Estoy a punto de dormir. Enviaré a alguien a verificar. ¿En dónde están?
Mañana hablaremos de precio.
El mensaje llegó pronto. Seguro que ella tenía ghouls o mortales que pudiesen moverse más fácilmente durante el día, pero a esta hora era poco lo que se podría hacer. Las dudas flotaban en el ambiente y si ambas llegasen a parecer en el servicio, no sólo sería un fracaso, sino que los rumores no tardarían en correr. Después de todo, por coincidencia tú no estabas con ellas y te habrías salvado de lo que sea que hubiese sucedido.
En las tinieblas de la madrugada, con los arreboles azulados subiendo como espirales de humo desde el horizonte, con el silencio imperfecto de la ciudad y los murmullos de coches, personas e ideas, con la soledad de tu existencia, sentías los oscuros presagios del nuevo día en la ciudad, así como los interrogantes que quedaban tras lo que les estuviese sucediendo a tus compañeras.
Un último post (o a lo sumo dos más), antes de cambiar de Capítulo y pasar a la noche siguiente.
Metió las manos en sus bolsillos y emprendió el camino del refugio -el suyo, que era también el de su Sire- sintiendo algo de orgullo por seguir vivo.
Estaba seguro que la siguiente noche tendría un informe de lo sucedido y otro reproche, tal vez. La insistencia de Fiona en la balanza de pagos le resultó deprimente. Siempre había visto lógica esa forma de pensar, no sólo entre la sociedad de los vástagos, también en la de los mortales. Pero su sire parecía obsesionada con señalarle el precio de cada acción y él estaba convencido de que pensar así encorsetaba las posibilidades del toma y daca social. Intuía que la verdad era mucho más compleja que el hoy por tí, mañana por mí o que el ojo por ojo y el diente por diente. Perdonar, pedir perdón, aceptarse perdido, asumir la derrota y rendirse, eran acciones que parecían débiles a primera vista pero que suponían una ligazón que también ataban a la gente de tal forma de que el victorioso a menudo era vencido y el deudor, rico.
Tratando de madurar esos pensamientos en busca, sin éxito, de una forma de exponerlos que pareciera elocuente, caminó mirando al suelo, a paso ligero, huyendo del amanecer.
Por mi podemos pasar a siguiente capítulo :-)
Clemence mira la hora y ve que es muy justa la llegada, más para moverse por Lyon. Siente en su cuerpo que el sol no se encuentra muy lejos de despuntar por el horizonte y eso sería fatal. Es por ello que da a Chloé la dirección de su piso en la ciudad. Quizás sería un sitio mejor al que acceder su club, pero seguía pensando en Mireille como una niña en ciertas cosas y no podía llevarla a un lugar así.
-Podemos quedarnos en mi piso, si ça vous va- dice a ambas, aunque sobre todo a Mireille. Chloé parecía estar para obedecer y poco más.
Mireille llevaba prendida en los labios una pequeña sonrisa tras aquel chispazo de iluminación. Una que parecía decir "yo sé algo que tú no". La sonrisa de un infante que de pronto empieza a entender el sentido de la vida.
Pero su mirada cada vez era más nerviosa cuando apretaba la mejilla contra el cristal para contemplar el cielo. No necesitaba ver cómo el azul iba tomando presencia para saber que el día estaba cerca. Lo sentía en su piel, soplando en su nuca, amenazante, fatal. Sus deditos apretaban la tela de su vestido y de tanto en cuando apremiaba a Chloé con mirada o palabras. Al escuchar la propuesta de Clemence, la valoró un instante antes de sacudir la cabeza haciendo oscilar sus rizos.
-Lo que esté más cerca -dijo, mirando a la ghoul-. Su casa o la de Stanislas. Vamos a lo que esté más cerca.
Y, de ser su refugio el más cercano, enviaría un mensaje al móvil de Stanislas avisándole de que iba a quedarse una amiguita a dormir.
Llegáis con el tiempo justo. La casa de Stanislas, una residencia tranquila en los barrios de Caluire-et-Cuire al norte de Lyon. A esta hora el tráfico comienza a sentirse, pero por fortuna y tras ir sobre el límite de velocidad, Chloé logra aparcar. Los primeros rayos del sol aparecen sobre los tejados y vuestras bestias instintivamente se lanzan sobre la puerta, buscando los rincones de la casa. Mireille a la cabeza y Clemence muy de cerca.
La casa parece silenciosa y está oscura. En medio de vuestra carrera, escucháis como la ghoul asegura la puerta de entrada, mientras es la pequeña Malkavian quien entra a su cuarto y la tremere quien le sigue. La habitación está adaptada para que un vástago pueda pasar el día allí sin temer por su vida y es allí en donde el letargo diurno os encuentra a ambas. Sabiéndoos a buen resguardo, pronto un nuevo día sin sueños, sin pensamientos se lanza sobre vosotros, con el fantasma lejano del hambre y con la agridulce sensación de todo lo ocurrido en aquella larga noche. En vuestros últimos pensamientos, la figura alta y retorcida de Malabeste, las palabras de Eshu y la humillación de las dos furgonetas se mezclan en un extraño paisaje que va quedando sumido en las tinieblas de los recovecos más oscuros y lejanos de vuestros paisajes mentales.
Mireille puede sentir como sus sábanas le son acomodadas y como un beso cariñoso y cálido de buenas noches le es depositado en su frente, en aquella pantomima de lejanos tiempos. Clemence no recibe en cambio ninguna cortesía, más que la de un techo y una noche en un lugar seguro en el que despertar. La puerta de la habitación se cierra y pronto no hay nada más que el silencio profundo de la mañana en aquella habitación, habitada ahora mismo por tan sólo dos cadáveres.
Fin del capítulo.
Antes de dormir, tu móvil vibra y un mensaje de Mireille llega:
Estamos vivas. Tenemos q hablar.
El día llega, puntual, cargando sobre tus hombros el letargo al que todos los descendientes de Caín están condenados por su maldición. En el refugio que compartes, los últimos pensamientos que atraviesan tu cabeza son difusos recuerdos que parecen resumir una noche larga y compleja, cargada de extrañas sensaciones, y de los sinsabores que comenzabas a experimentar como parte de los Condenados.
La figura larga y retorcida de Malabeste parece arrojar una densa sombra sobre tus ideas, así como el destino de aquel mortal torturado, la suave voz de la chiquilla del demente Nosferatu, y la testarudez de la ghoul. Incluso la mirada fría y distante de tu sire, todo parece mezclarse en una oleada de extrañas y lejanas sensaciones que parecen sueños, pero que se elevan como humo y no dejan más que cierto vacío en tu cabeza a medida que la bestia impone sus condiciones y el letargo diurno comienza a convertirte en un inmóvil cadáver durante el día.
A tu alrededor, te sumes en tu descanso en medio de un profundo y aislado silencio, mientras ideas de precios y del honor se esfuman. Mañana sería otra noche, probablemente tan o más importante que la que acababas de vivir, y tenías la intuición de que la calma no sería el común denominador de la vida a la que esperabas iniciarte como miembro pleno de la Camarilla.
Fin del capítulo.
La habitación de Mireille era como la de cualquier niña mortal. Tenía un amplio ventanal cubierto por cortinas de fondo crema y líneas rojas verticales, cerrado por una persiana metálica que la protegía de la luz del día. Había un escritorio lleno de libros, un gran espejo, peluches y una pared llena de premios de monta y otros diplomas. El edredón de la cama tenía una funda de rayas rojas y blancas y el suelo era de tarima. Un baúl y un armario completaban el mobiliario.
Una vez estuvieron allí resguardadas la pequeña vampira sintió aliviarse la presión que la cercanía del sol había puesto sobre su nuca. Resopló en un gesto tan humano como innecesario y se acercó a la cama para sacar de debajo esa cama-nido que no se usaba desde que había sido abrazada y que llevaba un edredón a juego con el suyo.
-Tú podrás dormir aquí, d'accord? -le dijo a Clemence, antes de desprenderse del abrigo y el vestido y encaramarse a su cama, dejándolos en el suelo.
Los párpados le pesaban. Sabía que debía colgar el vestido en una percha, colocar el abrigo sobre la silla y ponerse el pijama antes de dormir, la voz de Anaïs se lo recordaba en su mente. Pero estaba demasiado cansada, el sopor era tan fuerte, que apenas llegó a meterse bajo el edredón antes de que su conciencia se diluyese en el sueño de muerte que la asaltaba cada amanecer.