Damian no entendía nada y no se atrevía a intervenir. Cuando sintió el tirón de Leonore y vio el gesto de su rostro entendió que ella estaba en la misma situación que él. Dio unos pasos hacia atrás y se colocó a su altura.
No sabía si huir o qué demonios podían hacer. No quería estar ahí y no quería ser testigo de todo aquello. Se limitó a agarrar la mano de Leonore y observar la escena incrédulo.
Los esfuerzos de Hardestadt fueron en vano. El caos fue demasiado. La tormenta espiritual desatada obligó a los vampiros a cubrirse como les era posible. Algunos de los Conspiradores habían caído bajo los colmillos y espadas de los Fundadores, y los que lograron escapar fueron inteligentes. Los demás pudieron observar cómo Augustus consumía a su sire a pesar del ardor de su vitae. Envueltos en un abrazo endemoniado, el vampiro de menor edad absorbió el alma y la esencia de su padre. Borracho, con la boca, los ojos y los oídos llenos de luz, Augustus se tambaleó mientras el cuerpo de Cappadocius se disolvía en el aire.
-¡Claudius! ¡Su alma! ¡Atrápala con la paloma!
De pronto, uno de los monjes envueltos en capas se interpuso entre la tormenta, los Claudius y Augustus. Se mordió la mano y dejó caer unas gotas de densa vitae sobre la paloma muerta en el suelo. Era Marianna, la mujer que había sobrevivido al banquete. Miró a Leonore y a Damian antes de volverse y escapar.
Una chispa de luz flotó hacia el cadáver del animal, que volvió a la vida y se alejó aleteando entre los vientos. Claudius, desesperado, intentó detenerla, pero el ave era más rápida y pequeña y se le escapó entre los dedos.
-¡Vuelve! -gritó, en vano.
Augustus, por su parte, también desapareció. Los cielos se abrieron y empezó a caer una densa cortina de lluvia. La tormenta había terminado.
Leonore echó un vistazo alrededor tras salir de su asombro respecto a lo que había hecho Mariana. Los de Hardestadt habían ganado, o al menos eran mayoría frente a los otros. ¿Creería su torturador que les habían ocultado información? No, ¿por qué iban a hacerlo? En ese caso podían haber huido con los otros.
-¿Esperamos? -preguntó temblorosa.
Damian estaba tan confundido como Leonore, no sabía muy bien qué estaba pasando ni qué bando era el que llevaba ventaja. Parecía que la huida de la paloma podría ser un golpe a favor del bando de Hardestadt, pero no tenía ni idea de qué podía significar todo aquello.
- No lo se... - Contestó igual de confuso que ella.
Algunos de los Conspiradores huían, pero Wenceslas estaba prisionero bajo el peso de Rafael de Corazón. Claudius Giovanni había sido subyugado por el propio Hardestadt, que rabiaba gritando "¡Diablerie! ¡Debería arrancarte las tripas aquí mismo". Los monjes lloraban. Los vampiros y los humanos se curaban las heridas y los prisioneros eran arrastrados... mientras que Mariana se escabullía intentando escapar de allí sin llamar la atención.
Leonore volvió a tirar de la manga de Damian y señaló a la peliroja.
-Mira... Vamos tras ella -dijo.
Damian miró a su compañera y luego en la dirección que le había indicado y vio a la chica. No era mala idea, si los de Hardestadt la querían podrían capturarla y ganarse algún favor, si no, quizá podrían huir y salir de toda aquella locura.
Asintió con la cabeza y dijo - Vamos.
La alcanzaron en la entrada del claustro. Aquí no se oían voces de rezos: los monjes estaban fuera llorando por la pérdida de Japheth y Cappadocius. Marianna se encogió al verlos, pero fue sólo un instante. Los miró con seriedad y fiereza, como si quisiera averiguar a qué poder servían. Se llevó la mano a la garganta y negó con la cabeza. Juntó las manos en señal de oración.
Leonore la miró dubitativa. Avanzó unos pasos.
-No vamos a haceros daño, Marianna.
Damian se quedó atrás, dejando que Leonore se encargase de tratar con la muchacha mientras él se aseguraba de que no les seguían.
- Vamos, no podemos quedarnos aquí. - Dijo para meterle prisa a Leonore.
Marianna los llevó hasta el monasterio y buscó pergamino y pluma para escribir.
He realizado un voto de silencio. No puedo hablar. Tengo que irme pronto, pero decidme qué queréis.
-No entendemos nada de lo que ha pasado -se apresuró a decir Leonore. Y, ¿qué demonios hacía ella con los monjes?-. ¿A dónde vas a ir? Hardestart te encontrará. Eres la chiquilla de Giovanni, después de todo.
Cappadocius sabía lo que iba a pasar, pero se dejó hacer. Su alma ha huido y está a salvo. Yo me encargué de sangrar en la paloma, sangre de su sangre, para que pudiese escapar. Todo tiene que ver con el sacrificio que quería hacer para alcanzar la divinidad. No comprendo mucho más allá, pero investigaré. Y destruiré a mi creador aunque sea lo último que haga.
No temo a Hardestadt. Sólo os pido que me dejéis marchar. Os he ayudado y esto es lo que pido a cambio. No os molestaré de nuevo.
Leonore se aseguró de que no hubiese nadie en los alrededores a excepción de Damian. Le pasó el papel para que lo leyese.
-Nosotros tampoco apreciamos a nuestros creadores. Ni a Hardestart, aunque... preferimos a este último -Miró brevemente a su compañero.
Damian asintió con la cabeza cuando Leonore le miró.
- Si quieres acabar con ese bastardo no vamos a ponernos en tu camino. Si nos volvemos a cruzar quizá podríamos ayudarnos mutuamente. Ahora más vale que desaparezcas.- Dijo haciendo un gesto con la cabeza para que se marchara.
Marianna asintió y se marchó de allí sin dudarlo un instante.
Una vez vio alejarse a Marianna, Leonore se volvió hacia el guerrero con preocupación. Se les escapaban muchas cosas de todo aquel asunto, pero no estaba segura de que realmente le interesasen.
-Volvamos con Hardestart... Por favor.
Él asintió, y juntos regresaron.