay cámaras dentro del edificio. Deberíais cubriros la cabeza. Dais mucho el cante —dijo a Gabou y a Hékate mientras rebuscaba en su mochila.

En cierto momento miró al docteur de soslayo.

—Eh, doc. Le invito a un indio si nos impresiona.

Ahora dependían de las dotes teatrales de Le Docteur.

Cargando editor
09/07/2022, 09:32
Charlie Tarras

Charlie Tarras no era un portero cualquiera, oh, no.

Para empezar, era un catalán afincado en aquel barrio de rojos chovinistas de Nanterre con un empleo y un sueldo miserables en aquel edificio de niñatos pijos que le miraban por encima del hombro como si tuviese caspa. Ooooooh, aquellos hijos de perra no tenían nada contento al bueno de Charlie Tarras. Podría decirse sin temor a errar que Charlie Tarras vivía recluido en la portería de aquel edificio, un pequeño rascacielos que tenía la suficiente sangre suya como para considerarle un pariente colateral de segundo grado.

A Charlie le habían bastado unos cuantos años de sus mocedades en La France para volcar toda su pasión para con su país, L'Espagne. Era más españolista que Felipe VI y un profundo antagonista de los líderes históricos de Convergencia y Unió. De hecho, tenía en su sala de recreo una diana decorada con la cara de Jordi Pujol, las mejillas del histórico líder político acribilladas a dardazo limpio e incluso un muñeco vudú que le había comprado a un negrata del metro, personalizado con el jeto de Artur Mas. También tenía un caganer de José Montilla con un bocadillo estilo Bande Desinée que decía CARBO! A Charlie le gustaba calcinarles las pelotas a aquellos cabrones apagando el cigarrillo en sus partes berrendas, a ver si así les echaba un maleficio electoral a sus homónimos de carne y hueso.

Por si todo aquello fuese poca cosa, Charlie, hombre que reservaba cierto espacio nocturno para la melancolía personal, tocaba la armónica en noches de soledad. Oh, sí, Charlie Tarras tenía el viejo seny catalán. Y si no volvía a España era porque su mujer, una francesa de pura cepa llamada Yvonne, lo tenía acojonado con sus arranques de ira napoleónica.

Charlie era un vejete curioso por naturaleza, suspicaz de cualquier precio de venta al público. En aquella lluviosa y apocalíptica noche, nuestro portero de guardia permanecía en su puesto sin novedad en el frente y listo para dar por concluida una larga jornada laboral hasta que, de repente, vio entre la lluvia acercársele una figura de andar algo errático y estampa algo entrada en carne roja. El individuo que se le aproximaba tenía un perfil aquilino y cara de degustar con fruición el pollo a la mantequilla.

Charlie apagó el cigarrillo en el cenicero que tenía a mano en la portería mientras afilaba la mirada, tratando de intuir qué querría aquel gabacho.

Nada bueno, seguro.

Cargando editor
09/07/2022, 23:26
Le Docteur Betancourt

 

Tenía bastante claro como entretendría al atento bedel. 

Me bajé del coche con ademán decidido dispuesto a ofrecer una gran interpretación frente a un público tan exigente como el de esta noche. 

 

Quise respirar hondo y estirar mis músculos faciales, todas esas rutinas aparentemente estúpidas para el profano, aunque realmente efectivas, como un servidor bien conoce. La insistente lluvia torrencial me lo impidió, así como cualquier otro tipo de ceremonia previa.

Además, y de manera estúpidamente inoportuna, un enorme charco ocupaba el lugar junto a la puerta del pasajero destinado a apoyar mi zapato, que se hundió hasta el tobillo, llenándose inmediatamente de agua e incomodidad. Teniendo en cuenta este desafortunado incidente, sumado al hecho de que mi pierna derecha estaba ligeramente dormida por el largo rato en el asiento del Citröen, he de imaginar que no debía de tener un paso demasiado firme, mas todos mis sentidos estaban puestos ya en mi objetivo, el guardián, que me observaba acercándome a su feudo.

El hombre tenía cara de francés. De francés  au long de la vie. Un tipo amable, sin duda más interesado en deporte que en política. Aun así traté de adoptar lo que a mí me pareció cierto aire comunista, sindicalista, incluso nacionalista, tan apreciado por los oriundos de Nanterre, como a todas luces este hombre aparentaba. No sabía muy bien lo que significaba eso, mas esta noche sería un trabajador en apuros del centro financiero en el cinturón rojo de París, o un recién divorciado, o quizá un traductor de libros. Gabou estaría orgulloso ante mis excelentes dotes detectivescas e interpretativas. 

También Hékate y Nicole, claro. Pero sobre todo Jean. Le patron de tout.

- Buenas noches, compañero, ¿podría ayudarme? - Sentí mi cara, como de goma, adoptando una mueca de angustia impostada. 

- He perdido las llaves del coche - señalé a mi espalda al primer coche que se me ocurrió, fuera del alcance de la vista del hombre, un Renault Mégane de color verde apagado. Esperaba que su dueño no apareciera en ese preciso momento, pero, ¿Qué probabilidades había?, además, en caso de querer acercarse a comprobar mi historia, el portero vulpino debía caminar un buen trecho bajo la lluvia torrencial y fuera de su bien custodiada portería.

- Debo esperar a que me traigan otro juego de llaves, ¿Podría refugiarme aquí, por favor, monsieur...? - Traté de sonar convincente, mientras le tendía mi mano como un perfecto gentleman français

 

- Tiradas (2)

Notas de juego

Corrección menor (tilde)

Tirada de voluntad.

Cargando editor
11/07/2022, 15:41
Charlie Tarras

Charlie Tarras analizó la situación con su característico sesgo ideológico.

Aquel franchute de rasgos vagamente argelinos y pasado por agua tenía pinta de estar pasándolas canutas sin las llaves de su Renault. En su rostro lívido presidido por una genuina angustia Charlie creyó vislumbrar un halo de tristeza que le resultaba vagamente familiar.

—«Collons, clar que puede ustet passar, home. ¡Sol faltat!» —Tarras estrechó la mano del docteur y le ofreció pasar al interior de la portería, no sin reparar en la vista cansada de aquel tipo. Tenía algo de proletario, de currante, de haberse entregado en cuerpo y alma al pladur durante algún proyecto arquitectónico sospechosamente faraónico con ramificaciones presumiblemente subterráneas. Síííí, Charlie Tarras estaba seguro. Tras esa mirada aquilina yacía el corazón de un jodido preparacionista.

Le docteur, por su parte, supo al vuelo que aquel tipo no era, siendo estrictos, francés de nacimiento. Devoraba con fruición las vocales en las que concluían las palabras. Hablaba como si estuviese pegándole dentelladas una tostada de pan tumaca. Oooooh, diablos. Aquel tipo era un catalán de pura cepa.

Lo segundo que llamó la atención del docteur fue el hediondo y fétido olorcillo a tabaco que parecía haberse instalado en la conserjería. Y aunque Betancourt no era un fumador empedernido como Gabou, su olfato médico pudo detectar sin problemas que tan rancia fragancia no podría provenir de los cigarrillos que, como soldaditos, reposaban difuntos en el interior del cenicero que quedaba a la vista en el mostrador de la portería.

—Entre, entre. Iba a trancar portes. Molt pluja aquesta nit, ¿sabe, ustet? Escolti, ¿puedo ofrecerle un café caliente como L'Enfer?

Charlie, todo amabilidad para con el proletariado, pidió al docteur que le acompañase al interior de su oficina/departamento/lóbrega guarida. No todas las noches un portero podía disfrutar de un rato de charla con un ser humano rebosante de educación y cortesía.

La oficina de Tarras estaba encajonada en la recepción del edificio, pasando el mostrador sobre el que el portero ejercía de centinela nocturno. No era una habitación demasiado espaciosa, pero sí tenía algunos lujos como una pequeña televisión del año en el que se bailó la primera polca, algunos almanaques de tipo erótico luciendo señoritas de aspecto negociable y diversos productos de material de limpieza algo desperdigados. Sobre una mesita había una cafetera y lo que parecían los restos de una cena espartana. Contrastando con los que sin duda eran añadidos de personalización, la oficina del portero tenía un modesto pero funcional equipo de videovigilancia. Nada escapaba a los ojos de las videocámaras que acechaban por los pasillos del edificio.

Las referencias infernales empezaban a acumularse mientras Gabou, Hékate y Nico asistían al aparente y clamoroso éxito del ardid del docteur. Ahora tenían una oportunidad muy valiosa para cruzar la portería del edificio sin ser vistos por Tarras.

Digui'm, buen home, ¿de dónde es usted?

Charlie Tarras combinaba catalán y francés en un dialecto preciosista y también, por qué no decirlo, muy confuso. Además hablaba con la velocidad de los parisinos pero con el tumaca catalán. Cada una de sus preguntas ponía al docteur en un pequeño aprieto. El  verdadero papelón de Betancourt empezaba ahora si Gabou y las chicas trataban de surcar la portería sin ser vistos.

Notas de juego

[Errata indigna detectada]

Cargando editor
11/07/2022, 19:06
Hékate
- Tiradas (1)
Cargando editor
11/07/2022, 19:07
Jean Gabou
- Tiradas (1)
Cargando editor
11/07/2022, 21:26
Jean Gabou

Una vez que vi que el docteur se había camelado a aquel conserje, sonreí satisfecho.

—Maldito docteur, ese es capaz de trepanar al conserje sin anestesia y el hombre no se daría cuenta. Miunafo. Bueno, bueno, vamos.

Siguiendo el consejo de Nicole, eché mano entre mis pies, buscando algo de entre todo lo que había por allí y saqué un par de bolsas de plástico. Me puse una en la cabeza, aunque dejando la cara libre para no asfixiarme, y le pasé la otra a Hékate. Clásico paraguas-capucha de vieja y de detective ajado, la bolsa del Carrefour.

—Esto es para la lluvia, pero sirve también para las cámaras esas. Póntelo tú también, que con ese pelazo vas a llamar la atención. Purpúkate.

Me palpé de nuevo aquel bulto bajo la gabardina para cerciorarme que Praparramparón seguía allí, firme y segura. Después de eso, abrí la puerta del coche y salí a la lluvia, con las manos en las asas de la bolsa del Carrefour para taparme la cabeza y la frente, y bajando la mirada al suelo. Cuando llegamos al lugar y vi al docteur distrayendo al conserje, entré decidido y felicitándome por tan buena suerte. Esto iba a salir de perlas, nada podría estropearlo.

Cargando editor
11/07/2022, 22:40
Hékate

Miré la bolsa que me tendía Gabou y no pude evitar fruncir la naricilla. 

—Qué poco estilo, mon ami. Dame un momento. 

Me quité el sombrero y me recogí la melena sobre la cabeza antes de volver a ponerlo. Era un apaño temporal, enseguida empezarían a escapar mechones rebeldes por el borde, pero esperaba que aguantase suficiente para pasar el portal sin tener que ponerme una bolsa de supermercado en la cabeza. 

Hablando del portal, mi mirada se fue hacia allá para comprobar cómo le iba a le docteur. Sonreí viendo que ya charlaba amistosamente con el portero. Me pareció normal, Betancourt tenía ese aire desvalido que invitaba a echarle una mano con lo que hiciese falta. Gabou había tenido razón al decir que era el indicado para ese papel. 

Lo seguí correteando para no mojarme demasiado hasta que entramos en el portal vacío. Ni rastro del portero ni de le docteur, aunque se escuchaban las voces cerca de ahí. Hice un gesto hacia los monitores para que Nicole se fijase en ellos, y luego me puse un dedo en los labios para indicar que no había que hacer ruido. 

Empecé a moverme con mucho sigilo, al estilo del inspector de «La Panthère rose», caminando de puntillas. Pero, ah, el suelo resbalaba una barbaridad y apenas había dado dos o tres pasos cuando mis pies se deslizaron como en una pista de patinaje. Alargué la mano intentando agarrarme del brazo de Gabou, pero la tela se escapó entre mis dedos como en cámara lenta —eso me pareció— y al momento siguiente estaba en el suelo, con el culo dolorido y la dignidad perdida. 

Cargando editor
12/07/2022, 14:58
Le Docteur Betancourt

Me disponía a responder al señor Tarras, con cierto temor ante la inminente oleada de preguntas que a buen seguro formarían parte de la conversación con el avispado bedel. Al instante de conocerle, supe que a partir de entonces ese rostro  enjuto, vulpino  y autosuficiente sería evocado en mi mente cada vez que pensara en la palabra "portero".

Casi me había olvidado de mis compañeros y aspirantes a allanadores, hasta que el sonido delator del trasero de uno de ellos, seguido por el estruendoso palmear en el impoluto terrazo gris del suelo y el jaleo de tela, resoplidos, resuellos y lo que parecía una bolsa de plástico moviéndose por el aire, nos avisaron de su presencia.

El señor Tarras se percató de la presencia de los intrusos, naturalmente, y cuando le vi girar la cabeza para mirarlos, pensé en estamparle la cafetera en la cabeza, dando rienda suelta a la acción como si de una película de Besson se tratara. No obstante, aquella situación pertenecía a la vida real, no a una novela, una película o un estúpido juego de rol. Y resulta que, como médico, conozco los graves riesgos que conlleva una conmoción cerebral frente a las escasas opciones de inutilizar al paciente aplicándole un tratamiento de impacto a traición con un objeto romo, en este caso una cafetera DeLonghi bastante vieja y con múltiples fugas de agua y agua sucia de café.

Mi cerebro inundado de químicos que las glándulas hiperactivadas de mis riñones se encargaban de mantener en zona 5, bullía una larga sucesión de ideas que pasaban raudas y ruidosas como el Volkswagen de Ogier en Col de Sorba. ¿Debía fingir un ataque epiléptico para terminar de desconcertar al pobre Tarras?... o quizá, si tuviera a mano en aquella pequeña oficina el típico armarito eléctrico, podría bajar el diferencial general, sumiendo al edificio en la oscuridad y al pobre portero en el más absoluto de los desconciertos, lo que les daría unos instantes más para improvisar.

Observé a mi alrededor, aprovechando que Charlie Tarras me había quitado la vista de encima. Buscaba un armarito eléctrico, o en su defecto, uno de llaves. 

 

Notas de juego

ErratitaS... ^^

No hace falta releer.

Cargando editor
12/07/2022, 16:23
Charlie Tarras

Charlie Tarras alcanzó a decir en un primer momento:

—¿Per qué collons...?

Fue un interrogante de lo más castizo, algo propio del que va a servirle un café hirviendo a un tipo con pinta de perro abandonado por un comunista hijo de puta y de repente atisba por el rabillo del ojo a una joven ataviada con un sombrero patinar por el vestíbulo y caer de bruces al suelo ante la pasmada mirada de un tipo con una bolsa de plástico en la cabeza.

Para entender lo que sucedió a continuación, el lector debe poseer un dato trascendental.

Recientemente, el adicto a la crónica de sucesos Charlie Tarras había leído en la prensa sensacionalista -que era una forma descriptiva y algo pleonásmica de referirse a toda la prensa en su conjunto- que el Violador de Nanterre atacaba de nuevo tras un hiato de unos meses dando esquinazo a los gendarmes. El truhan, un pilluelo depauperado erigido en todo un depredador de índole sexuarrrr con una tragicómica leyenda a sus espaldas, tenía una malsana perturbación consistente en asaltar a mozalbetas del extrarradio parisino equipado con una bolsa del Carrefour en la testa a modo de desconcertante camuflaje facial. Se le dio por muerto o gravemente herido hace casi tres meses cuando intentó asaltar a una adolescente a la que había rondado semanas atrás, acechándola desde que salía del instituto hasta llegar a su domicilio fiscal. Por suerte para la víctima potencial, el desalmado optó por una compleja estrategia de ataque durante una fría noche de martes trece. Tras escalar el murete que llevaba al balcón del apartamento donde la joven residía con su familia, topose el criminal cara a cara con la madre de la acechada recién salida del baño y con un peeling a medio hacer -obsérvese el dantesco espectáculo- con alguna que otra rodaja de pepino o derivado cucurbitáceo en algún ojo a la moda pirata. Semejante visión pesadillesca acabó con la susodicha madre coraje sin más problemas de estreñimiento para el resto de su vida y con el vil acechador precipitándose de la impresión por el balcón. Aunque se le dio por malherido, la Gendarmería no dio con él y ahora entre los arrabales de Nanterre crípticos susurros advertían sobre la inminente venganza del Pigeon Boiteux.

Así pues, la mente fantasiosa de Charlie Tarras fabricó a gran velocidad una película de trepidante acción comunitaria en la que aquel tunante con la bolsa en la tête no era otro que el Pigeon Boiteux y la tipa del sombrero otra desangelada víctima que había tratado, sin aparente éxito, de escapar de sus aviesas garras. Había otra tipa más, claro, pero Charlie Tarras no reparó en ella, quizás porque andaba a unos pasos por detrás del tipo con la cabeza embolsada y con pinta de sentir una indescriptible vergüenza ajena.

Charlie agarró la mopa con la que repulía el suelo de la portería y se dispuso a embestir a aquel canalla.

Fill de puta! Le violeur! Le violeurrrr! ¡No tema, jovencita! ¡Aquí llega Charlie Tarraaaaas! ¡

¿Cuál era la palabra que Gabou empleaba para mopazo-en-el-careto?

Pronto lo descubriríamos.

O no.

Notas de juego

[Sigue...]

Cargando editor
12/07/2022, 16:51
Narrador

Para que Charlie Tarras embistiese heroicamente al supuesto violeur, primero tenía que hacer un salto a la torera por el mostrador, mopa en ristre. Esto no era problema para el nervudo Charlie Tarras, en mocedades conocido como el Banderillero de Cornellá. Luego debía esgrimir su improvisada arma para al menos hacer retroceder a Gabou y, finalmente, arrearle un buen mopazo por jipi comunista y polígamo.

¿Alguna vez os han golpeado con una mopa húmeda en la cara? 

Es como si un tipo con un tupido y húmedo mostacho besara tu mejilla... con fuerza asesina.

Nadie olvida el engañosamente sutil contacto de una mopa con su cara.

Gabou no lo habría hecho, pero sucedió algo inesperado.

La luz falló en el vestíbulo. Primero fue un pequeño y breve conato, como si perdiese algo de potencia. Luego la caja de fusibles de la portería chisporroteó ante los ojos confusos del docteur.

Finalmente, todo el edificio quedó a oscuras.

Notas de juego

[Solo los primeros 45 segundos del temaso]

Cargando editor
12/07/2022, 18:08
Le Docteur Betancourt

En efecto, tras el mostrador, en la pared pobremente alicatada y adornada con  el gusto castizo y desenfadado, algo rancio y grasiento del humo del tabaco que fumaba el señor Tarras, una caja de fusibles de color ceniza mostraba sus entrañas, con un gran diferencial general de color azul a la izquierda de una gran hilera de cables y pequeñas luces parpadeantes salpicadas entre los múltiples mecanismos eléctricos.

Al tiempo, la reacción del señor Tarras resultó ser, en cierta medida, afortunada, ya que al parecer, se pensaba que Gabou era un violador y Hékate, su víctima; mi simpatía por aquel hombrecillo aumentó considerablemente ante su arrojo y gallardía ibérica. 

Otra idea improvisada se abría paso a codazos desde algún lugar de mi sesera: Si no había reparado en la  abochornada Nicole, quizá pudiéramos distraer al bueno de Charlie mientras ella entraba en el apartamento de Lafevre sin más violencia que la que se estaba produciendo entre la cara embolsada de Gabou y la mopa cetrina y lanuda que monsieur Tarras blandía como si de una alabarda  se tratase.

Por lo tanto, estaba claro. Hékate y yo seríamos los inspectores de la Gendarmerie, de incógnito, y Gabou el violador al que estaríamos siguiendo, en la operación Pico Ácido.

Estaba sembrado de ideas geniales, Jean tendría que admitirlo.

Me disponía a gritar alguna consigna policial improvisada y cinematográfica, cuando algo sucedió.

La luz falló en el vestíbulo. Primero fue un pequeño y breve conato, como si perdiese algo de potencia. Luego la caja de fusibles de la portería chisporroteó ante los ojos confusos del docteur.

Finalmente, todo el edificio quedó a oscuras.

Ese cargante, especiado y rancio aroma a tabaco, no el de los Gitanes de Tarras, me estaba revolviendo el estómago; había alguien más allí, o acababa de estar recientemente. El optimismo que sentía se tornaba amenaza rápidamente.

Cargando editor
13/07/2022, 00:00
Jean Gabou

Estilo. El sello de los que se preocupan más por las apariencias que por la eficiencia. Puedo entenderlo en una pista de patinaje sobre hielo, quizá, incluso en la ópera. Pero, demonios, el estilo no es la prioridad a la hora de entrar subrepticiamente en una vivienda ajena. Estilo. Gourmonond. Digámoslo de una vez: la caída de la pobre y simpática Hékate en el suelo de aquel portal careció de estilo. Cero estilo. Cero absoluto, no había cómo paliarlo. Una jovencita tan maja, simpática y bonita, pero cayó sin estilo, así es la cosa. Picotolón.

—¿Charlie qué? —llegué a preguntar mientras me sujetaba férreamente la bolsa para que no me grabaran las cámaras y aquel viejo desquiciado se acercaba mopa en mano cual caballero reluciente.

Pero los milagros parecen existir. Vaya que sí. A veces, existen. Las luces se fueron. Puf. Virolí. La oscuridad es la mejor amiga de ladrones y husmeantes. En ese momento, vi la oportunidad. Había estado a punto de comerme un mopazo sideral y, en su lugar, tenía la ocasión de contraatacar a mi conserjeril enemigo. ¡Y vaya que utilizaría la ocasión! Pesconazo.

¡Al carrer! —exclamé sin saber de qué parte de mi fuero interno surgió ese grito bélico merengón, yo que he sido del PSG de toda la vida. Mientras exclamaba aquello con euforia, me arrojé en la oscuridad sobre el lugar en el que había visto por última vez a aquel hombrecillo, usando la bolsa del Carrefour como arma para cazar la vieja cabeza del tal Charlie.

- Tiradas (1)
Cargando editor
14/07/2022, 13:29
Charlie Tarras

Dicen los catalanes que San Jorge venció a un dragón. Bueh, era una lagartija común y corriente, pero esos tipos saben venderse bien.

En aquella lluviosa y apocalíPtica [P mayúscula, oiga, a la Piqueras], otro catalán, este un tal Ser Carles Tarras, de hipocorístico Charlie, se enfrentaba al infame violeur de la bolsa del Carrefour, el Azote de Nanterre. La escena era verdaderamente absurda, algunos dirían dantesca incluso, en honor a la verdad. Obsérvese si es que usted posee el don de la visión nocturna por un lado a Jean Gabou, detective de día, ahora reconvertido en pasional asaltante nocturno, creador de palabros a jornada completa. Por otro, al portador de un velludo y ceniciento pecho semidescubierto en un alarde de moda ibero-parisina, el valiente, el intrépido Charlie Tarras, uno de los últimos catalanes que culminó con orgullo la mili, oiga.

Todo sucede en un abrir y cerrar de ojos.

Gabou apela al espíritu del Gárganos más desopilante y acomete al portero con un arma improvisada que adopta la forma de bolsa de plástico, dejándose llevar sin duda por un episodio de beligerante locura transitoria mientras grita una consigna futbolística de lo más barriobajera, logrando encasquetar media bolsa a Ser Carles Tarras, que ahora tórnase felino acorralado. Mon Dieu! ¡Parece un homeless cabreado defendiendo con uñas y dientes su guarida en la calle de la Estafeta en mitad de un encierro en San Fermín! Ser Tarras se encabrita, emite lo que podría calificarse como un mugido taurino y le endosa un mopazo al bellaco, más peinándole la testa con una incómoda y húmeda sensación a mostacho rancio que generando graves daños de índole craneal. Vuelan palabras malsonantes de oscuro pelaje. A gabachón, julai o leninista de put se unen gazmo, rabiomorrañojartaclaclaclatapaño o, muy significativamente, RUPOSIO. Maldito Charlie Tarras y su fuerza desmedida. Ese viejo nervudo sabe aguantar el tipo en una reyerta en la portería.

A todo esto, Hékate rueda por el suelo agradeciendo la nocturnidad del lance para que nadie repare en su orgullo malherido. Alguien la agarra de las axilas pegándole un susto de muerte. No es un fantasma. Se trata de Nicole, deslizándose desde la espalda de Gabou para alcanzarla y ayudarla a recobrar el equilibrio.

—Deja de fregar el suelo con el trasero, ¿quieres? —Nicole no ve venir el otro extremo de la mopa, que vuela raudo a su rodilla, haciéndola gritar de dolor y derribándola sobre Hékate. ¿Qué hay mejor que una croqueta bailando el twist? Así es, amigos. ¡DOS croquetas twisting by the pool!

Pero el público quiere saber...

¿Y le docteur?

Ahí lo tenéis, abrasándose con la taza de café mientras se sopla las yemas de los dedos y escupe un lacónico Merde.

- Tiradas (2)

Notas de juego

LLORANDO de la risa estoy.

Gabou, no sufres daño alguno durante este asalto, pero estás enzarzado a ciegas con Ser Tarras y el patio está muy resbaladizo. ¡Haz una tirada de DES difícil para no pegarte un trompazo! ¡Dificultad 8! XDDD

Hékate, aunque dolorida en tu honor, puedes incorporarte con cuidado sin tirada.

Docteur, tus papilas gustativas pierden un punto de vida. ;-P

Cargando editor
14/07/2022, 16:01
Le Docteur Betancourt

A ciegas, sobresaltado por la frenética lucha y el cruce de agravios entre Gabou y el señor Tarras, reverberando en el portal sin discreción ninguna,  a punto estuve de vaciarme la taza de café ardiendo por encima. La dejé a tientas sobre la mesa del conserje y busqué el teléfono en el bolsillo. Creía recordar que aquel estúpido aparato contaba con una pequeña linterna incorporada, y perdido en la selva de pequeños simbolitos cuadrados había uno que la activaba. 

Trataría de encontrarlo rápidamente, para así poder buscar un rollo de cinta americana, una cuerda o unas bridas que nos sirvieran para atar al buen Charlie, amordazarlo, y meterlo en algún armarito de escobas o rincón similar el tiempo suficiente para allanar el apartamento y largarnos. 

Empezaba a pensar como un criminal, y aquello se estaba poniendo serio. Cierta amenaza latente e indescriptible palpitaba en mis sienes, casi zumbaba, algo más amenazante que el hecho de estar agrediendo a un empleado de portería.

Tenía una necesidad imperiosa de encender alguna luz.

Aquella oscuridad...

albergaba algo

Manoseaba el teléfono, frenético y asustado.

Cargando editor
15/07/2022, 16:31
Jean Gabou

La idea de atrapar la cabeza de un viejo conserje en una bolsa de plástico del Carrefour no era mi idea preferida de «latrocinio sigiloso» y tampoco me llenaba de orgullo, pero ¿qué puedo decir? A veces las cosas vienen mal dadas y hay que reaccionar con lo que se pueda. Trigorín. Imaginé que quizás Nicole aprovecharía la confusión para subir por las escaleras, pero entonces la escuché caer en redondo al suelo también. ¿Pero qué diablos pasaba con ese suelo maldito endemoniado?

En mi particular pelea con aquel Cerbero de Nanterre, siento de pronto el tacto húmedo y pegajoso de la mopa chupándome una mejilla con algo más de fuerza de la que habría empleado una amante húmeda y pegajosa. ¡Pero ni un paso atrás, diablo moperino! Sigo empleando toda mi fuerza para impedir que el viejo Charlie con sus catalanas interjecciones se me escape de bajo la bolsa.

¡¡Grimorrrrrcaaaatooolaaaanoooooooo!! —grité desaforado, en una especie de grito de guerra cuyo significado no puedo desvelar, pero que pretendía desarmar definitivamente a mi enemigo al mismo tiempo que pretendía insuflar nuevas fuerzas en las femeninas huestes gabusianas, ahora desparramadas por el suelo.

Y, tras gritar aquello, mi brazo se armó en un giro de ciento ochenta grados, con la palma completamente abierta, con la intención de pegar un cachetazo final contra la cabeza dentro de la bolsa.

- Tiradas (1)
Cargando editor
16/07/2022, 12:07
Hékate

Me había ido al suelo, sin estilo, sin bolsa y sin dignidad, y ese resbalón estúpido había desatado el caos a nuestro alrededor. Siempre me había parecido curioso el modo en que el universo podía configurarse alrededor de un hecho fortuito para complicarse en una red bien entramada que cambiaba el rumbo por completo. Y aquella noche la desencadenante de la locura había sido yo, algo que me avergonzaba y fascinaba por igual. 

—Merci, chér~ le dije a Nicole en voz baja al sentir el tirón con el que me ayudaba, pero la palabra se quedó a medio pronunciar cuando nos fuimos otra vez al suelo las dos. 

Maldito suelo resbaladizo. ¿A quién se le había ocurrido encerar el piso en un día de lluvia como aquel? Pues a ese demonio de ojos desorbitados que había visto lanzarse sobre mi pobre Gabou antes de que la luz se apagase. 

Tomé aire, aquella situación requería de calma y movimientos lentos. Arrastré el culo hasta tocar la pared con la mano y me empecé a levantar despacito, sin aspavientos, ignorando el caos de gritos y ruidos rarísimos que me rodeaba. 

—Ni… —Me mordí la lengua antes de pronunciar el nombre de mi compañera en voz alta. En lugar de terminarlo, moví la mano buscándola para ayudarla a levantarse. 

El grito de Gabou me puso el vello de la nuca de punta. En aquella ocasión, a oscuras, sin saber bien qué estaba pasando, su palabra inventada me sonó a una invocación sectaria como mínimo. Pobre del portero que había desatado la rabia del detective, no le auguraba un buen final. 

—Allons-y —murmuré hacia Nicolette.

Le aferré la mano y tiré de ella hacia el fondo del portal. Antes de que se le ocurriese usar el táser con ese pobre hombre, que la veía bien capaz, me la intenté llevar al apartamento que queríamos invadir. 

Cargando editor
18/07/2022, 13:42
Narrador

Charlie Tarras no tenía ni la más remota idea de qué lenguaje empleaba aquel hijo de perra del Violador de Nanterre, pero si algo tenía claro es que era algo satánico, como mínimo.

La bofetada de Gabou fue legendaria. Qué triste pena que reinase la oscuridad, porque fue digna de visionarse a cámara lenta para observar no solo el latigazo cervical que podría haberle ocasionado al detective visto el ángulo que tomó su brazo cargando semejante guayaba, sino por la onda expansiva que generó la palma de su mano en la impoluta y bien afeitada mejilla del portero.

Sonó un chasquido, algo a medio camino entre el latigazo de Belcebú sobre las espaldas de las almas en pena y un plato de porcelana con huevos fritos con tiras de beicon estrellándose contra la pared. Algo dramático y sobrecogedor. Algo que le arrebataba el aliento a uno, oiga.

El bofetón, que de haber ido forrado en cuero habría denominádose el padre de todos los guantazos, generó un microcosmos narrativo entre Charlie Tarras y Jean Gabou, algo así como un Big Bang en régimen de propiedad horizontal. El portero voló por los aires, impactó contra la mesa baja de la portería, rebotó sacudido por un dolor en el costillar, se escurrió en el suelo encerado, trastabilló con unos pasos dignos de un bailarín de claqué poseído por el baile de San Vito y fue a dar con los huesos en el suelo. Y de ahí no se volvió a mover.

No constaban datos en ningún departamento de criminalística forense de que ningún ser humano hubiese liquidado a otro de un manotazo en la mejilla. Pero, de haber existido una excepción, la bofetada de Jean Gabou habría sido, sin duda, un caso digno de estudio.

En la mente del detective resonaron las palabras de monsieur Savoy:

«Un trabajo limpio»

Claramente, era un concepto contractual que necesitaba de alguna que otra matización.

Hékate estuvo rauda arrastrando a la aún dolorida Nicole hacia el interior del vestíbulo. Qué bien había intuido la joven hechicera las intenciones de su compañera de fatigas, pues apretando los dientes como una loba acorralada, Nicole ya estaba echando mano al arma aturdidora que portaba en su mochila para enseñarle al juanete del señor Tarras el significado de la palabra D.O.L.O.R.

Hékate fue la primera en percatarse de que el edificio debía contar con un generador de emergencia que encendía muy concretas luces de emergencia en casos de apagón. Y advirtió este detalle porque una luz atestiguaba la presencia de un ascensor, seguramente no operativo, y de unas escaleras. Bastó que lograse encender la linterna de su teléfono móvil para que encontrase los buzones de los propietarios de los apartamentos. Amaric Lefevre vivía en el decimotercer piso, en el ático con la letra C.

Por su parte, le docteur, su corazón desbocado, no encontró ningún objeto que resultase útil para inmovilizar al portero, ahora inconsciente, aunque vivo, contra todo pronóstico. No obstante, su búsqueda no fue en vano. Tarras guardaba en su escritorio un manojo de llaves entre las que seguramente estuviese la llave de su pequeña oficina. Desde luego, dejar al portero tendido en el suelo con una bolsa en la cabeza no era una buena idea. ¿Y si entraba alguien y encontraba al portero noqueado?

Si la Policía se presentaba en este momento, su plan se iría al carrer rápidamente. Por no hablar de las molestas implicaciones que podría tener para el Grupo Lambda aparecer involucrados en un allanamiento con el consiguiente asalto sobre el intrépido portero.

Hubo un detalle más que captó la atención del nervioso y cariacontecido (!) docteur.

No había saltado el diferencial por alguna anomalía con la corriente eléctrica.

La caja de fusibles estaba fundida.

- Tiradas (2)

Notas de juego

Obtenéis las llaves de Tarras. No es mala cosa esta, oiga.

Dos grandes tiradas, por cierto: bofetonaco de Gabou que manda a Tarras a la lona de modo inopinado y napia detectivesca del Docteur que aunque no encuentra nada para atar al portero, sí detecta las llaves, además de esa sutil y tranquilizadora referencia final.

Cargando editor
18/07/2022, 14:13
Nicole Collard

Nicole se apoya sobre la pared, a todas luces coja. Activa la linterna de su móvil. Su rostro es la viva imagen de un espectro, gotas de agua fría escurriéndosele por la frente y el cabello a pesar de la capucha.

—Qué hijo de putaaaaa... Aaaaaaah... Me ha jodido la pierna. Me duele un montón la rodilla... —dice mordiéndose los nudillos para reprimir sus ganas de gritar obscenidades varias.

—¿Pero qué coño ha pasado? —pregunta, muy airada, sin duda con ganas de tasear a Hilo de Seda Gabou. —¡En menuda mierda nos hemos metido!

>> ¿Y ahora qué hacemos? 

La joven echa un vistazo a las cámaras del vestíbulo.

Están apagadas.

—No todo está perdido, parece...

Notas de juego

Nicole está tocada de la rodilla. Para subir por las escaleras necesitará ayuda de alguno de vosotros. Una tirada de Fuerza exitosa bastará para tirar de ella.