Antes, a la entrada del siglo XX, la ciencia (newtoniana, determinista y lineal) era aceptada como el único modo legítimo de responder a la cuestión señalada. autonomizada primero de la teología y luego de la filosofía y de las humanidades, con lo que se introdujo la nefasta división del conocimiento en lo que se ha dado en llamar las dos culturas, división que ha dominado la estructura del conocimiento en las dos últimas centurias. De aquí surgió la dicotomía entre ciencia y filosofía/humanidades. La primera se consideraba como nomotética, y la segunda como idiográfica y hermeneutica.
El modelo de las “dos culturas” está siendo cuestionado muy profundamente en nuestros tiempos en virtud de un movimiento de pinza no planeado, que se ha manifestado en el transcurso de las dos últimas décadas.
Por un lado surgen en el campo de las ciencias naturales (y matemáticas) las llamadas ciencias de la complejidad, cuyo impacto ha comenzado a sentirse desde la década de los setentas. Sus cultores cuestionan el modelo fundamental de la ciencia moderna ( baconiana / cartesiana / newtoniana), que es determinista, reduccionista y lineal. El nuevo grupo argumenta que el viejo modelo, lejos de describir la totalidad de los fenómenos naturales, sólo describe casos muy limitados y especiales. De este modo los científicos de la complejidad invierten casi todas las premisas del mecanicismo newtoniano, insistiendo sobre “la flecha del tiempo” y “el fin de las certezas”.
Por otro lado aparecen los estudios culturales, un movimiento que ha surgido en el ámbito de las humanidades (filosofía, estudios literarios) y que critica el punto de vista dominante en su propio campo como, por ejemplo, el de que existen cánones estéticos que reflejan juicios universalmente válidos sobre el mundo de los artefactos culturales. Según los nuevos estudiosos, los juicios estéticos son particularistas y no universales. Además, están socialmente condicionados y en evolución permanente. Por último, reflejan posiciones sociales y conflictos de poder. Lo que ocurre, entonces, es que se relativiza el estudio de la “cultura”. Este movimiento coincide con demandas de los grupos minoritarios dominados para ser reconocidos dentro del sistema universitario como objetos y sujetos de estudio (mujeres, innumerables grupos de clase, raciales, étnicos y sexuales oprimidos y definidos como minorías).
El grupo de los “estudios culturales” se ha vuelto cada vez más importante en las facultades de humanidades, las ciencias sociales han sido afectadas por ambos movimientos tendientes a cambiar las estructuras del conocimiento de un modelo centrífugo a otro centrípeto. De 1850 a 1970 el sistema universitario mundial ha separado las facultades de ciencias naturales de las de humanidades que se movían en direcciones opuestas. Las ciencias sociales se situaban más o menos en el medio, y eran jaladas por ambas fuerzas. Hoy día los científicos de la complejidad hablan un lenguaje cercano al de las ciencias sociales y los partidarios de los estudios culturales hacen lo mismo (v.g., afirman que los valores y juicios están socialmente condicionados). El modelo del conocimiento se vuelve centrípeto en el sentido de que los dos extremos se mueven hacia el punto intermedio ocupado por las ciencias sociales.