1) ¿qué traes en los bolsillos?
1b) luego de que todos respondan, Lucía cuchichea con cada uno.
2) Aparecen los cuchillos. ¿Con quién te peleaste el día anterior? ¿Deseaste que le sucediera algún mal?
2b) Lucía reparte los cuchillo antes de que respondan, se corta la mano y la lava en el mar
3) Aparece el tiburón. ¿Qué harás?
3b) Lucía libera al tiburón
4) Lucía se va (narrado por el máster)
4b) Lucía deja las invitaciones
5) El tiburón se acerca.
Hace unas dos semanas zarpó de Barcelona el Príncipe de Asturias. Durante la primera semana de viaje tocó puerto en Valencia, Almería, Cádiz y Canarias. Y luego el largo cruce del Atlántico, sin más para ver que mar y sol, aunque el trance se amenizaba con elegantes fiestas todas las noches.
Ayer deberían haber llegado al puerto de Santos, en Brasil, para Buenos Aires faltaban unos días más. Pero no pudieron atracar. Un segundo veían la fronda que delinea las costas Brasileñas y al siguiente densas nubes negras envolvieron al barco sacudiendolo como no se había movido en todo e viaje. La tripulación dijo que debían alejarse de la costa para evitar golpear contra los arrecifes.
Una cena intranquila y a dormir, seguramente mañana despeje la tormenta.
Una explosión en medio de la noche, la campana que no para de sonar. Sales de tu camarote en la más completa oscuridad. Estás en medio de una nube de vapor caliente y salobre que hace difícil respirar. Manos anónimas te arrastran hasta la borda. Debe haber un bote cerca. Casi llegas a él cuando una nueva sacudida del barco te arroja al mar embravecido. Durante unos segundos eternos pierdes noción del arriba y el abajo hasta que una brisa fresca en la cara te anuncia que puedes respirar nuevamente. Crees escuchar otra explosión y luego un silencio que se parece a la muerte.
Quiten ese sol de allí, que lastima los ojos. Vaya forma de despertar. ¿Dónde estás? Miras alrededor. Agua por todos lados. Agua que sube y que baja. Olor a sal que lo impregna todo. Pero no se oye el rumor del mar sino apenas el golpeteo de las olas con unos barriles. Y el sol. Estás parcialmente dentro del agua, y lo que te salvó de ahogarte es una mezcla de sogas y barriles que con mucho cariño podría llamarse balsa. Hay otras personas allí. Y también el sol. El maldito sol que está en todas partes. Cómo quema el sol.
Todo parece irreal. Tienes recuerdos inconexos de lo sucedido anoche. Recuerdas haber recogido un objeto, un recuerdo del mundo real antes de caer a esta irrealidad en la que estás con otras personas en medio de uno de los ambientes más enormes y agresivos.
Preséntate a tus compañeros de desventuras. ¿Qué es ese objeto que guardaste en un bolsillo o esganchaste entre tus ropas?
El sol está bajando, ya llevas 24 horas sin alimentarte y deberías tener hambre. Pero los labios resecos y la lengua que se pega al paladar no te permiten pensar en comida y te la pasas dormitando.
De pronto una hola un poco más grande que las demás voltea una caja que se desarma y deja a la vista cinco cuchillos cruciformes de hierro negro. A la vista de esas armas recuerdas la violencia del mundo, las guerras, pero también las violencias pequeñas, como esa pelea que tuviste recientemente.
¿Con quién te peleaste hace poco? ¿Le deseaste algún mal?
Fui en cuatro patas a recoger los cuchillos.
Uno, dos, tres, cinco. Mh, como soy la más pequeña ninguno será para mí.
Le di un cuchillo a cada uno.
Una vez mi padre me retó por beber ese jugo oscuro y espeso que hace picar la garganta. Es muy dulce y divertido. Me dijo que eso no era para alguien como yo. ¿Por qué cuidaba ese vino como si fuera su propia sangre? Le dije eso, que si le molestaba compartir la bebida con sus hijos nos deberíamos su sangre. Ji, ji.
Al entregar el último cuchillo lo apreté un poco de más y me corté la palma de la mano. Con tranquilidad fui a lavarme a un costado.
Ya ha anochecido y el borde entre la ocuridad del mar y la última claridad del cielo se va borrando paulatinamente. La única diferencia entre el arriba y el abajo son ahora las estrellas.
La Luna se fue tras el sol por el oeste mostrando sus cuernos. Parecía una burla que la luna sí pudiera refugiarse allí donde ustedes deberían llegar. Venus también se fue enseguida amenazando con dejarlos en la más completa oscuridad. Pero una estrella que destaca entre todas, justo sobre sus cabezas, toma el control del cielo. Quienes supieran de astronomía sabrían que se trata de Sirio. El intenso brillo de está estrella permite ver sin dificultad todo la balsa, las olas más cercanas y la aleta del tiburón que se acerca.
Un golpe, una dentellada, maderas rotas y sogas que enriedan al animal. Las sacudidas desesperadas de este pez terrible intentando liberarse, amenzan con desarmar el precario refugio que los mantuvo vivos las últimas horas.
Tras liberar al tiburón Lucía cae al agua. Pero no se hunde. Tampoco queda flotando en la superficie. Flota sí, pero a 15 centímetros sobre las olas. Abre los brazos, se queda mirando al resto con ojos inexpresivos y así, lentamente, su cuerpo se aleja hasta perderse en la oscuridad.
Puedes correr el destino del resto y morir aquí, es una opción. Pero yo quiero ofrecerte una alternativa. En la caja que hay junto a tí hay un pergamino con un convenio. Si lo firmas podrás vivir y tendrás un lugar a mi lado.
Aunque no estoy más a tu lado, mi voz sonó Clara como si estuviera murmurando en tu oído.
Por cierto, casi olvido avisarte que el pacto se firma con sangre. No tu sangre, claro, que tu propia sangre la debes conservar si quieres vivir. El cuchillo que te dí tiene más de una utilidad.
Al día siguiente el transatlántico Patricio de Satrústegui arribó a la zona del hundimiento. Sólo pudo hallar cinco cadáveres.