Mientras que los ojos como de arrepentimiento de Laureano posábanse en los malogrados, Fadrique registraba los cuerpos, et que en ninguno d'ellos moneda halló (bien porque no tuvieran, como escolta que eran de los dos escoltados, bien porque otros de los de Unai y Juan Luis también rebuscaban...).
El de Fonseca escuchó el comentario de Dámaso, cuyo soldado al que hablaba también negó en eso de que ya quedara algo de provecho de los asaltados. Uloxio hacía también lo propio, pero la amarga realidad era que habían matado a unos hombres tal que por que sí, por algúna razón de saqueo urgente. ¿Es que acaso el arzobispo permitía tales cosas? Con eso de que no andábase en su hacienda por el momento, Juan Luis hacía y deshacía sin cesar... Et que teniendo Fadrique en mente darle acero al tipejo aquel et huir, que finalmente acudieron a la casa Carrillo por donde habían venido, transcurridos tiempo y marcha.
Las puertas de la hacienda se abrieron.
Escena cerrada.