Cita:
Pasó una semana en la que no se puso en contacto con nadie. Estuvo desaparecido del mundo. Apagó su móvil, no volvió a hablar con su grupo, ni su familia recibió llamada alguna. Pasó el tiempo en casa bebiendo en el salón de su apartamento, volviendo a ver las cabezas sin rostro cada vez que cerraba los ojos.
Al séptimo día reunió por fin fuerzas para salir. Con la cara destrozada por la falta de sueño, se presentó en casa de los padres de Daniel y confesó lo que pasó dos años atrás en la cocina.
Todo lo demás carece de importancia. Fue juzgado por homicidio involuntario pero la condena la cumple en el centro de salud mental de Portley Mountain donde fue diagnosticado de paranoia con brotes psicóticos y alcoholismo. Pasa sus ratos libres en el gimnasio de la clínica.
96 días después
Una tarde gris de Otoño, cómo cualquier otra. Las nubes dejaban caer sus agrias lágrimas sobre el suelo asfaltado de la ciudad de Pourtley Mountain, no con furia o insistencia, si no más bien con la impasividad y monotonía de un día triste y sin luz. Una simple llovizna, que algunos calificarían de calabobos, arremetiendo sobre las esperanzas y sueños de todos aquellos que se refugiaban bajo su manto, sin saber siquiera lo que había realmente alrededor
George apretó los dientes, e impulsó por última vez el armazón de metal sobre su cuello, sintiendo que sus músculos se tensaban. Las perezosas gotas de agua habían comenzado a mezclarse con el sudor de su camiseta, pero no estaba del todo dispuesto a dejar su sesión diaria de pesas a medias, así que ignoró la pequeña molestia hasta que hubo finalizado. Ninguno de sus "cuidadores" había salido a avisarle. No era por ineptitud, si no por costumbre: De todos los residentes del sanatorio mental, él era uno de los más cuerdos, y los loqueros habían acabado por ignorar sus pequeñas manías y costumbres, ya que por norma general no resultaban peligrosas ni para los demás ni para su propia salud. Así que, frotándose los entumecidos brazos, se levantó y recorrió el patio con lentitud, disfrutando de la dulce caricia de la lluvia en el rostro tras el esfuerzo bien recompensado
En los últimos meses, George había cambiado. Ya no bebía, y el gimnasio del sanatorio había moldeado su cuerpo hasta convertirle en joven adonis. Su rostro había mejorado considerablemente, y ni las pastillas que le daban conseguían minar la buena salud que ahora aparentaba. Y, aún así, seguía poniéndose nervioso cuando en la sala común comenzaba a sonar, de fondo, la tercera suite en Re Mayor de Bach, tanto que los loqueros acabaron por eliminarla del repertorio. Nunca dijo el porqué, aún así
Entonces, oyó unos pasos tras de él. No se giró a mirar. Sabía quién era, sabía que quería. Tuvo la tentación de echar a correr, pero se contuvo. No iba a girarse. Si pensaba que en realidad no estaba allí, no lo estaría. Era imposible. Debía de ser su locura. Sí, eso. Su locura. Era imposible. Era...
George
Silencio. No le escucho
George, date la vuelta
La voz de Joel, sonó esta vez con más fuerza. La temperatura parecía haber descendido unos grados
George. Sé que me escuchas
George comenzó a temblar. Cerró los ojos, y deseó con todas sus fuerzas que desapareciera, que...
George. Maximilian se está impacientando. Vendrás con nosotros tarde o temprano
Déjame en paz...
Silencio
Al girarse, George descubrió que, igual que las otras veces, no quedaba ni rastro de la voz... Ni de su propietario
Tuvo un escalofrío
Cita:
Recuerdo que dentro de un mes se organizará un campamento para niños en los bosques y me presentaré voluntaria; necesito respirar aire puro, agotar la mente a base de paseos, limpiar de mi cuerpo y de mi alma la contaminación de las ciudades –me engaño, el verdadero problema es la miasma de la ciudad invisible y omnipresente- y el vitelo de transfiguración del huevo negro.
Me toca declarar. El grupo no ha tenido tiempo ni energías para acordar una explicación para nuestras heridas. No pienso contar la verdad, por supuesto. Amo demasiado mi libertad, no creo que los loqueros me la respetaran.
-Un pasajero venía con nosotros, se volvió loco. Nos agredió a todos.
(...)
-No, no es ninguno de ellos. Desapareció hacia otros vagones, no lo vi, estaba asustada.
Durante el interrogatorio, no dejo de pensar en la posibilidad de que haya sido desde mi nacimiento un instrumento de potencias desconocidas e inhumanas, en este caso, un instrumento para atrapar a Thomas.
32 días después
Las hojas crujían bajo los pies de Molly, mientras abría la marcha con sus niños detrás, en fila india. El bosque lucía precioso en esa época del año, y una pincelada de colores y formas inundaban el rabillo del ojo desde todos los ángulos y posiciones. El verano se estaba acabando, pero la temperatura era agradable aún, y esas semanas eran las mejores del año para visitar los bosques que circundaban las inmediaciones de la siempre misteriosa y silenciosa Pourtley Mountain. Llevaban andando durante toda la mañana, pero, a pesar de que el sol se alzaba alto en el cielo, la maraña de hojas y follaje proporcionaba suficiente sombra cómo para que la marcha resultara agradable y poco tediosa. Aún así, algunos niños comenzaban a quejarse, así que Molly decidió hacer un alto
Pararon junto a un río, y se refrescaron. El otro monitor decidió sentarles en círculo y comenzar un pequeño juego pausado que se había preparado para la ocasión. Molly decidió echar un vistazo al estado del camino, para asegurarse de no tener que desandarlo luego por no poder llevar a los niños por ahí. Le habían dicho que esa zona era algo escarpada, pero quería comprobarlo con sus propios ojos antes de tener que dar un rodeo
Caminó durante unos minutos, y luego se detuvo junto a un tímido riachuelo que vertía sus aguas, lentamente pero sin pausa, al caudal del río que había seguido. Decidió que era un buen lugar para sentarse unos segundos. Tenía la espalda dolorida, y no le vendría mal un pequeño respiro. Sacó su cantimplora, y bebió agua, disfrutando del instante, en silencio. Luego se quedó un rato observando a un punto en la lejanía
Hacía un mes de lo ocurrido en el tren. El recuerdo era aún reciente, pero la joven lo recordaba cómo si hubiera ocurrido hacía muchos años, en algún lugar lejano y distante de donde ella se encontraba ahora. Sonriendo instintivamente, echó un vistazo al cielo
Ni una silueta oscura, recortándose contra el cielo. Ni un sólo sonido fuera de lugar, ni figuras misteriosas en la noche, ni personas retorcidas caminando entre los demás con un manto invisible. Nada. Hacía un mes que Molly había dejado de ver esas cosas
Ojalá nunca volviera a verlas
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Sira no se sentía loca ni quería que la calificaran como tal, y cuando da sus declaraciones a la policía se inventa una buena historia de la que pueda salir librada. Sus declaraciones habían sido lo que ella consideraba de los más sencillas, tratando de que no solo ella sino también sus compañeros pudieran salir de allí sin una visita al manicomio. Que la historia coincidiera con la que estos contarían no lo sabía, pero sí estaba muy consciente de que su prioridad era salir de allí a como diese lugar. Según sus declaraciones a la policía, Sira había presenciado sólo "una mera confusión".
Quizá la historia de Sira no fuera muy fuerte, pero sí que lo era su placa policial. Ella era también una policía que tenía la mala fortuna de viajar en un tren en donde saldría herida. ¿Iban a desconfiar de ella, de la buena y eficaz Sira Lebbon? La policía no se había atrevido a retener a una de sus colegas sin pruebas por más tiempo, y Sira se vio liberada de todo problema. Aunque eso de la falta de problemas era mentira, y bien lo sabía la mujer.
Había decidido regresar a su vida normal, después de todo parte de la seguridad de la ciudad recaía en sus hombros, y, por supuesto, en la de sus compañeros. Pero Sira no había podido olvidar. Las pesadillas eran recurrentes, así que tuvo que acceder a la ayuda de somníferos. Por tonto que pareciera nunca había podido presenciar ninguna película de terror, porque las imágenes volvían a sus cabezas; cuando veía a un infante recordaba al pobre bebé torturado como si fuera un muñeco. La vida de Sira no podía ser normal, y nunca lo sería; y bueno, si se mantenía firme era porque sabía que tenía una responsabilidad con la sociedad y no desfachecería en ella. Era eso o volverse loca e ir a parar a un manicomio, y Sira aquello último no le gustaba para nada.
7 días después
Llovía, de forma copiosa y continua. No parecía que fuera a amainar, a pesar de los charcos que ya se formaban por toda la ciudad. Los edificios parecían más góticos, más oscuros, más amenazadores. A Sira no le gustaba ese ambiente triste y desolado. Pero ese día no tenía tiempo de distraerse. Mientras andaba por la calle junto a su compañero, cubierta por la funda del gorro de policía, que evitaba que su pelo se mojase, no podía dejar de pensar en los últimos sucesos. Aún no había aceptado del todo lo ocurrido hacía una semana (Al fin y al cabo, ¿cómo aceptarlo?), pero la incesante sospecha de ver que la investigación se había cerrado demasiado rápido, que el papeleo se había cubierto en apenas unas horas, y que el suceso había quedado apenas sin registrar, le hacían sospechar que había gato encerrado. Ya se sabe cómo son los perros del gobierno: Intentan encubrir lo que se sale de los esquemas, lo que no encaja en el orden. Pero en este caso, faltaba una pieza del puzzle
¿Y que más daba, al fin y al cabo? No sabía quién la había cerrado, ni cómo lo había hecho, pero el resultado era el mismo: El suceso caería en el olvido, nunca llegaría a los oídos de nadie ajeno a lo ocurrido. Desaparecería, para siempre. Excepto en su mente, claro estaba
Volver a la rutina después de todo era algo anacrónico, casi irónico. Era cómo perder una pierna y seguir saliendo todas las mañanas a correr unas cuantas manzanas antes de ir a trabajar. No, no volvería a la rutina, al menos no todavía. Pero tenía que aparentar que así lo haría. Pero, maldita sea, si hubiera sabido que esa mañana su compañero la llamaría para encargarse de un caso de suicidio por intoxicación, habría desconectado el teléfono y se habría enterrado entre sus mantas para no sacar la cabeza en varios días. No, lo que ahora necesitaba no eran más casos de muertes y violencia indiscriminada. Ya había tenido suficiente violencia cómo para sacar el Jhonny Walker Green Label de 17 años que tenía guardado en la vitrina del salón y empinar el codo de una maldita vez. Pero claro, nobleza obliga, y una mujer de principios como ella no podía bajar la guardia por mucha mierda que la echara la vida. Puta vida
Suspirando, entró en el portal y comenzó a subir los peldaños, uno por uno, acompañado por su compañero. Por supuesto, aún no habían precintado la zona, y, desde luego, le tocaba a ella el marrón de ver la escena en toda su gloria y esplendor. Por lo que había entendido, el cadáver había sido hallado por la secretaria de la víctima, que, conmocionada por el suceso, se había apresurado a llamar a la policía. Por lo que había descrito, parecía ser que el pobre diablo estaba sentado en la silla, pálido como un muerto, y con un bote de pastillas al lado. Probablemente un borracho cansado de la vida que había decidido tirar la toalla y olvidarse de una vez por todas del asunto. Casos como ese ocurrían todos los días, pero no eran un buen trago, ocurriese como ocurriese. Uno no se llegaba a acostumbrar, por mucho que los rechonchos y repelentes guionistas de Hollywood quisieran hacer creer con ese estereotipo tan trillado de detective privado sin moral ni escrúpulos
Si hubiera preguntado el nombre de la víctima antes de entrar en la habitación, quizás no le hubieran impactado tanto sus ojos fríos y abiertos, su sonrisa siniestra y sarcástica, ni su drástico cambio con respecto a una semana, cuando aún estaba bien vivo. Pero nada le podría haber preparado para lo que encontró ahí dentro
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Cerró la puerta tras de sí, apagó su Blackberry y la posó sobre la mesa y finalmente se dejó caer en su sillón ejecutivo de piel negra. Ha sido un día muy largo.
Enciendió su Mac y se giró hacia el gran ventanal a su espalda sumiéndose en sus pensamientos mientras observaba el paisaje gris de Portley Mountain. En el exterior el día era gris y los tejados de la fábrica estaban encharcados por un día entero de insistente llovizna. A lo lejos la oscuridad comienza a adueñarse de los bosques del lugar.
Se llevó la mano a la herida. –Los puntos de una operación reciente se me han saltado mientras corría para alcanzar el tren.- le había dicho aquella tarde a la policía. Sabía que era una coartada difícil de sostener. Le iba a costar mucho dinero. Mucho menos de lo que le iba a costar mantener callados a los otros pasajeros, pero no puede permitir que este asunto estropee su reputación.
Se giró y vio la cara de la chica en la pantalla de su ordenador, allí estaba su ficha completa. Debía hacerlo, podría significar mantener su modo de vida algún tiempo más. Pulsó un botón y el ordenador respondió –Mensaje Enviado. Transferencia realizada.-
Volvió a girarse hacia el ventanal pero la oscuridad ya se había apoderado de todo el exterior. Recordó el infierno, recordó a Thomas y recordó al Nefarita. Y entonces lo supo.
Se levantó, se acercó al mueble bar y se sirvió un Laphroaig 15 años, aun tenía el sabor de la petaca de George en la boca.
Y supo que algún día seguiría a Thomas, que el torturador vendría a por él y que pagaría por todos sus pecados.
6 días después
Tic, Tac
El incesante reloj no dejaba de taladrarle la cabeza
Tic, Tac
Simmon no era un hombre supersticioso
Tic, Tac
No tenía sentido preocuparse por algo tan poco probable. Todo había acabado. Se había redimido de sus pecados. Era imposible que...
Tic, Tac
Afuera reinaba la oscuridad. Había nubes en el cielo. Probablemente comenzaría a llover de un momento para otro
Tic, Tac
La luna estaba nueva. La noche lo engullía todo en su oscuridad, tal como aquella vez...
Tic, Tac
Tic, Tac
Con un golpe furioso, Simmon agarró el reloj de mesa con fuerza, y lo estrelló contra la pared. Los mecanismos saltaron por doquier, pero el estruendo trajo el silencio. El silencio...
Comenzó a temblar. No podía hacer nada, cada vez que cerraba los ojos le veía, ahí, sobre el tren, señalandole con una sonrisa malévola
Tu turno, Simmon...
No, no iba a permitirlo. Pero ya se había redimido, ya... ¿Que más debía hacer? ¿Qué...?
La puerta se abrió, y Simmon estuvo a punto de saltar por la ventana. Su secretaria le miraba desde la puerta, con expresión cansada
Cálmate, Simmon, o acabarás en el manicomio...
Carraspeó
Dísculpa. Estoy algo nervioso últimamente... He dormido poco, y...
Dejó la frase en el aire. La mujer se limitó a asentir, y luego se acercó a su mesa para dejar unos cuantos papeles. Era una buena secretaria. Así deberían ser todas: Calladas, que no hicieran preguntas. Simmon no entendía cómo había podido aguantar a la pesada que la había precedido, hasta que decidió contratar a la nueva
Estos son los informes que me pidió
La secretaria esperó junto a la mesa, y pareció dispuesta a decir algo, pero luego guardó silencio. Simmon hizo un gesto afirmativo, y luego movió la mano para indicarla que ya podía irse. Pero la secretaria no se movió
Hay... Algo más
Dijo, con voz insegura. Simmon sintió que se le erizaba el cabello. Tras unos segundos de silencio, su secretaria decidió seguir con su explicación
Verá... El caso de hace cinco días... Ya está todo arreglado
Simmon se relajó. Así que era eso. En realidad, había sido más fácil de lo que había supuesto. Ninguno de los otros había cantado, y, a pesar de que se habían presentado testimonios algo dispares, no había tenido que invertir demasiados recursos para conseguir que el suceso pasara de largo. Por fin podría olvidarse de todo...
Perfecto. Puedes retirarte
Dijo, con tono algo seco
Hasta luego, señor...
Por fin podría enterrar sus miedos. Quizás, sólo quizás, todo se acabara entonces. Quizás por fin podría olvidarse de...
Por cierto, señor. Le han mandado esto por correo. No tiene remitente
Oyó como dejaba el paquete en la mesa, y no se giró hasta que la puerta se cerró tras de sí. La única luz del despacho era ahora la de su lámpara, que brillaba tenuemente, iluminando ese paquete de papel marrón acartonado que había en el centro de su mesa. Efectivamente, no tenía remitente, ni pista alguna de quién podía haber sido el que lo había mandado. Con manos temblorosas, y sintiendo que palidecía, abrió lentamente el cordel que mantenía sujeto el envoltorio de aquel misterioso objeto. Cuando este cayó, Simmon dio un paso atrás, con los ojos desorbitados
Allí, sobre la mesa, inmóvil y silencioso, se alzaba un huevo realizado con metal de color negro
Cita:
Le interrogaron, pero se rehusó a hablar. La dureza había regresado a su rostro, obligada por la necesidad. Agradeció las atenciones, pero, dado que no era culpable de ningún crimen, exigió que le dejaran ir. No pensaba discutir ese tema con nadie. Jamás. Incluso aunque se cruzase con alguno de sus compañeros nocturnos en el futuro.
En Portley Mountain, su cliente le recibió. Cumplió con su trabajo, el cual fue rescatar a un niño secuestrado, y regresó a casa. Aquel fue su último trabajo. Pocos días después, la secretaria lo halló sentado junto a su escritorio, pálido y tieso, con una botella de whisky y un frasco de pastillas vacío junto a él.
La luz entra a rejillas. Plic, plic, plic, plic
Al lado de la habitación, un payaso sonriente
Y un bote de pastillas
Y una calabaza. Plic, plic, plic, plic
Sin sentido. Sin razón
El torturador le observa desde el cielo
Otra vez
Sentía el vacío. No un sentimiento, si no la ausencia de este
Y otra vez. Plic, plic, plic
Por fin volvería a casa
Era demasiado complicado. Demasiado...
Un goteo incesante. Plic, plic, plic, plic
Le indicaba que seguía vivo. Aún
Tenía sueño. Y esas cortinas estaban rajadas
Su gato se había escapado hacía años. Que más da. Era un puto gilipollas
Plic, plic, plic, plic
Si sólo hubiera cambiado las cortinas, quizás el despacho habría tenido un aspecto más acogedor
O quizás no
De hecho... ¿Tenía cortinas en su despacho?
¿Y a quién le importaba ahora?
Plic, plic, plic, plic
Había sido un buen policía. Antes de volverse loco
Y esas cortinas estaban rajadas
Plic, plic, plic, plic
Tranquilidad. Silencio. Se sentía a gusto
La cabeza le daba vueltas. Y no tenía cortinas
¿O sí tenía?
Plic, plic, plic, plic
La vida le abandonaba. Le abandonaba con una sonrisa
Plic
La locura era algo dulce. No sabía porque había pasado tanto tiempo huyendo de ella
Plic
Y esas cortinas...
Plic
Al menos ahora...
Plic
Podría respirar...
...
La muerte no era algo dulce. Algo iba mal
No sentía nada. Sentía que estaba muerto. Pero no estaba muerto
¿Que coño pasaba?
Dolor
Y, de repente, una voz
Hola, Joel
¿Estoy muerto?
Sí
Bien
Bien
Me alegro de que haya llegado el fin
No, Joel, te equivocas
Dolor. Miedo. QUIERO SALIR
La muerte...
DEJADME SALIR. JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, JODER, ¡JODER!
Es sólo el principio
Silencio
Oscuridad
Soledad