Partida Rol por web

Nada era como decían.

Nada.

Aquellos que habían estado cerca de la muerte, aquellos que la habían mirado directamente a los ojos y logrado eludir su gélido abrazo en el último instante, volvían a la vida contando historias sobre una luz, una sensación de paz y calor, una puerta, nubes… mas todo era mentira.

Frío. Había sentido mucho frío durante el tiempo que se logró mantener aferrado a la vida. En los momentos finales, mientras el último aliento escapaba de su cuerpo, incluso había llegado a tiritar. Y dolor. ¡Oh, Dios todopoderoso! ¡Cuánto dolor! ¡Morir dolía como mil infiernos!

Nada era como decían.

No había una figura de negro. Por ningún sitio vio la calavera ni la guadaña. Tan sólo sintió soledad y tristeza.

Supo que había muerto en el instante en el que se percató de que estaba contemplando su propio rostro. Se miraba a sí mismo desde arriba, suspendido en el aire y al revés de la posición en la que se encontraba su cuerpo, tendido sobre la mesa, cubierto de mantas, de barro, nieve y sangre.

Su hermano Hans gritaba desconsolado a su lado, increpando al doctor Grüber. Le había parecido escuchar el eco lejano de un disparo… no, dos. Todo era muy borroso. Su percepción de las cosas lo mareaba, lo confundía. Los colores habían desaparecido. El blanco y negro, con algunos matices de gris, dominaban todo cuanto podía ver. El sonido le llegaba como amortiguado, se diría que escuchaba a cámara lenta. Se sentía un inválido incapaz de controlar sus propios sentidos. Y a la vez, esta pérdida de percepción real, le suponía un aumento de otro tipo de sensaciones. Creía notar otras presencias en la mansión de las que antes no era consciente.

Todo resultaba muy confuso. ¿No debería estar ya su alma camino del cielo? ¿No debería ver una luz? ¿Quizás el purgatorio? ¿Qué hacía allí suspendido sobre su propio cuerpo?

Desde su nuevo punto de vista Pieter observó a los que fueron sus compañeros. Ahora todo se le mostraba borroso, empañada, como si mirara la realidad a traves de un vaso sucio. Le pareció escuchar a su hermano gritar, llorar, pero su oído, igual que su vista, sonaba embotado, como si un pesado velo cubriera todo a su alrededor.

Intento moverse, llamar la atención de Hans, cuya cara se encontraba a solo unos centímetros de él, pero al hacerlo no sintió nada, ya no tenía un cuerpo que mover, ni brazos que agitar. Esas cosas estaban debajo de él, como un cascarón vacio.

Ahora era como una presencia, un alma en pena, por alguna razón no había continuado su viaje, como debían hacer los muertos segun decían las tradiciones. Se preguntó si aquello sería su castigo por haber participado en la guerra, una agonía eterna y constante, un dolor infinito. Estaba pensando en ello, pues pensar era lo único que aun era capaz de hacer, cuando noto que no estaba solo en aquel lugar, había cosas que estaban a este lado del velo, como él.

Las voces de los vivos llegaban amortiguadas, pero aquel grito... aquel grito estaba en el mismo lugar que él. Si hubiera tenido cuerpo se hubiera estremecido, hubiera sentido miedo, pero ahora ya no. Los hombres se movieron en la sala, de pronto un destello, luz. A Pieter le pareció muy intensa, incluso a través del velo.

Logró entender algunas palabras, iban a buscar a la causante del grito.

-¡No!- intento gritar Pieter.- ¡No vayais!- dijo sin boca. ¿Como había logrado la causante de aquel llanto que la escucharan?

Miró hacia arriba... o hacia un lado... no estaba seguro, al lugar del que vino la voz. Se concentro in ir hacia allí, debia conocer el origen de aquella voz, impedir que dañara a su hermano y a sus compañeros.

Como ente sin cuerpo que era ahora, Pieter no tenía columna vertebral, pero aún así no pudo evitar sentir como un escalofrío recorría todo su ser. ¡Había sentido algo!. Y aquello, fuera lo que fuese, le había provocado el mayor pavor que hubiese sufrido en su vida... y en su muerte. ¿Cómo era posible sentir miedo estando muerto? No lograba explicárselo, mas eso no evitaba que estuvese aterrado.

Podía notar una presencia en la Mansión. Una.. criatura que no era capaz de definir pero cuyo aura emanaba poder y maldad en cantidades abrumadoras. Etaba confuso, perdido. Por un momento todo aquello que veía se hizo borroso y se desfiguró. Quería huir, esconderse, desaparecer. No sabía como. Aquella presencia estaba allí, no muy lejos... y le había sentido a él. Podía notar su obsceno placer, podía sentir como paladeaba su muerte y su dolor. Y, de la misma forma, era capaz de percibir que quería más. Más sangre, más muertes. Las de sus compañeros.

Poco a poco consiguió calmarse y su visión volvió a mostrarle la biblioteca en la que se encontraba. Por suerte el grupo aún no se había movido.

El sargento mascullaba ordénes a Hans y el resto se acercaban a una de las puertas. Guiándose por la luz de la vela que portaba la que luego identificó como la granjera rusa, Pieter, o el espectro que ahora era, se acercó hasta la puerta.

Instintivamente intentó agarrar el picaporte para abrirla y llegar a ella antes que sus compañeros, pero su etérea presencia atravesó el frio metal.

Al darse cuenta de lo que sucedia tomo aire, al menos metafóricamente, y se dispuso a atravesar la puerta que sus compañeros iban a cruzar en cualquier momento.

Si había algún peligro allí debía saberlo antes que ellos y encontrar la manera de advertirlos.

Pieter tuvo un pensamiento consciente. Ir hacia el picaporte y abrir la puerta.

No supo como, pero se encotró allí, frente a él. Su siguiente pensamiento fue tocarlo, mas no lo logró. Atravesó su superficie como si no se encontrara allí, como si él mismo no estuviese allí.

Entonces comenzó a sonar la música.

Sonaba desde el piano, amortiguada, como en otra vida, pero pudo reconocerla. Era la novena sinfonía de Beethoven.

Observó como los que habían sido sus compañeros se revolvían nerviosos buscando el origen de aquel sonido. No había nadie sentado en el banco frente al piano. Las teclas se movían solas... ¿o no?

Le pareció percibir un ligero resplandor, una luz azulada que poco a poco iba tomando forma.

Vio como el asiento de madera tras el piano, de aquellos redondos con una espiral en su eje, giraba sobre sí mismo para ganar altura, hasta quedar cerca de las propias teclas. Y sobre él.. aquella luz... tomó la imagen de un niño de unos nueve años. Una imagen sin color, sin sustancia.

Estaba tocando el piano. Él apretaba las teclas con sus pequeñas manos.

Y el niño lo miró.

Uno de los compañeros de Pieter rompió la puerta que se resquebajó con sequedad. Aun así los ojos, o al menos la mirada de Pieter, no se apartarón del niño que estaba sentado al piano.

Aun mirándole no dejó de tocar, mientras sus compañeros se preguntaban de donde venía la música y se adentraban en la recien abierta habitación.

Pieter observo al niño, era insustancial, casi etéreo, como un dibujo en papel de cebolla. Intentó mirarse a sí mismo, preguntándose si ese era el aspecto que presentaba ahora. Después volvió a alzar la mirada al piano, que seguía sonando.

-¿Quien eres?- le preguntó.

Los que en vida fueron sus compañeros se habían marchado de la habitación, no obstante el muchacho no les prestó atención y, por completo impasible, continuaba desgranando la melodía de aquella sinfonía. Y miraba fijamente a Pieter.

Pasaron unos instantes. Llegó a pensar incluso que no obtendría respuesta.

De pronto, sin llegar a terminar de tocar la pieza, el muchacho apartó los dedos de las teclas y comenzó a flotar en el aire, ascendiendo hacia el techo. Se detuvo un instante e hizo un gesto con la mano a Pieter para que lo siguiera. Tras ello desapareció atravesando el techo de escayola.

Cuando el niño se elevó miró hacia atrás un instante, hacia la habitación a donde habían partido sus compañeros. Apenas podía verlos, solo intuirlos, debido a la nublada visión de su antigua realidad.

Miró hacia arriba, y sin estar muy seguro de como intentó caminar hacia el punto por el cual había desaparecido el niño.

Comienzas a traspasar el techo de la habitación mientras los sonidos de la planta baja llegan amortiguados a tus oidos.

El niño no parece responder a ninguna de tus preguntas, sólo se gira y te sonríe, para después continúar flotando por la planta superior.

Sigues al niño, sin importarte nada más.

Parece guiarte hasta una de las habitaciones de la derecha de las grandes escaleras...

El niño, traspasa la puerta dos segundos después de pedirte que lo sigas con un gesto de su mano. Después, vuelve a sonreir y se mete en la habitación.

-¡Espera!- dijo Pieter. Aun así el niño no se detuvo, se paraba a esperar al soldado y cuando este se acercaba volvía a avanzar, guiándolo hacia aquella habitación.

Finalmente el niño volvió a cruzar la pared dejando a Pieter frente a ella. Miró al suelo, donde pensaba que estaba su hermano. Pensó que debía estar con él, pero... si había algo maligno en aquella mansión y él podía evitar que dañara a su hermano debía intentarlo.

Miró de nuevo a la pared y se lanzó contra ella dispuesto a atravesarla y seguir al niño.

Entras a la habitación en donde se ha metido el niño y puedes ver que es la habitación de los niños.

Ves que hay dos camas en ella y una foto de cada uno colgadas en las paredes. El niño coge uno de los juguetes que hay allí, un cochecito de madera, y comienza a jugar con él haciéndolo andar por el suelo.

En ese momento, una niña atraviesa la puerta de la habitación, te mira y te sonrie, para después, ponerse a jugar con una muñeca, sentada justo al lado del niño.

El niño te mira con su carita sonriente, invitándote con la mano a que te sientes a su lado para poder jugar con ellos.

La niña, en cambio, no quita la mirada de su muñeca, a la cual estruja y acaricia, tarareando una cancioncilla.

Pieter se queda de pie junto a la pared, observando a los dos niños con gesto de terror.

Al igual que hiciera antes con el piano el niño moví el coche de juguete como si aun fuera tangible. Él sin embargo no había sido capaz de tocar nada.

-¿Qui...quienes sois? ¿Que hacéis aquí?- les pregunta, no muy seguro de que le vayan a contestar.

Dimitri comenzó a hablar en cuanto el libro se abre por la página...

Mi papá me mima,

mi mamá me ama,

mi abuela me quiere,

mi hermana me calma.

Montañas nevadas,

picos helados,

criaturas aladas,

hijos amados.

Estando colgados,

vemos venir,

a los seres alados,

deseando morir.

Su muerte todavía era reciente y su alma aun no se había acostumbrado aquella situación, así que Pieter sintió terror al ver la escena.

Desde la puerta sus compañeros miraba asustados. ¡Debían salir de allí! Era tarde para él, pero no para ellos, ¡aun estaban vivos!

Corrió hasta el exterior de la habitación, atravesando la pared en vez de usar la puerta y llegó hasta su hermano.

Intentó agarrarlo por los brazos y zarandearlo.

-¡Huye! ¡Huye Hans! ¡Huye!

El arma fue a parar al lado de Dimitri, el cual miró el arma y después, volvió a mirar a los soldados y a los campesinos.

Lentamente, fue moviendo la boca... recitando cada una de las palabras que aparecían en el libro que ha caído de la estantería...

Mi papá me mima,

mi mamá me ama,

mi abuela me quiere,

mi hermana me calma.

Montañas nevadas,

picos helados,

criaturas aladas,

hijos amados.

Estando colgados,

vemos venir,

a los seres alados,

deseando morir.

Fue en ese momento cuando los niños se abrazaron y comenzaron a llorar...

Fue en ese momento cuando todas las ventanas de la mansión estallaron hacia fuera, haciendo que los pedazos de cristales vuelen varios metros más alla de las paredes...

Y fue el momento en que todos los presentes escucharon un grito atronador que provenía de la habitación del final del pasillo...

Era un grito femenino... un grito espeluznante...

Pero eso no fue todo...

En el piso de abajo, otro grito se escucho, aunque esta vez, el grito era completamente antinatural. Grave. Inhumano. Definitivamente de otro mundo.

Los gritos de la mujer continuaron, mientras que los del piso inferior se acallaron tras unos minutos. Los niños continuaron allí, abrazados. Temblando mientras las lágrimas les recorrían las mejillas. Unas lágrimas fantasmales.

Dimitri te señala la puerta con su mano mientras continúa abrazado a su hermanita...

Después, gira la cabeza hacia ti, mirándote con los ojos llenos de lágrimas pero aún así, te sonríe.

Debéis escapar. Papá está enfadado... y viene a por nosotros... y a por tus amigos...

Por primera vez el niño habló directamente a Pieter, y no fue para decirle nada alentador.

Hans estaba paralizado por el miedo y el resto de sus compañeros parecía más preocupado por la campesina que por las presencias de aquella casa.

¡Iba a por ellos! El espíritu del padre de aquellos niños, probablemente el que los había matado, iba a por sus compañerosm, ¡a por su hermano! Los mataría también, atrapándolos en aquella casa para siempre.

Era tarde para él, pero quizá todavía podía salvar a sus compañeros. Se acercó rápidamente al sargento, se concentró e intentó hacer lo mismo que había logrado con su hermano.

Agarró al sargento por los hombros mientras le hablaba

-¡Salgan de aquí Sargento! ¡Va a matarles! ¡Sálvelos a todos! ¡Rápido!