La guardia de honor de los Navy Seals estaba de pie, sosteniendo sus rifles de gala, vestidos de blanco y negro, con la mirada perdida en el horizonte. Entonces, se escuchó la voz del comandante Lawson:
-No quiero ni puedo enjuagar las lágrimas de dolor que deben brotar de los ojos de la madre del suboficial de tercera clase Redmond Lomax. Sería injusto. Ella, más que nadie, ha sacrificado a nuestra nación su bien más preciado: su propio hijo. Pero si quiero hablarles de uno de los mejores SEAL que jamás han servido bajo mi mando.
Hizo una pausa, y su madre lloraba desconsolada, confortada por su padre que le había pasado una mano por los hombros y le escuchaba.
-Cuando había que avanzar, el suboficial Lomax era el primero. Cuando había que pelear, sin que importara el riesgo, y sobretodo si la vida de uno de sus compañeros estaba en juego, él estaba allí el primero. Sus dotes como tirador eran excelentes, como es de todos conocido, y se valió el merecido título de ser uno de los "cien del presidente".
Miró a los allí presentes: Tex, Mac, Fantasma, Hua... todos en uniforme de gala. El capitan Rhodes estaba allí también, con su vistoso uniforme blanco lleno de medallas y unas gafas de sol, escuchándole. Habían periodistas, pero también familiares y compañeros, estos últimos perfectamente formados.
-No voy a hablarles de su historial, de sus méritos pasados. Todos los conocemos. Solo voy a recordarles, que es gracias a Red, como nosotros le llamábamos, que el suboficial MacAvoy está aquí con nosotros. Red, dando muestras de un comportamiento heroico y de un gran compañerismo, cubrió al suboficial en la sala de máquinas del Oasis. Solos, rodeados de terroristas y amenazados por su superioridad numérica. Pero no vaciló, ni cuando fue herido. Defendió a su compañero, y juntos salieron de allí. Dió su vida para salvar a un compañero, luchando hasta el final. Y eso, damas y caballeros... es ser un SEAL.
Miró hacia el ataud, todavía sobre el nivel de la tierra.
-No puedo devolver la vida a Red, nadie puede. Pero él murió como un valiente, como un verdadero héroe americano. Y por eso no morirá nunca en nuestros corazones, ni en la historia de nuestra Armada. Y como héroe, Red, te saludo.
Se cuadró, saludando al féretro. El oficial de la guardia de honor voceó:
-¡Destacamento, apunteeeeen...! ¡Fuego!
Sonó la primera descarga, y el capitán Rhodes habló sin volverse mientras sonaba la marcha fúnebre.
-Marineros... ¡Saluden!
Hombres y mujeres, presentaron su último saludo, su postrer gesto de respeto, al féretro que ya iniciaba su lento viaje hacia su morada eterna.
-¡Apunteeeen...! ¡Fuego!
Se produjo una segunda descarga, y la alférez Fairbanks parpadeó, al borde del llanto. En el cuello, lucía una estrella de bronce. A su lado, Hua se mantenía firme, saludando, con una condecoración similar al cuello. Ni siquiera parpadeó.
-¡Apunteeeen...! ¡Fuego!
La última descarga estremeció al comandante Lawson, arrancándole una lágrima. No hubo más medallas para él que otro corazón púrpura, ni las necesitaba. Los políticos habían hecho su trabajo, y él había sido culpado de las muertes de los civiles. No le importaba, porque había cumplido con su deber.
-¡Marineros...! ¡Descansen! -dijo el capitán- ¡Rompan filas!
Los SEAL se fueron marchando del lugar, poco a poco, junto a los familiares de la víctima. Al cabo, solo quedaron allí los guardias de honor, y los operarios del cementerio, dispuestos a cubrir el féretro. Entonces, Mac se acercó, y les indicó con un gesto que aguardasen, agachándose.
-Red... No se si vas a estar en un lugar mejor, o todo ha acabado para ti. Pero me gustaría creer que todavía puedes oirme, estés donde estés.
Sacó una cosa de su cuello, una medalla de honor del congreso con distintivo de la marina.
-Me han dicho que no puedo dártela, que no me darán otra. Pero quiero que sepas que tu merecías esto, y no yo. Pero además, se que a ti te importan tan poco estas mierdas como a mi. Por eso eras mi colega.
Se levantó, despacio.
-Adios, Red.
Se fue a dar la vuelta, pero entonces se percató de algo. Se puso de pie en frente del féretro, se cuadró en posición de firmes y con gran energía, le dedicó un saludo.
-¡El único día bueno, fue ayer! -exclamó, enunciando uno de los lemas oficiales de los SEAL- ¡Hooyah!
Entonces, la guardia de honor exclamó a su vez.
-¡Hooyah!
Mac se dió la vuelta entonces, abandonando el lugar sin mirar atrás. Aquella era su vida. La vida de un Navy SEAL.