Tuvo que aguantar, con mayor o menor efectividad, las miradas que reparaban en él, algo tanto o más difícil teniendo en cuenta que provenían de una elfa, primero, y una mujer bastante atractiva, segundo. Ya no estaba acostumbrado a relaciones cordiales, o al protocolo y la etiqueta de una corte o de palacio. Cuando uno se retira a un refugio espiritual y entrega su vida a una humilde contemplación y connivencia con la deidad, deja de lado aquellas cosas. O debería dejarlas, si era medianamente coherente. Quizás su caso tuviera que acabar por ser diferente... tal y como se estaban desarrollando las cosas en aquel pueblo, empezaba a pensar que desarrollar las habilidades que se le habían atrofiado con el tiempo, o que nunca llegó a acariciar, no eran ideas tan descabelladas o improcedentes como pudiera parecer.
-Lo único que puede poner de acuerdo a dos goblins es la comida y matar pataslargas para conseguirla...
¡Asquerosas criaturas! Y aun así, con lo que le había contado, aquello no le encajaba. ¿Por qué no atacaban en serio, entonces? Seguía teniendo la impresión de que, si ese tal Ripnugget era tan listo, tenía que haber un rival a su altura (relativamente) como para que decidiera no tentar a la suerte. Se dedicaría a investigar aquello, pero no tenía ni las habilidades que poseía la elfa ni, en realidad, la certeza de que aquello fuese una buena idea. Sólo eran sus suposiciones, y si una experta en el tema defendía que eran infundadas, tendría razón. Seguramente. Aun tenía esa idea cuando se retiró a sus habitaciones. Esa, y otras. A veces ser joven no era tan maravilloso como los poemas solían ensalzar. Sí, el vigor guerrero y el celo de justicia están en su punto álgido, pero no es lo único que lo está. Aquella noche tardó en conciliar el sueño, al menos tanto como en conciliar sus pensamientos.
Amanece un día más en Sandpoint
Y aquello no era poco, como decía la tonada. De hecho, si se lo hubieran preguntado a Rictor al caer la noche, hubiera estado dispuesto, sin problemas, a afirmar que era demasiado. El día había pintado estupendamente en un comienzo: cielos despejados, gente afable que se aprestaba a olvidar la terrible tragedia de hacía escasos días y una joven que parecía estar interesada en el culto a Iomedae, en una tierra que se volcaba casi unitariamente en el culto a Desna. Aquello era una tarea que no le disgustaba, al contrario, y pasó horas explicándole a aquella muchacha todo lo que debía saber sobre aquel particular. Por lo que parecía, la sesión fue extremadamente fructífera para ambos: Rictor siempre sostuvo, como Aristagón el Pharasmeo en sus escritos, que no hay nadie que sepa tanto que no aprenda compartiéndolo con los demás. Después de aquello, nada notable que contar (¡de momento!); saludó a sus compañeros y se dirigió al Dragón, sin sorprenderse demasiado de que todos acabasen reunidos allí como por ensalmo. Era un signo, ni más ni menos. Ojalá para otras de las cosas que sucedieron hubiera habido también signos, o hubiera sabido leerlos de haber realmente.
-Y, Kaddok... ¿sabes algo de Minvant? -preguntó con cautela.
No sabía por qué, pero no estaba muy seguro de aquello. ¿A Magminar? No era eso lo que afirmaba Laetitia, pero bueno, tampoco era cuestión suya meterse de lleno en aquel terreno, que sólo le competía al ayudante del sheriff... ¡como si no supiera lo que pasaba entre ambos! Bien, de acuerdo, como si no lo intuyera. Pero uno sabe esas cosas, sencillamente. Como sacerdote, se le daba muy bien averiguar el estado anímico de las personas. Así, sólo podía hacer conjeturas sobre la persona que apareció vestida con las ropas ceremoniales del servicio a Desna, pero hubiera apostado una buena cantidad a quien creía que era. Una vez más, no era asunto suyo, y se obligó a forzar a su mente a tomar otros derroteros. Pensó en un arco de exquisita manufactura que había visto en la armería, y pensó en si le alcanzaría el dinero para comprarlo, viendo que podría necesitarlo si seguían las cosas como estaban. Después no hubo más, porque ya se ocupó el día de porporcionarle bastantes otras cosas en qué pensar. Sí. Pensar, pensar, no iba a parar de pensar hasta que se acostara. Una millonada de pensamientos. Ni cuando se durmiera iba a dejar de pensar en aquello. Y lo seguiría pensando durante varios días, como seguramente Kaddok haría también.
-¿Pero qué...? ¡Vamos! -dijo, aun viendo que el ayudante le sacaba ventaja en su reacción.
¡Qué escena encontraron allí! Aquello fue lo que pensó, sin saber que en apenas veinte minutos cambiaría su forma de pensar, asegurándose a sí mismo que, sin duda, la verdadera escena sería la que tendría ante sus ojos justo en ese momento. Apretó los dientes mientras miraba al pobre chiquillo. ¿Un animal salvaje? Porque aquellos mordiscos parecían hechos con la intención de obtener un bocadito de niño. Y Minvant, que ahora definitivamente era tal, estaba de acuerdo con aquello, pero estrechó más el campo. Mordiscos de goblin... ¡repugnantes, repugnantes alimañas! Los matarían a todos, si hacía falta. Descabezarían sus ejércitos y los dejarían en desbandada, siendo presa fácil para cualquiera que los encontrara. Todavía seguía allí. El goblin. ¡El hombre! ¡Tenían que actuar YA!
- Cuida al niño Min - dijo antes de salir corriendo hacia la casa. - Rictor, espera en la puerta, a mi señal entra, vere si puedo encntrar una entrada trasera o ventana - susurró.
Asintió, en silencio, y se colocó en su sitio, que era asegurar la puerta. Cuando Kaddok terminó de inspeccionar, ambos entraron con cuidado al lugar. La luz entraba, iluminando una estancia que parecía agradable, acompañados por el crujir de la madera que sería incluso agradable de no mediar lo ominoso de la situación. Cuando vieron aquella mancha parduzca, la tensión comenzó a identificarse. El goblin seguía por allí. Acató la orden del shoantí civilizado, que se desplazó con gran agilidad y sigilo, y le indicó dónde estaba el asunto. Aquel debía ser el pobre Pétalo y aquel... aquel era su dueño. Tras una frase del vice-sheriff sujetaron al hombre y tiraron cuidadosamente de él. Rictor creía estar preparado para lo peor, pero aquello siguió sorprendiéndole, asqueado. Temía que estuviese muerto, pero aquello sólo era la mirad. Estaba muerto y devorado.
-¡Cuerpo de...! -juró el iomedita cuando un chillido y un goblin rabioso hicieron acto de presencia.
Tras el primer ataque, nacido de la sorpresa, Kaddok se deshizo del goblin, que puso sus miras en el enlatado clérigo y, máas concretamente, en la apetecible vena del cuello, palpitante. Tuvo que detener la conjuración de un hechizo curativo cuando aquella sanguijuela se lanzó a por él, pero desenvainó con celeridad la espada y le atravesó antes de que pudiera siquiera intentarlo. Una reacción admirable, más teniendo en cuenta la presión a la que estaba sometido. Quién sabe si podía tener la rabia o alguna de esas terribles enfermedades... se acrecó al hombre, para tratar de darle asistencia, pero vio lo mismo que vio Minvant. Ya era demasiado tarde incluso cuando habían entrado. Podía consolarse diciéndose que era una muerte infinitamente más bondadosa que ser comido vivo, pero no demasiado. Él no lloró, como Minvant, pero su semblante era serio y sombrío, apesadumbrado, durante el resto del día. No puedo evitar que aquello le reconcomiera por dentro.
-Habrá que... habrá que avisar al padre Zantus -dijo, tras conseguir forzarse a hablar, algo que evidentemente le costó horrores- Querrá un entierro digno...
No pudo proseguir. Los tres se retiraron hasta la posada, pero realmente ninguno de ellos estaba de humor para nada. El iomedita se forzó a comer prácticamente, pero apenas hacía más que picotear su comida.Trataba de obligarse pensando que necesitaría estar en forma para combatir a aquellas bestias asalvajadas, pero su tráquea, simplemente, no estaba por la labor. Así pues, la llegada de cualquier novedad que le distrajera de aquello fue bien recibida; primero la mediana y, posteriormente, sus compañeros, exhaustos tras lo que parecía haber sido un día de caza con todas las de la ley. Por desgracia, se les debía de notar en la cara lo que había sucedido. Rictor intentó enfrentarse a ello y hablar, pero no pudo. Minvant le ahorró el trabajo, siendo más rápida en sobreponerse a ello.
- Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay.... - se escuchó en el piso de arriba. Bethana bajó corriendo hasta la mesa con el corazón en la boca. - Mira, mira, miraaaaaaaaaa - le chilló a Kaddok poniendole delante un trozo de pergamino. - Mira, Ameiko, miraaaa - le insistió.
-Lo siento, pero no sabemos leer esto.
- Ay, está en Kaijitsu, te lo traduciré... Veras, ¿recuerdas que te dije que Ameiko no me hablaba ni me abria la puerta? ¡¡Pues resulta que era porque no estaba!! He entrado y he visto esta nota, mira lo que dice, mira - exclamó histérica. Luego comenzó a leer con voz temblorosa.
-¿¡Pero qué!?
Dadas las circunstancias, la pregunta era tan buena como cualquier otra. Quizá la mejor.
La jornada de cacería había sido agotadora para el mago y no sólo físicamente sino también mentalmente. Realmente era una de las primeras experiencias de campo que había tenido el mago fuera de los seguros muros de la Academia. Una de las tareas de un mago aparte del estudio de sus conjuros era también el desempeñar un aprendizaje básico sobre el uso de armas sencillas como medida de protección en casos donde la magia no fuera suficiente o no estuviera disponible. Sin embargo, ese aprendizaje era apenas nulo y más se basaba en los propios instintos básicos de toda persona que en lecciones de esgrima o tiro tuteladas por un experto en la materia.
Por lo tanto, el cargar con una ballesta y tener que disparar a aquel anorme jalabí que se aproximaba veloz, fue una experiencia que no resulto totalmente satisfactoria, sobretodo por la duda que había llevado al mago a no actuar de la forma esperada. Dorlam sabía que en otras circunstancias ahora su cuerpo podría estar despedazado en mitad del bosque.
Durante el camino de vuelta Dorlam había imaginado la escena multitud de veces concluyendo lo fácil que podría haber sido utilizar sus conocimientos arcanos para desacerse del animal y no la fuerza bruta proporcionada por el artilugio que ahora colgaba a su espalda y que por cierto... pesaba bastante.
Así pues, apenas entró en el Dragón Oxidado su cuerpo se dejó caer estrepitosamente en una de las sillas vacías en la mesa donde Minvant, Kaddokk y Rictor se habían reunido. El mago en un principio apenas reparó en el oscuro ambiente que se respiraba en aquella mesa y sólo las palabras de Laetitia y la duda inicial de Minvant hicieron que los sentidos del mago volvieran a despertarse.
El relato de Minvant concluido Kaddokk fue espelucnante y lleno de escalofríos el cuerpo del mago. Dorlam recordaba claramente a aquella familia, una familia buena y sencilla, que para nada merecía una suerte como la que le había tocado vivir...
¿dónde estaban los dioses y su justicia?
La conversación por otro lado acabó repentinamente con la incursión alarmante de Bethana que con una apariencia similar a un alma poseída por un demonio, bajaba las escaleras ondeando un trozo de pergamino al viento mientras llamaba la atención del sheriff en funciones. Apenas un minuto más tarde la explicación de la ausencia de Ameiko fue confirmada.
-
"Uff... esto me suena tremendamente raro... ¿no era Tutso un semielfo? Yo no quiero alarmar a nadie... pero creo que deberíamos apresurarnos a la fábrica de cristal; puede que Ameiko pueda estar en problemas!!!"
El mago asió su báculo con fuerza, presto para partir lo antes posible. En ese instante, debido a los recientes descubrimientos, su cuerpo apenas notaba el cansancio acumulado y ahora era la fuerte mente del mago quién gobernaba por completo el espíritu de Dorlam. Fiel a la rutina establecida durante años, el mago preparaba apenas levantarse sus conjuros diarios y ese día por suspuesto no había sido menos.
La cacería fue como ponerse a hacer música usando un rallador de queso en vez de un banjo; podía ser ligeramente divertido, pero sobre todo extremadamente doloroso (y es que no estar acostumbrada a montar a caballo tanto rato repercutía en las posaderas más de lo que la bardo hubiera podido imaginar nunca)
El aire libre, el cambio de ambiente y la conversación de Foxglove supuso un agradable cambio respecto a los últimos días vividos en Sandpoint. Las preguntas, aunque un poco agobiantes en algún momento, dieron pie a algun momento de conversación que consiguió dar una nueva perspectiva de aquel pomposo noble tan snob, que no era tan cabezaloca como podía dar a entender con un vistazo superficial. Foxglove se descubrió como un tipo inteligente, culto y un excelente cazador... tal vez por eso la elfa amante del bosque no lo tuviese en muy buena estima (aunque por los comentarios que hizo después, se dejaba entrever un posible romance que no prosperó ni acabó demasiado bien).
A la vuelta el noble se deshizo en elogios hacia ellos y Laetitia correspondió - Señor Foxglove, debo decir que me ha impresionado, por sus comentarios creía que solamente era un aficionado en esto de la caza pero ya veo que es todo un experto. Su pericia con el arco y siguiendo rastros es increible, es posible que pueda hacer llegar la historia de esta cacería hasta los fuegos de los campamentos varisios y se extienda por toda le región... y también es todo un caballero, le honra ser tan discreto en lo referente a la exploradora, vista su reacción al verle temía que tal vez su afición a la caza y maestría con el arco pudieran haber sido fuente de rencor o envidia por su parte, no pensaba que hubiera podido pasar algo personal entre ambos y mucho menos que se hubiera dedicado a airearlo o fanfarronear sobre ello, le ruego que me disculpe si le he ofendido o he dado una impresión equivocada.
Volvieron al Dragón Oxidado, y mientras el noble se ocupaba de los pormenores de dejar los caballos en el establo, los perros en lugar seguro y manipular las piezas de caza, Laetitia conjuró antes de entrar el truco mágico que le permitía asearse y quitarse el polvo del camino, el sudor y el mal olor, primero sobre el mago y luego sobre ella - Es un pequeño truco que aprendí de una matrona varisia con la que viajé durante un par de estaciones - dijo guiñando un ojo al mago, a modo de explicación. Allí, en una mesa estaban Kaddok, Rictor y... - ¿Minvant? - preguntó sorprendida antes de sentarse junto a ella y preguntarle al ver las caras que tenían sus acompañantes - ¿Estas bien? ¿Qué ha pasado?
- Pues... - la sacerdotisa no sabía como empezar y era evidente que ni era agradable ni facil para ella contarlo. Laetitia le cogió la mano intentando darle ánimos. Minvant empezó a contar lo ocurrido hasta que no pudo continuar. Laetitia pasó el brazo por el hombro de la sacerdotisa mientras con la otra mano seguía cogiéndole la mano esperando que no se derrumbara y Kaddok terminó de contar lo ocurrido.
Laetitia susurró a Minvant tranatdo de tranquilizarla - Shhh... tranquila, ya ha pasado. No pudisteis hacer nada, ya había pasado todo cuando llegasteis, piensa que por lo menos el resto de familia está bien y...
- Ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay.... - La voz de la cocinera, llena de preocupación llegó desde el piso de arriba, seguida por la mediana totalmente alterada con un papel que agitaba delante de Kaddok - Mira, mira, miraaaaaaaaaa - exclamaba fuera de sí. Cuando explicó lo sucedido y leyó la nota la bardo se quedó paralizada unos instantes antes de reaccionar
- ¿Pero que...? - exclamó Rictor, seguido por Dorlam, que más analítico dijo lo que todos estaban pensando
- ¡¡Lo sabía!! - exclamó levantándose echando mano al equipo de caza con tanto ímpetu que casi tira la silla - Vamos a la fábrica... solo espero que no sea demasiado tarde.
Día de cenizas, cuando las llanuras de fuego son recorridas por un viento húmedo, alto, muy, muy alto, el calor y las chispas caen sobre la tierra cubrinedolo todo de cenizas. Gris el cielo, gris la tierra, gris el agua, gris la gente, día de cenizas, cenizas del alma. Un manto cada vez más pesado cubría los hombros de Kaddok, a medida que pasaba el día la tristeza iba haciendo mella en su temple.
Primero perdió la amistad de Minvant, luego el terror de una familia que ya no tendría sustento, y que viviría aterrorizada por años, y ahora Ameiko. Miró sus vendas, él mismo se había aplicado algo del ungüento que le habia dado Hannah y había utilizado un trozo de tela para apretar la mordida y evitar el sangrado. Había salido de la habitación antes que los otros, era su deber decirle a Amele que sus hijos ya no tenían padre, que el padre no podría pedir perdón a su hijo por no haberle creido. Acompañó a la familia hasta el Dragón, no era posible que volvieran a su casa, no querían estar en su casa, no los culpaba, y allí esperó a que el resto llegara.
Ya no le importaba que Minvant se ocultara, cuando se cansara de la máscara se la quitaría, ya no era asunto suyo. Se paró en silencio mientras escuchaba de fondo a los demás reaccionar ante la carta, él necesitaba acción, necesitaba encontrar a Ameiko, necesitaba sentir que de algo servía que él fuera el sheriff. Sin decir palabra se acercó a la puerta, volvió a mirar sus vendas y se giró hacia la mesa. - Quien quiera venir que lo haga, yo iré a la fábrica. - se sentía mal por no haber hecho caso al instinto de Ivtolt, se sentía mal por haberle fallado a Minvant, a Ameiko, a Amele. Debía compensarlo, o aceptar que no servía para el trabajo.
Por mucho que los eruditos insistan, el saber no está en los templos o en libros cogiendo polvo en las estanterías, todo el saber que necesitas está en las tabernas. Un oído entrenado puede escuchar entre los parroquianos y comunes todo lo que necesita saber.
Así que no es de extrañar que el primer sitio al que fuera Hiflen sea la taberna. Después de haber perdido todo el día intentando seguir el rastro de los goblins, necesitaba volver a su territorio. La campiña no estaba hecha para él, necesitaba la gente, las calles, si no podía encontrar el rastro de los goblins, al menos en Sandpoint encontraría a alguien que lo hiciera por él. Después de una amigable charla con la tabernera, se fijó en la entrada del variopinto grupo que iba tomando sus asientos. Un shoanti, una joven encapuchada y lo que sin lugar a dudas era un noble, por instinto profesional calculó rápidamente lo que podría pesar la bolsa del joven noble…
Habrá que mirar un día lo que esconde en sus bolsillos- se dijo así mismo con una media sonrisa.
No obstante su instinto al fijarse en esa mesa no le había fallado, estaban hablando de una terrible desgracia. Algo relacionado con una desgracia ocurrida a una familia, algo relacionado con goblins. Nunca existen las casualidades, en una zona tan relativamente tranquila como esta tanta actividad de los trasgos no es algo normal. Prestando más atención a su conversación y a la tabernera parece ser que hay una fábrica de vidrio en la ciudad, y que en ella sucede algo que puede estar relacionado con los goblins. Recuperar su anillo era cosa de vida o muerte, debía llegar al fondo del asunto de los sucios pielesverdes y cuanto antes.
Parecía que iban a partir inmediatamente a la fábrica de vidrio, así que tranquilamente dejó encima de la mesa unas monedas para pagar la cena y salió del Dragón Oxidado. Oculto entre las sombras de un callejón esperaba la salida del grupo, les seguiría hasta la fábrica y ya allí decidiría su siguiente paso. En principio no resultó ser un mal plan…
La carta había revelado algo importante: la identidad del pataslargas de orejas picudas que había estado detrás de los ataques. O eso es lo que los héroes interpretaron. Tutso era un semielfo, el hijo bastardo de la familia Kaijitsu, una de las cuatro familias que fundaron Sandpoint. Todo esto sumado al hecho de que Ameiko llevaba desaparecida dos días (según lo que había dicho Bethana) pusieron en marcha a todos los héroes de Sandpoint hacia la fábrica.
Minvant fue la única que se quedó sentada, pillada por sorpresa. Kaddok, como sheriff, no obligó a nadie a ir, pero Laetitia ya estaba a su lado. Quería descubrir la verdad y hacerle pagar caro a Tutso todo lo que había hecho, si era realmente el culpable. Dorlam puso de manifiesto sus hipótesis, mientras que Rictor, como buen iomedita, debía impartir justicia, así que los cuatro salieron de la posada. La sacerdotisa se quedó atrás, estaba demasiado asustada y ninguno le había pedido expresamente que los acompañara.
Los vio salir, quedándose junto a la halfling, que arrugaba la carta de Tutso entre sus manitas con los ojos inundados en lágrimas.
-
Traedla de una pieza, por favor
- chilló. -
Sí, Ameiko es una gran guerrera, pero su hermano está loco
- le explicó a Minvant. Luego la puso al día sobre el enredo familiar de los Kaijitsu. Cómo la madre de Ameiko había tenido un idilio con un elfo y de aquella relación había nacido Tutso, como veinte años después, al morir la madre, Lonjiku y Tutso se habían peleado en el cementerio delante de todo el pueblo y el semielfo había huído a Magnimar. Luego estaba la historia de Ameiko, que se fue de aventuras tras la pelea que Tutso tuvo con su padre, ya que ambos hermanos se querían mucho, y al regresar, fundó el Dragón Óxidado. Como Lonjiku pensaba que el trabajo de tabernera no era digno de una noble, la desheredó.
Entre tanto, Ivtolt era el único que no tenía conocimiento sobre la carta. Decidido de una vez por todas a salir de Sandpoint y volver con su tribu, el monje reunió a sus lobos y puso rumbo a la puerta norte, después de acompañar a Foxglove a dejar las monturas (al final los perros y los lobos se habían hecho buenos amigos). Faltaban unos metros para llegar a la salida cuando algo empezó a cambiar a su alrededor. El ambiente. Era demasiado agobiante, demasiado asfixiante. Calor, hacia demasiado calor. Todo se estaba quemando. El pueblo, la gente, los árboles, todo estaba en llamas. Enfrente un altar, sobre el altar un cuerpo ya muerto, frente al cuerpo una mujer humana de cabellos rojos, de cabellos de fuego. En su zurda una daga, su diestra era la garra de un demonio. El arte de la nigromancia.
El shoanti parpadeó de nuevo y la brisa fresca acarició su rostro. Una visión. Sus lobos estaban nerviosos. Al bajar la mirada encontró algo que brilló a sus pies. Al agacharse, encontró un fragmento de cristal...