Un monstruo. Tras contemplar un laboratorio lleno de todo tipo de productos venenosos sólo cabe pensar en el desequilibrio que domina la mente del propietario de ese sitio. Hay más cosas que los investigadores deciden inconscientemente ignorar y que, de manera segura, les hubiera podido hacer retroceder en su búsqueda pensando en que esa pudiera ser su destino. Por suerte para ellos y para su misión no llegaron a ver esos repugnantes restos conservados en formol, aparentemente muertos… pero vivos. Esa parece ser la constante de la nueva realidad que llevaban un tiempo descubriendo: las personas y las cosas no terminan de morir nunca y siempre regresan en algún momento u otro.
En el despacho, bella pero cargantemente decorado de Howart, Gallagher se percata de la absoluta fijación de Howart por el joven artista. Starker era el centro de toda la obsesión del coleccionista, investigador y torturador, y eso no podía ser bueno en ninguna de sus facetas. Las cartas que recoge Gallagher, decenas de ellas, están escritas en un papel de calidad tan especial como aquel en el que recibieron el mensaje en el hospital en el que Starker les avisaba de que estaban siendo perseguidos. No es el mismo, pero se nota que no se trataba de papel actual. Su gramaje y su color es muy diferente de lo que se puede comprar en cualquier negocio de papelería o fotocopistería en la calle.
En esas cartas se informa con letra muy recargada y escrita a mano, de la situación de Starker en todo momento. De sus avances en la pintura desde que había recibido el Oscuro Don hacía un tiempo. Del pacto que había realizado con ciertos Poderes de la Oscuridad cuyos nombres no se mencionan. Las referencias son tan poco comunes que Liam cree estar leyendo un galimatías en algunos momentos, un galimatías donde se habla de vida y muerte con la facilidad con la que se mencionarían otro tipo de estados menos importantes. Lo que queda claro es que Starker es una amenaza y debe ser destruido tan pronto como sea posible. El problema, según extrae el periodista de las cartas, es cómo hacerlo.
Starker ha sido tocado por la Oscuridad más tenebrosa y, por lo tanto, queda la impronta del pacto grabada en su cuerpo y, en su siguiente encarnación recuperaría ese Oscuro Don (la carta deja muy claro que la reencarnación es algo tan natural y cierto como respirar). Por ello, debe realizarse un ritual en el que el Pacto quede roto y, para ello, se aconseja eliminar a todos los que tengan conocimiento de este previamente. Tras ello, se conmina a Howart a llevar a Starker a la Catedral Oscura donde Howart realiza sus sacrificios y conjurar allí a un Nefarita para que se haga cargo del pintor llevándole a alguna de las salas del Infierno donde los prisioneros son torturados durante eternos días sin sol.
Se recomienda tener cuidado de no ser interrumpido, roto el círculo de protección o despistada la atención del Nefarita pues, una vez convocado, la criatura se llevará a alguien con él al Infierno, pues no pueden ser invocados sólo por mero entretenimiento o para realizar un pacto que luego no se llevará a cabo. Los Nefaritas, si bien son incognoscibles en sus razonamientos, son como los humanos al respecto de la pérdida de tiempo. En una última anotación, se refieren a la casa de Howart en la que se encuentran en ese momento como la Catedral Oscura. ¡Starker está muy cerca!
Tiffany se da cuenta, mientras vigila y escucha el murmurar de Liam, que las pruebas serían insuficientes ante un tribunal. En primer lugar, porque las explicaciones son demasiado esotéricas para que sean consideradas verídicas y racionales y la segunda y más importante, porque han sido obtenidos, o su conocimiento se ha descubierto, por medios ilícitos. La paparazzi se da cuenta de que esa casa contiene la respuesta a todas sus preguntas e intercambia una mirada con Gallagher.
¿A qué habitación debería ir ahora?
La lectura de aquellas cartas me aportó más confusión aún de la que ya tenía. En ellas se hablaba de conceptos que escapaban por completo a mi comprensión; términos tan macabros para mi gusto que prefería casi ni conocer. Pero algo estaba muy claro en todo aquel galimatías esotérico: Starker se encontraba en aquella casa.
Ahora lo único que necesitábamos era encontrarlo antes de que ese ritual del que hablaban las cartas se llevara a cabo. Howart tenía la orden, a saber de parte de quién, de matar a Starker, y nosotros habíamos adquirido el compromiso de matar a Howart. Alguien tenía que morir sí o sí, aunque esperaba que no fuéramos nosotros.
—Esto es una locura —dije, guardándome las cartas en el bolsillo aunque no sabia muy bien para qué—. La Catedral Oscura... Desde luego viendo la decoración me parece un nombre perfecto.
No podíamos perder más tiempo. Seguro que en el despacho de Howart podríamos encontrar más detalles sobre todo aquel turbio asunto, pero la vida de Starker y la nuestra estaba en juego.
—Sigamos buscando. Miremos en la siguiente habitación —dije mientras me dirigía hacia la puerta donde Tiffany se encontraba.
A la 2 como habíamos dicho antes. Y de ahí me imagino que a la 6.
-Esa catedral oscura -dije luego de conocer el contenido de las cartas- debe ser alguna clase de altar improvisado. Seguramente está en esta casa. No sé que puede haber de real en todo eso del ritual, pero al menos sabemos que Howard cree, que si alguien lo interrumpe, habrá fracasado. Puede que eso sea suficiente para protejer a Starer. Y si ese... Nefarita... sea lo que sea, se aparece por aquí, sólo tenemos que entregarle a Howard en bandeja de plata y habremos matado dos pájaros de un tiro.
Mientras hablaba, seguía a Liam por las habitaciones.
Allá vamos.
Pasando de nuevo por la escalera de caracol y un distribuidor con una decoración minimalista de alfombra y un cuadro en su pared norte, abren la puerta hacia la habitación al este. Nada más abrir la puerta un ligero olor a incienso, ligero pero imposible de ignorar, inunda el ambiente. Hay una enorme cama que domina la habitación, con una colcha de colores térreos a juego con la alfombra. El techo está decorado con espejos, lo cual demuestra, además de lo ya visto por toda la casa y percibido de manera más o menos inconsciente, que Howart es un narcisista encantado de conocerse.
Un rápido vistazo por los armarios permite ver extrañísimas creaciones, todas hechas en cuero, que comparten un mismo elemento común: resultan intimidantes más allá del típico juego sadomasoquista. Probablemente se trate de parte de su indumentaria como torturador a la que ha querido dar un toque sexualizado para parecer aún más perverso de lo que ya resulta. Quizá incluso dar una visión terrorífica acerca de que el dolor que pueda causar a sus víctimas sea parte de su placer. En todo caso, lo que queda claro es que se trata de un individuo muy trastornado y un carnicero.
En la mesilla de noche no hay digno de atención más allá de medicamentos, alguna revista histórica que otra y caramelos. Esto último parece una extraña burla en alguien tan alejado de lo infantil como pueda ser Howart, pero en cuestiones de gustos nunca se sabe lo que se puede encontrar registrando en las pertenencias de otro. Una nota, encargándole una espada romana de tipo «gladius», usada por las legiones del Imperio romano, se refieren al infame Rhine Howart como «el Coleccionista».
No encontrando nada de importancia, deciden seguir adelante y cruzar la puerta que lleva hacia la zona correspondiente a la exposición del primer piso. Sin duda se trata del corazón de la residencia de Howart. Parece que ha guardado allí todos los conocimientos que ha reunido sobre el mundo. Entre sus muchos libros se encuentran obras clásicas del ocultismo, como el «Magick» de Crowley y otros textos de grafías incomprensibles y títulos ilegibles. La pared este está dominada por una gran puerta de hierro. Está cerrada por una gruesa cadena, pero un rápido vistazo permite que ambos periodistas vean la llave, sobre uno de los libros, titulado «Manuscritos Pnakóticos».
¿Conducirá esa puerta hacia la Catedral Oscura?
Aunque no siempre nos hubiéramos llevado bien, me alegraba que Tiffany estuviera conmigo en esa extraña y perturbadora aventura. Era una joven ágil de mente, directa y con la suficiente sangre fría como para no inmutarse ante todas las cosas extrañas que veíamos. Y prueba de ello fue el comentario que hizo a raíz de leer las cartas. Un comentario que no estaba carente de sentido.
—Tienes razón. Si conseguimos interrumpir el ritual, sea lo que sea que tengan pensado hacer, fracasarán. El Nefarita puede reclamar el alma de Howard y me imagino que su vida también. Por lo menos a mí me libraría de los remordimientos de haber matado a alguien con mis propias manos.
Parecía un plan fácil; simple pero eficaz. Ahora solo necesitábamos que nos saliera bien y, lo primero de todo, encontrar a Starker.
Seguiamos teniendo suerte ya que nadie interrumpía nuestro registro de la casa. La siguiente habitación, aparte de varios objetos y material que remarcaba la oscura y sádica perversión de Howard, no encontramos nada que nos pudiera ayudar. Distinto fue la habitacion contigua, la cual parecía ser algún tipo de biblioteca o almacén de conocimientos esotéricos y extraños. La mayor parte de los títulos estaban en idiomas que ni siquiera parecían reales pero, lo que de verdad llamó mi atención, fue la puerta metálica cerrada con una cadena. Allí tenía que estar Starker; aquel tenía que ser el lugar donde se haría el ritual.
Solo nos separaba de dar fin a aquella extraña aventura la gruesa cadena. Arrancarla era imposible y no parecía haber instrumental, ni tiempo suficiente, para abrirla o cortarla. Miré a mi alrededor y perplejo pude comprobar que la llave del candado se encontraba a la vista. O Howard era tan arrogante que no creía que alguien pudiera entrar en su casa o simplemente había sido un descuido; pero uno que a nosotros nos venía muy bien.
Me acerqué a coger la llave encima de un libro cuyo título no me dijo absolutamente nada. Con ella en la mano,un temor repentino me sacudió. ¿Y si todo fuera una trampa? Una trampa para atraparnos a nosotros también... Pero no, no creía que eso fuera así ya que dudaba que nosotros pudiéramos aportar algo de interés para Howard.
—Bien —dije, metiendo la llave en el candado para quitar la cadena—. Allá vamos... A ver qué nos espera del otro lado.
La siguiente habitación que inspeccionamos nos dijo mucho sobre los gustos sexuales del sujeto.
—¡Vaya con ese Howard! —exclamé.
Pero mas allá de aquel detalle morboso, no encontramos nada de interés. La siguiente habitación, por otro lado, realmente despertó mi curiosidad. ¿Podría encontrar, entre toda esa superchería alguna explicación para lo que había visto aquella vez? Tenía que echar un vistazo. Sabía que no disponía de mucho tiempo, ya que Liam ya estaba tomando la llave pero, tal vez pudiera tomarme unos segundos para ver qué había allí.
Reviso los libros mientras tenga tiempo. Nunca se sabe. A lo mejor me topo con el arcanum metropoli. Jaja.
Tiffany se separa unos metros de Liam para inspeccionar un grupo de libros en una de las muchas librerías. Esos volúmenes tienen un tamaño muy superior a la media y parecen hechos en materiales como cuero y similar. Uno de ellos, repentinamente, llama su atención por su nombre evocador: «Arcanum Metropoli». Si lo que afirma el lomo del libro es verdad, ha sido escrito por el mayor genio de la historia de la humanidad: Leonardo Da Vinci, el polímata florentino. Un instinto nacido de lo más profundo de su interior le dice a la paparazzi que ese libro tiene una importancia capital para comprender muchas de las cosas que les han sucedido, por no hablar de que probablemente tenga un valor más allá de sus más locas ambiciones monetarias.
Sin embargo, la mujer no tiene ocasión de agarrarlo para hacerlo suyo. Cuando Liam abre la cerradura de la enorme puerta de hierro, esta hace un ruido estridente como el rechinar del acero contra el suelo y algo parece quebrarse. En ese instante las puertas se abren vientos ensordecedores de otro mundo atraen los cuerpos de los dos investigadores mientras contemplan los oscuros túneles que conducen al corazón de la existencia. Al atravesar la puerta de manera forzosa por las fuerzas del otro lado, todo alrededor se convierte en un submundo de pasadizos que está lleno de los aullidos de las almas que llenan todo. Una fortísima luz procedente de un portal, a unos veinte metros, es la única iluminación de la caverna en la que os encontráis.
Cuando vuestra visión se acomoda al resplandor del lugar, os dais cuenta de que en el lugar hay una presencia incorpórea, de pie, fuera de la potente luz. Al principio os resulta difícil distinguir sus rasgos, pero es alguien familiar. Irradia belleza interior y ondas de serenidad emanan de ella. Quedáis envueltos por su luz y de reprende os sentís de nuevo tranquilos y relajados. Os percatáis de que su rostro es igual al de los cuadros que había pintado Starker y que habían sido titulados como «Carita». Os hace señas para que vayáis al portal en el que ella se encuentra iluminando el suelo delante de vosotros. Inevitablemente avanzáis hacia el portal sin daros cuenta de que, a vuestros pies, hay un pequeño río de aguas oscuras. Carita os hace una señal, pero es tarde.
De las oscuras aguas brotan brazos que os agarran. Los rostros que acompañan estas manos pertenecen a seres queridos que murieron tiempo atrás. Sus manos, casi convertidas en garras, tiran de vosotros para que caigáis al agua mientras os hacen las mismas preguntas a los dos.
—¿Por qué? —gritan—. ¿Por qué deberíamos dejaros pasar cuando nosotros hemos muerto?
Espero que tengáis una buena respuesta para eso...
Pendiente como estaba de abrir aquella puerta, ni siquiera me fijé en lo que estaba haciendo Tiffany y, por supuesto, tampoco si había encontrado algo que fuera de interés o ayuda en la misión en la que nos habíamos embarcado. Y tampoco tuve tiempo de hacerlo cuando la puerta se abrió, pues una fuerte corriente nos obligó a adentrarnos en aquel horrible y oscuro lugar subyacente a la casa.
Obligados a recorrer a la fuerza aquellos tétricos túneles, donde la oscuridad y los pavorosos gritos de almas atormentadas era nuestra única compañía, por fin tomé conciencia de que no habia vuelta atrás. Había sellado un destino que otros habían escrito para mí. Debía rendirme a la evidencia de que, aunque no muriera en aquella terrible y extraña aventura, mi vida ya no iba a ser la misma. Todo mi mundo, la visión que tenía de él, había cambiado.
Una cegadora luz fue el unico faro que seguir en aquella oscuridad y, cuando mis ojos por fin pudieron adaptarse a la luminosidad procedente de a saber dónde, comprobé estupefacto la figura que se alzaba entre las sombras. Una figura irreal y que identifiqué sin problemas pues me había pasado bastantes minutos delante de su retrato. Pero no tuve miedo; al contrario, la tranquilidad que había perdido hacía ya mucho tiempo, volvió por fin a mí.
Confiado, seguí las indicaciones que Carita nos daba y avancé hacia el portal. Pero apenas conseguí dar un par de pasos sentí que no podía moverme, algo me lo impedía; algo que se agarraba con fuerza a mis piernas impidiéndome continuar. Aunque lo peor, lo más terrible, fue ver los rostros de mis padres, de mis abuelos, del amor de mi juventud, de mi hermano... De todos aquellos que habían compertido una feliz vida conmigo pero que me habían abandonado hacía ya tiempo.
Cerré los ojos con fuerza para no tener que ver sus rostros acusadores mientras a mis oídos llegaba como puñales, una y otra vez, la misma pregunta.
—Porque todos nacemos con nuestra hora final ya marcada—dije, casi sin pensar. Notaba cómo las palabras brotaban automáticamente de mi boca mientras me preguntaba si creía de verdad lo que estaba diciendo—. Vuestro reloj ya se paró hace tiempo mientras que el nuestro sigue funcionando. Nuestra hora aún no ha llegado. No hasta que no consigamos terminar lo que hemos empezado; hasta que no hayamos cumplido lo que se nos ha ordenado.
Mi mandíbula se cayó cuando encontré aquel libro, escrito nada menos que por Da Vinci.
Esto no aparece en los libros de historia. Su valor debe ser incalculable. Pero más valioso todavía, deben ser las verdades que revela.
Sentí el deseo irrefrenable de llevármelo conmigo pero, cuando Liam abrió la puerta, un fuerte viento succionó todo lo que había en la habitación hacia aquel abismo negro. El libro fue lo primero que escapó de mis manos y se perdió en aquel mundo de pesadilla.
Nosotros no tardamos en seguirlo.
Se acabó. Estamos muertos.
Pero estaba equivocada en cuanto a nuestro final, o eso pensaba. Porque en seguida, reconocí un rostro familiar.
-¿Carita?¿Eres tú? -pregunté, algo confundida.
La figura no respondió, pero nos hizo señas para que la siguiéramos. Comenzaba a pensar que todo estaría bien. Tal vez me relajé demasiado: Antes de que me diera cuenta, decenas de manos me arañaban y desgarraban mi ropa. No vi a familiares, como Liam. Pero pude reconocer a viejos enemigos: Famosos que se suicidaron luego de que pusiera al descubierto alguno de sus secretos vergonzosos. Pero incluso a ellos habría podido enfrentarme. El joven que fue ejecutado en lugar del verdadero culpable, de quien sólo yo sabía, al que pude haber acusado y, tal vez, sólo tal vez, habría salvado a aquella alma inocente, eso, eso era algo totalmente diferente.
¿Qué excusa podría darle? Sabía que mis acciones habían estado mal y eso no me dejaba dormir por las noches. No, no podía excusarme. Pero Liam tenía razón en algo y, tal vez, pudiera enfocarlo de ese modo.
-Sé que no merezco ocupar este lugar -improvisé- Pero... como dijo mi compañero, se nos ha encomendado una misión y, al menos, hasta que la haya cumplido, no debo morir. Sólo les pido que me permitan terminar mi tarea. Luego, podrán hacer de mí lo que quieran.
Las oscuras manos surgidas del lóbrego río situado ante vosotros dos, no parecen estar dispuestas a dejaros pasar hasta tener una respuesta satisfactoria a su pregunta. ¿Por qué deben dejaros proseguir vuestro camino cuando el suyo ha llegado a su fin? Quizá se traten, verdaderamente, de las manos de personas conocidas por vosotros y que ya no se encuentran en el mundo de los vivos. Quizá forman parte de algún tipo de río, como el Leteo de la mitología griega, que circulaba por el Infierno y cuyo propósito era borrar de recuerdos las almas de los fallecidos. Quizá se trate de otra cosa distinta. Sea como fuere, insisten en su atracción hacia esa oscura nada.
Liam Gallagher, sorprendido por la presencia de Carita allí y torturado por los recuerdos de aquellos familiares que partieron hacia el otro mundo antes que él, dijo la primera respuesta que salió de su mente. Siendo así, se puede considerar que es lo más parecido a la sinceridad que puede decir.
—Porque todos nacemos con nuestra hora final ya marcada —dijo—. Vuestro reloj ya se paró hace tiempo mientras que el nuestro sigue funcionando. Nuestra hora aún no ha llegado. No hasta que no consigamos terminar lo que hemos empezado; hasta que no hayamos cumplido lo que se nos ha ordenado.
—¡Ah! —dijo una voz que eran muchas al mismo tiempo—. He aquí un ser humano con una misión y la fuerza de voluntad suficiente como para pretender llevarla a cabo —las manos empiezan a desaparecer de tus piernas y Liam nota cómo la presión sobre él disminuye—. Adelante, Liam Gallagher, concluye lo que has venido a hacer. Nosotros no te detendremos.
La voz se esfuma en el aire.
Mientras, Tiffany Clark, confiada por la presencia de un rostro tranquilizador y sereno como el de Carita Schiller, si ese es su verdadero nombre, también ha caminado hacia delante y ha sido atrapada por las horrendas manos surgidas del agua. Sus pecados parecen haber vuelto para agarrarla y sumergirla para siempre en las aguas del olvido. O quizá para un destino mucho peor. La pregunta que le realizan la criatura o criaturas que moran en el río es la misma. Piensa en defenderse de las acusaciones buscando una excusa, mintiendo de manera desesperada, pero las palabras que escucha decir a su compañero le dan la clave de cómo responder: con la verdad.
—Sé que no merezco ocupar este lugar —dice al fin—. Pero... como dijo mi compañero, se nos ha encomendado una misión y, al menos, hasta que la haya cumplido, no debo morir. Sólo les pido que me permitan terminar mi tarea. Luego, podrán hacer de mí lo que quieran.
—Adelante, Tiffany Clark —dice la vaporosa voz que ya ha hablado a Liam—, concluye lo que has venido a hacer. Nosotros no te detendremos.
Las manos cesan en su presión y la joven fotógrafa se encuentra también libre de nuevo. Sus pecados pueden esperar un poco más.
Ambos caminan con cierta lentitud y llegan al otro lado del río, donde la figura de Carita les sonríe y parece alegrarse de que hayan podido superar el río bajo sus pies. Señala de nuevo la puerta por la que sale una miríada de rayos de luz cegadores y su figura comienza a hacerse translúcida hasta que, pasados unos pocos segundos, desaparece sin haber hablado. Parece que su función era conducirles, de alguna manera, hacia esa puerta y ya lo ha hecho. En todo caso, ambos periodistas saben que cuentan con sus bendiciones para seguir adelante.
Al atravesar el portal os encontráis en una enorme catedral subterránea. Se trata de la sombra pervertida de una auténtica catedral, y las únicas fuentes de luz son enormes cantidades de cirios negros que hay por todas partes (en el suelo, las columnas, sobre los bancos que conducen al altar…). Se oyen gemidos de dolor y cuando lográis detectar su origen, la imagen es desoladora: el techo de la catedral está llena de crucifijos colgando de tamaño humano. En ellos, los crucificados, con los huesos rotos y múltiples heridas abiertas, se retuercen de dolor. Su sangre cae de esas heridas al suelo, tiñéndolo de rojo. Al fondo de la catedral, en el altar, está Rhine Howart, ataviado con impías vestimentas sacerdotales. Eleva las manos sobre su cabeza en señal de oración. Sobre el gran altar de piedra, frente a él, yace el cuerpo ensangrentado, aunque aún en movimiento, de Cristian Starker.
Entre Howart y vosotros hay un complejo símbolo mágico trazado con sangre. Contiene varios pentáculos dentro de un gran círculo. En cada punta de los pentáculos hay una vela negra. Las velas arden con una luz que no es de este mundo y olor a carne quemada.
Los muertos parecieron entender nuestras razones, por lo que nos dejaron ir. Carita, o quien quiera que fuese, nos guió hacia la entrada al lugar del ritual. La escena no podía ser más escandalosa. Por un momento, pensé en tomar fotografías, pero me dio miedo que al revelar las fotos, pudiera encontrar algo todavía peor.
Me esforcé por aclarar mis pensamientos. Debíamos detener el ritual. Enfrentarnos a Howard era algo secundario. Entonces noté ese círculo de velas negras que brillaban con una luz tan extraña como la criatura que había visto aquella vez.
-¡Allí! -Exclamé- Ese círculo fue preparado para el ritual. ¡Debemos destruirlo!¡Ahora!Tratemos de quitar las velas o apagarlas.
Aproveché que los muertos me habían desgarrado la ropa y separé un pedazo. Lo usaría como trapo improvisado para emborronar las marcas hechas con sangre.
Intento desarmar el círculo.
Aquellas manos que me agarraban con fuerza, arrastrándome hacia un abismo insondable, habían tomado su decision y emitido su juicio ante mis palabras. No sabía si sentirme aliviado cuando dejaron de tirar de mi o temer aún más lo que me esperaba al otro lado del portal. Un portal que Carita, en forma de espíritu, nos señalaba antes de disiparse en el aire.
Los dos, tanto Tiffany como yo, lo habíamos conseguido y ambos cruzamos un portal que nos llevó hacia la catedral sobre la que habíamos leído. Era cierto, aquello era un templo pero un templo de perversión, de horror, de sufrimiento y dolor. Intentando hacer oídos sordos a los angustiados gritos; intentando no mirar los cuerpos crucificados en las alturas, con la atención puesta en el hombre que en su locura se creía un enviado del mismísimo infierno, avancé en su dirección sin saber muy bien qué debía hacer. Cómo iba a salvar a un Starker torturado pero aún con vida.
Fue Tiffany la que, más pendiente de todo a nuestro alrededor, fue capaz de ver el círculo de velas con un símbolo pintado en sangre. Aquella era la clave. Tal y como la joven decia debíamos arruinar el ritual, esa era la única forma de acabar con Howard.
—Yo apagaré las velas. Tú intenta limpiar el símbolo —dije, aceptando su propuesta al ver cómo se arrancaba un trozo de tela de su ropa.
El olor que desprendían aquellas velas me recordaba a los cuerpos quemados que había visto en demasiadas ocasiones para mi gusto. Su luz era irreal, nunca había visto algo parecido en mi vida. Pero... ¿Acaso alguna vez había visto o vivido algo parecido a todo lo que había pasado esos días?
Ambos periodistas se encuentran ligeramente satisfechos por el hecho de que las entidades que habían tirado de sus piernas hacia el río del olvido han hecho caso de sus palabras. Probablemente sí eran las personas que decían ser y han comprendido la importancia de la acción que Tiffany y Liam están a punto de realizar. Cuando menos, de intentar. Según parece, Howart es, además de un sádico carnicero y un coleccionista, un hechicero cuyos poderes pueden ser terribles. ¿Convocó él, quizá, la gigantesca criatura que había subido por las escaleras del edificio de Carita Schiller? Casi seguro que sí.
Pero de un horror pasan a toda velocidad a otro. La Catedral Oscura está llena de los cánticos de Rhine Howart que no parece que vayan a cesar pronto. Antes bien, eleva su voz para llamar a fuerzas incomprensibles para la mente humana mientras la sangre que cae de los desgraciados crucificados del techo va creando charcos en el suelo alimentados con su sufrimiento que no tiene fin. Tiffany clava su vista en el círculo de protección alrededor del hechicero que está dispuesto a ofrecer a Starker en impío sacrificio.
—¡Allí! —exclama señalando el complejo círculo mágico rodeado de velas—. Ese círculo fue preparado para el ritual. ¡Debemos destruirlo! ¡Ahora! Tratemos de quitar las velas o apagarlas —concluye la exhortación a su compañero arrancando un trozo de su propia ropa con el fin de usarlo como borrador del dibujo del suelo.
Liam está totalmente convencido de que su compañera tiene razón. Debe tenerla.
—Yo apagaré las velas —dice mientras contempla cómo la joven se arranca el trozo de ropa que usará como improvisado borrador—. Tú intenta limpiar el símbolo.
Ambos salen corriendo y sus caminos se separan ligeramente. La joven comienza a limpiar el símbolo del suelo que, para su disgusto, está pintado con sangre. No le cabe ninguna duda que es carne humana. Utilizando el trozo de tela, frota el suelo con una fuerza inusitada y la fuerza de la desesperación. Poco a poco el símbolo parece ir desapareciendo. Liam se aproxima a la primera de las velas en su camino y el olor le trae recuerdos de cuerpos quemados en campos de batalla y accidentes. Un olor a medio camino entre lo dulzón y lo apestoso pero desagradable, en cualquier caso. Esas velas podían estar hechas de grasa humana, algo que ya habían hecho los nazis en los campos de exterminio de la Segunda Guerra Mundial, según se decía. Y esa luz… parece el negativo de una luz normal pero, al tiempo, sí sirve para poder ver más allá de lo que una iluminación corriente habría permitido.
—Ah —dice Howart fingiendo sorpresa dirigiéndose a su víctima propiciatoria—. Veo que ya han llegado nuestros invitados, Christian. ¿No deberíamos saludarlos?
Cuando se gira, su rostro se demuda en una mueca ambigua. ¿Está disgustado por el hecho de que habéis destrozado parte de su círculo o era exactamente lo que esperaba? Su gesto se puede interpretar de ambas maneras. Sigue teniendo el puñal en la mano derecha
—Starker va a pintar para mí —dice con convicción—. Le enviaré al Infierno con un Nefarita y allí podrá pintar para siempre los Campos del Dolor…
El aire se hace más denso y una sombra aparece en el interior de un subcírculo dentro del círculo mágico. Pocos segundos después las sombras se hacen sólidas y, de repente, el Nefarita sale de la nada.
—Soy el Tejedor —dice la criatura con voz cavernosa que retumba en la Catedral Oscura.
Mide más de dos metros, bastante delgado, con el cuerpo atravesado por centenares de clavos, hojas de afeitar y cuchillos. Ningún ser humano podría soportar ni semejantes heridas ni el dolor que conllevan. Su rostro está despedazado, aunque esto no parece importarle. Probablemente su figura sea femenina, pero es difícil decirlo con tanto desollamiento. Porta una macabra túnica clerical de confección magnífica, aunque resulta siniestra. Un enfermizo olor procedente de la criatura mezcla hierro, sangre e incienso. Se supone que es el mismo que el grupo se encontró en su camino por la Ciudad Eterna, por lo que es posible que pueda alterar su aspecto a voluntad o haya sufrido algún cambio. Ni siquiera es seguro que sea una mujer o un hombre.
—¿Quién ha osado convocarme y cuáles son sus intenciones? —pregunta, mientras su mirada pasa de Howart a Liam y de este a Tiffany.
—¡Yo! —exclama Howart—. Tengo este sacrificio para ti, Tejedor.
El final se ha precipitado y es probable que todo acabe en cuestión de segundos, por lo que vuestra desesperación aumenta…
En mi desesperación por borrar las manchas de sangre, no noté que el verdadero círculo estaba más adentro. No pude evitar que el nefarita apareciera. ¿Era el mismo que habíamos visto en aquella extraña ciudad? Era difícil saberlo. En cualquier caso, teníamos que hacer algo. La criatura parecía ser inteligente, tal vez pudiéramos razonar con ella.
-¡No! -contradije a Howard- ¡No te lleves a Strarker! Podemos hacer un trato. A ti no te importa a quien te vas a llevar, ¿verdad? Eso significa que podrías tomar a cualquiera de nosotros en su lugar, incluyendo a Howard. ¿No sería alguien como él un mejor candidato para sufrir en el infierno?
Sólo esperaba que la criatura estuviera de acuerdo conmigo y no eligiera llevarse a Liam o a mí en lugar de Howard.
Si le funcionó a Kirsty Cottom...
Y si no funciona, al menos caemos como héroes. Jaja.
Habíamos llegado tarde. No habíamos conseguido destruir el círculo antes de que el Nefarita hiciese su aparición. Y ahí estaba aquel ser ante nosotros; terrible, grotesco, otro de esos seres repugnantes y salidos de las peores pesadillas dispuesto a hacer caso a Howard. Habíamos fallado, Starker moriría y nosotros seríamos torturados en el infierno por toda la eternidad.
Pero Tiffany, con la misma sangre fría que había demostrado durante toda aquella extraña y tétrica aventura, una sangre fría que no sabía de dónde sacaba, habló. Y sus palabras consiguieron darme una idea que, aunque sabía que era una auténtica locura, ya no podría empeorar la situacion más de lo que estaba.
—Deseas llevarte una víctima sin importante de quién se trate ¿verdad? —dije, levantando la vieja pistola y apuntando hacia Howard directamente.
No sabia si el arma aún funcionaría, si conseguiría acertar a Howard y ni tan siquiera podía saber si mi acción serviría para algo. Pero si alguien tenía que morir allí ese era el médico, el torturador, el loco por culpa del cual estábamos metidos en aquella pesadilla.
—Pues ahí tienes a tu víctima —añadí y, sin pensármelo dos veces, disparé hacia Howard.
La criatura convocada por Rhine Howart es de una fealdad que desafía toda interpretación y concepción por parte de la mente humana. Es la repulsiva mezcla de lo impío, lo sucio, lo malvado y lo doloroso, todo en una sola criatura cuyo sufrimiento sólo es comparado por el placer que parecen proporcionarle todos los objetos de plástico y metal que atraviesan su repulsivo cuerpo que, básicamente, es parecido al humano. Sus purulentas heridas no curarán jamás y sólo mirar su rostro provoca escalofríos incontenibles por cualquier persona normal y corriente. Porque el Nefarita llamado Tejedor, aquél cuya función es ser el recolector de algún Ángel de la Muerte que los investigadores jamás conocerán, se regocija con la reacción que provoca y procura prolongarla.
—¿Quién ha osado convocarme y cuáles son sus intenciones? —pregunta el engendro vomitado temporalmente por el Infierno mientras su mirada pasa de Howart a Liam y de este a Tiffany.
—¡Yo! —exclama Howart—. Tengo este sacrificio para ti, Tejedor.
Pero Tiffany no queda callada esperando a que suceda lo que ha planeado Howart. Nunca ha sido una víctima, pese a que su vida a tenido momentos muy complicados y no va a serlo ahora. Al menos, no sin oponer una resistencia, aunque sea basada en la simple palabra.
—¡No! —contradice a Howard—. ¡No te lleves a Starker! Podemos hacer un trato. A ti no te importa a quien te vas a llevar, ¿verdad? —espera durante unos segundos una respuesta, pero el Tejedor permanece en silencio—. Eso significa que podrías tomar a cualquiera de nosotros en su lugar, incluyendo a Howard. ¿No sería alguien como él un mejor candidato para sufrir en el infierno?
El coleccionista y torturador se gira hacia Tiffany.
—¿De veras crees que puedes razonar con esta criatura para que rompa su pacto? —se burla de ella con sorna—. No conoces las fuerzas con las que estás tratando… ¡pero las conocerás!
El Nefarita alza la voz y sus palabras retumban en la Catedral Oscura provocando incluso ondas en los charcos de sangre que se siguen creando en el suelo a partir de los gruesos goterones de las heridas de los crucificados del techo, que gritan su agonía casi sin fuerzas.
—Recuérdame los puntos de nuestro pacto, coleccionista —dice el Tejedor con voz exigente y nada amigable.
Howart parpadea confuso y comienza rápidamente a hablar.
—Él pidió la iluminación y a cambio os ofreció su alma —dijo, titubeando un poco—. Yo os lo entregaría antes para que pudiera ser torturado en los fuegos del Infierno.
El Nefarita sonríe. Si existía algo peor que su imagen seria y serena es su rostro torcido en una mueca de sonrisa. Sus dientes, afilados y putrefactos, permiten ver una lengua purulenta y llena de heridas que salpica sangre al hablar.
—Sin embargo, esos términos no se han cumplido al pie de la letra —le espeta el Nefarita con los ojos inyectados en sangre—. Te lo has quedado para ti durante más tiempo del que se estipuló y pretendías que pintase para ti los Campos del Infierno. ¿No es así?
Howart tiene el rostro desencajado por el terror. Ha provocado la ira del Nefarita y eso puede significar una cantidad incalculable de dolor en millares de formas distintas durante un periodo de tiempo que no tendrá fin jamás. Sabe perfectamente lo que supone tratar de engañar a las fuerzas que dominan el Infierno. ¡Y aún así el muy loco lo ha intentado!
—¡Me equivoqué! —grita al fin—. Quise quedármelo un tiempo, pero es vuestro, ¿de acuerdo? —desesperado, mira a su alrededor—. ¡Además, el círculo que he trazado me protege de ti, Tejedor! ¡Estoy a salvo de ti! —comienza a reír con una carcajada histérica que demuestra poco sentido del humor y mucho nerviosismo.
—Eso no es cierto —dice el Nefarita con tono tranquilo señalando las velas apagadas por Liam y el círculo despintado por Tiffany con un trozo de su propia ropa—. El Círculo de Protección ha sido roto. Nada te protege de mí en estos momentos. Me has invocado para llevarme un sacrificio de carne, sangre y espíritu, un cadáver con el alma atrapada en su interior. Debo llevármelo.
Howart coge el cuchillo ceremonial y lo alza rápidamente recitando unas antiguas palabras en una lengua prohibida que algunos brujos, los más sabios, han aprendido a ignorar cuando la escuchan y se oye a todas horas en el Infierno.
Y en ese momento una especie de iluminación llegó a la mente de Liam Gallagher.
—Deseas llevarte una víctima sin importante de quién se trate ¿verdad? —dice, levantando la vieja pistola alemana que habían cogido de la sala de exposiciones de Howart, y apuntando hacia él directamente.
—En efecto —asiente el Nefarita con una sonrisa diabólica, haciendo a su rostro una máscara de perversión y cinismo.
—Pues ahí tienes a tu víctima —añade Liam y, sin dudar una décima de segundo, dispara sobre el Coleccionista.
La bala, pues el arma estaba perfectamente cargada presta a ser usada, atraviesa el cuerpo de Rhine Howart, el Coleccionista, a la altura del pecho, probablemente en el mismo corazón. Cae al suelo lejos del círculo de protección, que ya no cumple su cometido, impulsado por la fuerza del disparo. Comienza a sangrar sobre el suelo y su sangre se mezcla con la que ya hay en él procedente del techo. Sin salir aún de su asombro, Howart boquea intentando coger un aire que ya no llega a sus pulmones y que le hace parecer un pez de gran tamaño fuerza del agua. Se apoya en un brazo y trata de levantarse.
—No, no, Coleccionista —dice el Nefarita—. La herida es mortal y sólo estás retrasando lo inevitable —vuelve a sonreír—. Y yo estoy muy ocupado.
Se aproxima a Howart y, con un mero gesto de su mano le arranca la ropa y la piel como si estuviesen hechas de papel mojado. El Nefarita sonríe al saber que los últimos momentos del Coleccionista están llenos de desesperación y agonía. Sus últimos momentos en la Catedral Oscura, por supuesto, pues le espera toda una eternidad de sufrimiento y dolor.
La criatura se gira hacia vosotros y, como un artista que acaba de terminar el mejor de sus números, saluda inclinándose.
Escasos segundos después, tanto la horrenda criatura como Howart han desaparecido de la catedral, cuyas paredes y techos comienzan, poco a poco, a transformarse en la Sala de Exposiciones de donde cogieron la pistola hace pocos minutos. Starker está con ellos, desmayado y herido, pero respirando y vivo, algo que durante muchos momentos pensaron que no iba a suceder. Por las ventanas puede verse que los hombres de Howart han abandonado la propiedad, lo que significa que nada va a impedir a los dos periodistas y al pintor poder salir de la enorme casa del Coleccionista y regresar a sus vidas normales. Liam había pensado que el círculo no estaba roto, pero lo cierto había sido que habían logrado borrar el más importante: el que controlaba al Nefarita.
Y es que quizá existen los finales felices… incluso para los que no creen en ellos.
- = FIN = -
Cuando hayáis leído este final, y antes de que os dé vuestras calificaciones positivas de karma por el buen trabajo realizado, me encantaría que dejaseis algún mensaje que pudiera servir a modo de despedida.
Había intentado convencer al nefarita con palabras, pero Liam fue mucho más práctico: Le entregó su sacrificio en bandeja de plata. Pero incluso eso, no habría sido posible, de no ser porque logramos estropear el ritual, y también, hay que decirlo, por la ambición de Howard. Si sólo hubiera entregado a Starker en tiempo y forma, nosotros habríamos fracasado. Pero una vez más, la arrogancia de los ricos y famosos, había conducido a su perdición. Tal vez pudiera decirme a mí misma que no era yo quien arruinaba sus vidas, sino ellos mismos. Era un comienzo.
Por lo pronto, teníamos que ayudar a Starker a salir de allí y, probáblemente, llevarlo a un hospital. Pasaría una temporada internado, pero viviría. Nuestra misión estaba cumplida.
Un placer haber participado en esta partida.
Al final había tomado una decisión. Ni siquiera me había parado a pensarlo y el pulso no me falló cuando me dispuse a segar una vida. Pero sabía que aquella muerte no me iba a producir remordimientos, había tomado la decisión correcta y había librado al mundo de una mente que, aunque perturbada, solo sabía maquinar maldad; repartir dolor y terror a su paso.
Ni siquiera aparté la vista cuando el Nefarita arrancó ropa y piel para torturar a Howart, llevándoselo a los abismos oscuros donde probaría cada una, e incluso más, de las torturas que él había infligido en los demás. El Coleccionista había sido juzgado y condenado a una eternidad de sufrimiento y agonía perpetua.
Cuando todo terminó y la conocida realidad volvió a rodearnos, sentí en mi interior cierta sensación de paz. Habiamos salvado a Starker el cual, a pesar de estar herido, aún podría seguir viviendo durante una larga temporada más. Habíamos cumplido nuestra promesa, nuestra misión y lo habíamos logrado sin decaer.
En aquellos momentos junto a Tiffany, mientras ambos nos acercábamos al pintor, recordé a nuestros otros dos compañeros caídos. El viejo loco que había sido el punto de unión para juntarnos en aquella macabra aventura y la médico que había tenido mucha menos suerte que nosotros.
Pero ahora tanto mi compañera como yo, teníamos la oportunidad de retomar nuestras vidas si queríamos. Tal vez incluso yo me plantearía retirarme, hacer uso de los ahorros y de la pensión que me podría quedar. Irme a algún pueblecito pintoresco, alejado de las multitudes para dedicarme a leer y, quién sabe, quizás a escribir historias de terror.
Tenía la oportunidad de volver a vivir y esta vez no iba a desaprovecharla.