Tras dejar de lado por un momento la manifestación de su cólera para ayudar al almogávar a bajar al hombre malherido, poca esperanza había, pues por su agonizante estado, detentaba que ya poco tiempo de vida le quedaba. Reposó en el suelo durante los últimos segundos repitiendo el nombre de su amor, mientras Baldomero lo miraba con desánimo, mientras suspiraba. Pese a la impávida personalidad del bandido, este no podía evitar pensar en la posibilidad de haberlo salvado, de no haber sido por su dudosa puntería con la ballesta.
Los aldeanos de Yepes venían, con antorchas, y señalándoles con el dedo. Baldomero, lejos de sentirse intimidado, puso mano en su hacha, por si las intenciones de la muchedumbre no eran santas.
- ¡El prior, el almogávar y yo, hemos hecho lo que ha estado en nuestra mano para servir a Yepes! – gritó para mitigar cualquier posible tergiversación. - Niño, no has hecho bien en traer a la aldea entera. El lugar es peligroso. - concluyó dirigiéndose al joven Pere.
Pese a cualquier contrariedad, el corpulento bandido se antepuso a sus compañeros haciendo frente a todo Yepes, por si estos decidían huir, o esperar a que todo aconteciese, al fin y al cabo, en un grato desenlace.
Me quedo para salvar las espaldas a Severino y Gonzalo si deciden tomar iniciativa en huir.
A buenas horas, mangas verdes - susurró Gonzalo para si y los dos que le acompañaban.
Luego de meditarlo unos segundos el prior decidió quedarse allí donde estaba, pues la voz del joven Pere no parecía la de quien persigue presa, si no mas bien de quien busca desaparecido.
-Aquí estamos joven Pere, si bien como dice Baldomero, no son estas noches momentos de traer a todo esta gente por terreno tan complicado, que nosotros bien lo hacemos en misión encomendada por el Abad de Toledo, al as órdenes de Dios.
Hizo una pausa y esperó a que el pueblo de Yepes se fuese acercando.
-Vive Dios que hemos dado con la causa de las desapariciones, y ha de requerir de santo remedio, pues el maligno en persona -se santiguó al decir esto- es el causante de vuestras desgracias, mediante uno de sus siervos.
Dicho lo cual Gonzalo rezó para sus adentros, por que la intención de la turba estuviera para con Dios, y no para con el maligno, pues visto era que alguno hacíale ofrendas.
Yo me quedo, esperando la reacción de los habitantes de Yepes, que ahora ya poco mas dista entre quedarse y huir.
¡¡Don Gonzalo!! -Pere corrió hacia vosotros, mientras el pueblo casi entero de Yepes lo hacía también, enseguida se detuvieron ante vosotros. Estése tranquilo; No podía dejar que os quedárais ahí. Avisé al párroco cuando, al caer la noche, comprobé que no volvísteis al pueblo.
Y bien que hizo el joven -añadió el cura Alfón, saliendo entre la multitud con una antorcha en la mano-. En cuanto supimos que os habíais adentrado allí, no lo dudé, movilicé a todo el pueblo.
Y aquí estamos, señores -dijo entonces otro, que no era ni más ni menos que Andrés, el posadero-. Entonces se acercó a Severino y a Baldomero, y les tendió a cada uno una bota llena de vino.
Entonces las dudas sobre las intenciones del gigante Baldomero se aclararon, sabiendo que todos habían venido a ayudar. De entre la multitud también salieron dos figuras: los padres de Maribel.
Y mi hija... ¡mi hija! -gritó la madre-, ¿¡Dónde está!?
Entonces hubísteis de tranquilizar al personal. Mientras el padre Alfón Torrero ordenó a los habitantes de Yepes que quemaran aquel alto y lúgubre árbol que por no tener, no tenía ni ni hojas ni nieve, relatásteis la historia de Miguel (de la búsqueda en el molino, y del encuentro de los cuerpos allí mismo, así como el encuentro del propio Miguel muerto). Eso sí, de momento no mencionásteis nada de aquel maligno búho, más allá de que Gonzalo sólo advirtiera que el Mal casi en persona se había personado (pero sin dar más detalle de ello).
El caso es que el árbol ardió durante diez minutos, y en tanto que unos cuantos trataban de calmar a los padres de Maribel, otros tantos tomaron el cuerpo de Miguel, para llevárselo a Yepes. Y tal que así, que todos decidísteis volver a la pequeña población, descansar, y, tal vez, al día siguiente volver para atar todos los cabos (como el desentierro de las dos mujeres que había en el molino). Y así fue como el pueblo de Yepes había obrado, buscandoos en la dehesa. Y de camino hasta allí, que contásteis lo que vuestros pensamientos hubieron podido deducir de todas las piezas desarmadas del rompecabezas: que Miguel había sido el causante de las muertes y las desapariciones. Eso sí, de los niños no había rastro alguno.
De lo que os pudieron contar de los secretos de aquel bosque de encinas, que antaño, y que ya no se practicaba, era entregar a la criatura que vivía en el bosque ofrendas de comida y otros enseres. Pero que aquello no eran más que historias, pese a que muchos lo tomaran por válido. Lo que no sabía ningún habitante de Yepes era que habíais conocido a aquella criatura, y que de momento la habíais expulsado. Para siempre o tal vez para una larga temporada.
Escena cerrada. Concluimos con el breve epílogo en la última escena.
No posaba su vista en el horizonte por gusto ni tiempo que perder tenía, que a quien Dios ilumina siempre sabe lo que se hace y que el Gonzalo habíalo demostrado con creces. A razón de la suya sagacidad y buen juicio, advirtió de la llegada de un gentío - En las'uyas buenas manos, prior. Mir'estos dedos rollizos de'smenuzar a fachazos y cargar sacos, que como le trate las'eridas se las'abro fijo - mientras ni corto ni perozoso rasgábase las ropas y que al Miguel más le convenía vendarse aquellas heridas. El relato se tornó perverso, que raro era un rato todo lo sucedido - Para el mío favor qu'est'ahora parece un santo porque'stá destrozado y aquí n'aparecen niños por ningún lado. ¡Jodó!, ¿cree que son en to'l pueblo adoradores del mal pues? - y más la repentina llegada de toda la aldea, que de la muerte del campesino de larga melena vióse acompada. Las palabras de quien ahora le guiaba hicieron mella en el suyo valor, que ya de sí habíasele dado en carga contra la inmensa criatura alada - No puede ser. Con lo bueno qu'esta el vino, las corderas tan escoscas qu'abía y lo amable qu'es el Andrés y el pastorcillo ... ¿qu'ago Señor?, ahora iba a'nderezar la mía vida - y más parecía que ayudar traíale desgracias, que nada mal estaba entre saqueos y batallas.
Dudar era bueno, pero no quedarse uno quieto y que inspirado por el inesperado gesto del impasible bandido - Baldo, maño, me vas'acer que me de llorera ... ¡si a'tí no t'importa nada!, ahivadeahí, me se van'escuchar - supo el camino que debía tomar. Si el suyo perdón quería, volver a la vida pasada no podía y bien o mal, que intuyó que lo correcto hacía.
Aferrado al mango de su hacha, carraspeó dispuesto a hacerse oír como buen Aragonés que era - ¡Yeeeeeeeepes, quit'ahiiiií!, s'os vais a'scorromoñar alcuerzando por el campo tan tarde qu'est'apunto chipiar. Femos'echo todo lo qu'emos podido por las mozas y los zagales, ¿qu'acéis aquí? ... ¡quieeeeetooooos, ala maños! - y que el buen vozarrón daba distancia, que lo mismo no se le entendía, no fuesen a tener que echar a correr demasiado tarde.
Severino se queda, a ver que responden y luego ya veremos.