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Carmilla

🎕 Capítulo 3: Nunca he tenido una amiga 🎕

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19/05/2024, 16:03
Narración

No había nadie a tu alrededor. Nadie. Solo, estabas solo, pero sabías que no lo estabas.

Si el susurro te había puesto la piel de gallina, lo que ocurrió a continuación, mientras cerrabas los ojos, podría ser capaz de helarte esa piel, pero al mismo tiempo de llenártela de un calor abrasador. Esa sensación constante —el frío y el calor— se daba la mano en tu cuerpo: el frío de la tormenta exterior frente al calor del Schloss; el frío de tus heridas lacerante frente al ardor de tu libido adolescente; el frío de un alma enjaulada y desesperanzada frente al calor de un cuerpo que anhela la libertad del bosque.

Al cerrar tus ojos y susurrar, notaste una caricia en tu mejilla. Una caricia helada. Una caricia quemadora. Los gemidos que provenían de la ventana —y que podías decir que debían venir de otro piso del Schloss— se hicieron más fuertes.

—¡Sí…! ¡Así…! ¡Ah…! ¡A… sí!

Reconociste esa voz, aunque nunca la habías escuchado tan enfervorecida, tan entregada, tan abandonada al mundo, a sus oscuridades, a sus recovecos. Y reconocer esa voz te hizo sentir un pinchazo en tu corazón; o, mejor dicho, varios pinchazos. Y no solo en tu corazón. Era la voz de Mina.

La caricia en tu mejilla quemaba y helaba tu piel. Las heridas de tus brazos te empezaron a quemar y helar con mucha más intensidad y pudiste sentir otra vez esa oscuridad que salía de ellas y te rodeaba, te acariciaba la piel, te apretaba el cuerpo de un modo que al mismo tiempo te producía rechazo y un profundo deseo.

—Fó… lla… me… Lycius —susurró de nuevo esa voz fría en tu oído.

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19/05/2024, 16:12
Narración

Corriste, buscándola.

Corriste. Sabías el camino, conocías tu hogar, tu castillo, tu fortaleza, tu Schloss. El Schloss von Galler. Porque tú eras un von Galler.

Corriste. Seguiste un pasillo de aterciopeladas oscuridades rojizas y anaranjadas, cálidas y negras.

Corriste. Doblaste por un recodo del pasillo y seguiste otro pasillo semejante al anterior.

Corriste. El pasillo estaba más oscuro ahora y volvía a doblar.

Corriste. Otra vez doblaste ese recodo y te encontraste en un pasillo semejante, pero más oscuro esta vez.

Corriste. La oscuridad se hacía más profunda por cada paso que dabas en esos pasillos que conocías.

Corriste. Estabas en tu hogar, en tu castillo, en tu fortaleza, en tu Schloss. El Schloss von Galler. Ahí no te podías perder, ¿verdad?

Corriste. Otro recodo. Unas escaleras hacia arriba. Otras hacia abajo. Otro pasillo. Otras escaleras. Otro recodo. Otro recodo más. Otro pasillo. Otras escaleras. Era tu hogar, tu castillo, tu fortaleza, tu Schloss. El Schloss von Galler.

—Richard.

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22/05/2024, 00:26
Lycius von Galler

A mi alrededor todos empezaban a convertir en un sin sentido. La tensión a la que se estaba sometiendo mi cuerpo y mi alma empezaba a ser insostenible. Esto solo podía provenir del juego que se estaba produciendo hacia mí y en todo caso entendía que no era el Schloss quien me hablaba, sino la oscuridad fingiendo hacerlo a través de él. La misma oscuridad que ya había jugado conmigo, en varias ocasiones, durante el día de hoy. 

— Maldita sea ¿Que es lo que quieres de mí? — masculié a media voz con el orgullo herido. 

Al reconocer la voz que poblaba mi conciencia, la furia se apoderó de mi cuerpo. No era más que un juego. No entendía por qué me torturaban de esta manera. 

El producto de mi más oscuro de los deseos, gemía y gritaba como jamás lo haría. Y el golpe racional de esa constatación me hizo darme cuenta de la crueldad del momento. 

Ella no estaba allí por mucho que yo la deseara. Ese ven no era sino la constatación de un rechazo. 

 

A las afueras, en ese espacio que aún podía ver, la luz y la oscuridad se combinaban para crear una realidad en la que nada de lo que mis sentidos podían detectar, era real. 

 

Golpee varias veces el cristal en la absurda necesidad de librarme de su influencia, sin percatarme en realidad que aquello que me afligía no provenía del exterior sino de un interior del cual no podía enajenarme. 

 

— Cállate maldita, cállate. — los límites a los cuales los sentimiento puede ser buerlados estaban llegando cercanos a su punto de ruptura — Aparece si te atreves —grité a los gemidos que las paredes transmitían. 

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22/05/2024, 13:52
Richard von Galler

Corrí, corrí tanto como pude, como era capaz con la forma física que tenía, que había ido perdiendo cada vez más.

Corrí, a través de todos esos pasillos que parecía reconocer y, al mismo tiempo, se me hacían completamente desconocidos.

Corrí, corrí tanto que casi me tropiezo con una de esas cortinas, quizá cayendo al vacío.

Corrí. Doblando esquinas, atravesando pasillos mientras la oscuridad se hacía más y más grande.

Corrí. Y corrí. Y seguí corriendo. Estaba en casa, en mi casa, mi castillo, mi Schloss. Corrí, sin parar.

Corrí. Y vi una puerta. El pasillo estaba oscuro y esa puerta... esa puerta era... diferente.

Pero la abrí.

Y la vi. Entonces dejé de correr.

Su despacho. De noche. Ella sentada tras su escritorio, tecleando en su portátil.

—¿Katherina? —fue lo único que pude decir.

Ya no sabía ni siquiera si esas palabras o esa voz que salió de mi garganta eran mías.

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21/05/2024, 19:58
Laura von Galler

Me asusté en el momento en que Carmilla me arrancó la muñeca de la mano. Enredada en mis propias emociones no había pensado que aquel impulso que había sentido podía apartarla de mí. Por unos segundos la contemplé, hipnotizada con su imagen divina y oscura. Se me grabó en el fondo de la mente y allí la acuné con mimo con la esperanza de poder recrearla después con palabras. El aleteo de las mariposas me zumbaba en los oídos y en la piel, y no podía dejar de mirarla, envuelta conmigo en nuestra crisálida rojiza, pero con sus alas de libertad luciendo grandes y hermosas.

Libertad, eso era lo que veía en sus ojos mientras lamía la mano que yo también había lamido, lo que sentía en su lado. Una libertad teñida de lujuria que me humedecía y me crepitaba por dentro. Una libertad prohibida desde dentro y desde fuera, una que sentía, de algún modo, pecaminosa, pero a la que no podía resistirme, a la que Carmilla me arrastraba con solo un roce o una mirada.

Y entonces, de repente, con el relámpago esa libertad se esfumó en un sollozo. Abrí los ojos, confusa, incapaz de comprender lo que estaba sucediendo, y me vi. Me vi como estaba en ese instante, desprovista del encanto que la lluvia había creado al escondernos. Me vi, libidinosa, depravada. Sucia. Vi lo que le había hecho a Carmilla. Y la culpa palpitó con mucha fuerza en mis sienes y ahogó mi garganta. Sentí mi cara pegajosa, ahí donde ella había pintado con sus dedos. Y el sabor que me había parecido sensual ahora me llenaba la boca de cenizas. Me vi con sus ojos, mi rostro feo encendido con un deseo impúdico y despreciable, y no vi nada agradable en mí.

Arrepentida, corrí a su lado, pero no la toqué. Seguramente no querría que la tocase más. Tragué saliva al pensar en lo poco que había tardado en estropear mi única amistad, y sentí la desesperación de no perderla del todo, de conseguir su perdón.

—Carmilla, perdóname, por favor —supliqué en voz baja—. No sé por qué lo he hecho. Perdóname. No quería hacerte daño, de verdad. Lo siento muchísimo. Por favor, no llores más.

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22/05/2024, 21:12
Narración

La voz que sonaba dentro de tu dormitorio, que te había susurrado al oído, calló. Solo quedó el golpeteo de la ventana contra la pared y juraste —sí, lo podías jurar— que el frío y el calor de tus heridas salió por la ventana, saliendo de allí y arrastrándose lentamente, como si te estuvieran hablando.

Hubo unos segundos de silencio, como si el arrastre de la invisibilidad que hubiera habido en tus heridas hubiera colmado el mundo de una capa de silencio momentáneo: no se escuchó el viento, no se escuchó la lluvia, no se escuchó el golpeteo de la ventana, no se escucharon los gemidos de Mina, no escuchabas ni el latido de tu propio corazón.

Y, de golpe, cuando esa invisibilidad —lo sabías, realmente lo sabías— se hubo escapado arrastrándose hacia fuera de la ventana, como marcando un extraño camino, el sonido volvió al mundo. Una sinfonía discorde pero al mismo tiempo armoniosa explotó en tus oídos, todo en una misma nota sostenida y brutal: la lluvia, el viento, la ventana golpeando la pared y el grito de Mina, viniendo desde abajo, desde fuera de la ventana.

—¡¡Sí, sí, sí, sí, sí!!

Y esa nota sostenida y brutal, primitiva, llena de la carne y la sangre palpitante de la naturaleza, palpitó en tu piel y en tu cuerpo, regándote de sensaciones de pubescencia, como si tu cuerpo estuviera sintiendo el florecer de una primavera negra y salvaje, la primera primavera de la humanidad, rodeada de un primitivismo desinhibido.

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22/05/2024, 21:27
Narración

El laberinto se terminó. O, quizás, habías llegado al corazón del laberinto. Al corazón del laberinto. Claro. El espacio a tu alrededor se cubrió de una neblina de un color tan profundamente negro como ni siquiera la noche sería capaz de representar. Era como si el mundo se hubiera desvanecido y solo quedara en todo él esa estancia, ensombrecida por la misma negrura del universo.

Solo había una luz en todo el lugar, completamente insuficiente para iluminarlo todo: la luz que salía de la pantalla del ordenador portátil que Katherina tenía delante. Lo normal habría sido que su cara fuera visible por aquella luz, pero no llegabas a ver sus rasgos exactos; incluso, aunque estaba iluminada; incluso, aunque miraras con exacta y precisa atención; no llegabas a ver sus rasgos exactos, como si tu mirada se emborronara por una catarata o una lágrima cuando se centraba en su rostro. Pero lo sabías, lo sabías: era Katherina, en su despacho, tecleando durante la noche. Una de tantas noches.

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22/05/2024, 21:44
Katherina von Galler

Al escuchar tu nombre, alzó la mirada —suponías que era su mirada, pues entre los borrones que te impedían ver su rostro, adivinabas quizás la intuición de su mirada—.

—Oh, Richard —sí, era su voz—, te estaba esperando. Justamente tengo algo para ti.

Se puso en pie y la tenue luz azulada de su portátil iluminó su cuerpo. Estaba completamente desnuda. Perfectamente desnuda, con su cuerpo pálido. El cuerpo parecía sumido en una palidez que la azulada luz de la pantalla acentuaba. En contraste con tanta frialdad, pudiste percibir la mata de vello púbico, de un color rojizo oscuro que parecía palpitar con calor. Palpitante, rojiza. Atractiva.

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22/05/2024, 21:45
Carmilla

La lluvia palpitó con fuerza contra los oscurecidos vidrios azulverdosos que os rodeaban —que os cobijaban, que os ocultaban—. El golpeteo eran martillos hechos con plumas. Eran cuchillos fabricados con infantiles yemas de dedos. Eran pedradas producidas por los abrazos desmadejados de un mundo que no sabía si darte ternura o provocarte dolor. Eran lágrimas que saben a una dicha que duele en los ojos, que saben a desengaño, a una tela que se rasga para revelar un secreto oculto y que descubre que el único secreto es un abismo desnudo y pudibundo que trata de volver a ocultarse entre gimoteos inconexos. El golpeteo de la lluvia. El golpeteo de la lluvia.

Y sus hombros se mecían frente a ti en un sollozo que parecía conformar una sinfonía extrañamente —íntimamente— conectada con ese golpeteo de dolorosa, martillante, acuchillante y apedreante ternura. Ese sollozo era un rítmico, delicioso y lacerante roce de un universo que te ofrecía al mismo tiempo las caricias y las bofetadas que las alas de las mariposas tenían para ti, rodeándote en un vuelo con el cual parecían deshilachar el tejido de la realidad.

Y, sobre vuestras cabezas —lo sabías, lo sabías porque lo habías sentido momentos antes— todavía debía colgar esa crisálida inmensa, agrietada, goteante. Quizás un ala a medio extenderse había conseguido asomarse por esa grieta. Insuficiente. ¡Tan insuficiente!

—¡Oh Laura! —gimoteó Carmilla, sacando la cara de sus manos y mirándote. Viste la lluvia en sus mejillas, esa misma lluvia que golpeteaba los vidrios oscuros, como si Carmilla fuera solo un trozo más de la naturaleza, desgajada al mundo para ti—. ¡Oh Laura! Yo…

Gimoteó con los labios trémulos como si el sonido de la lluvia y del aleteo de las mariposas vibrara en ellos, regados por la lluvia de sus ojos negros, una lluvia que se mezclaba con el intenso carmesí de la sangre, de tu sangre, y de tu otra oscuridad, quizás más profunda.

—¡Yo nunca he tenido una amiga!

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26/05/2024, 13:18
Richard von Galler

No era posible, ¿cómo era posible? ¿Qué estaba pasando, dónde estaba? ¿Era yo mismo? ¿Era otra persona como esa cabeza que había visto en el teléfono de aquel detective? Su despacho. En Inglaterra. ¿Cómo había llegado hasta ahí?

No sabía qué pensar. No sabía qué decir. Su rostro era... estaba difuminado, emborronado... como el rostro de alguien que casi has olvidado a quien estás viendo en un sueño en el que logras adquirir algo de lucidez. Ella estaba completamente desnuda, pálida, y el vello de su bajo vientre parecía palpitar, despidiendo un calor que contrastaba enormemente con el frío que sentía a mi alrededor. No entendía nada.

Me quedé en silencio, bloqueado, completamente anonadado después de que me hablara, de que dijera que tenía algo para mí.

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26/05/2024, 15:02
Lycius von Galler

Aunque pareciese extraño, era alivio lo que había llegado a sentir al sentir la ausencia del mundo a mi alrededor. Se podría pensar que es silencio, pero eso abarcaría un solo sentido y en este caso era envolvente la paz que se respiraba fuera, dentro y en todos los lugares, a la vez y en el mismo sitio.

Ese aislamiento sensorial me concedió la tregua que requería para tranquilizarme y respirar profundo, dejando que los latidos de un corazón, que ahora ni percibía ni escuchaba, regulasen su ritmo hasta quedar casi en tan suspenso como el dolor de mis heridas, el sosiego de los gritos enervados y las sombras que creaban luces en algún lugar, al otro lado de la ventana que ahora no devolvía mi reflejo.

Todo escapaba como esas amalgamas de perversidad que salían del cuerpo hostil de un anfitrión, en color negro y caos, para disiparse y alejarse, esparciéndose el terror y el caos por donde pasaba. Una parte de mí, que no sabía si era mía o era robada, se esfumaban, provocadora, al otro lado del cristal, devolviéndome, con su marcha, la inquietud y los temores.

Una mirada a la puerta, me confirmó que seguía cerrada, encerrado en la habitación con las lámparas y la conciencia apagada, donde volvió toda la entropía del mundo, que por un engañoso instante había pensado erradicada.  Y con ella un extraño placer concupiscente que rellenaba los recovecos de mi interior, vacíos y anhelantes.

La habitación se pegaba a mí, como una segunda piel y en el sofoco de esa claustrofobia, la mano agarró con fuerza el picaporte, empleando más agresividad de la que deseaba transmitir. Los gemidos enardecian  aquello que me había empeñado en ocultar por cierto tiempo y el despertar de eso que ocultamos, agregaba una precipitación, que ansiosa, luchaba contra las barreras de lo físico y lo metafísico. Todas mis extremidades se henchían en un acumulo de humores lúbricos y nada se escapaba a ese efecto que reclamaba su alivio.

- ¡Déjame salir !- vociferaba enervado

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25/05/2024, 14:31
Laura von Galler

El golpeteo de la lluvia. Esas gotas que caían a plomo sobre mis hombros, como si no hubiese un techo de cristal cobijándome, y me iban hundiendo un poquito más con cada una de ellas que golpeteaba sobre nosotras. Y aun así, a pesar de la culpabilidad que se me anclaba en los tobillos, a pesar de la desazón que se revolvía en mi pecho al ver las lágrimas en el rostro de mi amiga… a pesar de todo eso, la encontré hermosa cuando se me mostró, con la lluvia derramándose por sus mejillas, como si no hubiese un techo de cristal cobijándola.

La vi, tan hermosa como horrible me veía a mí misma. Nos vi. Ella, una fuerza de la naturaleza contenida en unos ojos abismales. Yo, un pequeño cachorro manoteando en el aire, haciendo daño sin querer. Y a pesar de cuánto me odié en ese momento por sentirlo, el latido me pulsó en el cuello, me pulsó en el vientre, se deslizó, cosquilleante entre mis muslos; y anhelé más de sus labios, más de su pierna apretándome, más de sus dedos en mi boca y en mi sexo. La deseaba con la misma fuerza con la que odiaba hacerlo, con la que me culpaba por esos sentimientos de lujuria, pecado y oscuridad.

Tragué saliva, angustiada todavía por conseguir su perdón, y al escuchar su revelación, me latieron las sienes con los ecos del trueno que aún sacudía el mundo.

—Pero ahora la tienes… me tienes a mí. Perdóname si te he hecho algo malo, Carmilla, por favor. Lo siento tanto. He sido mala, pero perdóname. Deja que siga siendo tu amiga. Por favor.

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26/05/2024, 16:31
Katherina von Galler

El silencio parecía vibrar con una sensación casi eléctrica en el aire; era un zumbido silencioso, vibrante, que flotaba entre vosotros dos. Pero sabías que procedía de ella, de su cuerpo palpitante. Una de sus manos se alzó muy despacio en tu dirección, como ofreciéndose e invitándote a acercarte hacia el escritorio.

—Tengo algo para ti. ¿No quieres venir a tomarlo?

Ya no estabas seguro de si las palabras salían de ese rostro emborronado que no eras capaz de distinguir o si salían cálidas y susurrantes desde la palpitación roja de su vello púbico, como si más que palabras fueran latidos que salieran desde allí hacia ti.

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26/05/2024, 17:07
Narración

La puerta vibró en tu mano mientras agitabas el picaporte en tu desesperación por salir de aquella claustrofobia. Tu grito se entremezclaba con las múltiples sensaciones lúbricas que flotaban en el aire, por boca de quien no podía ser otra que Mina, y se te pegaban en la piel.

La única respuesta a tu grito, como si fuera la respuesta a una plegaria, fue la del viento que seguía agitando la ventana, señalándote la única escapatoria posible. Las paredes, entretanto, parecían haberse estrechado sobre ti, como si tu sensación de claustrofobia se estuviera agigantando al mismo ritmo que la habitación se empequeñecía. En ese momento, la ventana parecía una boca de salvación: la misma boca que profería gemidos de placer un piso más abajo, por lo que podías intuir.

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26/05/2024, 22:57
Carmilla

Siguió mirándote a través de la lluvia de sus ojos, mientras sus hombros seguían moviéndose, ahora algo más pausadamente. Tus palabras parecieron suavizar el temblor de sus labios, entreabiertos y palpitantes con esa mezcla de oscuridades que brillaban bajo la grisazulada y oscura luz de la tormenta.

Sollozó un par de veces más aún y luego se giró completamente hacia ti, sus manos delante de su pecho con las palmas hacia arriba, manchadas en sangre, sexo y lágrimas.

—Tú… eres mi única amiga. Lo supe… —se entrecortaba al hablar entre ligeros sollozos— desde que te vi… en mi sueño. Éramos la una… para la otra. ¡Sé que lo somos! ¡Y nadie más lo será!

Sus manos se alzaron hasta tus mejillas, una a cada lado, y levantó la barbilla para mirarte mientras sostenía tu rostro pintado. Al hacer eso, te pareció que se agrandaba de pronto, que se hacía de nuevo otra vez un poco diosa delante de ti; una diosa frágil entre ríos de lágrimas en sus mejillas, pero con labios que palpitaban hambrientos delante de ti.

—Sí has sido mala, Laura von Galler —dijo con un tono de voz mucho más oscuro y primitivo, que podía surcar el tiempo, la lluvia y tu cuerpo con todo un manto de oscuridad que velaba misteriosas profundidades—. Has sido muy mala. ¿No te ha gustado ser mala? —preguntó arrastrando suavemente las sílabas, dejando que su voz escapara despacio por entre los labios palpitantes.

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29/05/2024, 12:10
Richard von Galler

«¿Dónde está mi corazón?»

Esas palabras resonaron en mi mente mientras observaba ese cuerpo, ese pálpito, ese vello, ese rostro emborronado. La miré durante largos segundos, segundos que quizá eran eternos o tan efímeros como una respiración, contenida o no. Extendí mis manos frente a mí y las miré, agachando la cabeza levemente.

Cerré los puños. La miré de nuevo.

—Tú no tienes nada para mí. No estás. Ya no —le dije, aunque no tengo claro si esas palabras salían de mi mente o de algún otro lugar.

Rodeé el escritorio por el lado en el que ella no estaba, acercándome a la silla con la intención de sentarme y mirar la pantalla del portátil.

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29/05/2024, 23:57
Katherina von Galler

Mientras rodeabas el escritorio, te diste cuenta de que el escritorio se movía con tus pasos. O, más bien, era como si dieras pasos en el aire, sin poder avanzar, a pesar de que tus pies parecían apoyarse con normalidad en el suelo como si lo hicieras. Tus intentos para llegar a ver la pantalla, entonces, fueron vanos. Si lo hubiera sido, de todas formas, parecía que Katherina no salía de frente a esa pantalla y la azulada luz de esta iluminaba su pálido cuerpo.

—Richard. Claro que estoy. Mírame.

Entonces, notaste que su colorado vello púbico se empezaba a poner más y más rojo cada vez y que empezaba a subir lentamente por su vientre, como si fuera una roja enredadera. Llegó así hasta su pecho y, al hacerlo, te diste cuenta de que, en realidad, ese vello no era vello, sino una extraña grieta rojiza. Su cuerpo se estaba abriendo desde dentro, desde su vagina hasta su pecho.

—Tengo algo para ti. Ven a por ello.

Entonces, su otra mano se movió hacia esa pequeña grieta rojiza y metió los dedos en ella para tirar de uno de los costados.

—Ven, ayúdame.

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01/06/2024, 22:53
Lycius von Galler

Empezaba a no tener ninguna gracia esta ansia que estaba jugando con mi mente. La puerta se resistía ante mi mano y la sensación de vivir en el quemador de basura de al estrella de la muerte, no era para nada agradable ni aconsejable en alguien en mi estado, tan susceptible de salir explotando como una botella de nitroglicerina.

Las palpitaciones que hacían vibrar la estancia, se trasladaban hasta mi mano a través del picaporte y la idea de no poder salir, me hizo propinarle patadas a la puerta, como si lo hiciera a alguien en la rabadilla.

Me obsesioné como un adolescente lo hacía con algo hasta el punto de la fijación.  Y eso era la puerta, el deseo de salir y la locura que me parecía, hacerlo por la ventana, por mucho que todas mis vísceras me impulsasen a arrojarme por ella.

- ¡Sacadme de aqui! - gritaba para hacer callar la voz de Mina escabulléndose por mis resquicios - ¡Señora P.! ¡Ayuda!

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02/06/2024, 13:38
Richard von Galler

Suspiré. No podía moverme, estaba a merced de lo que fuera que estuviera sucediéndome. Mi parte racional quería pensar que todo era una alucinación y que sólo tenía que esforzarme por querer salir de ella mientras que todo el resto de mi ser me decía que lo que estaba viviendo era real. Ya no sabía qué era real y qué no. No sabía cómo diferenciarlo, no sabía qué estaba pasando. 

No podía ser real porque ella estaba muerta, pero había recopilado tantas cosas, leído tanto, sufrido tanto que, quizá, o bien estaba demasiado abierto a sugestión o había empezado a ver más allá de lo que creía que eran los límites de la realidad.

No tenía forma de salir de ahí. Podía intentar empujarla, pero no creí que mis manos fueran a ser capaces de apartarla de mí. No podía alejarme, ella siempre estaba frente a mí. Pensé en la cabeza y en lo que había visto y no visto en la enfermería y me imaginé que esto podía ser algo similar, quizá lo mismo... pero tenía la sensación de que no, de que esto era algo más.

De que esto era algo mío.

Algo que iba a terminar de romperme en mil pedazos los cuales, probablemente, jamás volverían a unirse porque las piezas dejarían de encajar entre ellas.

Suspiré. Me acerqué mi mano izquierda a su rostro y la posé sobre su mejilla, no tan resignado como completamente perdido en mi propia tristeza.

A ver con qué me sorprendes esta vez —le dije, repitiéndole las mismas palabras que le dije cuando me dijo que tenía algo que enseñarme, una sorpresa, tiempo antes de casarnos, mientras notaba como un par de lágrimas comenzaban a recorrer mi rostro.

Fue antes siquiera de que supiera que el Schloss existía, poco después de que le pidiera su mano. Ella compró un par de billetes para viajar hasta aquí diciendo que era tenía una sorpresa para mí, que tenía que enseñarme algo.

Acerco mis labios para besarla mientras, con la mano derecha, temblando, hago lo que me pide y la ayudo a abrir esa grieta que la recorre de abajo arriba.