-¡Don Ramiro! -exclama en voz alta, enérgico como si fuera el señor del lugar-. He venido para exigiros una reparación. He sabido que hospedáis en vuestro castillo a los asesinos de mi hijo. ¿Dónde están?
Parece que en cualquier momento sus ojos vayan a convertirse en dos brasas ardientes.
-Allí están, mi señor, aquellos son -exclama uno de los hombres de Mateo, señalándoos con el dedo.
-¡Entregádmelos! -grita el caballero, furioso-. Dádmelos para que pueda hacer justicia, u os sabré cómplice del asesinato de mi hijo.
Al barón, al que se le borró la sonrisa de un plumazo al ver aparecer al caballero, se levanta de su trono con parsimonia y se queda unos instantes en silencio, como queriendo encontrar las palabras adecuadas. Hasta que finalmente, las suelta:
-¿Para que se faga justicia, diziedes? ¡Ya se fizo justicia! Vuestro fijo ha estado asesinando a mis súbditos por pura diversión.
-¡No podéis probarlo! -parece que el caballero va a estallar-. Cierto es que retuvo a ese leñador vuestro, et seguro que con alguna buena razón; ¡pero Mateo no ha matado a nadie, et por tal exijo...!
Pero no menos enérgica es la respuesta del barón, que le corta al instante.
-¡Silencio! ¿Viniedes aquí, a mis dominios, a exigirme a mí? ¿Quién vos creedes que sodes? ¡Salid daquí antes que considere aquesto una afrenta!
-¡No me iré hasta que me entreguéis a esos hombres! -replica el caballero.
Entonces, los soldados del castillo echan mano a sus ballestas y apuntan al caballero y sus hombres, que hacen lo mismo. Abu y Sancho desenfundan sus armas, pero aún así son pocos hombres en comparación con los del caballero. Sin embargo, todos los campesinos se ponen en pie y forman una muralla humana que se interpone entre vosotros y el caballero, y cogen cualquier cosa a mano, jarras, cuchillos y taburetes, para defenderos.
En medio de la tensión, el barón vuelve a hablar.
-Aquestos hombres trabajan para mí et yo respondo por ellos. Et más vos digo, Xoan Manoel, además de ser desde hoy uno de mis caballeros, et sus hombres mis soldados, es monje. Alzad vos o los vuestros la espada contra él, et habredes de ensartar vuestra propria alma.
Tras lo dicho, atisbáis la duda en el séquito del caballero, que finalmente indica a sus hombres que bajen las armas y, airado, se da la vuelta para marcharse, no sin antes añadir:
-Esto no quedará así, barón. Como me llamo Lorenzo de Antequera, y como hay Dios en el cielo, que lo pagaréis.
Y, clavando una furiosa mirada en Xoan Manoel que mantiene durante unos interminables segundos, espolea a su caballo y sale del castillo con sus hombres.
Poco a poco, todo vuelve a la normalidad, pero se cierran las puertas a cal y canto para que nadie vuelva a perturbar la fiesta; si bien ya no hay tantos ánimos como antes.
Don Ramiro se acerca a vosotros.
-Amigos míos, poderoso enemigo vos habedes ganado por haberme prestado tan buen servicio. Non es prudente que salgades del valle en una buena temporada, pues seguro soy de que Lorenzo no descansará fasta veros muertos. Por tal, ratifico lo que le dije a él: Xoan Manoel, vos et vuestros hombres me haréis grand honor si fincades en mi castillo, vos como mi caballero et ellos como mis soldados. Yo creo en el destino et que las cosas ocurren por alguna razón; Santiago Matamoros me ha enviado a uno de sus mejores hombres porque se avecinan tiempos difíciles, mas apenas arribades et ya vos habedes ganado la gloria, mi eterna gratitud et el favor de mis gentes. Non consentiré que Lorenzo vos toque un pelo. ¿Aceptades mi ofrecimiento?
FIN DEL SEGUNDO ACTO