Partida Rol por web

El olor herrumbroso de la sangre se pega en la parte trasera de tu nariz.

Has recuperado la conciencia y te encuentras en la completa penumbra, tirado en lo que tu tacto intuye como el frío suelo de cemento. Contra una pared construida del mismo material pintado.

Una tibia humedad se filtra por las paredes del caluroso y sofocante lugar. Puedes sentir el hambre en tu vientre ¿Cuánto llevas sin comer? ¿Qué ha ocurrido para que hayas terminado en esa situación?

Tienes el estómago vacío, un pensamiento que se repite sucesivamente como una reverberación de la mente. ¡Sed!

Tu piel está helada a pesar del aire cargado, viciado y caluroso que se respira. Tampoco sientes agujetas, golpes ni moratones o cansancio de ningún tipo, pero una insólita percepción de incomodidad y extrañeza persiste.

Hay alguien o algo más en la oscuridad junto a ti. Escuchas su movimiento nervioso palpando a su alrededor, como tú. Hay otra persona aquí encerrada contigo.  

Lo lógico sería que su cuerpo magullado lo alertara de lo acuciante que era su situación. Sin embargo no era así. No notaba punzada alguna de dolor, ni cualquier otra magulladura. Simplemente estaba allí, sin saber aún por qué o cómo. Intuyó que la pérdida de memoria era un efecto residual
La cuestión era salir de allí antes de acordarse de todo...

Se sentó sobre una pierna, y apoyó la mano sobre la fría piedra. Quiso aclarar su mente, vaciarla de lo innecesario para valorar las cosas con perspectiva. Y no fue capaz. No por la nula visión en la insondable oscuridad, o porque su cuerpo herido se lamentara. Había algo más. Notaba la sangre palpitar en sus sienes como dos tambores, atravesando sus pensamientos. Su lengua, más que su estómago, consignaba la idea de beber como prioridad absoluta. Sabía cómo centrarse, y sin embargo era incapaz

Las yemas de sus dedos ardían, apoyadas sobre el muro, enviando tanta información sobre una simple pared que no era posible asimilarlo. Creyó que se las habrían quemado, y de manera inconsciente las recogió sobre su regazo. Cerró los ojos, inútiles en tales condiciones, y escuchó por primera vez los sonidos a su alrededor. Había alguien más allí...
¿Su captor, u otro pobre incauto como él?
-Eh, amigo. ¿Dónde estamos? -masculló, con una voz nerviosa que, literalmente, creía no era suya. Se extrañó de su sonido, y guardó silencio. Palpó el aire a su alrededor. Y de nuevo volvió a él la sensación...

Cerró los ojos con más fuerza aún, apretó los dientes y se encogió sobre sí mismo
¿Qué demonios era aquel aguijonazo? Como si una lámina afilada de acero acariciara sus venas, impávida, y transmitiera la avidez como pulsaciones por todo su cuerpo. No sabía si estaba deshidratado o era algo más, pero cuanto más tiempo pasaba con mayor urgencia la notaba

De repente, un rugido nacido del fondo del estómago me hace recuperar la conciencia. Abro los ojos, pero sigo sin ver nada. De un respingo, me pongo en guardia y levanto la espalda del suelo para quedar sentado en medio de la oscuridad. Nervioso por la completa desubicación, me froto la cara con ambas manos como si intentara desprender de mi vista la oscuridad que los impregna.

Me palpo brazos, piernas y torso, pero, aunque no encuentre ninguna herida ni zona entumecida, me siento hecho una mierda. Algo que no alcanzo a saber qué hace que me sienta como si me acabaran de prensar en una de esas máquinas bestiales que hay en los desguaces y que son capaces de convertir un Land Rover en una caja de cerillas. Me encuentro mal y el ambiente, encima, es denso y húmedo. El puto paraíso, vamos.

“Eh, amigo. ¿Dónde estamos?”

A escasos metros, surge una voz de hombre de la penumbra. Un nuevo rugido de mi vacío estómago contesta a la pregunta del extraño antes que mis labios.

“Ni idea, pero… ¿Quién coño eres tú?”

Poco a poco, me levanto del suelo sin dejar de cubrirme la cabeza con las manos para evitar golpearme con un techo quizás demasiado bajo. Una vez incorporado, empiezo a palpar la pared en busca de una puerta o alguna otra zona más débil que la dura superficie de cemento.

Las palabras del desconocido hicieron que, temporalmente, se olvidara de esa punzada de dolor que lamía cada vena de su cuerpo como cuchillas. Más que nada era una simple distracción. Se forzó a responder para secundarla...
-Wyatt. Mi nombre es Wyatt -al oír los movimientos del desconocido se propuso imitarlo, poniéndose en pie despacio, como si temiera que una oscilación brusca desatara el infierno de la sed. -No sé por qué estoy aquí, ni dónde estamos. Ni tampoco quién eres tú ya de paso

Martellus no pudo verlo, pero se llevó las manos a los oídos. Se tapó las orejas, no sólo porque su voz le pareciera extraña, sino porque la del otro cautivo contenía matices que jamás había oído en lexía alguna. Como si todo fuera nuevo para él. Estaba desorientado, y no porque no hubiera luz alguna en la habitación, o porque le hubieran quemado las manos o perforado los oídos, sino porque no poseía recuerdo alguno que lo vinculara a aquel lugar. No sabía quiénes le habían encerrado allí, ni cómo o por qué. Y era ese desconocimiento lo que de verdad le daba pánico

Cuando Martellus empieza a palpar las paredes, el contacto con algo pegajoso hace que retire la mano en seguida. Prefieres tratar de moverte con cuidado para encontrar un acceso, o mejor dicho: una salida. Te logras poner en pie por completo sin complicaciones, el techo resulta ser lo suficiente alto para alguien de tu envergadura; pero en el momento en que tratas de dar unos pasos hacia hacia las profundidades de dicha oscuridad, tu pie golpea un saco en el suelo.

Wyatt por su parte, y oyendo el movimiento del otro hombre, hace lo mismo: se levanta y empieza a recorrer la pared con las manos. Das un par de pasos sin dejar de sentir el contacto frío, extraño y cargado de matices anómalos de lo que parecía ser un muro normal y corriente cuando de repente: bingo! tus dedos encuentran un objeto adherido a dicha pared. Lo resigues con cuidado, asegurándote que se trata de lo que estas buscando. En efecto, todo indica que has encontrado un interruptor ¿lo pulsas?

Un interruptor. La eterna pregunta, ¿pulsarlo o no hacerlo? En su caso, ni siquiera se la planteó. Si era luz podría al menos saber dónde estaba, ver quién estaba con él y plantearse otras opciones, así que lo hizo. Lo accionó y aguardó acontecimientos

El fluorescente parpadea con el característico zumbido de la estática antes de quedarse fijo y alumbrar por completo la dantesca escena. Increiblemente, nada de lo que hayáis podido vivir hasta ahora os ha preparado para lo que veis a continuación:

Sangre.

Sangre en el suelo, en las paredes e incluso salpicaduras rojizas en el techo blanco del lugar.

¿Habíais visto alguna vez un cadáver? pues ahora hay tres delante vuestro, esparcidos por el suelo de la habitación. Uno es lo que Martellus había golpeado con la textura de un saco. Bueno, en realidad no resulta ser algo tan distinto: un mejunge de ropas empapadas, que contienen un túmulo de carne de sexo indescriptible. La cabeza de éste cuerpo en medio de la habitación, parece haber estallado como una sandía y solo resta una pulpa mugrienta de grumos oscuros aplastados contra las losas del suelo.

Más cerca de las paredes, a ambos lados de la habitación: una mujer latina de mediana edad con cortes en las piernas y una mancha enorme en la camiseta blanca a la altura del estómago tiene los ojos en blanco. A otra chica más joven del mismo color de piel, al otro lado de la sala, le cuelga la cabeza a un lado y una herida abierta en el cuello expone trozos de carne y cartílago desgarrados.

La habitación del terror parece una especie de sótano o cuarto de la limpieza. Hay unas estanterías metálicas de almacén con guantes y botes de productos variados. Al lado, están los cubos de agua con su correspondiente escoba y fregona. En un rincón hay cajas de plástico transparentes con ropa. Las huellas y manchas rojas sobre la puerta gris son toda la decoración del lugar.

Y de pié, vosotros dos, mirandoos con incredulidad. Ahora, por fin ponéis cara a la persona con quien habíais estado hablado en la oscuridad.*

Ante Wyatt, la luz del recién encendido fluorescente ilumina a un fornido hombre afro americano de más de dos metros de altura que mira la dantesca escena con la cara inmersa en el asombro. Tanto su ropa como sus zapatos, ahora impregnados por completo de granate, aparentan ser caros y rayan la ostentosidad. De hecho, los innumerables anillos que lleva en los dedos y las cadenas de oro que penden de su cuello certifican la acomodada posición y la extravagancia del mastodóntico ser.

“¡Hostia Puta!”

Su cara es redonda y de rasgos duros. Un marcado mentón y un grueso ceño confieren al rostro un aire áspero, pronunciado posiblemente por la desagradable sorpresa. Su tupido pelo y su barba cortados a escasos milímetros de la piel con destacado esmero también presentan restos de sustancia roja.

El hombretón se mira las manos manchadas de sangre y, acto seguido, el traje que lleva puesto. La sorpresa da paso a un creciente enfado.

“¡Me cago en la hostia! Este traje me costó más de 10.000 dólares.”

Empieza a buscar desesperadamente algo en los bolsillos de la chaqueta y el pantalón, pero, tras algunos segundos buscando y sin encontrar nada, frustrado, acaba propinando un fuerte puñetazo contra la pared de cemento que hace que su mano se manche todavía más de sangre.

“Y encima me han quitado el móvil. Hijos de puta…”

Procurando no resbalar por la gran cantidad de restos esparcidos por el suelo, pero sin titubear en su paso, el afro americano se dirige hacia la puerta gris.

“No sé tú, pero yo salgo cagando leches de aquí.”

'Varón, raza blanca, de unos 35 o 40 años y metro ochenta. Pelo rubio y barba, con tatuajes en los brazos, camiseta blanca y pantalones vaqueros desgastados, la ropa manchada de sangre'
Así supuso que sonaría la emisora de la policía cuando dieran su descripción. Si salía de allí con vida, habría huellas como para empapelar su estudio y no tenía ganas ni tiempo para cubrirlas

Se agachó instintivamente, llevándose el dorso de la mano a la nariz. Costaba asimilar semejante matanza
Y aun cuando a primer golpe de vista sintió náuseas, y un temblor involuntario en las piernas, había sobre todas las cosas un olor que despertaba su ansia. La violencia de la carne, como en un parto. El asesinato, la crueldad. Tardó unos segundos en asimilarlo todo, y desvió de paso su atención hacia el negro que estaba con él. Sí, estaba en lo cierto, debían salir de allí. Y cuanto antes. Sin embargo un impulso mucho más poderoso anidaba en su interior, como si se tratara de la curiosidad de un niño que quería, sobre todo, hundir los dedos en la herida para comprobar el temple cálido de la sangre...

Porque el aroma, sin lugar a dudas, era el del hierro. Inmóvil, sin mover un músculo, hubo de buscar en su interior la identidad que se deshacía entre la bruma para reaccionar. No sabía cómo ni por qué, sin embargo el cobre de la sangre era para él una fragancia prohibida, y la palpitación de hambre y sed en su interior lo llamaba. Bajó la vista hacia su ropa, y las manchas rojizas adquirieron una nueva forma, diletante, sugestiva y completa

Parpadeó varias veces. La luz, a la que había ignorado ante la presencia del fluido vital, iluminaba hasta el más oscuro recodo de la habitación, y lo hacía con una nitidez impropia de su espectro. ¿Por qué era capaz de observar detalles nimios con una agudeza visual imposible?

Martellus se dirige hacia la puerta y cuando agarra el pomo

"Cleck, Cleck"

Bloqueado. La puerta está cerrada.

Algo no iba bien. No sabía precisar qué, sin embargo tenía una extraña sensación de alerta en el estómago; como la de nubes oscuras cubriendo el cielo para vaticinar la tormenta. Pasaba algo, y no por el simple hecho de que se encontraran encerrados en un cuarto con varios cadáveres mutilados. Lo cual, garantizaba, ya era de por sí más que suficiente para él...
Probablemente los habían drogado. Era lo más lógico, habida cuenta de cómo se sentía. Sin embargo su compañero parecía mostrar sólo el desconcierto de la situación, y nada más, tratando de huir sin hacerse más preguntas

Parpadeó varias veces, tratando de adaptarse. Su subconsciente comenzaba a procesar los estímulos auditivos, táctiles y visuales con mayor facilidad, y absorbía la información con mucha más rapidez. Si era una droga experimental, debía admitir que era única. Quizá de origen militar. Se observó las manos. Notaba algo extraño en ellas...
Trazó surcos en el aire con la izquierda, y aceleró la cadencia cuanto quiso. El tiempo parecía detenerse cuando se movía. Asombrado, se detuvo, y las cerró en puños. Apretó. Sus músculos eran más poderosos que antes. Puede que sólo fuera uno de los efectos secundarios de la droga, pero sentía como si estuvieran trenzados con acero, no hechos de simple carne y hueso

Caminó hacia la puerta como en una nube, con la sensación de no ser él mismo quien controlaba sus actos. Como si lo viera a través de los ojos de otra persona. Apartó ligeramente al negro y, sin mediar palabra, lanzó una patada contra ella con todas sus fuerzas

¡¡BAM!!

el pié de Wyatt hace retumbar la puerta al entrar en contacto con su superficie. Las visagras de la misma crujen y cae algo de polvo del marco.

Os dais cuenta que la puerta no es especialmente robusta y que es probable que un par más de golpes como el anterior consigan hacer ceder sus agarres.

Ladeó la cabeza significativamente hacia el negro tras golpear la puerta. Supuso que lo había visto. Su bota había impactado contra la puerta con una fuerza que no creía poseer, y la había retirado como si tal cosa, sin la más leve sensación de tensión contra sus músculos o simple cansancio. Además el marco había retumbado sobre las rendijas con un lamento atronador...
No aguantaría muchos más impactos como aquel

Giró la cabeza, y un vistazo fugaz al cuarto bastó para que las ganas de salir de allí cagando leches lo acuciaran de nuevo. Salvo el extraño color rojizo que hacía palpitar sus sienes con una atracción desconocida para él, nada lo retenía en aquel lugar. Más bien al contrario, cuanto antes salieran de allí menor sería la probabilidad de cruzarse con el responsable

Tomó aliento, preparó de nuevo el golpe y descargó de nuevo su bota brutalmente sobre la puerta

Aunque Martellus mirara al tipo de nombre Wyatt con su acostumbrado hastío en el rostro, no pudo evitar ocultar en su mirada un ligero sentimiento suspicaz. Aquel tipo no era normal. O por lo menos, no tan normal como el resto de personas. Aunque no hubiera tumbado la puerta, le había propinado un tremendo golpe sin apenas inmutarse. Sin contar con que, pese a estar desorientado, no parecía que le impresionara demasiado la carnicería que había montada a su alrededor. El gigante empezaba a sospechar que quizás ambos tenían más en común de lo que pudiera parecer.

“Me gustaría salir de aquí antes de que todos estos empiecen a pudrirse.”

El tipo de los tatuajes volvió a patear la puerta y esta al fin se desprendió del marco y, entre una lluvia de polvo y astillas de madera, cayó al suelo.

No hay más que hablar, ambos estáis deseosos de escapar de la claustrofóbica situación en la que se os ha abandonado.

¡¡¡BAAAM!!!

El segundo golpe todavía más poderoso que el anterior sucede junto a un fuerte crujido. 

Trizas de madera salen despedidas por el aire a la altura del cerrojo de la puerta. Esta cede, abriéndose de golpe y haciendo caer más polvo de las paredes.

De repente, otra sala igualmente iluminada por una azulada luz fluorescente se abre ante vuestro pies. Una lavandería.

Distinguís maquinas de secado y varias filas de lavadoras. Hay un rastro de sangre en el suelo que pasa bajo vuestros pies y aunque la escena no es ni de buen trozo tan devastadora como en la habitación anterior, en seguida veis unas piernas del revés saliéndo de la apertura superior de una de las secadoras a medio cerrar, como si alguien hubiera incrustado un cuerpo de cabeza en su interior.

Atravesando la lavandería hay otra puerta abierta por donde se huele el aire húmedo de la calle, justo al lado de un recodo oscuro donde veis una mesa para plegar ropa y una máquina de tabaco abollada, con salpicaduras de sangre.

Pero alguien se interpone entre la salida y vuestra posición. Una figura de pie os mira, y vosotros la miráis a ella.