Está tentado de pedirse otra cerveza, pero suspira y logra calmarse un poco. No, tenía que estar lúcido para aquello.
—Nosotros también... hemos visto cosas. Estamos asustados. Algo pasó con Starker... de veras que le creo amigo. Hay cosas que normalmente... no percibimos o no vemos y que están ahí, que hay gente como Starker que nacen con un don y puede que perciban más que los demás, ese otro mundo que está escondido —ahora recordaba haber hablado con algún otro mendigo de espíritus—, bueno esas energías que quedan cuando la gente se muere, somos energías, seres espirituales... sí. ¿Usted.... vio algún monstruo? ¿Qué pasó con la chica, con aquella belleza?
Tal y como estaba la situación y viendo el estado en el que se encontraba el detective, ni siquiera me molesté en puntualizar su apreciación. Que yo recordarse no había comentado nada sobre conocer a Starker ni insinué que supiéramos lo que le había sucedido, pero eso carecía de importancia después de escuchar lo que nos decía.
Recordé los cuadros del estudio, en especial los retratos de los prestigiosos médicos, y pude entender sin problemas a qué se refería Moran. Y la tal Carita... ¿Sería la hermosa mujer del cuadro? Seguramente sí.
—Rhine Howart... ¿El reconocido médico? —pregunté, casi más para mí mismo que para Moran—. Los cuadros en el estudio de Starker son una clara muestra de lo que nos está contando. Gente reputada, famosa por su altruismo y buen hacer profesional retratados como verdaderas aberraciones... Monstruos salidos de la más cruel pesadilla.
Me estremecí al recordar los cuadros y la impresión que me había causado. No tanto porque alguien pintara seres monstruosos, que de esos había muchos, sino el contraste de ver representados de esa forma a personas conocidas y que, de cara a los demás, mostraban una imagen intachable.
—Pudiera ser que lo que vimos en el estudio... —preferí no recordar las dantescas imágenes de las vísceras, los miembros humanos y los fluidos corporales esparcidos por todo el lugar, pero resultaba difícil apartar aquellas imágenes que se habían grabado a fuego en mi cabeza—. Los cuerpos... Fueran los de Starker y la gente que acudió a su exposición. Quizás la policía saque algo en claro, encuentre pistas fiables... —solo estaba el problema que quizás lo que encontrasen fueran nuestras propias huellas. Además, la policía siempre estaba del lado de los poderosos.
El detective Moran, antaño uno de los mejores investigadores privados, único conocedor del hecho de la persecución y amenazas que estaban orquestando contra el pintor Christian Starker y, posiblemente, el único conocedor de ciertas incómodas verdades está temblando como un niño asustado mientras pide otra copa al camarero.
—No conocemos a Starker en persona —dice Tiffany Clark-, pero fuimos a su estudio y encontramos un verdadero desastre allí.
—¡No quiero saberlo! —grita Moran nervioso—. No quiero saber lo que ha pasado en su estudio ni si le ha pasado algo o no a él. Le seguí, le presenté el informe, me pagó. Fin de la historia. Tienen que creerme cuando les digo que…
—Yo le creo —le interrumpe la fotógrafa—. He visto cosas así también. Y esa mujer, la novia de Starker... ¿Sabe dónde podemos encontrarla?
—¿Carita Schiller? Su nombre aparece en la guía telefónica, no es difícil de encontrar —dice, algo más calmado—. Es una persona de aspecto… perturbador… no sabría decir otra cosa, pero es muy agradable.
Alza su vaso y bebe rápidamente el contenido como si su vida dependiera de ello.
—Nosotros también... hemos visto cosas. Estamos asustados. Algo pasó con Starker... de veras que le creo amigo. Hay cosas que normalmente... no percibimos o no vemos y que están ahí, que hay gente como Starker que nacen con un don y puede que perciban más que los demás, ese otro mundo que está escondido. Bueno esas energías que quedan cuando la gente se muere, somos energías, seres espirituales... sí. ¿Usted... vio algún monstruo? ¿Qué pasó con la chica, con aquella belleza?
Moran mira Isaiah y, aunque todos los compañeros del grupo estaban seguros de que iba a responder algo desagradable, no lo hace. Mira al antiguo jugador con una mezcla de piedad y respeto difícilmente descriptible.
—¿Ven el mundo que les rodea? Pues permítanme que les diga que lo que ven es falso —arrastra las palabras, pero es capaz de pensar—. Quizá no sea esa la palabra… No es falso, sólo es incompleto. Lo que ven no es lo que hay. Hay más. Hay mucho más. Pero no puedo convencerles de ello, lo tienen que ver por ustedes mismos. Y si lo ven… amigos, si lo ven no habrá dónde esconderse.
Su discurso es casi interrumpido por Liam.
—Rhine Howart... ¿El reconocido médico? —pregunta el periodista—. Los cuadros en el estudio de Starker son una clara muestra de lo que nos está contando. Gente reputada, famosa por su altruismo y buen hacer profesional retratados como verdaderas aberraciones... Monstruos salidos de la más cruel pesadilla.
—Son reales, amigo —responde casi en un susurro—. Esos monstruos son muy reales.
Lydia Rivers permanece en silencio, escuchando lo que sus compañeros están preguntando al detective. Está sumida en sus propios pensamientos y, quizá, también un poco en shock. No quiere preguntarle nada al hombre y, por un lado, casi parece lo mejor teniendo en cuenta que su lenguaje no verbal indica que se está cerrando a pesar de parecer hablador.
—Por favor, les ruego que me dejen en paz. Ya he contestado a lo que querían saber… déjenme tranquilo, amigos —ruega el detective de forma casi sollozante.
Parece claro que no va a hablar más. Sólo queda reflexionar sobre lo que ha dicho y, quizá, escoger otro lugar donde seguir la pista del pintor antes de que la amenaza que les fue comunicada en un mensaje se cumpla y todos ellos alcancen un destino horrendo.
Cuando el hombre mencionó algo sobre la existencia de un mundo oculto, no pude evitar anotarlo en mi libreta. No es que lo creyera, aún, pero sonaba como otra de esas creencias de sectas a las que ya comenzábamos a acostumbrarnos.
—Bien, supongo que tendremos que intentar con la chica —dije al ver que el sujeto no parecía saber mucho más—. O tal vez podríamos confrontar a ese tal Howard, pero yo esperaría a que hayamos averiguado un poco más. No me queda claro cuál es su implicación en esto.
Ya no me quedaba ninguna duda de que algo raro, macabro y terrible estaba sucediendo y sobre todas las cosas que habíamos visto o de las que nos estábamos enterando lo que más afianzaba esa idea era el miedo en aquel hombre. Un hombre acostumbrado a la maldad de las personas cayendo ante el terror de aquella forma.
Lo entendía. En cierta forma comprendía los miedos y angustias que debía estar sufriendo el detective, pues yo mismo había pasado por una ansiedad parecida. Pero lo que no llegaba a comprender era esa otra realidad de la que nos hablaba.
Suspiré frustrado pues tenía la sensación de que éramos simples marionetas que iban dando tumbos de un lugar a otro. Empezaba a preguntarme qué narices estábamos buscando, qué queríamos descubrir con aquella investigación en la que nos habíamos embarcado. ¿Conocer a aquellos que habían perpreteado el horror descubierto en el estudio? Eso tenía que ser asunto de la policía y no nuestro. ¿Nos movía la curiosidad? En mi caso podría decirse que sí pero... En mi cabeza no dejaba de rondarme un viejo refrán que decía: La curiosidad mató al gato.
¿Seríamos nosotros los siguientes gatos?
—Gracias por todo detective Moran —dije con voz cansada una vez me di cuenta que no sacaríamos mucho más de aquel hombre.
Me giré hacia mis compañeros y no pude más que asentir ante lo que decía Tiffany.
—Es lo único que tenemos por el momento —confirmé, pues presentarnos cuatro desconocidos a esas horas delante de la puerta de un reputado médico no me parecía una buena opción—. Localicemos a la chica. A ver si ella nos puede contar algo más...
Pero había algo más. Algo que no podía apartar de mi cabeza por mucho que quisiera. ¿Por qué nosotros? ¿Por qué precisamente nosotros habíamos sido elegidos para adentrarnos en esa locura? Y el profeta... Miré al viejo preguntándome una vez más el porqué de todo aquello.
Le apoya la mano en el antebrazo del hombre, como comprendiéndole.
—Es usted un hombre muy valiente. Yo le creo, de veras. Siempre he tenido la sensación de que hay algo más de lo que vemos. Le deseo lo mejor y lamentamos haberle importunado de esta manera amigo. Que disfrute de su bebida —hace un gesto a los demás y se aleja del hombre para que no le escuche y dice a los demás—. Bueno... aquí ya no hay nada más que hacer. Todo esto es de lo más extraño —realmente empezaba a creerse todo aquello— probemos a buscar a la novia. Si está en la guía podríamos llamarle o visitarle directamente. ¿Qué os parece?
Se acerca a la barra para preguntar.
—¿Tienen una guía? —su intención es buscar número y dirección de la novia de Starker si es posible. Y si sólo hay teléfono llamarle y si hay dirección anotarla y hacerle una visita.
Cuando el hombre de la barra les da una guía telefónica un tanto destartalada, pero aún en vigor, la doctora Rivers es quien la coge y comienza a hojearla rápidamente.
—Debemos buscar a la pareja del pintor Starker —dice, como si alguien necesitase una aclaración—. Sabemos que se llama Carita Schiller, ¿no es verdad? —alguna página se rompe ante los movimientos bruscos fruto de su nerviosismo—. Schiller... aquí... hay varios, pero no es un apellido muy común... ¡Aquí! ¡Carita Schiller! ¡Tengo el teléfono y la dirección!
Saca una libreta de un bolsillo interior de su chaqueta y anota la dirección con un bolígrafo azul. Antes de guardarse la libreta, comprueba varias veces la dirección para estar segura de no haberse equivocado. Un pequeño salto de línea y podrían acabar al otro lado de New York tratando de entrar en la casa de algún pobre desgraciado.
—Intentaré llamar... —hace un gesto al camarero, que le acerca un teléfono a la barra y, al instante, conecta un aparato para contar los pasos.
Trabajo infructuoso porque, como ya era de imaginar, nadie responde al otro lado.
—Creo que tendremos que ir a esta dirección —sugiere mostrando su anotación en la libreta, entre la calle 55 Oeste y la Octava avenida. Un bloque de apartamentos no muy lejos de Central Park, casi el mismo punto donde comenzó la historia—. ¿O pensáis otra cosa?
Había sido bastante fácil dar con la dirección y el número de teléfono de la novia de Starker pero, mientras esperaba que Lydia pudiera contactar con la mujer, no pude evitar cierto nerviosismo. Inquietud que se hizo notar con el tamborileo de mis dedos sobre la barra del bar mientras los segundos pasaban y lo único que se podía escuchar, al otro lado del auricular, eran los constantes pitidos en espera de que alguien respondiera.
Pero nadie lo hizo. Y por algún motivo que desconocía, o quizás simplemente impresionado por todo lo que habíamos visto y vivido hasta el momento, sentí que se me encogía el corazón pensando que quizás la mujer hubiera corrido la misma suerte de aquellos que habían ido al estudio.
Frustrado, decepcionado y, sobre todo, preocupado, miré a mis compañeros. A pesar de mis dudas, a esas alturas ya tenía decidido seguir con la investigación, tal vez la más extraña que hubiera realizado en toda mi vida.
—Yo voto por ir a su apartamento —dije, esperando que el resto me secundara. Por lo menos la doctora parecía estar dispuesta a visitar a la tal Carita.
-Bien, si no contesta el teléfono -comenté, resignada-, sólo nos queda ir a la dirección y esta vez, tendremos que ir preparados para encontrar un cadáver. Es una pena: La prensa siempre decía que hacían una bonita pareja ella y Starker.
Se encoge de hombros.
—Pues hay que ir entonces a esa dirección.
Cuando escucha lo del cadáver se escandaliza.
—Espero que te equivoques. Pobre chica... no, seguro que está bien. Después de lo que estamos viendo... creo que he cubierto mi dosis de violencia y sadismo de por vida. Bueno aquí ya no hacemos nada... venga, no perdamos tiempo.