Planta Superior
A la Mansión se accede desde la Planta Noble, que es el primer piso, y también desde la Planta Baja, por la Puerta de Servicio, en la parte trasera de la casa, que da al pasillo entre el comedor del servicio y la habitación de los camareros.
Existe una nave diáfana, en el Sótano, la Bodega.
Lo que saben los tres personajes rusos sobre la mansión.
Antes o después, supongo que antes, alguno de los alemanes preguntará a sus guías-prisioneros rusos sobre la mansión. ¿Qué es aquel lugar? etc...
Esta es la respuesta que los directores podremos poner en privado a los personajes rusos para que ellos ya hagan con la información lo que consideren necesario.
"La Vieja Mansión, La Casa Maldita, El Hogar de los Muertos… aquel lugar tiene tantos nombres como historias circulan sobre él. Casi todo el mundo por la zona ha oído alguna o varias de ellas y sabe que aquella es una casa prohibida, donde nunca va nadie y de la que nunca sale nadie. La mayor parte de estas historias coinciden en que la mansión perteneció hace décadas a una familia influyente y adinerada sobre la que cayó una horrible maldición. Es a partir de ahí donde las lenguas difieren. Hay quien dice que se volvieron locos y se mataron entre ellos, otros afirman que fueron castigados por el tipo de vida que llevaban, por poseer más de lo que Dios les había entregado en suerte, hay quien cuenta que fue cosa de brujería, magia negra, el demonio y un sin fin más de patrañas. Por supuesto todo esto son leyendas, supersticiones del pueblo, pues nadie se ha atrevido, que se sepa, a internarse en ella. Pero la guerra lo cambia todo y los alemanes se creen superiores incluso a la muerte... y hacia allí se dirigen ahora."
La Historia de la Mansión
He aquí lo que muy pocos saben, la verdadera historia de la familia Yusareff y la Mansión Demoníaca.
La Gran Mansión pertenecía a la familia Yusareff, apellido de cierto peso político y poseedor de una enorme fortuna. En la casa vivían varios miembros de la familia, entre ellas Yuri, el cabeza de familia, Irina, su mujer y los dos pequeños, Natasha y Dimitri. Junto con ellos dos de los abuelos una cierta cantidad de primos, tíos y demás familiares ocupaban durante diversas épocas del año las habitaciones de invitados. Un elevado número de personal de servicio hacía su vida en la planta baja.
La vida en la mansión era todo opulencia y esplendor. La comida de mayor calidad, las fiestas más ostentosas, bailes, banquetes, recepciones… lo mejor que la madre de todas las Rusias podía aportar en aquella época. No carecían de nada y no necesitaban nada que no obtuviesen con solo pedirlo. Realmente eran felices, envidiablemente felices.
La casa se vio marcada por el horror el día en el que los dos niños enfermaron misteriosamente. Ocurrió sin previo aviso y afectó a ambos hermanos. Murieron de forma inesperada en tan sólo cuarenta y ocho horas. Ninguno de los médicos que Yuri trajo ante ellos supo ofrecer explicación alguna. Los niños fueron enterradas al día siguiente, entre una multitud de lágrimas y lamentos, en el cementerio particular de la familia, situado en los jardines de la mansión. Tal tragedia hundió en la desesperación a sus padres. Yuri se marchó de la casa, incapaz de soportar los recuerdos que esta contenía y jamás volvió. Irina permaneció en ella, incapaz de separarse tan sólo unos metros de aquellos mismos recuerdos. Fue precisamente Irina la que provocó que el mal penetrase entre aquellos muros. En el estado de sufrimiento en el que se encontraba, difícilmente lograba conciliar el sueño, mas era durante estos ratos cuando más vívidamente sentía el contacto de sus hijas. Durante uno de aquellos viajes oníricos un demonio, una criatura de otro plano, entró en contacto con ella y le cubrió de promesas, ofreciéndole la posibilidad de devolvérselas con vida. Irina le creyó, por supuesto, se tragó todas sus mentiras y desde aquel momento obedeció todos y cada uno de los mandatos del demonio, al que llamó Azhabel, convirtiéndose en su servidora. En la profunda depresión en la que se encontraba inmersa se habría agarrado a un clavo ardiendo, y el demonio, más que un anzuelo, le arrojó una red completa sobre la que Irina se dejó caer con los ojos cerrados. Azhabel realmente la estaba utilizando, convirtiéndola en su sacerdotisa y guiándola a través de los pasos del ritual que le permitiría entrar en nuestro mundo. Irina se encerró en sus habitaciones y rompió todo contacto con la familia y con los sirvientes. No comía nada, no se lavaba ni salía de ellas para nada. Cubrió su cuerpo con todo tipo de tatuajes y dibujos arcanos, se cortó la larga cabellera negra que siempre lucía. Tras varios días de trabajo y preparativos, una noche sin luna, Irina recitó en voz alta el ensalmo que el demonio había grabado en su mente y a través del cual le invitaba a tomar forma física ante ella. La única persona en toda la casa que se percató de lo que estaba ocurriendo fue la abuela de las pequeñas. Trató de detener a Irina pero ésta no le dio opción, por lo que se encerró en el cuarto de las pequeñas y lo cubrió de imágenes de santos, crucifijos y rosarios. Irina completó el ritual, mas a pesar de hallarse rayando en la locura debió de darse cuenta del engaño antes de que éste estuviese finalizado, pues logró alterar el mismo de forma que aunque el demonio hubiese sido invocado al interior de la casa, en cambio le estuviese prohibido salir de ella. Azhabel tomó forma física en la Mansión y ésta se convirtió en su cárcel para toda la eternidad. Irina sin embargo no pudo impedir la masacre que se produjo a continuación.
Desde entonces la casa está maldita, habitada por un demonio cruel y sanguinario.
Exterior y Jardín
Los muros de ladrillo aparecían desgastados por la erosión de la nieve y el viento, y horadados por maleza y trepadoras que se secaron mucho atrás, pero que habían persistido agarradas entre las rendijas a pesar de ello. Las ventanas eran grandes, algunas enormes cristaleras, pero el interior apenas se adivinaba por la suciedad y el polvo fijado en los cristales, traslúcidos y mates. La nieve se acumulaba en los tejados pronunciados, algunos picudos. Las escaleras que subían desde el jardín hasta la puerta principal eran amplias, de bordes redondeados, y rotas en algunas zonas.
El jardín era extenso, y la rodeaba por completo. Grandes árboles, coníferas en su mayoría, seguían en pie aunque resecos, cansados, algunos inclinados por el viento de años. Un pequeño estanque, helado, un parterre de plantas muertas, un banco de piedra a trozos, y una fuente rota frente a él. La sauceda quedaba a un lado, la mayoría de los árboles estaban desnudos, muertos, pero otros, extrañamente, seguían repletos de hojas amarillentas, venciendo sus ramas dormidas hacia el claro en el que una escultura de la mujer se levantaba solitaria. Detrás, ya dejando la esquina para llegar a la parte posterior de la casa, el pequeño pero poblado cementerio persistía. Ahora, sin embargo, había perdido el cuidado y ordenado planteamiento, y como si hubiera sufrido por algún terremoto, las lápidas y las cruces en las tumbas estaban torcidas, algunas resquebrajadas.
El conjunto estaba cercado por la reja, altísima y recia, de hierro forjado y acabada en puntas de lanza. La cerraba la puerta de dos hojas que ahora se mantenía cerrada, con el cuerpo del teniente encastado en ella.
Tras las puertas, la alameda y el camino habían desaparecido entre la niebla y la tormenta, y parecía que el mundo se acababa y comenzaba en la Mansión.
Hallazgos posibles:
-En las tumbas, lápidas de la familia, alguna losa suelta con alguna referencia infantil: Un lazo, una peonza...
-En la estatua: un pequeño dije femenino, un camafeo con la efigie de Irina labrada, manchado de sangre.
-Alguna página de la partitura con la letra escrita con sangre, necesaria para el ritual de salvación. pero no lo sabrán hasta que no consigan entrar y averiguarlo en la Habitación de los Niños.
-Algún fantasma, el de la niñera, por ejemplo, ste es amistoso, pero no habla. O el pavoroso de Yuri, el padre, completamente loco, incapaz de ninguna comunicación ni ayuda.
Planta Noble:
Recibidor
Desde el jardín las escaleras llevaban hasta un rellano ancho, con la puerta principal, de madera noble, con cuarterones repujados y una gran aldaba doble en forma de cabezas de león. A un lado se hallaba un tirador de hierro forjado que debía accionar una campana en el interior, lo que hacía ver que las aldabas eran puramente ornamentales. Sobre la puerta el escudo de la familia, en piedra, sobre el muro. Pero tan desgastado que no se acertaba a ver qué representaba.
Dentro, una gran cristalera abombada hacia fuera, en la pared izquierda del recibidor, dejaba pasar una luz tamizada por el polvo acumulado. Con cristales enplomados, formando un arabesco, de suelo a techo, pero sin colorear. Apenas se distinguía la silueta de los sauces, y algunos cipreses.
A la derecha un gran arco en la misma pared, sin puertas, permitía ver un distribuidor en toda su impactante grandiosidad. También podían verse dos puertas más, una a la derecha, después de la arcada, entreabierta, que comunicaba con la Biblioteca. Y otra mucho más grande enfrente de la entrada, doble, de cristales emplomados en la misma línea que la cristalera.
Distribuidor
La arcada conducía a un espacio grandioso y regio, a doble altura, presidido por una doble escalinata que ascendía por ambos lados, uniéndose en un rellano a media altura, para subir entonces una sola hasta el piso superior, que se adelantaba sobre el inferior en una balconada. La barandilla era de piedra y recorría las escalinatas en toda su longitud, incluyendo la balconada que se asomaba sobre el piso noble. En ambos lados la escalera daba un pequeño giro, y allí las barandillas se engrosaban, formando sendas bases de columna en cuyos capiteles se levantaban lámparas de múltiples brazos.
En el suelo era evidente que había habido una gruesa alfombra granate, pero ahora sólo persistían girones de ella, manchados y llenos de mugre, algunos conservando el color original, y otros salpicados de colores indefinidos.
(Ver Dossier para Hallazgos)
Salón de Baile
La puertas, al abrirse, condujeron a una grandiosa sala que producía una extraña mezcla de sensaciones al verla. Por un lado el lujo y la magnificencia eran apabullantes, a pesar del paso de los años y del abandono. Pero por otro algo funesto flotaba en el ambiente. El suelo de marmol veteado, donde el rosa y el blanco se entremezclaban caprichosos, liso y llano para el mejor deslizarse de los danzarines sobre él les indicó claramente que se encontraban en una diáfana y despejada Sala de Baile. Y una Sala de Baile destrozada, y vacía, era algo que pesaba en el ánimo.
Gruesos cortinajes de terciopelo rojo, recogidos por gruesos cordones de seda con flecos dorados, caían a lado y lado de los grandes ventanales de cristaleras emplomadas, éstas sí en colores, aunque muy tenues, muy suaves, formando dibujos de plantas y flores. Ante ellas, como repartidas al azar, algunas butacas pequeñas, silloncitos en parejas o grupos, de madera policromada en pan de oro y tapizadas en el terciopelo de las cortinas, para el descanso de las Damas.
Pero los cortinajes estaban apolillados, deslustrados, los oros aparecían oscurecidos y manchados de óxido, y los sillones tenían patas rotas, manchones, y algunos estaban simplemente destrozados del asiento, mostrando unas entrañas de lana amarillenta y muelles desencajados.
A un lado tres señales circulares en el suelo parecían haber sido dejadas por un piano de cola que, ahora, no estaba allí. Sin embargo, de pronto, todos dieron un respingo. Unas notas sonaron casi imperceptiblemente, unas notas encadenadas, una... melodía? ¿Acaso el viento...?
(Ver Dossier para Hallazgos)
BIBLIOTECA
La sala en la que entraron era una gran habitación que en su día debió estar dedicada tanto a la lectura como a la música. Un gran número de estanterías recubrían las paredes y entre ellas y repartidos por toda la habitación había al menos doce altos candelabros macizos de cuatro brazos que darían en su día abundante luz a la estancia. El ala opuesta de la estancia estaba dominada por un piano y un arpa, que se mostraban imperturbables al paso del tiempo, estáticos sobre una tarima de madera. Tras el piano había un pequeño banquito, y sobre sus teclas, una hoja de partitura.
Las estanterías se mostraban repletas de libros, la mayoría bien ordenados, uno junto a otro, aunque cubiertos por una gruesa capa de polvo. A pesar del paso del tiempo y del estado general ruinoso de la vivienda, aquella habitación en concreto mostraba un buen aspecto. Excepto quizás en una de las estanterías pues en ella los libros estaban tumbados y desordenados, esparcidos sin criterio y bastante maltratados.
Una gran lámpara de araña, profusamente decorada, colgaba del techo. Sus patas no acababan en bombillas como era de esperar, sino en labrados candelabros que representaban a unas criaturas a las que únicamente se las podía definir como damas de la noche, mujeres con el rostro alargado, gesto lascivo, largos colmillos, un par de rubíes por ojos y que sostenían las velas entre sus brazos con total devoción como si de la propia fuente de la vida se tratase.
En la pared del fondo, a un lado del piano, había una puerta de madera cerrada. A la derecha, a mitad de la pared, una segunda puerta también cerrada completaba elos accesos a la estancia.