Partida Rol por web

Sanzo sabía que el próximo ataque de la criatura sería contra él, por lo que decidió continuar con su estrategia para derrotarlo adoptando una posición defensiva en extremo, confiando en que la veloz espada del Gunso diese cuenta del monstruo en el siguiente golpe. Mientras, veía a Yoshiaki acercarse para hacer una defensa conjunta cuyos secretos conocían los Grullas de Hierro, y que Sanzo desconocía salvo por lo que parecía.

- ¡Ahora Katsumoto, asesta un golpe mortal, yo lo contendré! - Gritó el joven ronin, sabiendo que no era seguro que pudiese detener el golpe.

Katsumoto vio movimientos en la oscuridad, y retrocedió cuando su espada impactó en el cuerpo de aquella criatura. Miró a Sanzo y Yoshiaki.

Un golpe como ese hubiese sido letal en cualquier soldado, y más con el terrible golpe que le dio Sanzo desde el otro lado. Esa cosa parecía tocada, pero sus movimientos eran tan erráticos que no sabría decir si era por las heridas o por su condición inhumana.

Katsumoto alzó la espada con ambas manos y aferró con fuerza el mango. En cuanto la criatura abrió su defensa en un movimiento de ataque, el antiguo gunso saltó sobre ella desatando el acero sobre su cabeza soltando un alarido desgarrado.

Con uno sonoro "tac", el filo de Katsumoto impacta sobre la criatura, la cual parece no verse impedida para lanzar un par de garrazos a donde se supone que debería de estar Sanzo. El hombre se mueve con gracilidad y evade ambosataques a base de sutiles desplazamientos, no siendo necesario que Yoshiaki intervenga en la defensa de su protegido.

Soltando un alarido que parece ser de rabia, la criatura se mueve erráticamente pasando las garras acariciando su propio rostro.

Sin que tengáis nada claro sus próximas intenciones, la criatura parece miraros de soslayo.

El horrible ser demuestra tener una resistencia inconmensurable cuando, a pesar de todos los ataques que le han dado mis compañeros, todavía no ha caído. Hasta ahora las distintas acciones que he realizado para proteger a mis compañeros o a mí mismo van dando resultado, pero ahora el ser parece cambiar de estrategia y preparar algún otro tipo de ataque. Y lo malo es que desconozco qué ataque puede ser.

Preocupado por mi otro compañero, hago una señal a Katsumoto. No os alejeis de mí y os podré proteger.

La situación era desesperada, y el sonido sordo de la espada del gunso al impactar en el pellejo de la criatura presagiaba que necesitarían todo lo que pudiesen lanzar contra él. Confiando en la ayuda de Yoshiaki para cubrir su flanco, el ronin desenfundó como un rayo su wakizashi en la mano mala y empuñó su vieja katana en la mano buena. Una maniobra arriesgada que había visto practicar a algunos de los samuráis del Imperio, así como a alguno de los Kenku del bosque donde había crecido. Si fallaba, bien podría ser su final, pero se lanzó sin reservas, como dictaba el honor y la justicia de los cielos. Dos armas, un único movimiento veloz, y la esperanza de poner fin a la odiosa criatura de una vez por todas. El wakizashi pasó tan rápido que ni siquiera el mismo Sanzo sabía si había sido un corte efectivo, pero el golpe de la katana había sido no sólo certero hacia el rostro de la criatura*, sino que habría de seguro partido en dos a un samurai humano. Sin esperar a ver qué efecto causaba el ataque, el ronin dió un salto hacia atrás*, quedando junto a su compañero Yoshiaki, para dejar espacio al gunso Katsumoto.

Aquella criatura seguía en pie, estaba claro que las fuerzas del Jigoku le otorga capacidad sobrenaturales o ya habría caído. Su piel era resistente y su determinación absoluta, como todo esclavo de Fu Leng.

Katsumoto sujetó con firmeza el mango de la espada una vez más, y sin ningún grito, sin ningún aviso o emoción, se lanzó sobre la criatura una vez más para degollarla como un cerdo.

Con claras intenciones de dar muerte a aquella criatura de Fu Leng, avanzáis sobre ella con ataques poderosos y precisos. Se suceden dos golpes sordos con los impactos de Katsumoto y de Sanzo, mandando este úlitmo a la criatura contra los arbustos del camino, haciendo que la perdáis de vista entre las ramas y las sombras.

Ante semejante acometida solo cabría esperar la muerte de la criatura o como mucho un contraataque moribundo de la misma. Los segundos pasan, y el contraataque no surge. No se escuchan las ramas, no se mueven los arbustos, nada. Entonces... ¿ya estaba?

Con el tiempo pasando sin que hubiera mayores señales de vida, finalmente avanzáis sobre el arbusto, Katsumoto y Sanzo con los filos en alto y custodiados por Yoshiaki. Al hacer ademán de volver a atacar tras el follaje, no encontráis nada más que las sanguinolentas tinieblas del bosque. Ni rastro del cadáver, sangre, huellas, o nada que se le pareciera.

¿Habría vuelto su cuerpo al mismísimo Jigoku?

Con los corazones desbocados, escucháis poco más que su penetrante bombeo en vuestras sienes. Os miráis de reojo. Vuestras miradas revelan duda, temor. Pero según se va moviendo Señor Luna asumís que, fuera lo que fuera aquello, la batalla ya había pasado.

Sin envainar las armas, retomáis el trote por el camino, abandonando a los fanáticos de Kengo y sus invitados a su suerte, pues no había garantías de que las bestias no decidieran emprender vuestro mismo camino para acabar con los supervivientes... si es que aquel oni había dejado a alguno con vida.

Sin pretenderlo vais prácticamente a la carrera. Incluso el maltrecho Yoshiaki es capaz de obviar sus heridas buena parte del trecho fruto de la adrenalina del combate, y del haber vencido entre los tres a una de las más temibles criaturas del Jigoku. Subidón de moral que se pone en duda en el mismo instante en que Sanzo se percata, fruto de reflejos en el metal de su hoja, que no hay rastro alguno de sangre. ¿Acaso las criaturas del Jigoku no sangran como el común de los mortales? Podría ser, después de todo, sus criaturas pueden ser muchas cosas, pero desde luego bajo ningún concepto se las puede considerar como "naturales".

Tensos, con sudores fríos y temerosos de otra ingrata sorpresa, finalmente lográis abandonar el bosque, el camino... y la zona. Sanos y salvos, por algún motivo, suspiráis aliviados cuando al alzar la mirada contempláis que la luna al fin luce clara y llena en el firmamento.

La respiración de Katsumoto no se hizo más lenta hasta que hubieron pasado un par de minutos con la quietud de la noche. Se levantó con dolor en sus manos y envainó la espada para acercarse a Yoshiaki. Cogió a su compañero y se volvió a pasar el brazo por su hombro.

— Vamos... nuestro trabajo no ha terminado.

Se alejaron de aquella locura, con decisión pero llenos de heridas e inquietud cada vez que sus ojos miraban aquella luna rojiza.

La criatura desaparece, aunque durante largos minutos mantengo mi pose atenta, dispuesto para hacer lo que mejor se hacer: proteger a otros. Sin embargo nada parece suceder y empezamos a alejarnos de la zona.

Realmente no es hasta que Katsumoto me sujeta con el brazo que me doy cuenta de mi propia debilidad. Lucho por mantenerme de pie mientras nos alejamos definitivamente del bosque: hoy hemos sobrevivido. Una pequeña sonrisa cansada asomas bajo el mempo.

Algo había llamado de vuelta a las criaturas de Jigoku. Algo que no iba a descansar hasta lograr sus objetivos. Ellos tampoco. Sanzo había permanecido unos minutos aún a la espera de otra carga de esa criatura. Ni un movimiento más allá de algunas hojas sobre la fría brisa de la noche. No podían perder más tiempo, Yoshiaki no podía permitirse el lujo de esperar más, dada la gravedad de sus heridas, y Katsumoto sacó al yamabushi de su vigilancia con sabias palabras. La misión debía continuar con premura. Ayudando al Daidoji a caminar igual que había hecho el Gunso, los tres llegaron hasta una posición lo bastante segura para tomar algo de cobijo y encender un fuego en un pequeño hoyo, una técnica para no alertar de su presencia con la luz de las llamas. Una vez allí, Sanzo atendió las heridas de Yoshiaki con los conocimientos que había adquirido de un médico de Maemikake un año antes. No era un experto, pero le permitirían llegar con vida hasta un médico más experto si descansaba un poco. Había cazado algo para comer que ahora se tostaba al fuego, y ahora vigilaba a su alrededor aún con inquietud, mientras hablaba con sus compañeros:

- Necesitamos saber qué ruta los traidores Nori y Akiyama, así como el paradero del joven. La secta no será un enemigo corriente, ya lo hemos visto, hasta donde han llegado por su ansia de poder. Si había implicado alguien perteneciente a una familia imperial, lo que sospecho era un agente encubierto de un Clan, y varios Daimyo mayores ofreciendo soporte económico, podemos concluir que las instituciones no son nuestras aliadas, o en el mejor de los casos son ineficaces. Para combatir a este enemigo, debemos cambiar, por más que nos pese, nuestro mismo enfoque del honor. Yo creo que el honor reside en la causa de un hombre, y en cómo está dispuesto a adaptar la vía del samurai a esa causa. Hay demasiado en juego, y ellos cuentan con nuestra incapacidad para ciertas acciones. Os prometo que no voy a descansar hasta asegurar a ese joven, verlo entrenado, y llevarlo a su debido tiempo ante los suyos. Desde esta noche, nuestro deber será nuestro honor. Nuestro actuar, implacable, inesperado, despiadado. Tenemos un deber con nuestro pueblo, con nuestros ancestros, y con nuestros dioses.