Partida Rol por web

Noche sobre Venecia

Tiempos Difíciles, Mares Embravecidos

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28/02/2008, 19:10
Director

Poco a poco el otoño se vio forzado por las propias leyes de la naturaleza a ceder paso al invierno y el frío estrechó su cerco sobre la Dama del Mar. La noche pasada, la más fría del presente año, fue testigo de la primera nevada de la estación y, aunque leve y presurosa como el rubor de una joven, dejó los tejados y las riberas cubiertos de blanco. Sin embargo, durante el día de hoy un sorprendentemente cálido sol ha ido borrando durante la jornada toda huella de la nevada. Quizás a la noche vuelva a repetirse el proceso... poco queda para la hora oscura.

El sol se ponía ya sobre la laguna, arrojando sus rojizos destellos que iluminaban campanarios y pórticos. Las aves que ejercían su dominio sobre las islas, palomas, gaviotas y gorriones en su mayoría, retornaban ya a sus tejados buscando el cobijo necesario hasta el día siguiente. Los aromas de las especias en los mercados, en los que los comerciantes recogían ya sus mercancías, dejaban el protagonismo a las cálidas fragancias de los festines que se preparaban ya para la cena. Pronto sería el momento del anonimato, de la cara de porcelana, de las fiestas y el placer.

Para Diego Velásquez todo aquello quedaba demasiado lejos. Su vida transcurría entre los muros de piedra, la oración y la rutina… y no se lamentaba por ello. Era como debía ser, había mucho por lo que pedir perdón, motivos para rezar, arrepentimiento que canalizar y culpas por digerir. Los hermanos comprendían su dolor y rara vez le molestaban durante sus largos períodos de meditación. No obstante, esa noche fue diferente a todas cuantas habían pasado con anterioridad. Contra toda norma, contra todo pronóstico, unos golpes en la puerta de su celda le trajeron a la realidad. Calculaba que habían pasado ya las horas del día y en el exterior reinaría la noche. Nadie debía venir a él en este momento... salvo extrema urgencia.

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28/02/2008, 19:19
Director

Poco a poco el otoño se vio forzado por las propias leyes de la naturaleza a ceder paso al invierno y el frío estrechó su cerco sobre la Dama del Mar. La noche pasada, la más fría del presente año, fue testigo de la primera nevada de la estación y, aunque leve y presurosa como el rubor de una joven, dejó los tejados y las riberas cubiertos de blanco. Sin embargo, durante el día de hoy un sorprendentemente cálido sol ha ido borrando durante la jornada toda huella de la nevada. Quizás a la noche vuelva a repetirse el proceso... poco queda para la hora oscura.

El sol se ponía ya sobre la laguna, arrojando sus rojizos destellos que iluminaban campanarios y pórticos. Las aves que ejercían su dominio sobre las islas, palomas, gaviotas y gorriones en su mayoría, retornaban ya a sus tejados buscando el cobijo necesario hasta el día siguiente. Los aromas de las especias en los mercados, en los que los comerciantes recogían ya sus mercancías, dejaban el protagonismo a las cálidas fragancias de los festines que se preparaban ya para la cena. Pronto sería el momento del anonimato, de la cara de porcelana, de las fiestas y el placer.

Para Don Fernando Álvarez de Toledo todo aquello quedaba demasiado lejos. Su vida se había complicado de manera impensable durante los últimos dos años. Tras la victoria en Lepanto todo hacía presagiar buenos vientos para la alianza… nada más lejos de la realidad. Tras desperdiciar la oportunidad de rematar a los Turcos al año siguiente a la batalla, las circunstancias habían puesto de manifiesto la incapacidad de la llamada Liga Santa para tomar una senda conjunta. La República de Venecia abogaba por actuar, aprovechando la posición de dominio que habían obtenido tras la victoria. España en cambio, por órdenes directas de Felipe II, contemporizaba cualquier posible acción, enarbolando la bandera de haber cumplido a sobras con su obligación para con la cristiandad y con los ojos puestos en los Países Bajos, su principal fuente de problemas. La Santa Sede, por su parte, carecía del poder suficiente para encabezar ningún tipo de movimiento.

Todo ello llevó a Venecia a firmar un pacto con el Imperio Turco, en unos términos más que vergonzosos para la Serenísima República. De eso hacía ya dos años y desde entonces la situación de Don Fernando no hacía sino empeorar en la ciudad de los canales.

Sin embargo, aquella noche todo iba a cambiar. Un criado apareció ante el embajador sosteniendo sobre sus manos una bandeja de plata en la que descansaba un sobre cerrado.

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28/02/2008, 20:16
Diego Velasquez
Sólo para el director

"Padre nuestro, que estás en los cielos"
La llamada interrumpió su oración. El cansancio volvió con tanta fuerza que sus hombros, antes rectos mientras estaba concentrado en el salmo, cayeron hacia abajo. No quería contestar. No quería saber nada de nadie. Solo quería estar a solas con Dios. Suplicarle perdón, una y otra vez, hasta quedar tan agotado que no tuviese más remedio que dormir.

De nuevo, golpes en la puerta. Era curioso. Sus hermanos italianos, siervos del señor como él, podían leer en sus ojos el dolor, la carencia de rumbo. Nunca le habían preguntado. Solo respetaban su duelo. Y parte de él solo quería perderse en la oración, en la suplica. En la penitencia.

Pero había otra parte (¡Esa maldita parte!) que necesitaba encontrarle sentido a todo. Que no sabía quien, tras tanto tiempo en Venecia, había roto la perfecta rutina del monasterio. ¿Quien a estas horas? ¿Un hermano? Los monjes ya se habían recogido. Y pocas personas saben que estoy aquí...

Solo había una forma de saberlo. Podía dejar su tranquilidad, por el momento. Solo por el momento.

Se levantó del pequeño altar ante el que estaba arrodillado, se alisó con cuidado su hábito marrón y metió sus manos entre las amplias mangas de sus ropas. Cuando su aspecto era lo suficientemente serio, se enderezó de nuevo. Sabía, por sus años de investigador, que dar la imagen adecuada puede ser una ventaja. Y que debía prepararse para todo.

"Hagase tu voluntad, y perdona a tu siervo."

-Adelante- dijo

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28/02/2008, 20:37
Don Fernando Álvarez de Toledo

El cálido invierno daba los últimos coletazos antes de dar paso definitivamente al frío invierno. Y Fernando lo sabía bien, la última noche un leve pero continuo dolor en el hombro derecho -recuerdo de un "encuentro" de espadas en Madrid- que le anunciaba que el crudo frío junto con la humedad esperaban conquistar esas hermosas pero enojadas tierras.

El hombre que representaba los intereses de España en la corte veneciana miró por la ventana de su despacho en la embajada. Desde él podía contemplar los canales de la ciudad que lo había cautivado. Observó atento como lo comerciantes recogían los productos y los separaban entre los que al día siguiente podrían volver a colocarse y los que ya estarían irremediablemente caducos para venderselos a alguien.

En cierta medida envidiaba a esos pobres hombres. Su trabajo ya había concluido por ese día y ahora podrían volver al calor de sus hogares y dormir con sus esposas e hijos. Pero él no, Don Fernando era un noble y se debía a su Rey además de a su querida esposa, que lo aguardaba en Castilla.

Una voz interrumpió sus pensamientos y lo hizo volver a la realidad. Su secretario le informaba que un criado había llegado a la embajada y requería su presencia inmediata. Al parecer portaba un mensaje que debía leer en persona. Tras los pertinentes controles de seguridad a los que fue sometido el criado y que superó sin ningun problema, se le permitió acceder al interior de la embajada y finalmente al gran salón en el que Don Fernando se encontraba trabajando.

Desde que el Ilustre Felipe II decidiera concentrar su gran capacidad bélica en los Países Bajos y "olvidara" por el momento el peligro turco, la situación se había vuelto harto complicada para los diplomáticos castellanos. Hasta tal punto que se temía que algún loco intentase atentar contra alguno de ellos. Algo que Don Fernando creía absurdo ya que por esas fechas Venecia solo podía contar con la ayuda militar del Imperio Español, puesto que ni los estados Papales -tan molestos como militarmente poco efectivos-, ni Francia -más dispuesto a pactar con El Turco que a apoyar a los estados itálicos-, le servirían de ayuda ante una nueva arremetida por parte de esos infieles.

Finalmente el hombrecillo entro y se acercó a Fernando tendiéndole el sobre. Éste lo miró algo sorprendido pues aun no sabía a quien servía el criado, y le preguntó:

-¿Me podríais decir quién os envía y con qué intenciones? ¿O acaso el quién y el qué serán respondidos en la misiva que me entregais?

Notas de juego

Espero a que me responda y luego cojo el sobre y leo lo que dice. En caso de que no responda también lo cojo. :)

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05/03/2008, 18:13
Director

La puerta se abrió en silencio y la luz de una vela precedió a la figura rechoncha del Padre Abad Maurice. En sus facciones se mezclaban por igual las sombras provocadas por la luz de la vela y aquellas que sin duda eran motivo de una profunda preocupación. Durante el tiempo que llevaba en el monasterio Diego había conversado en varias ocasiones con el Padre Abad Maurice, lo consideraba una buena persona, creyente devoto, fiel servidor de Dios y hombre de fe, aunque quizás demasiado amante de la buena comida. Así mismo había aprendido a discernir en su expresión su estado de ánimo y el de hoy era deplorable. Algo le turbaba y era completamente incapaz de ocultarlo.

-Perdonad que os moleste hermano Velásquez. Me temo que debo pediros que me acompañéis. Un asunto de la mayor importancia requiere vuestra presencia. – frases cortas, mala señal. Además el Padre Abad no le había mirado a los ojos y eso sí que preocupaba a Diego.

Sin darle tiempo a expresar una respuesta en voz alta, el Padre Abad Maurice se dio la vuelta y salió de nuevo al pasillo donde esperó a la luz oscilante de la llama la salida del jesuita.

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05/03/2008, 22:49
Diego Velasquez

El Abad Maurice parecía nervioso, y Diego creyó ver un par de gotas de sudor bajando por su cabeza. Claro que, con su peso, el francés solía sudar casi con el hecho de caminar dos pasos. Los viejos instintos volvieron con fuerza. El abad necesitaba de su ayuda, y sabía quien era (Una cosa era que fuese discreto con los frailes que le acompañaban y otra muy distinta mentirle al abad), por lo que sumando eso a su frustración solo podía significar que necesitaban sus talentos especiales. Algo había pasado.

Salió de la celda con pasos calmados y sonoros, haciendo esperar un poco al abad. Sabía cuanto podía entorpecer una investigación un superior que se creyese con derecho a llevarle por donde quisiese. Maurice estaba nervioso, y debía aprovechar la situación para dejarselo claro. Él le había buscado. Era él el que le necesitaba, así que él mandaba. No quería ser duro con el abad, pero dejar las cosas claras desde el principio podía evitar problemas más adelante.

¿Pero que estoy haciendo? se dijo. ¿Por que no pueden dejarme tranquilo? ¿No he hecho bastante ya? No quiero mezclarme en los asuntos de otras personas, solo orar. Hacer penitencia. Hasta que Dios me perdone.

Pero su curiosidad ya estaba en marcha, muy a su pesar. Tras salir la celda, se situó junto al abad, estirado y sacando un poco el pecho. Afortunadamente, era más alto que Maurice, que seguía nervioso. Le hizo un gesto para que empezasen a andar por el pasillo.

-Contadme lo que ha pasado. Y no omitais detalle. Podría ser importante.

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06/03/2008, 12:52
Director

-Señor, el sobre fue entregado por un criado de librea de la familia Briani. No dejó más señas ni instrucciones sobre el mismo.

El sirviente tendió la bandeja de plata el embajador y se retiro presto una vez éste hubo cogido el sobre.

Ya a solas Don Fernando examinó el mismo, notando que se trataba de un papel de excelente calidad y que el cierre venía lacrado con la marca de la familia Briani, una de las más prestigiosas de la ciudad. Sería muy complejo, además de bastante irresponsable, tratar de falsificar dicho signo así que consideró que con toda probabilidad debía ser auténtica.
Una vez abierta extrajo de su interior una lámina de papel acartonado blanca, decorada con filigranas de oro y plata. Llevaba grabado un mensaje con caligrafía preciosista y delicada:

“A la atención del Excelentísimo embajador del Reino de España, enviado de su majestad Felipe II en la República de Venecia, Don Fernando Álvarez de Toledo.

Estimado señor, es para mí un placer y un honor invitarle a la celebración que tendrá lugar mañana por la noche en el Palazzo Briani con motivo de la feliz consumación de la última expedición procedente de oriente y fletada por quien le escribe junto con otros dos socios comerciales.

Espero con gran ilusión que nos honre con su presencia, le garantizo que encontrará muchos de los elementos de la fiesta de lo más interesante.

Suyo con respeto, Pietro Briani.”

Notas de juego

El criado que traía la nota en la bandeja de plata era tu propio criado. Así lo he considerado yo en mi respuesta, lo digo por si quieres modificar tu primer mensaje en este sentido.

Saludos.

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07/03/2008, 17:13
Director

El Padre Abad Maurice apenas detuvo su caminar a pesar de las palabras de Diego. Se mantuvo en cabeza y avanzando a buen ritmo a pesar del trabajo que le suponía desplazar su voluminoso cuerpo, parecía como si algo le empujase a apresurarse. Su mirada estaba fija en el suelo que se consumía ante él y mantenía los brazos ocultos debajo de las amplias mangas.

-Lo lamento mucho hijo. No he podido hacer nada. Han llegado hace un rato y no ha habido forma de disuadirles. – la voz del Padre Abad se fue perdiendo conforme las palabras salían de su boca -. Hermano Diego, es el Inquisidor Mayor de la República, ha mandado a buscarte. Quiere hablar contigo, en el embarcadero te espera una góndola.

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07/03/2008, 17:19
Diego Velasquez

Incluso a él, que había formado parte de la Inquisición, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había visto casos en los que una acusacion falsa había terminado en condena. En una ocasión, una jove despreciada por un hombre le había acusado de obligarla a fornicar con él. Pero por aquel entonces estaba lleno de rabia, contra Dios y el hombre. No imaginaba que comprobaría su himen cuando la historia empezó a dejar de tener sentido. No imaginaba el castigo de mentirle a los Soldados de Dios. Aún podía oir sus gritos. Dios, perdoname.

Pero la parte analítica de su alma seguía alimentando su curiosidad. Sin notarlo, su respiración se volvía más calmada, mientras su mente empezaba a analizar las piezas del rompecabezas, como hacía tiempo que no le pasaba. Preguntarse como el gran Inquisidor de Venecia sabía de su existencia era ridículo. Todo buen inquisidor tiene bajo mano unos cuantos ojos de alquiler, y muchos métodos para obtener verdades ocultas. Su llamada era otro cantar. ¿Alguien le habría acusado? Improbable, llevaba viviendo en tierra santa meses, eso debería despejar cualquier duda. ¿Algún amigo o enemigo común? sus viajes le habían dado muchos de ambos grupos. ¿Necesitaría sus servicios? nadie le conocía en la ciudad, y a un extraño pueden abrirsele puertas que a otros no...

Creo que mi curiosidad se saciará pronto.

Salió de sus pensamientos, y notó el nerviosismo del Abad. Intentó tranquilizarle, con serenidad. -No debéis preocuparos, Abad. Nadie debe interponerse en los quehaceres de la Santa Inquisición, pues realiza la obra de Dios. Así pues, vos habéis servido al señor al no sobreprotegerme por amistad o aprecio.

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09/03/2008, 13:55
Don Fernando Álvarez de Toledo

-Señor, el sobre fue entregado por un criado de librea de la familia Briani. No dejó más señas ni instrucciones sobre el mismo.

Don Fernando repasó brevemente la nota antes de devolversela a su criado. No sabía mucho de la familia Briani, aunque su influencia en la corte era bien conocida. A Pietro lo había visto un par de veces, una fue en una fiesta que había organizado en la embajada para las clases altas de la República, nada más llegar -necesitaba darse a conocer rápidamente e ir haciendo contactos en las altas esferas del poder veneciano-. Pitro fue una de las personas que acudió, pero apenas pudo intercambiar con él unas pocas palabras.
La segunda vez fue en la corte. El gobierno veneciano había requerido la presencia de Don Fernando como embajador para saber la postura del Reino Español. Pietro se encontraba allí pero no medio palabra entre ellos en el tiempo que duró la reunión.

Pero de todo aquello hacía ya unos meses. ¿A qué se referiría con que encontraría muchos de los elementos sumamente interesantes? Bueno preguntarse eso ahora no le llevaría a ninguna parte. Debería esperar hasta mañana para saberlo.

-Vé a casa de los Briani, -dijo Don Fernando mientras dejaba la nota sobre su escritorio- y diles que me siento honrado por su invitación y que acudiré gustoso a celebrar el regreso de la expedición en tierras orientales.

El criado partió de inmediato dejando a Don Fernando Álvarez de Toledo meditando sobre la invitación. ¿Cuales serían esos éxitos cosechados en oriente? ¿Acaso habrían estado por las tierras de El Turco? Necesitaba algo de información. No le gustaban las sorpresas inesperadas, y no sabía que esperar de ésta fiesta a la que había sido invitado.

Salió de su despacho y busco a uno de las personas que a esas horas seguían trabajando. Necesitaba de alguien que pudiera proporcionarle información fiable y esperaba encontrarlo en alguno de sus informadores que tenía en Venecia.

Notas de juego

Como aun no hay fichas no se si dispongo de informantes o no, pero a priori supongo que los tengo, ya que soy embajador importante y tendre recursos para ello.

Intento enterarme de alguna información que pueda ayudarme saber lo que me voy a encontrar la poóxima noche en la fiesta.

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18/03/2008, 11:05
Director

Don Fernando salió de su despacho al pasillo principal que comunicaba éste con las oficinas del resto de trabajadores de la embajada. Buscaba a Bruno Dandini, uno de sus dos secretarios personales. Siempre tenía a uno de ellos junto a él y se ocupaban de cumplir cuantas tareas requería el embajador.

Encontró a Bruno en la sala principal de administración, ocupado sobre un escritorio transcribiendo las últimas cartas recibidas desde España. Las misivas se enviaban encriptadas utilizando un complejo código que implicaba un enorme trabajo previo antes de poder acceder a su contenido.

Bruno levantó ligeramente la cabeza y cuando observó que era el propio embajador quien había entrado dejó la pluma con la que trabajaba y se puso en pie.

-¿Desea algo su excelencia? – su tono era en extremo respetuoso, como siempre. Bruno trabajaba para Don Fernando desde hacía ya tres años. Aunque era veneciano y no español, el embajador confiaba en él tanto o más que en cualquiera de sus otros empleados. En estos tiempos tan complejos se hacía difícil encontrar personas íntegras y de confianza, había tanto espía y contra espía que servían a distintas coronas e intereses que uno ya no sabía con quien se podía hablar. No obstante Bruno había demostrado en incontables ocasiones que era una persona leal aun a riesgo de su propia integridad física. Además era con mucho la persona más eficiente que Don Fernando había conocido en su vida.

Notas de juego

Como toda embajada de la época que se precie, la española en Venecia cuenta con un gran número de espias, informantes, infiltrados y colaboradores. Para ello Don Fernando siempre trabaja a través de uno de sus secretarios. Les pide lo que necesita y ellos mueven los hilos.

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19/03/2008, 11:59
Director

El Padre Abad asintió con la cabeza ante las palabras de Diego, mas su rostro no reflejó alivio alguno. Por un instante alzó la cabeza y sus ojos se iluminaron como aquel que acababa de recordar algo importante.

-Dejadme deciros hermano, ya que no lleváis tanto tiempo entre nosotros como para conocerle, que el Inquisidor Mayor de la República es su Excelencia Mateo Gambelli, originario de una familia de gran influencia en Roma. Como bien sabréis la Sereníssima República, haciendo gala de sus ideales liberales, se resistió durante muchos años a permitir que un inquisidor de Roma tomara poder y parte en los juicios que aquí se celebrasen. Finalmente y tras muchas negociaciones se llegó a un acuerdo por el cual se cedía la jurisprudencia de decidir sobre casos de herejía al Inquisidor Mayor, pero con condiciones. Los Signori, los dirigentes de la República, tendrían siempre la última palabra sobre cualquier castigo y se aseguró que jamás ningún acusado sería enviado a Roma para su enjuiciamiento y tortura. Es por esto por lo que su Excelencia, a pesar de ostentar el cargo de Inquisidor Mayor, no posee tanto poder como sus homónimos de Génova o Milán. No obstante es una persona que goza de una influencia más allá de lo imaginable y su palabra es casi ley. Obrad con gran cautela, hermano Velásquez, tengo entendido que es hombre estricto y de fuerte personalidad.

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19/03/2008, 19:02
Diego Velasquez
Sólo para el director

La información le era valiosa, desde luego. Pero debía tener cautela a la hora de preguntar:

-Estoy seguro de que el gran Inquisidor es un piadoso de Dios...
dijo, dejando una pequeña inflexión en su voz, y arqueando una ceja al Abad. Había ciertas cosas que no podían preguntarse en voz alta, ni entre hombres que confiasen entre sí. Solo insinuarse entre susurros.

Cosas como si un gran inquisidor era un alma corrupta.

¿Quien mejor que yo sabría lo que el poder y la ira pueden hacerle a un hombre?

Sintió unas inmensas ganas de llorar. De arrastrarse suplicando el perdón del Dios de la creación. De volver a su celda, cerrar la puerta. Dejar atrás el mundo e intentar olvidar.

Pero no podía. Por algún motivo, no le dejaban. Y seguía teniendo curiosidad.

Una insaciable curiosidad, que cada segundo parecía poder costarle cara.

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23/03/2008, 22:49
Don Fernando Álvarez de Toledo

El edificio que albergaba la embajada española era sobrio pero elegante a la vez, sin embargo Don Fernando lo encontraba poco práctico, ya que muchas de las salas no se comunicaban entre ellas de manera directa.

Tardo un buen rato en dar con Bruno hasta que se le ocurrió que estaría en la sala principal con algun documento. Siempre tan trabajador. Bruno era un veneciano que había conocido hacía ya tres años en nápoles. Por aquella época éste malvivía mendigando y robando hasta que se le ocurrió tratar de robar a los hombres equivocados.

Todo sucedió en una taberna cercana al puerto de la capital del reino. En élla se encontraba Don Fernando junto con otros hombres de armas (soldados a su cargo del tecio napolitano) cuando le llamó la atención un muchacho de veinte años que rondaba sin ubicación fija. Pero pronto dejo de prestarle atención para seguir departiendo con sus camaradas.

En ese lapso de tiempo Bruno -que así se llamaba el muchacho- le siso la bolsa a él y a otro soldado español. Pero su error no fue ese, sino la de intentar robarle también en la mesa de al lado, donde unos mercenarios alemanes, medianamente borrachos, le pillaron.

En ese momento Bruno se vio acorralado. Los 3 alemanes desembainaron sus armas y envalentonados al ver que el chico no tenía como defenderse le pegaron patadas y amenzaron con cortarle las manos allí mismo. Don Fernando y otros dos españoles se levantaron de inmediato y se interpusieron entre los alemanes y el chico.

Llegados a ese punto el embajador no sabía muy bien quien ataco primero a quien, solo recordaba que hubo cuchilladas y puñetados mezclados con gritos e insultos. Finalmente todo acabo cuando el ruido alertó a los soldados que sofocaron esa pequeña revuelta inmediatamente. El valance no fue del todo negativo, de los tres alemanes solo sobrevivió uno mientras que los españoles apenas recibieron cortes menores y alguna que otra contusión. Además desde entonces Bruno les estuvo en deuda, y tras devolverles sus pertenencias Don Fernando decidió acogerlo y hacer de él un hombre útil.

-Bruno, necesito que aberigues qué se trae entre manos ese tal Pietro Briani. Y necesito que sea enseguida, mañana tengo que acudir a una fiesta que da y ya sabes que no me gustan las sorpresas. -Don Fernando sonrió al recordar su primer encuentro con su sirviente- No es necesario decirte que actues con la mayor discreción

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28/03/2008, 15:49
Director

El Padre Abad meditó largo tiempo la respuesta, lo cual le dijo a Diego más de lo que el propio Maurice le podría contar con palabras. No obstante se acercaban ya al embarcadero y la presencia de los enviados de su Excelencia soltó la lengua del religioso.

-El Inquisidor Mayor de la República es un hombre de Dios, fiel servidor de nuestro señor. Su único alimento en la vida es cumplir su palabra y a ello dedica cada segundo de cada día, cada aliento y cada latido. Nada se interpondrá en su camino cuando persigue a un hereje… nada ni nadie. – el especial énfasis con el que pronunció las últimas palabras provocaron que un escalofrío recorriese el cuerpo de Diego.

Ante ellos las antorchas iluminaban una góndola que poco o nada tenía que envidiar en calidad a la de los más acaudalados nobles. La negra madera brillaba reflejando el fulgor del fuego, el asiento estaba recubierto de rojo terciopelo y los ornatos de la misma eran de oro labrado. Sobre el pescante un gondolero vestido con la librea de la Inquisición esperaba paciente con sus manos prestas sobre el remo. En la proa de la embarcación se encontraba la encorvada figura de un fraile Dominico que permanecía tan quieto como una estatua. Observó un instante al Jesuita y le hizo un simple gesto para que subiera a la góndola.

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28/03/2008, 15:56
Diego Velasquez

Diego se subió a la góndola, tambaleándose un poco por su movimiento sobre el agua. Se dio la vuelta, mirando al Abad.

-Quedad con Dios, Padre Maurice. Y gracias por todo.

Sentándose, esperó a que la góndola le internase en la noche. Pronto tendría sus respuestas.

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28/03/2008, 16:02
Director

- Me pondré en ello ahora mismo su excelencia. – como queriendo demostrar sus palabras Bruno dejó a medias el documento que escribía y se caló su abrigo.

Don Fernando volvió a su despacho. Sabía que las pesquisas de Bruno aún tardarían un buen tiempo en dar sus frutos, así que tenía aún toda la noche por delante. Dedicó el tiempo a leer correo atrasado y a poner al día es estado de las finanzas de la embajada. Cada cierto tiempo, a través de un mercader de confianza, recibía desde España una previsión de fondos para gastar en sobornos, correspondencia, empleados, etc... además de para pagar el alquiler del edificio y su propia manutención. Era extremadamente importante gestionar bien aquellos recursos pues nunca se sabía cuando podía encontrarse con algún problema el siguiente envío o extraviarse el mismo. El embajador de Felipe II debía dar siempre muestras de opulencia y dignidad, como correspondía al rey de España, y eso era caro, muy caro.

Finalmente, entre cuentas y letras, Don Fernando quedó dormido sobre su propia mesa. Y allí estaba cuando horas después regresó Bruno. Unos golpes en la puerta despertaron al embajador.

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01/04/2008, 17:02
Don Fernando Álvarez de Toledo
Sólo para el director

Cuando Bruno se marcho Don Fernando volvió a su despacho. Por un momento quedó pensando en castilla su tierra. Hacía varios años que no la veía y tenía ganas de volver. Pero sabía que lo mejor para su familia y para el Rey era que estuviese en Venecia. Él mejor que nadie conocía la mentalidad italiana.

Volvió a sus quehaceres diarios. Llevar las cuentas de la embajada era lo más agotador. Tenía un mercader genovés que cada pocas semanas le traía el presupuesto estimado por la Hacienda Real y debías gestionarlo de una manera adecuada si no deseaba llevarse sorpresas. Aún así no habían sido pocas las veces que Don Fernando se vio obligado a poner dinero de su bolsa para poder mantener funcionando la embajada como debía.

El anterior embajador había tenido que volver a España de improvisto tras la gran cantidad de gastos que se había obligado a asumir al no disponer de dinero suficiente por parte de la Hacienda. Esto casi lo llevo a la ruina, y tuvo que pedir al Rey ser sustituido para regresar a España y poner todos sus bienes en orden. De esto hacía ya un año y medio.

Ésa era una de las razones por las que ser embajador no era una tarea para cualquiera, solo gente con dinero podía permitirse representar a España en el extranjero. Pero había que ser del todo sinceros, ni él ni el resto de embajadores lo hacían por la gloria de España, o al menos no únicamente. Lo hacían por su gloria personal. Tras un periodo importante en una embajada la influencia de un noble en la corte española subía como las aguas de los canales venecianos en las épocas de tormenta.

Don Fernando se quedó dormido mientras pensaba en todo esto. Muchos días trabajaba hasta muy tarde y luego se obligaba a despertarse temprano. Sus sirvientes le decían que debía delegar un poco más. Pero él estaba seguro que tenía espías entre ellos y no quería arriesgarse a que algunos secretos de vital importancia para la Corona acabasen en manos equivocadas.

Un ruido lo despertó. Alguien estaba llamando a la puerta de su despacho. Rápidamente se desperezó y tras asegurarse de mostrar la mejor imagen posible mando que abriese la puerta a quien estuviese detrás.

Bruno entró unos segundos después. Conocía bien a su señor y sabía que estaría en el despacho trabajando o descansando. Por el tiempo que había tardado se imagino que se habría quedado dormido como muchas otras noches sobre su escritorio. Él era uno de los que le aconsejaba que delegase un poco más, y solía quedarse muchas noches en vela con él. Pero Don Fernando se empeñaba en hacer todo lo que pudiera por sí mismo. Lo admiraba por ello. Había conocido a otros nobles que no movían un dedo ni por sus familiares.

-Dime Bruno, ¿qué has averiguado sobre Pietro Briani y el alboroto que anda preparando para mañana?

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13/04/2008, 20:37
Director

-El señor te acompaña muchacho, nada has de temer. - las palabras del Padre Abad sonaban a despedida final, a epitafio, a último deseo. Sonaban realmente como lo que eran, las palabras de un hombre bueno que pensaba que jamás volvería a ver a aquel que subía a la góndola.

Ésta se puso en marcha y poco a poco dejaron atrás el embarcadero. La luz de proa de la barca, aunque tenue y amarillenta, permitía ver parcialmente la superficie del mar y los botes que, anclado a sus amarraderos durmiendo las horas nocturnas, les veían pasar impertérritos.

El único sonido que les acompañaba era el que hacía el remo del gondolero mientras éste hacía avanzar la embarcación. El fraile Dominico no hizo movimiento alguno durante todo el recorrido, ni emitió ningún sonido. Su rostro estaba cubierto por una gruesa capucha que nacía de su hábito. Las manos estaban recogidas dentro de las mangas. Hubiera podido pasar por un simple ornato de la góndola a no se por su tamaño y su aura.

Tras casi media hora de avanzar por canales la embarcación se detuvo en el interior de un grueso edificio. Éste se encontraba en un estrecho y oscuro canal y en su planta baja albergaba un embarcadero, de forma que no era necesario parar fuera del mismo para bajarse.

A Diego le extrañó sobremanera el tipo de edificio al que le llevaron. Sin duda no se trataba de un palacio, la casa de un noble o un edificio de la iglesia. No tenía semejanza alguna con la sede de la inquisición ni con la residencia del Inquisidor Mayor de la República. Era más viejo, más tenebroso.

Cuando la góndola estuvo amarrada, el dominico se apeó de la misma e hizo un gesto a Diego para que le siguiera. Sin esperar a ver si éste hacía caso de su indicación se dirigió hacia una escalera cercana.