Partida Rol por web

Hoy era otro día más de terapia.

El Dr. O'Sullivan te miraba como siempre, con esos ojos alegres que en el fondo escondían la carga de tener que lidiar con los problemas de los demás a diario. Desde que desapareció tu mujer tuviste que abandonar tu trabajo y te obligaron a pasar consulta a diario con la idea de poder superar esta pesadilla.

Un leve carraspeo quebró el silencio de la consulta.

- Sé que está luchando una batalla muy ardua Sr. Cunningham, de verdad que lo sé - cambió de postura su pierna.

- Pero también sé que si se rinde ahora, no servirá de nada todos los progresos que hizo en los últimos días. ¿Sigue durmiendo mal, verdad? - comentó a la vez que comprobaba algunas anotaciones de su libreta.

- Lo noto en su rostro, está más pálido y para colmo esos pequeños temblores que tiene son por la tensión acumulada. Debe intentar dejar que la carga la llevemos entre todos los que queremos ayudarle - para ti, que un hombre que cobra 90$ la hora te diga eso, no vale nada.

- No vamos a andarnos con rodeos. Sé que han pasado ya siete días desde que desapareció su mujer, mi misión es que siga entero para el día que ella aparezca y para eso debe aferrarse a la esperanza y cuando no quede más remedio aceptar la realidad - comenzó a pasar una página.

- Veamos, hasta donde sé, tiene todavía la baja médica en su trabajo como fotógrafo del Herald News para las próximas dos semanas. Debe aprovechar bien ese tiempo Sr. Cunningham, tiene que encontrar algo con lo que ocupar la mente. Un hobbie, sus amistades. Tiene que abrirse un poco más. Si tiene rabia libérala de forma sana - después se estiró para alcanzar un pequeño bote que había en su cajón.

- Además, vamos a cambiar la medicación. Es imperativo que pueda dormir de nuevo, es por eso que debe tomarse una de estas pastillas justo antes de irse a la cama. Le ayudarán a descansar, a aliviar esa carga que tiene tanto muscular como mental. ¿Lo hará, verdad? Comportémonos como adultos - si el Dr. había dicho algo así sería porque en algún momento habrá tenido que "reñir" a su paciente.

- Como aún nos quedan algunos minutos. ¿Desea decirme o contarme algo Sr. Cunningham? Pero no haga como la semana pasada, no arremeta contra la policía y su nefasta gestión. Ya hablamos que buscar culpables no le ayudará ni a usted ni a la investigación - dicho aquello se quedó esperando a saber qué tenías que decirle.

Toda una larga semana. Siete días de angustia, frustración y ansiedad, donde cada movimiento, cada vuelta en la cama, cada mínimo gesto resultaba un sacrificio para mí. Siete días que llevaba viviendo en un mundo irreal, cubierto por una espesa niebla que se empeñaba en no querer desaparecer.

Siete días donde la incredulidad dio paso a la incertidumbre, después a la desesperación y por último a la rabia. Mi enfado contra la policía que no parecía hacer una mierda por encontrar a mi mujer, contra los amigos que de la noche a la mañana se habían esfumado, contra el mundo en general por permitir que aquello sucediera había ido creciendo hasta convertirse en el motor de mi vida.

Y el enfado dio paso a una mezcla de resignación y melancolía que me habían impulsado a aceptar aquella mierda de terapia. Porque, después de todas las sesiones con aquel tipo que se llamaba de forma bastante pomposa a sí mismo doctor, no había conseguido una puta mierda y lo único que había logrado había sido adormecer mis sentidos aún más a base de pastillas.

No podía seguir así. No podía continuar con los brazos cruzados mirando las horas pasar sin hacer nada. Tenía que aceptar de una vez por todas que no iba a encontrar ayuda en ninguna parte salvo en mí mismo.

Escuchaba el parloteo del doctor repitiendo lo mismo que ya me había dicho una y otra vez, asintiendo de vez en cuando con la cabeza para que no pensara que estaba pasando de él. Pero eso no evitaba que hasta mí llegaran palabras sueltas que me hubieran hecho reír si hubiera tenido fuerzas y ganas para hacerlo.

Esperanza. Aceptar la realidad. Ocupar la mente. Sin lugar a dudas ese tío tenía que estar de broma, pero era una broma que a mí no me hacía ninguna gracia.

Mientras seguía escuchando su parloteo, sus típicas recomendaciones más propias de un manual de autoayuda que otra cosa, mi cabeza empezaba a tomar una decisión. No podía contar con nadie, no podía fiarme de nadie y, si quería encontrar a mi mujer tendría que hacerlo por mis propios medios.

Pero para ello tendría que engañar a todos haciéndoles creer que estaba en la senda de la recuperación, prometiendo que me tomaría la medicación e intentando no mostrar mi enfado contra el mundo, aunque ese último punto me iba a resultar bastante difícil.

—Sólo le puedo decir que intentaré buscarme una distracción —comencé a decir pausadamente, mientras cruzaba los dedos de la mano que el doctor no podía ver en un gesto bastante infantil—. Y me tomaré la medicación… Y no buscaré culpables, simplemente esperaré ya que yo no puedo hacer nada al respecto.

Mentía, por supuesto que mentía. No tenía pensado quedarme quieto a que la policía llamara a mi puerta diciéndome que habían encontrado muerta a Daphne. Desde luego que no lo iba a permitir. Sacaría fuerzas de flaqueza para pelear por ella, para buscarla allí donde la policía no parecía haber movido ni un solo dedo. Movería hasta la última piedra si hiciera falta antes que abandonarme a la resignación de nuevo.

Había tomado una decisión en firme y nada ni nadie me iba a hacer cambiar de opinión así que mejor que no poner en conocimiento de ninguno de ellos mis planes.

El Doctor, como siempre, escuchó todo lo que le decías mientras anotaba en su libreta algunas palabras clave. Lo notaste porque subrayaba con fuerza, era un gesto que te resultaba desagradable.

- Yo confío plenamente en usted Sr. Matthew, sé que tomará las decisiones correctas y que acudirá a mi cuando necesite ayuda. En la próxima cita a finales de semana esperaré expectante a que me cuente que tal le ha ido todo, incluso los detalles que parezcan más insignificantes serán de utilidad para valorar su progreso, porque créame Sr. Matthew, progresará - dicho aquello se levantó de su cómodo asiento y se acercó a ti para estrecharte la mano. Siempre apretaba con fuerza y firmeza, debía ser un hombre fuerte.

Tras despedirte de él y recoger el frasco con la medicación la única opción era salir de allí para regresar a casa. Por fortuna, al ser un pueblo pequeño, podías ir de un lugar a otro andando sin necesidad de tomar tu coche o usar el transporte público.

Andar te despejaba las ideas, aunque hacerlo en exceso terminaba conllevando a que los pensamientos negativos tomaran el control.

Poco más de media hora más tarde llegaste a tu casa. Aún era temprano pero la imagen de tu hogar desordenado y patas arriba te bajó la moral. Era un reflejo de como estaba tu mente ahora: caotica.

Te aferraste a una foto que tenías en la entrada donde aparecía tu mujer. Ella tan sonriente, tan radiante... pasaste los dedos por el cristal mientras notabas que una lágrima recorría tu mejilla.

En ese mismo instante supiste que tenías que salir de allí, por lo menos hoy no era el día más apropiado para ver las mismas cuatro paredes.

Dejaste el bote de las pastillas encima de la mesita de noche y respiraste hondo.

Este iba a ser tu primer paso hacia encontrar la verdad.

Hoy, comenzaste a abrir los ojos.

Con tal de salir de allí cuanto antes, le hubiera prometido al doctor que incluso aprendería a hacer papel maché. Así que, tras un asentimiento de cabeza y después de recoger la medicina que dudaba fuera a tomar, me largué por fin de la consulta ansiando respirar un poco de aire fresco.

La decisión que había forjado aún seguía muy presente en mi cabeza y, mientras caminaba por las calles del pueblo, fui madurando la idea. Sólo tenía que pensar por dónde comenzaría a investigar.

Creía que caminar me sentaría bien, pero recorrer ciertas calles o pasar delante de ciertos lugares comenzó a resultarme demasiado doloroso. Los recuerdos golpeaban demasiado fuerte para ser capaz de soportarlo: Nuestro restaurante favorito, la tienda donde Daphne sus tés, el café donde nos reuníamos cuando teníamos un hueco en nuestras agendas… Todo me recordaba a ella y cualquier rincón por el que pasaba consiguió despertar otra cosa que dolor.

Sin embargo, si esperaba encontrar un mínimo de consuelo al abrir la puerta de casa estaba muy equivocado. Hacía días, desde que ella había desaparecido, que no me había preocupado en ordenar, limpiar o recoger las cosas.

Me encontraba desolado, perdido, hundido en la miseria, tan abandonado sin ella a mi lado. Mi mirada se centró en la sonrisa que me devolvía la fotografía de la entrada y mis dedos intentaron acariciar su piel, pero sólo sentí el frío cristal. Por un segundo mis ojos se cerraron no antes de que una lágrima se escapara de ellos y, sintiendo la soledad y la opresión de mi propio hogar sobre mí, decidí salir de allí cuanto antes.

Dejé las pastillas y volví a coger las llaves, cerrando con suavidad la puerta tal y como Daphne siempre me pedía. Miré al cielo, sin saber muy bien dónde dirigir mis pasos, por dónde comenzar a buscar cuando apenas tenía ningún dato que me diera una pista.

Descarté la comisaria de inmediato pues sabía que era una pérdida de tiempo. Si hubiera alguna novedad seguramente se pondrían en contacto conmigo, pero no tenía ni fuerzas ni ganas de volver a discutir con los policías encargados de la investigación.

Podía acercarme hasta el bar. Quizás una copa adormecería lo suficiente mi estado para no sentir ese dolor durante un par de horas. Pero lo descarté también ya que corría el riesgo de dejarme llevar y acabar tan borracho que todas mis buenas intenciones acabarían por el sumidero.

Decidido. Iría dando un paseo por el parque y me acercaría a la oficina. Quizás ver a mis compañeros me animara un poco, eso sin contar con que quizás en el periódico descubriese algún indicio, por pequeño que fuera, que me indicara el camino correcto a seguir. Cualquier caso, cualquier noticia que pudiera ligar a la desaparición de Daphne sería ya una pista válida.

Respiré hondo para infundirme valor antes de comenzar a poner un pie delante del otro.

Decidiste ir al parque ya que para toda la población de Fall River era un refugio donde pasear, dejar a los críos disfrutar del aire libre y sobre todo sentirte en libertad.

A pesar de estar bastante concurrido conseguiste sentarte en uno de los bancos que estaba desocupado. Te sentaste en él y suspiraste. Analizaste todo lo que había a tu alrededor: parejas andando, niños jugando entre ellos o aprovechando los columpios decorados con colores llamativos... realmente era un paisaje idílico si se quería salir de cualquier pensamiento negativo.

Solías venir a pasear aquí con Daphne, no es que fuese tu sitio favorito pero realmente cualquier lugar al que fueses con ella te gustaba, ella hacía que todo mereciese la pena.

El sonido de las palomas te hizo sonreír, cuando miraste hacia abajo te viste rodeado por casi una decena de ellas que comenzaron a pelearse por unas pequeñas migas de pan que el anterior usuario del banco había dejado posiblemente adrede.

Durante no sabes cuanto tiempo te quedaste mirando a lo que muchos denominaban "ratas voladoras", esos animales solo tenían que preocuparse de respirar, comer y cuidar a sus crías. No tenían ni por asomo las preocupaciones que ahora podían pasar por tu cabeza ¿sentías envidia de animales así?

De repente, todas las palomas alzaron el vuelo de forma violenta, brusca, una desbandada que bien sabía que debió provocarse por algo que las había asustado ¿pero qué? ¿o quién?

- Valiente hijo de puta - dijo una voz tras de ti, una voz que resultaba excesivamente familiar.

Cuando te giraste hacia atrás descubriste que Robert, el hermano de Daphne, estaba a menos de un metro con una mirada de odio que llegó hasta tu alma. 

Te agarró de la solapa y apretó los dientes. Él era un chico predecible y sabías lo que estaba a punto de hacer: iba a pegarte. Allí, en mitad del parque, sin importarle lo que había a vuestro alrededor.

Sabías que nunca le caíste bien, él consideraba que su hermana merecía a alguien mejor. Tú pensabas exactamente lo mismo de él... ¿cómo ibas a reaccionar?

Acercarme hasta el parque había sido una buena idea a pesar de que ver a las parejas pasear y hacerse arrumacos, a los niños felices jugando en los columpios o a los abuelos dando de comer a las palomas conseguían que el recuerdo de Daphne volviera a mí con más fuerza.

Ella siempre había adorado ese lugar, se sentía feliz allí y conseguía transmitirme esa felicidad, porque Daphne era así. Siempre alegre, siempre amable, siempre optimista y consiguiendo que, a pesar de todo, yo pudiera ver la vida a través del mismo cristal con que ella la miraba.

Pero Daphne ya no estaba allí. Ya no estaba a mi lado.

Intentando controlar los pensamientos negativos que de nuevo acudían voraces a mi mente, me quedé ensimismado mirando a las palomas que se movían a mis pies. No tenía predilección por esos animales voladores ya que me parecían un tanto desagradables, pero ahora que las contemplaba picotear las migajas del suelo, sin problemas que las agobiara ni dilemas o dudas que resolver, me preguntaba si mi vida no sería mucho más feliz siendo una de ellas.

Salí de mi abstracción ante el revoloteo de las palomas ante la presencia de algo o alguien que las había asustado. Salí de dudas nada más escuchar la voz. Una voz que conocía de sobra y que sólo me iba a traer más problemas de los que ya tenía.

Mierda, pensé mientras me levantaba del banco para encararme a Robert el cual, comportándose como un energúmeno como casi siempre, se había puesto a gritar sin importarle que medio parque nos estuviese mirando.

Pero estaba claro que en esa ocasión no se iba a quedar sólo en los gritos sino que, dada su actitud y la manera en que me agarró, estaba más que convencido de que su intención era darme un buen puñetazo.

Era un cretino, eso era algo que no se podía discutir. Un imbécil que se creía superior a mí y que siempre me había odiado pues nunca soportó que Daphne se hubiera quedado conmigo. No iba a negar que él lo estuviera pasando mal, al fin y al cabo eran hermanos, pero su comportamiento rayaba la locura.

Aunque ¿estaba yo en condiciones de echárselo en cara cuando mi cordura ya había desaparecido hacía tiempo?

—Vamos Robert, cálmate por favor —conseguí decir a pesar de ser consciente que no me haría ni puñetero caso.

Prueba de ello fue el puño que se dirigió directamente hacia mi cara y que yo, dentro de las posibilidades que él me daba al tenerme agarrado, intenté esquivar.

Después de lo acontecido se hizo un silencio incómodo, uno donde él te miraba a los ojos con furia. Ese calor que corría por sus venas casi podías sentirlo.

Apretó los dientes para acto seguido hablarte.

- Tú eres el que la ha matado ¿lo sabes verdad? Tú y solo tú eres el responsable de su muerte. Mírate las manos, están manchadas de sangre ¿y te dedicas a hacer vida normal? ¿De verdad crees que vas a salir impune de todo esto? - claramente te estaba amenazando. Te hería duramente que te acusasen de haber matado a tu propia esposa ¿cómo iba a ser posible algo así? ¿cómo alguien a quien amas, en quien confías, como una mitad de tu alma puede ser el objetivo de un acto tan atroz?

Notaste que la mujer que acompañaba a Robert era su esposa, y ésta tiraba de él. A vuestro alrededor se había formado una especie de corro, donde jóvenes y adultos miraban expectantes la escena. Se notaba que había miedo en el ambiente, no sabían como podía acabar aquello.

El dedo índice de Robert aún te señalaba.

- No te quito el ojo de encima. No lo olvides Matt, eres el culpable de esta pesadilla - después la mujer siguió tirando de él hasta que finalmente pudo apartarlo del parque. En cuestión de segundos te quedaste solo, todo volvió a la normalidad y cada persona siguió a lo suyo.

Sin embargo, cada palabra que te dijo el hermano de Daphne retumbaba en tu conciencia. ¿Por qué estará tan convencido de ello? ¿Por qué te acusa? ¿En qué se basa? ¿Solo en el odio? ¿En el miedo? ¿En la inseguridad?

Robert siempre había sido un borde conmigo, nunca nos habíamos caído bien y de hecho nos detestábamos. Pero lo que no entendía era que me odiara tanto hasta el punto de acusarme de esa forma, delante de tantos desconocidos y a gritos, de haber asesinado a Daphne. A mi querida y amada Daphne.

¿Cómo podía alguien pensar semejante locura, semejante horror? ¿Cómo podía Robert ser tan cruel dedecirme semejantes atrocidades?

Negué con la cabeza completamente abatido mirando a la mujer que intentaba arrastrar a mi cuñado. Debía ser su esposa, aunque eso era algo que no sabía ya que nunca me la había presentado. Me encogí sobre mí mismo sintiendo aún los gritos cayendo sobre mí y varios pares de ojos mirándome con fijeza. Juzgándome y, seguramente, condenándome.

Di media vuelta y comencé a caminar de nuevo, con la cabeza hundida entre los hombros en dirección a la oficina del periódico. Por más que intentara apartar las palabras de Robert de mi mente era incapaz de hacerlo. Era una acusación muy dura, sin fundamento alguno porque... Yo no había matado a mi esposa ¿verdad?

No, no, no, no... Eso es imposible. No caigas en esa locura Matt, no te dejes arrastrar por la espiral de odio que Robert genera... Tú no has matado a nadie, serías incapaz de hacerlo y desde luego si lo hicieras Daphne sería la última persona sobre la tierra a quien le harías algo malo.

Con la voz de mis pensamientos resonando con fuerza en mi cabeza, con las dudas y los temores saliendo a flote, seguí mi camino sin fijarme en la gente con la que me cruzaba. Necesitaba llegar a un lugar seguro, un lugar donde me conocían lo suficiente para no dudar de mí y donde me ofrecerían apoyo.

El diario local, "The Herald News", un negocio familiar que había pasado de generación en generación desde hace más de un siglo. Ha sufrido innumerables cambios en su forma de trabajar en base a qué hijo/a estuviese al cargo y parece ser que a ti te tocó vivir su época dorada, donde podían permitirse el lujo de contratar diversos perfiles profesionales donde por ejemplo encajabas tú: reportero fotográfico.

Llevabas allí más de cuatro años, te hicieron fijo gracias a tu buena capacidad de percibir lo que te rodeaba y una inquietud existencial que sabías plasmar en tu trabajo. No eras demasiado sociable con tus compañeros pero tu jefe tampoco lo era, con lo cual creaste una especie de vínculo paterno-profesional con el mandamás del diario.

Actualmente te encontrabas de baja médica. Después de todo lo acontecido con Daphne lo prudente era que te quedases en casa, sin embargo era evidente que estabas tan vinculado con tu trabajo que dejarlo de lado era más duro de lo que podías imaginarte.

Entraste en el edificio usando tu pase, subiste hasta la 2ª planta por las escaleras para no perder las viejas costumbres (y así no encontrarte a nadie) y nada más alcanzar la primera sala con los cubículos reconociste al bueno de Frank.

Frank es un redactor que entró prácticamente a la vez que tú, te sentiste muy afín porque sabía respetar todas tus opiniones y también era muy reservado en cuanto a relacionarse con otros compañeros. Tu podías confiar en él y él podía confiar en ti.

Nada más verte te dio un abrazo, no sin antes sorprenderse de tu presencia aquí.

- ¿Pero qué haces aquí hombre peluca? - siempre te llamó así por la envidia que tenía de tu pelo.

- Deberías estar en casa, descansando, viendo películas o alguna serie cómica. Como si te quieres ver el Señor de los Anillos - te dio una palmada en el hombro, afable como siempre.

- No puedo retirarme mucho tiempo del ordenador pero dime ¿cómo estás? ¿estás durmiendo mejor por las noches? - se quedó expectante a que le contases como te encontrabas o cualquier cosa de relevancia.

- Aquí todo está como siempre, ya lo sabes.... trabajo, trabajo, bronca, trabajo... pura rutina - te miró a los ojos sonriente.

Había tenido bastante suerte al encontrar ese trabajo. Por desgracia los reporteros fotográficos como yo solíamos ser freelancer y era extraño que nos hicieran fijos en algún periódico. Pero ahí estaba… lo había conseguido gracias a mi ojo para ver las noticias detrás de una cámara fotográfica. No lo iba a negar, era un trabajo que me gustaba y al cual me dedicaba en cuerpo y alma. Disfrutaba buscando la noticia, siguiéndola para luego recrearla con fotografías. A otros se les daba bien las palabras a mí era retratar la actualidad con imágenes.

Además, había un par de tipos en la oficina con los que me llevaba bastante bien, a los que incluso podía considerar amigos. Como Frank, el redactor con el que me tropecé nada más entrar en el diario y al cual devolví el abrazo que él me daba con fuerza. Era un gran tipo que sabía respetar a sus compañeros. Buena gente sin lugar a dudas.

—No te voy a negar que en casa se me viene el mundo encima —contesté con sinceridad. Mentir a Frank se me hacía raro y sabía que él entendería lo que le quería decir—. Intento dormir. Ya sabes cómo va esto, unas veces se consigue y otras no —y a pesar de que no quería mentirle prefería no hablar demasiado de ciertos temas.

Miré a mi alrededor dándome cuenta que, a pesar de lo que Frank me decía sobre la rutina, las broncas y el trabajo, era algo que echaba de menos. Sobre todo ahora que más necesitaba tener la mente ocupada para no darle mil vueltas a la desaparición de Daphne.

—Pasaba por aquí y entré a saludar —no era cierto del todo pero tampoco era una mentira como tal—. Pero ya veo que estás muy ocupado así que mejor no te molesto.

Mi intención al ir a la oficina había sido en principio buscar algo que me diera una pista sobre el paradero de mi esposa, pero ahora que me encontraba allí me veía perdido, sin saber ni siquiera por dónde empezar o qué esperaba encontrar.

—Me voy a acercar a mi mesa y así recojo algunas cosas —le dije a Frank.

Me acababa de acordar de las palabras que me había dirigido Robert culpándome de la muerte de su hermana. ¿Por qué? ¿Por qué me había dicho algo tan horrible? Por mucho que me odiara no entendía que creyera que yo le hubiera hecho algo malo a mi adorada Daphne.

—Tranquilo, antes de irme paso a despedirme de ti. Y a ver cuándo quedamos para tomarnos una copa y charlar más tranquilamente —no tenía demasiadas ganas de socializar pero Frank era distinto y quizás quedar con él y conversar me vendría bien.

Frank te sonrió.

- Que sepas que siempre dices eso pero después nunca vamos a ningún lado - te dio una palmada en la espalda y te asintió, era una manera sutil de darte permiso para que siguieses a lo tuyo en la oficina.

- Solo quiero que sepas que estoy deseando que vuelvas a estar por aquí como siempre. Haz caso a tus médicos ¿vale? ya sabes que aquí estaremos todos con los brazos abiertos esperándote - después hizo una seña a la oficina del gerente.

- Si se te llegó a pasar por la cabeza visitar al jefe, que sepas que hoy no está en la oficina, se fue "a no se donde" a arreglar "no se qué" - acto seguido se encogió de hombros. Tras decir aquello regresó a su cubículo mientras alzaba la mano para despedirse de ti, evidentemente tenía que regresar con su rutina antes de que algún "policía de oficina" le dijese que no debía perder el tiempo.

Ahora que estuviste un poco más libre decidiste ir a tu discreto rincón donde estaban tus cosas, sin embargo notaste una presión en el pecho. Aquello no había sido buena idea, aquel lugar guardaba aún muchos recuerdos de Daphne, fotografías e incluso una figurita que te regaló de esas que tienen una cabeza que rebota de un lado a otro. Era horrible pero a ella le hacía gracia.

Nadie más en la oficina te prestó atención, realmente no te importaba pero cosas así te hacían valorar más a Frank... también era una lástima que no estuviese el cabezota de tu jefe.

Lo único que había merecido la pena de mi visita a la oficina era haberme reencontrado con Frank. Aparte del jefe, él era el único que merecía la pena en aquel lugar. Siempre preocupándose por mí, siempre apoyándome de manera discreta, sin lugar a dudas era un gran amigo, algo que yo necesitaba mucho en esos momentos. Pero en cambio ¿qué hacía? Darle largar con el consabido ya tomaremos una copa y esa copa nunca llegaba.

Mientras me dirigía a mi mesa iba pensando que más pronto que tarde lo llamaría, haría todo lo posible para que no pasaran tantos días sin vernos y así poder ponernos al día fuera del ambiente claustrofóbico y enrarecido que se respiraba allí. Pero esas buenas intenciones se esfumaron con rapidez al ver las fotografías de Daphne, los pequeños detalles que ella me había regalado que habían alegrado tantas veces las horas de trabajo. Sin embargo ahora lo único que me producían era dolor y angustia.

Fui incapaz de hacer algo productivo. Si en algún momento había pensado encontrar alguna pista de la que poder tirar mirando la pantalla del ordenador, estaba claro que había perdido el tiempo. Frustrado y con un fuerte dolor de cabeza, angustiado y preocupado lo que se traducía en unas punzadas en el pecho, decidí largarme de allí pues no estaba adelantando nada y sólo estaba perdiendo de mala manera el tiempo.

—Hasta luego Frank. Prometo llamarte para tomar esa copa —me despedí de mi amigo y compañero antes de irme—. Y dale recuerdos al jefe cuando vuelva.

Buenas intenciones. Eso era lo único que tenía en esos momentos. Las buenas intenciones de quedar con Frank para tomar algo, de encontrar a Daphne sana y salva, incluso las buenas intenciones de llevarme mejor con todos aquellos que no soportaba. Pero en el fondo sabía que no podía seguir engañándome, sólo se trataba de eso... buenas intenciones que pronto se irían como el agua sucia por una alcantarilla.

Sintiendo cómo el dolor de cabeza iba en aumento y viendo lo tarde que era, lo único que podía hacer en esos momentos era retirarme a casa. Me tomaría una tableta, intentaría comer algo... que seguramente sería un sandwich que quedaría a medio terminar y vería algo la televisión.

Y eso fue lo que hice, paso a paso, cuando llegué a casa. Pero poca atención presté a lo que sucedía en la televisión, donde las imágenes iban y venían pero no acababan de quedarse en mi cabeza y el sonido de las voces daba la impresión que procedía de un lugar muy lejano... Tan lejano que acabé por dejar también de escucharlas y mi mente quedó en blanco, como si un interruptor se hubiese accionado en mi cabeza dejándome completamente en off mientras el mundo seguía girando ahí fuera.

Después del ajetreado día, llegó la hora de poder descansar. Ese momento en el cual dejabas libre tu subconsciente dando rienda suelta a tus mejores recuerdos o a tus peores pesadillas.

Últimamente no habías podido pegar ojo, pero gracias a la medicación del Dr. O'Sullivan has recuperado esa parte tan importante de tu vida: el descanso.

Tras tomarte la dosis diaria, bebiste un poco de agua y te tumbaste en la cama a la espera de cerrar los ojos...

...

..

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Cuando los volviste a abrir, estabas en la puerta del Herald News, pero era una sensación extraña. Te notabas nervioso. Una parte de ti sabía que estaba soñando ya que eras capaz de percibir todo en tercera persona.

Te viste entrando en la oficina, nervioso, con unos cuantos papeles en la mano y tu cámara colgada ¿era tu primer día? pudiste verte cruzando el pasillo que conectaba con la zona de redacción, ahí te cruzaste con tu jefe.

 - Y aquí llega nuestra nueva promesa - comentó aquel tipo, un hombre que a primera vista no te pareció tener pinta de jefe pero que ahora, años más tarde, consideras que no habría alguien mejor que él para dominar a un grupo de redactores, reporteros y fotógrafos tan caóticos.

Te viste dándole la mano y entregándole los formularios. Él sonrió y alzó la voz.

- Dadle la bienvenida a vuestro nuevo compañero, el Sr. Cunningham... ¿cómo prefieres que te llamemos? - aclaró.

- Matt, me gusta Matt - respondiste.

- Pues saludad a Matt - alzó los papeles y se dirigió al despacho, pidiéndote amablemente que lo acompañaras. Fue para ti curioso comprobar que nadie alzó la vista para saludarte. Ese recuerdo lo tiene grabado a fuego. Recuerdas también con claridad como él te hablaba de las condiciones en su despacho, de que era un lugar humilde pero que podrías desarrollarte. Realmente no te engañó con nada de lo que dijo. Ahora te das cuenta de que él te trató como un hijo casi desde el primer momento.

Antes de que te dieras cuenta, te viste de nuevo en la cafetería de la esquina ¿era Frank el que estaba contigo? ¡Sí, era él!

 - No me des las gracias por bajar contigo, me fijé en que nadie te dio la bienvenida y pensé ¿qué demonios? yo iré con él - ahí fue cuando tuviste un primer acercamiento con Frank. Ambos estabais en un rincón apartado del interior de la cafetería. Te sonreía y tú le devolvías la sonrisa. Empezasteis poco a poco a conoceros más, él te habló de que tenías que ignorar a la gente que no mereciese la pena, que era un buen trabajo y que debías hacer lo posible por dar lo mejor de ti, aquellas palabras aún siguen formando parte de tu mantra diario.

- ¿Te comenté lo del lago? hace poco que lo han repoblado, creo que han traído árboles de europa y todo. Lo que más me gusta es un parche que hay repleto de tréboles... si me vieses a mi como un estúpido buscando uno de cuatro hojas - tu subconsciente te hacía recuperar momentos agradables con tu amigo Frank...

Hasta que de repente despertaste. Dando comienzo a un nuevo día.