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1989. El gobierno de Gorbachov agoniza cuando una manifestación popular de berlineses, a uno y otro lado del muro, deciden romper la barrera que les ha separado físicamente desde los años 50. La caída de Berlín Oriental provocó un sentimiento de derrota y hastío en la población soviética, que tuvo que enfrentar una serie de rebeliones de estados periféricos (como Ucrania) que pretendían romper el esquema del pacto de Varsovia.

Optando por la vía diplomática y dejando que los soviéticos se disgregaran sin intervenir de forma activa, los Estados Unidos y las potencias de la OTAN, se consiguieron los primeros avances y se preparó la independencia de numerosos países sujetos al yugo soviético, como Alemania Oriental o los estados bálticos. Sin embargo, en abril de ese mismo año, una columna blindada al mando del general Boris Yeltsin, que tenía como finalidad marchar hacia Moscú y forzar la celebración de elecciones democráticas con la caída del régimen soviético, fue asaltada y vencida por elementos de la línea dura del partido.

Saltaron todas las alarmas en el mando central de la alianza cuando tres días después se supo que un gobierno comunista de línea dura había depuesto a Gorbachov para situarse al frente de la URSS. Mediante expediciones de castigo, en dos meses se consiguieron vencer los principales conatos de rebelión en Alemania Oriental y Ucrania. Sin embargo, los envíos de armas y material por parte de la aviación aliada molestaron enormemente al nuevo gobierno comunista, a cuya cabeza destacaba el general Chernenko. Sintiendo que la propia sociedad rusa estaba precipitando un cambio, se inició una campaña de propaganda en la que se informó de la ruptura del status quo de la Guerra Fría por la participación de los aviadores norteamericanos sobre el cielo de Alemania Oriental y Ucrania.

Paralelamente, el alto mando soviético comenzó a movilizar sus fuerzas en la frontera de Alemania Oriental para perpetrar un ataque masivo de divisiones blindadas que rompan el frente, supuestamente para la recuperación de Berlín Oriental, pero con órdenes de avanzar hasta la misma París. El mando de la OTAN reaccionó a las movilizaciones reforzando a sus divisiones en Europa y llevando hasta el Báltico a la flota estacionada en Rota. Sin embargo, antes de que los barcos estadounidenses llegaran llegaran hasta el teatro de operaciones, se producen los primeros ataques en la frontera con Alemania, perfectamente sincronizados. Una flota de submarinos akula había partido desde los puertos bálticos para interceptar a la flota norteamericana, mientras la primera bomba nuclear táctica cae sobre el puesto de observación alfa en el Agujero de Fulda.

La guerra que se había evitado durante cuarenta años acababa de iniciarse. La 11ª división acorazada norteamericana, "los guardianes de Fulda", comenzó a verse superada seis horas después del inicio del ataque. 6 de agosto de 1990. El mando de la OTAN cursa la orden a la 9ª división panzergrenadier de la RDA que acuda para taponar la brecha en las defensas aliadas. 700 tanques y 400 blindados de apoyo al mando del general Guderian, respaldados por un contraataque a la desesperada de la aviación aliada.