El Director mostraba, como era habitual, un semblante carente de expresiones que denotaran emoción humana. Muchos de los miembros de esa mesa sabían, de hecho, que no era humano. Era algo más que un humano. Algo más que un mortal. Algo que estaba más allá del tiempo y del espacio. Algo basto, infinito, y frio en su maldad, poseedor de una astucia de alguien que había vivido durante eones, y todavía lo haría durante muchos más. Solo unos pocos se atrevían a susurrar su nombre verdadero, y aquellos eran los hijos del caos. Sus discípulos. Todos los hombres y mujeres de aquella mesa, formaban parte del culto. De una manera inquebrantable, de una manera que estaba más allá de la lealtad. Fanáticos, podría llamárseles. Pero un fanático adoraba un ideal falso. Ellos adoraban a un dios viviente.
-Los acontecimientos avanzan según lo previsto, y el fin se acerca. Señorita Huangzou, ¿Como van las operaciones encubiertas en Leng?
La ejecutiva asiática sonrió un momento, con confianza.
-Estamos cerca de descubrir la localización exacta de Hastur. No sospecha que vamos a traicionarle, señor. El ritual de expulsión sigue su curso en nuestra base de la Antártida.
El Director asintió, complacido. Era un competidor menos, si lograban terminar con él. Un problema del que ya deberían preocuparse. En realidad, Hastur y él nunca se habían llevado del todo bien. El caos debía ser creativo, y no simplemente destructivo. La humanidad era mucho más útil esclava que muerta. Y eso era algo que hasta los mi-go sabían.
-Llevo días pensando en el contratiempo de las razas mortales -confesó, o hizo público- Afortunadamente los humanos y los mi-go jamás se aliarán. Se odian demasiado. Los mi-go desean este planeta, y combatirán a los primigenios y los dioses para que no obtengan esta joya de nuevo, e inicien un nuevo periodo de dominio de millones de años.
Parpadeó, despacio.
-Subdirector Coetzee, ¿Como evoluciona el asunto de Simon Yi?
El duro subdirector tragó saliva, apenas de modo perceptible. A pesar de que era un dhohanoide, y uno de los más poderosos, sabía lo que sucedía si alguien fallaba al director. Lo sabía demasiado bien. Por eso, descargó su conciencia con una conexión en directo, eludiendo parte de la responsabilidad del fracaso.
-Nuestro jefe de zona en Chicago desea informarle de ello.
La pantalla mostró a un nazzadi de mediana edad, que estaba visiblemente nervioso al ver aparecer en la pantalla al Director en persona.
-Señor, debo informarle que el operativo ha obtenido un éxito a medias. Tenemos una copia digital de los archivos de Yi, pero los hijos de la madre tierra actuaron sin nuestro permiso. Creemos que Weisskopft mató a Yi antes de tiempo, sin obtener la clave para su ordenador. Sus archivos tienen una encriptación muy compleja.
El subdirector hizo un inciso.
-¿Averiguaron como conseguir el código?
El nazzadi estaba sudando. Sabía que aquellas podían ser sus últimas palabras.
-Si señor. Es una melodía musical, en una frecuencia muy particular. Creemos que puede ser una canción que conocía la nieta de Yi, y fuimos a secuestrarla...
Hubo una pausa.
-Enviamos un equipo de asalto completo, y a un dhohanoide. Pero al parecer la policía estaba detrás de la nieta de Yi. Aparecieron unos parapsiquícos, agentes del Servicio Especial. Mataron a nuestros operativos, incluido al agente dhohanoide, y capturaron al resto. Tienen bajo custodia a la nieta de Yi.
El sudafricano, o más bien, la criatura que controlaba sus acciones, miró significativamente al Director.
El fracaso. Diez hombres para secuestrar a una niña, y no habían sido capaces de hacerlo. La palabra parapsíquico bailó en su mente imperecedera, y comprendió la magnitud de la amenaza. Ahora no solo la Sociedad Arcana se oponía a sus planes. Reparó al cabo de un momento en el agente al mando en Chicago, que sudaba temblando, y pedía disculpas. Sonrió un momento, como si se hiciera cargo de su sufrimiento. Los presentes le miraron, y sintieron un inusual vértigo fruto del miedo. El Director había mostrado emociones, o simulado tenerlas.
-Está usted despedido.
Con el siguiente parpadeo, el nazzadi se desintegró de forma dolorosa, como si un ácido corrosivo le quemara la piel. Murió en cuestión de cinco segundos, entre horribles gritos de agonía. Los presentes se mantuvieron en un largo y tenso silencio.
-Subdirector Coetzee. Le hago a usted y a la T-99 al completo responsables de encontrar y matar a esos agentes del Servicio Especial. Encuentre esos archivos, y la clave. Y si no puede obtenerla, destrúyalos de la forma más contundente posible. Los humanos no deben obtener esa tecnología.
Clavó sus ojos en los de él.
-Utilice cuantos agentes considere necesarios. Meta en cintura a Weisskopft y use a los parapsíquicos de su división, y a todos los dhohanoides que juzgue necesarios. Esta es una misión prioritaria para el consejo supremo de los Hijos del Caos. Es una misión prioritaria para mi -sonrió de nuevo- Es una misión prioritaria para la guerra.
Aquellas órdenes le hicieron mirarle con incredulidad. El miedo a fallarle era mayor, en ese momento, que el miedo a que le desintegrara.
-Señor, debo recordarle... -hizo una pausa- Que nos resulta muy difícil infiltrar agentes de la T-99 en Chicago por las acciones de la Sociedad Arcana y sus amigos del FSB. Ese equipo de Chicago, era el resultado de los esfuerzos conjuntos de mi división durante diez años. Infiltrar a tantos agentes... El NGT no les dejaría ni atracar en puerto.
Temió que con el siguiente parpadeo él dejara de existir. Para siempre, y en todos los universos y planos de la creación misma.
El hombre de piel morena y barba blanca le sostuvo la mirada, y pudo ver en sus ojos un destello de su verdadera naturaleza. Todos los presentes asumieron que la carrera de Coetzee iba a tener un abrupto y rápido fin, pero se vieron sorprendidos por las acciones de su maestro. De una manera que nunca podrían haber imaginado.
-Le comprendo, subdirector.
Caminó unos pasos, de nuevo hasta su ventana predilecta en la Espira. Una ventana tan impenetrable como aquel edificio. Abajo, la policía detenía a los últimos manifestantes.
-Vendrán conmigo, en calidad de escolta. Una embajada.
La cúpula del consejo de los Hijos del Caos miró en su dirección como si no dieran crédito.
-Hace veinte años que no visito Chicago. Y creo que ha llegado el momento.
Entonces, supieron que el fin de la guerra, y el fin de todas las cosas, estaba cercano. La victoria, la derrota o la destrucción estaban en juego. Había llegado el momento, su momento. El punto de no retorno.
Time to shit on your pants.