RESUMEN PRIMERA SESIÓN
Britania, 66 DC. Tres legionarios de la XI Legio Hispánica son despertados en su tienda con bruscos zarandeos. El Pilus Prior de la XI legión los ha hecho llamar en la tienda del Legado, que se encuentra de viaje en otro campamento y ha ocupado temporalmente sus aposentos.
Con los ojos legañosos se arman con sus atuendos de legionario y recorren el fangoso campamento hasta la tienda del Legado, saludando silenciosamente con la cabeza a los camaradas que hacen guardia o preparan el desayuno. Ahí se encuentran con su Pilus Prior Tiberio Vetio Dentato, quien farfulla acerca de la disciplina por haber tardado tanto en llegar.
Tiberio les pone al tanto de su misión: hace un par de semanas que se envió una tropa de ingenieros y soldados al Norte para construir un puente que lleve al ejército al otro lado del río para continuar con la invasión picta. Pero desde entonces no han recibido ni un solo despacho de ellos. Deben ir a dicho campamento y esclarecer los hechos.
Sexto Galba se juega unos latigazos con algunas preguntas sórdidas, pero Dentato parece de buen humor y les manda partir de inmediato. Así, los tres legionarios parten hacia el Norte bajo una ligera llovizna de finales de septiembre.
El camino no resulta desagradable y los legionarios agradecenpoder romper con la monotonía del campamento. El campamento destino se encuentra a unos tres días de marcha, y al segundo día el ingeniero Quinto Nasca descubre algo brillante oculto entre un amasijo de matorrales. Se trata de una gladius, la típica espada corta romana, abandonada ahí por su dueño. Los legionarios se ponen en tensión al pensar en una posible emboscada bárbara, pero el silencio es solo roto por el legionario Sexto Galba, quien parece escuchar unos extraños sonidos varias decenas de metros bosque adentro. Los legionarios marchan cautelosos hasta una explanada invadida por cuervos negros, signo de mal agüero según Quinto Nasca. Sorprendidos por su repentina llegada, una docena de cuervos negros salen volando cuando entran en el pequeño claro, graznando como arpías despojadas de su premio, su comida.
En el centro del claro, algo se desploma de un nudoso árbol cercano. Es el cuerpo de un legionario romano envuelto en una capa, con la carne desgarrada por los buitres. La cabeza está inclinada inerte hacia un lado; las cuencas vacías de sus ojos están inquietantemente dirigidas hacia ellos. Los legionarios apenas dan crédito a lo que ven. Un legionario romano !!! Por suerte, Manio Paulo, avispado explorador, descubre cerca un estuche con un pergamino que les desvela un hecho terrible. El mensaje dice así:
Envíen refuerzos, algo está matando a mis hombres.
Cotta.
Cómo que algo ? Los augurios no señalaban nada bueno, aún así los valientes legionarios prosiguen su camino a través de una intensa e incesante lluvia.
Pasa otro día y no dan con la ruta hacia el campamento destino. Así que el explorador hace acopio de su rango y decide buscar el río para seguir su curso hasta el fuerte destino. Casi al anochecer del día siguiente vislumbran el campamento, pero se sorprenden al encontrárselo completamente desolado. No deberían haber guardias apostados en los portones o en la empalizada ? No debería haber movimiento debido a las pertinentes obras de construcción del puente ? Todo es muy extraño, como apremia a adivinar el legionario Sexto galba.
Todos avanzan hasta la puerta, sorprendentemente abierta, y encuentran huellas reveladoras bajo ella. Al parecer no hacía mucho tiempo que los pictos habían entrado y salido del campamento, pues en las huellas no se logran divisar señales de botas militares. Eran recientes, apenas unas horas, cómo era posible... ?
Al entrar en el fuerte, la razón de la carencia de comunicación se hace evidente. Cuerpos, la mayoría con la armadura completa, se encuentran dispersos entre los escombros de las tiendas y en los terrenos abiertos. Varios de ellos están claramente sin cabeza. La hierba en el interior está manchada con una cantidad de sangre repugnante.
El fuerte mismo presenta el estándar militar en todas sus líneas: un edificio central de madera, sin duda el bloque administrativo, rodeado de ocho grandes tiendas de campaña de piel, las cuales están ahora pisoteadas en un charco de sangre, y una zona bien pisoteada frente a la estructura de madera que servía como plaza de armas. Las ballestas y catapultas están de pie cerca de la plaza de armas, aunque todas ellas dañadas.
En la plaza de armas acen nueve cadáveres, siete de los cuáles han perdido su cabeza. Parecen haber sido desgarradas por una bestia salvaje, claramente evidenciado por desgarramientos y mordeduras en las heridas.
- Qué clase de némesis es capaz de acabar con un grupo de legionarios entrenados? - comenta Sexto Galba con un tono de voz siniestro y cargado de incredulidad.
Manio Paulo y Quinto Nasca deducen que lo que acabó con la vida de la tropa no era humano, sino una especie de bestia salvaje. Luego, con el campamento destrozado, los Pictos debieron entrar sin esfuerzo y cortaron las cabezas de los cadáveres como trofeos.
- ¡Bárbaros! - exclama Manio Paulo, evidentemente enojado por el atroz espectáculo.
La noche empieza a caer y no hay mucho más que ver en los alrededores, así que se dirigen hasta el bloque central de administración del campamento.
Sin embargo, se sorprenden al comprobar que la puerta está atrancada por dentro. ¿Habrá sobrevivido algún legionario? ¿El Centurión Cotta, tal vez?
Sea como fuere, el caso es que para abrir la gruesa puerta de madera, el legionario Manio Paulo descarta posibles teorías ingenieras de su compañero Quinto Nasca y opta por usar la fuerza bruta. El exploradr cae de bruces contra el suelo del interior del bloque entre una marisma de astillas y polvareda. La puerta ha queado destrozada, inservible.
Frente a ellos hay un estrecho pasillo con dos puertas a cada lado. Usando el mismo método que Paulo, Sexto Galba prueba suerte empujando el primer portón de la izquierda pero no consigue sino hacerse polvo el hombro y cae despdido hacia atrás provocando las cómicas burlas de sus compañeros. Finalmente es Nasca quien echa la puerta abajo, pero lo que observan a continuación crea una horrorosa y desagradable mueca en sus rostros.
Ven el cuerpo de un soldado romano descansando sobre sus rodillas, su rostro aparece apretado contra una segunda puerta que les llama la atención. La armadura en su espalda se ha desmenuzado y su carne ensangrentada es perfectamente visible. Su mano derecha mantiene una gladius, la izquierda aprieta la manija de la puerta con un aspecto espantoso. La habitación en sí misma es espaciosa, el escritorio sencillo y la silla de pie en el centro de la habitación parecen extrañamente aislados, forzándolos a mirar de nuevo hacia el cadáver.
Desconcertados, prueban a entrar por la puerta cuya manija agarraba el cadáver y encuentran arrodillado frente a una cama de madera a un centurión, su capa roja aparece colgando sobre sus hombros como un mar de sangre. La cabeza del centurión descansa sobre su pecho; sus manos están agarrotadas próximas a su coraza. Frente a él, sobre una manta, hay un rollo de pergamino abierto. Al lado está la cama donde hay derramado el contenido de un frasco de tinta pequeño.
Un examen a simple vista muestra que aparentemente ha cometido un suicidio. Su gladius ha sido empujada hacia el interior de su corazón y es el único signo de lesión sobre su persona. Aparte de la cama, solo hay un cofre de madera con ropa de recambio y efectos personales y una pequeña mesa de escribir y un taburete.
- Él escribió la nota de auxilio que nunca llegó. - el tenebroso silencio es solo roto por Manio Paulo, quien se acerca sin pavor alguno al cadáver postrado sobre la cama y recoge el rollo de pergamino.
- ¿¿Qué pone ese pergamino Manio?? - acierta a preguntar Quinto Nasca.
Manio Paulo parece absorto en lo que lee. El latín del General Cotta es un poco anticuado y le cuesta entender todas las palabras. Así, toma asiento en el único taburete de la estancia mientras Quinto Nasca y Sexto Galba se acomodan como pueden en silencio.
- Es el diario de Cotta... - contesta por fin Manio.