El padre se pasaba de listo a veces, o quizás fuese porque creía que yo era capaz de todo y más fuerte de lo que en realidad me sentía.
-Padre, a veces es usted un verdadero dolor de muelas. Iremos. Aunque será mejor que no nos encontremos con nadie porque dudo mucho que nos crean más que a usted.
Miré entonces a Ammelie y le hice una señal con la cabeza para que viniese conmigo.
Sonrió ante tu comentario.
- Niñas, dormid. Atenuaré estoy y mañana.... traer lo que hemos comentado. Y apuró de un trago su infusión, tras lo cual empezó a buscar en su mochila-bandolera.
Primero ir, después dormir... aquel hombre parecía no ser capaz de decirse entre una cosa u otra. Esperaba que al menos tuviese claro el bando que había escogido y no cambiase de caballo a mitad de carrera.
Por lo pronto, yo necesitaba descanso, así que eso era lo que iba a hacer. También necesitaba lavarme, pero podía esperar hasta la mañana siguiente. Así que directamente, me dirigí hacia el cuartillo y la pequeña cama que habían dispuesto para mí. En esos momentos, me parecía el mejor lugar del mundo.
Homburg 05:49 de 22 de Junio de 1940. 24ºC. Noche pegajosa y nublada. Son viento. En la Sacristía con la Monja-Doctora.
Esa noche habías sudado como una puerca. No bajaba la temperatura y encima la humedad crecía por momentos. Esperabas que lloviese o algo, para que fuera como fuese, pudieses estar mejor, ya que al viento ni había ni se le esperaba, y te despiertan unos extraños golpes, que te hacen levantar muy rápido y salir corriendo, esperando ver a los alemanes. Venían de la cripta, que estaba cerrada la puerta de reja por dentro. Los golpes continuaban.
- ¿Estaba un carnicero cortando algo?
Los golpes me sonaban como si alguien estuviese cortando algo, lo que me hizo pensar automáticamente en los cuerpos de los alemanes. Después de todo, la mejor manera de deshacerse de los cuerpos era hacerlos trocitos, en incluso en mi mente se formó la posibilidad de hacer salchichas para los propios nazis. No sería eso algo así como "justicia divina". Sonreí con aquel pensamiento, antes de sentir un escalofrío.
De todas maneras, aquellas horas intempestivas no eran normales para hacer cosas normales, por lo que me acerqué a la cripta e intenté abrir la puerta para entrar. Al ver que no podía, llamé en voz baja.
-Padre, ¿es usted?
Oiste como reir levemente, y luego su voz contestó: - No, soy el Cerbero, que han abierto las puertas del Infierno, y me están echando los huesos de la cena.
El padre era inusualmente despreocupado con todo aquello. En verdad si me hubiesen dicho que era alguien disfrazado, me lo habría creído, porque no se preocupaba más que por hacer las coas bien y por protegernos, pero todo cuanto se veía obligado a hacer parecía no importarle demasiado.
Era todo... extraño.
-¿N-necesita ayuda? -le pregunté, aun a sabiendas de que quizás yo no podría hacer lo que él.
Contestó como si en su voz se vislumbrase que estaba haciendo fuerza: - No ... no. Pero traerme a medio día lo que os pedí. Sabías lo que estaba haciendo, pero cualquiera lo pudiera haber confundido con que estaba haciendo fuerza "en el aseo" o que estaba cargando capazos de piedras.
Tus responsabilidades te llamaban, y ahora, este asunto quedaba un poco a "desmano", pero, si los "boches" lo descubrían, sería un problema para muchos en el pueblo, incluida Ammelie y tú misma.