Akira sabía que la situación era crítica. Todos los indicadores de su armadura estaban en naranja oscuro, casi rojo, y tenía heridas por todo el cuerpo. Aunque los sistemas supresores de dolor de la MandelBrite hacían que no se notara, probablemente Akira sin la armadura no habría podido ni andar, por lo que un disparo más sería probablemente mortal de necesidad.
Los félidos se movieron, y vio asomar sus feas cabezas por encima de las coberturas y las fortificaciones. Parecía que había corregido bastante el tiro, y a su alrededor vio a varios soldados que caían, los cascos de sus armaduras atravesados por descargas láseres. Los rayos verdes y azules reventaban por todas partes, soltando terrones del suelo húmedo y embarrado de aquél planeta, y destrozaban la endeble cobertura tras la que se cubría. Un pelotón de soldados, que avanzaba cubierto por un vehículo pesado de apoyo, se situó a distancia de fuego, con intención de destrozar la línea defensiva.
Sin embargo, antes de que los soldados tuvieran tiempo siquiera de apoyar en el hombro las culatas de las armas, un sonido metálico, como de engranajes girando, recorrió el campo de batalla, y un estallido seco, como un petardo, explotó más adelante, entre los félidos. Un chorro de partículas iluminó la noche con un fulgor azul que duró menos de un segundo, grueso como el brazo de un hombre, atravesando el acero del vehículo como si ni fuese más que aire, ya que las partículas hiperpropulsadas pasaban entre los espacios huecos del metal a escala subatómica. Inmediatamente, el vehículo explotó, sometido a una dosis de radiación y de energía cinética superiores a las de una reentrada en la tierra, catapultando a los soldados que se cubrían tras él a centenares de metros.
Akira miró por encima de la destrozada cobertura, y vio un exoesqueleto gigantesco, con un arma alargada que rodeaba su cintura en una espiral, y que salía por el hombro en un cañón estrecho y plano, de donde salían los mortales rayos de partículas que estaban fundiendo por doquier soldados y vehículos pesados. Los dos brazos del exoesqueleto estaban armados con dos armas mucho más convencionales, pero no por ello menos mortales: dos ametralladoras giratorias que disparaban balas de punta hueca. A juzgar por los agujeros que dejaban tanto en los terraplenes como en los soldados, debían de ser poco menos que de calibre 50. Ambas armas disparaban en ráfagas para no sobrecalentarse, pero el hábil piloto, si es que aquella cosa tenía piloto, las disparaba alternativamente, de modo que la lluvia de balas era casi continua.
Akira sabía que era el fin. La cobertura tras la que se había escondido ya no era más que unos terrones sueltos por el campo de batalla, y las balas explotaban tan cerca que podía ver cómo le salpicaba el barro en la armadura. Soltó el rifle de energía. ¿Qué podía hacer aquél arma contra un coloso armado con el poder de cien soles?
Así que aquí es donde muero, se dijo Akira, y miró al cielo. Siempre se había preguntado dónde sería. Aquel planeta lluvioso, embarrado y oscuro iba a ser su tumba, aquél pedazo de tierra que no valía para nada, más que para albergar la ciudad de los malditos gatos que les estaban fundiendo. No se hacía esperanzas por la MandelBrite: ya había usado la sobrecarga antes, y, de todas formas, estaba segura de que un solo disparo de esas balas grandes como puños podría reventarla de todas formas, no digamos ya un disparo de partículas. No se esperaba otra cosa que morir en un barrizal, en un estercolero como aquél: al fin y al cabo, todo soldado que se apuntara al 3:16 sabía de sobra que las imágenes de felices hombres bebiendo margaritas en playas paradisíacas no eran más que propaganda.
El rifle chapoteó en un charco al caer a sus pies, y Akira se quitó el casco, desenganchando los cierres con ambas manos. Lo lanzó junto a su rifle, al agua sucia de sangre y metal. Si iba a morir, que fuese con el viento y la lluvia en la cara, y sin las alertas de la armadura sobre su estado físico. Bien sabía ella cuál era su estado físico.
El exoesqueleto avanzó, situándose en primera línea, y el terrible cañón apuntó a un blindado que avanzaba por el centro. Uno de los brazos apuntó a un batallón de la izquierda, y Akira vio, con lentitud, cómo el otro apuntaba a la zona en la que se encontraba su escuadra. Es el final. Akira cayó de rodillas sobre el barro. ¿Qué podía hacerse ante ese monstruo?
-Pero papá, es muy grande. Demasiado grande y fuerte, ¿cómo voy a derrotarle?
La pequeña Akira hinchaba los mofletes de frustración. Su padre le enfrentaba contra oponentes mucho más grandes que ella, oponentes a los que llegaba con suerte a la cadera. Un solo golpe bastaba para dejarla en el suelo, normalmente, y dos podían mandarla volando al otro extremo del dojo. Akira ya no sabía si lo hacía sólo por maltratarla, o por qué. El último día, se había enfrentado a Akiyoshi, el hombre más grande de toda la finca, uno de los guardias de su padre. Medía más de dos metros, y Akira sólo le llegaba a la cadera de puntillas. A los dos minutos, su shinai había volado al otro extremo del dojo, arrancado de sus manos, y ella había acabado volando literalmente por la habitación, con un golpe que parecía haberle roto todas las costillas del pecho.
-Y, ¿Qué más da, Akira? ¿Es esto un concurso de fuerza? ¿te entreno para que seas levantadora de pesas? ¿O para que ganes concursos de pulsos?
-Pero papá, no puedo con él, así no puedo derrotarle. Un solo golpe me deja para el arrastre ya.
-Entonces, tendrás que conseguir que no te dé ni una vez. La fuerza no tiene relevancia en una lucha como esa.
-Pero...
-Basta. Calla y escucha por una vez. No llevas un espadón occidental, ni una porra de madera. Llevas una katana. Las espadas occidentales cortan con fuerza y potencia. Las espadas japonesas cortan con velocidad y técnica. No seas más fuerte que él. Sé más rápida. Sé más lista. Akiyoshi puede partir un álamo con las manos, pero en su vida ha cogido una katana. Tu técnica no puede compararse a la suya. Centrarse en la fuerza es absurdo, Akira. Siempre hay alguien más fuerte. Akiyoshi es como una vaca, como un buey. Enorme, fuerte, resistente, y también lento, pesado y tonto.
Ahora, sal ahí, y combate como lo que eres. No como una vaca, sino como una serpiente. Como un águila, o como un tigre. Rápida y elástica, veloz y mortal.
La ráfaga de proyectiles de punta hueca que barrió la cobertura, destrozándola, no encontró a Akira. De un solo salto, potenciado por los impulsores de la armadura, había caído a cien metros al norte, camuflada por la nube de barro y desperdicios que la ráfaga había causado. No se detuvo ni un segundo, saltó de nuevo hacia delante, con los sistemas hidráulicos gimiendo en el interior de su armadura, cuyas almohadillas eran lo único que impedía que sus piernas se rompieran como ramitas secas ante la sobrehumana velocidad de su carrera. Notó los cierres de la kurohime desatarse con un chasquido, pero no la cogió. La lluvia azotaba su cara como un látigo húmedo, las luces de su armadura le mostraban el camino en la oscuridad. Su enemigo era fácilmente localizable: su metal húmedo por la lluvia brillaba, y de sus brazos surgían llamaradas cada vez que disparaba.
Las ráfagas de los láseres félidos destrozaban la tierra a su alrededor, entraban azules por los cascos de los soldados y salían rojas por el lado opuesto, por la cascada de sangre. Akira las esquivó, saltando y corriendo como una acróbata por entre las escuadras, tan cerca que la pintura de su MandelBrite se quemó por la proximidad de los láseres disparados. Alcanzó las líneas de los félidos habiendo recorrido casi trescientos metros en pocos segundos, bajo fuego de láseres y de las aterradoras descargas de la armadura gigante. Los gatos trataban de golpearla, con martillos, culatas y hachas de todo tipo, pero comparado con esquivar un láser, evitar aquellos ataques era un juego de niños. Fluyó por entre sus enemigos, sin recibir ni un solo golpe, avanzando impulsándose sobre las cabezas de los félidos y saltando sobre sus espaldas cuando los derribaba, y, en tan solo unos segundos, se encontró con el gigantesco pie del exoesqueleto frente a ella.
Una vez más, padre...
Sus ojos ardieron, ocultos tras el pelo mojado que se sacudía furioso al viento, manchado de barro y sangre. La mascarilla, que le permitía respirar en aquél planeta, le cubría la boca, por lo que no se vio que, durante un breve instante, sonrió.
Y entonces se lanzó a la carga.
El piloto del monstruo de acero la vio, y trató de aplastarla bajo un pie. Pero cuando el mortal golpe descendió, Akira ya no estaba allí, y el asfalto explotó sin encontrar su cuerpo debajo. Corrió tras él, esquivándole, y se lanzó al suelo de rodillas, deslizándose con el cuerpo hacia atrás, cuando un brazo armado con una descomunal bayoneta de acero amenazó con partirla en dos. En su lugar, Akira dio una voltereta y se situó de nuevo a la espalda de la armadura enorme, mientras el piloto trataba de destrozarla con pisotones.
Lento.
Otra vez el brazo descendió, con su terrible hoja brillando afilada dispuesta a atravesarla como un papel.
Demasiado lento.
Akira la esquivó tirándose al suelo, y con el mismo movimiento se levantó y agarró en el último segundo la parte de atrás del brazo mientras ascendía de nuevo, ordenando a la armadura que activara los agarres magnéticos de los brazos y las manos. Quedó pegada de inmediato, a pesar del agua, ya que la sostenía el magnetismo, y ascendió con el brazo. Cuando el arma volvió a estar vertical, desactivó el imán, y activó los de las botas, corriendo a toda velocidad por el brazo, mientras por fin, desenvainaba la kurohime. Su filo monomolecular destelló a la luz de las linternas de la armadura, y cortó con elegancia, con suavidad. Las placas que protegían los cables saltaron como hojas de papel, y la terrible katana seccionó sin problemas los conductos del brazo, haciendo que cayera inútil, a un lado del cuerpo. Akira no perdió el tiempo, y se dirigió hacia el centro del exoesqueleto. Saltó y cortó desde arriba, buscando la cabina, y la hoja, afilada como ninguna otra, atravesó el blindaje antitanque con suavidad de terciopelo. Se movió alrededor del coloso como si volara, sostenida por los imanes de la armadura, y cortó cables y motores allí donde los encontraba, hasta que finalmente dio con lo que buscaba, mientras el piloto trataba de agarrarla en vano con la mano que se mantenía operativa.
Cortó el acero, en un patrón triangular, dejando una abertura en forma de delta en el centro mismo de la máquina.
Allí, frente a ella, rodeado de palancas y botones, estaba el piloto, un félido alto y con el rostro transido de terror, que, viendo la situación en la que se encontraba, trataba de quitarse los guantes miméticos que controlaban los brazos de la armadura para activar el escape de emergencia.
Akira le dio su propio escape de emergencia: le agarró por la ropa del pecho, y de un solo tirón, potenciado por los impulsores hidráulicos de la armadura, le lanzó fuera del exoesqueleto como si fuese un muñeco de trapo. El félido voló por entre la lluvia, mientras la armadura se derrumbaba con un estruendo como de edificio dinamitado, y Akira saltó tras él.
Le aterrizó en el pecho, y notó las costillas crujir y romperse bajo su bota. Antes de que el félido enfocara siquiera la mirada sobre ella, la kurohime cortó el cuello del alienígena, con su filo regenerado gracias al material con nanomemoria.
Los félidos a su alrededor corrían. Akira cayó de rodillas, sintiendo la lluvia en el rostro, y enfundó la kurohime. Al final, su tumba tendría que esperar un poco más.
Motivo: Muertes
Tirada: 1d10
Resultado: 1
Bueno, una muerte, pero supongo que esto es algo así como el final del Retorno del Rey, cuando Légolas mata al olifante y Gimli le grita "¡Eh, ese cuenta como uno!" XD
Cualidad: Lucha contra titanes.
Había sido una temeridad decían algunos, una locura producida por el dolor o una última muestra de valentía pero los cierto fue que la actuación de Filofrío había dado el giro necesario a la lucha. El líder guerrero de los félidos yacía sin vida y clavado al suelo por la kurohime en un charco de sangre anaranjada.
El gigante exoesqueleto pareció sentir la muerte de su piloto y cuando éste exhaló se venció hacia el lado izquierdo chocando estrepitosamente contra un edificio bajo haciendo añicos los cristales y quedando en un postura de agotamiento, apoyado en el hombro y con la rodilla doblada por el peso.
Al otro lado del campo de batalla otra escuadra consiguió destruir el generador de escudos dejando las torretas defensivas a merced de los cohetes y cañones pesados. Los félidos que seguían luchando intentaban replegarse de manera ordenada aplicando su táctica de guerrilla pero los soldados ya habían aprendido y se mantenían a distancia para no caer en la trampa.
Tras un par de horas se habían tomado la capital, al cabo de cuatro se habían ejecutado a todos lo enemigos al cabo de seis horas hembras, crías y ancianos félidos habían sido exterminados. Llegaron noticias de otros puestos del planeta, otra raza comenzaba a ser barrida del universo y la Humanidad triunfaba.
- Enhorabuena soldado, dijo el teniente acercándose a Filofrío cuando la batalla hubo acabado. Me aseguraré que su acción no queda sin recompensa, ha evitado muchas muertes hoy.
Akira estaba muy, muy cansada. Aturdida por sus heridas y su misión, simplemente miraba al cielo desde que había matado al félido, que seguía allí, bajo ella. La lluvia le golpeaba en el rostro, fría y monótona.
¿Qué he hecho con el casco?
Tampoco tenía el rifle, aunque no tenía ganas de pensar qué podría haber hecho con él. Los soldados pasaban a su lado como espectros entre la lluvia, y Akira sentía como si estuviera muy lejos de allí. Permaneció allí en el barro durante un tiempo indefinible, hasta que oyó, amortiguada, la voz del Teniente.
Comprendió que la estaba oyendo amortiguada porque su voz salía directamente de su casco y no del comunicador, ya que el comunicador de Akira estaba donde quiera que estuviese su casco. Se giró hacia él, con sus habituales ojos tan desprovistos de brillo que parecían casi muertos.
-Gracias, señor-dijo maquinalmente, con voz monótona, como si fuese un mero acto reflejo.
Me cuesta localizar a Akira entre las ruinas y cuando lo hago espero a que acabe de hablar el teniente.
Cuando se separa de ella me acerco sacándome el casco. – Akira, de nuevo una actitud excepcional, si ahora no te ascienden será una muestra mas de que los responsables de las promociones no saben lo que se hacen.