Esa noche, al llegar a Yepes, el posadero Andrés dió buena cuenta de su hospitalidad, y en tanto que os ofreció el cobijo para pernoctar, también os sacó de comer chacina, queso y unas sopas. La taberna estaba abarrotada de vecinos, deseosos de volver a escuchar vuestra versión. Vosotros volvísteis a contar lo sucedido, evitando nombrar el pasaje del búho volador de aspecto humano. Para el prior, aunque no tenía todos los cabos atados, el mal fue hecho por el mismo Miguel, y éste estaba ahora muerto. Eso sí: el pueblo de Yepes había de encontrar ahora a los dos hijos de éste, que no se sabía si andaban desaparecidos o tan sólo perdidos... Tras charlar con el párroco, éste añadió que, mientras íban en vuestra búsqueda por la dehesa, vieron un gran relámpago de luz unos instantes, y luego se apagó (aquello fue el ritual que confrontó a la criatura, pero tampoco era adecuado dar detalles del mismo). Poco a poco los habitantes se fueron marchando a sus casas, sabiendo que ni el demonio ni los lobos habían causado las desapariciones. Eso sí: al día siguiente habrían de ir al molino y desenterrar a las malogradas vecinas de Yepes...
Esa noche apenas pudísteis pegar ojo, pensando en aquel ser que se os escapó por poco, y que Baldomero casi da cuenta final en el último lanzamiento de virote.
* * *
A la mañana siguiente, el padre Alfón Torrero se encontraba en la taberna haciendo grupos para una partida de búsqueda. Eran las ocho de la mañana más o menos. Cuando bajásteis a desayunar tras vestiros, vísteis aquella movilización. De momento, teniendo cierto culpable de peso pese a no encontrar a los niños, vuestro trabajo en Yepes había concluido.
Seréis bienvenidos cuando volváis a este pueblo, los tres, mis señores -decía Alfón con una reverencia-. Ahora el pueblo, habiendo quemado el árbol infecto, no tiene temor por adentrarse. Buscaremos rastros para encontrar a los niños y desenterrar a las mujeres. Los padres de la Maribel lo agradecerán. Que tengan un buen viaje de vuelta, y gracias.
Entonces el párroco le besó las manos al prior en señal de agradecimiento por los acontecimientos descubiertos, y le hizo una reverencia a Severino y Baldomero. En breves los varios grupos formados saldrían de batida.
Haced un último post de partida. Cuando lo hagáis, añadiré un escrito aclaratorio final.
Gonzalo recibió con un suspiro de alivio las palabras de Pere y la actitud de la gente del ueblo, si bien su desconfianza hacia el hecho de que una de las mujeres había hecho ofrecimiento a aquel ser impío, o al menos eso le contó Miguel, no hacía mas que turbar su mente.
Aprovechó el camino de vuelta al pueblo y su cena en la taberna para intentar averiguar algo al respecto, pero la gente parecía tratar tales historias como cuentos de viejas. Y mejor que así era, o de saberlo cierto, algún adorador saldría del pájaro ese, y bien era que las gentes de Yepes le echaran la culpa al fallecido, que al enviado de satanás. Aunque esto no había de quedar así.
Agradeció la ayuda de todos, por salir a buscarlos a tales horas. Pero mas agradeció el que lo dejaran descansar. Antes de echarse a dormir en el jergón que le habían dispuesto, se dirigió brevemente a sus dos compañeros de fatigas.
-Bien sabéis que el mal puede acechar hasta en criaturas " corrientes". Si bien es mejor que el pueblo permanezca en su ignorancia, a fin de que vivan tranquilos y no prosperen los que se salgan del rebaño, habéis de acompañarme de vuelta a Toledo a dar fé y testimonio de lo visto, para ponerle solución definitiva. -Desués de hacer una pausa y con la mirada cansada, relajó un poco su voz -Buenas noches nos de Dios amigos, que descanséis.
Al día siguiente se dirigió hacia el padre Alfón tras sus palabras, animado y al mismo tiempo temeroso de lo que pudieran encontrarse en aquel bosque.
-No hay nada que agradecer hermano. Hoy por ti, mañana por mi. De todas maneras, seguid iendo con cuidado en el bosque, y sobretodo, si encontráis a esos niños, cuidadlos bien. El padre deliraba sobre una ofrenda, seguramente después de estar perdidos ellos deliren también, dadles consuelo a sus almas. Y si nadie pudiere hacerse cargo de ellos, quizá el monasterio pueda. -Llevándose las manos a su crucifijo, Gonzalo se lo quitó y se lo dio al padre Alfón. - Tomad, este objeto me ha ayudado en mis peores momentos, de llegado el momento, sabréis usarlo para confrontar el mal. Y haced el favor de escribir a Toledo, comunicándome que ha sido de los niños y si hay quien cuide de ellos.
Dicho esto, se desidió amablemente del pueblo de Yepes, deseándoles lo mejor, hasta girarse hacia sus dos compañeros.
-A Toledo pues?
Asintió a las palabras, una por una, del prior camino de Yepes - No digo nada más qu'al abad - donde Andrés dióles cobijo para que pasaran la noche. Sorbió la sopa que tenían preparada a su llegada para calentar las entrañas y devolvió las buenas noches a todos, que buena falta hacía.
Era verano, pero parecía que el viento esforzábase en soplar para hacer temblar de frío al almogávar y que somnoliento, caminó hacia la ventana para darle cierre o eso recordaba. Clavó sus ojos en la lejanía, traspasando la dehesa poblada de encinas y las ruinas donde un macabro cultivo, vidas arrebatadas antes de tiempo y plantadas como semillas, alimentaba un mal que mejor hacían en guardarle secreto. De vuelta al camastro que intentó reposar la cabeza, libre del capacete y que parecía sonar un batir de alas fuera de la posada - Vaya con el viento, nos'a jodido - aún más estruendoso que tener cerca a Baldomero en la noche. Con insistencia continuó el vaivén hasta que cedió el cerrojo y un vendaval fortísimo por poco y no vuelca el lecho de el Severino, cuando un ulular ahogado le paralizó. Tan solo podía mover el suyo cuello, azotado por un cercano respirar angustioso y que manos pequeñas echáronsele encima- Niños, no ... ¡quitáos! - mientras los afilados espolones de la criatura desgarraban ropas y carne. La María y la Maribel reían desde la puerta, los hijos desaparecidos de Miguel se aferraban a sus tobillos culpables de no haberles encontrado y la criatura alimentábase - ¡No! - de sus miedos.
Empapado sobre la cama, todo había sido una pesadilla y la ventana seguía abierta. Mirábala fijamente y que sabe Dios que disposición de cerrarla no le faltaba, pero sí valor. En pie camino del bandido - Maño, tsss, maño despierta ... ¡Baldo!, ¿que digo yo si podrías cerrarla? - sabiendo de su mal despertar, que peor sería ver cumplir los suyo temores. Buscó la bota de vino y dio un buen trago y que si con aquello no dormía es que iba a tardar tiempo en hacerlo.
A la mañana siguiente, bajó las escaleras para desayunar con los demás en la posada - ¡Co!, aquí'stá el Severino para comer lo q'aga falta y por delante pongan. Me s'a quedado pegada la cama, gracias Andrés, maño - agotado tras la difícil noche que había pasado. No quiso hablar mucho de lo sucedido más que para reforzar las historias acerca de los asesinatos que Miguel cometió o eso creían, que bien había que llenar el estómago para el viaje que esperábales más tarde. El sueño andaba trastornado, pero su buen comer no había mal que lo detuviese. Aprés, preparon los suyo pertrechos para abandonar la aldea y a las afueras - Gracias por todo, con tant'amabilidad es más sencillo. Fasta más ver, maños, que ya vendré a por'un poco lana s'esque puede ser. A toledo pues, prior - el padre Alfón, en representación de todos, dio un generoso agradecimiento.
El camino hacia Toledo resultó más corto, que de conversación no andaban faltos - Que y digo yo pues, ¿q'abrá sido de el Pedro? - aunque no todas fuesen tan jocosas como el recuerdo de aquellos tres maleantes y que Severino esforzábase por mantener, que de búhos ya habíase hablado suficiente. Ver a Gonzalo mejor de la suya herida le hacía feliz ya que bajo su tutela tendría un buen porvenir. Así, el labrador que luchó por toda la península unido a los almogávares, volvió al redil del que nunca hubo se salir. Los caminos del Señor son inescrutables y reservado un hueco para el santo oficio le tenía, como lo fue el suyo verdadero padre al que nunca conocería.
Y que entre muros de convento no estaba tan mal, ya que mujer casadera nunca creyó que iba a encontrar.
Al ver que el pueblo no venía con malas pretensiones, y que lejos de eso, venían a ayudar, el bandido se sintió satisfecho. Pero esa satisfacción no era nada comparada con la que sintió al ver al tabernero Andrés ofrecerle la bota de vino, la cual tomó en sus manos con gran placer y una risa sagaz. Probablemente el mejor consuelo que se le pudo dar tras el mal trago: un buen trago. Y así, tras la quema del árbol, caminó acompañando a los demás a Yepes, donde finalmente podría el grupo tener algo de descanso.
Una vez en la posada, posó con cuidado su hacha. Dejo su ballesta con más rudeza, dejándola prácticamente caer al suelo. Y se despojó de todo su pesado equipaje. Asentía a los consejos del prior, que anunciaba también el cometido de mañana. Y dejó caer todo su peso en el camastro. Si bien les fue arduo, la misión tocaba a su fin. Deseaba llegar de vuelta a Toledo y poner fin a su condena de una vez por todas. Y que pese al crudo desenlace, las gentes de Yepes le hubiesen recordado como alguien valiente, y grandioso. Pese a que estas cosas eran algo a lo que no estaba acostumbrado a pensar el rufián Baldomero, encontró algo de satisfacción en la idea de ser hombre de bien, por al menos una vez en su vida.
Recostándose más cómodamente en el catre con su cuerpo exhausto, el bandido rememoraba lo vivido en aquel desventurado día en Yepes. Y si bien su arrogancia era tan grande como su talle, algo provenido de la experiencia le impulsó a disculparse con el almogávar sobre uno de sus disparos fallidos con la ballesta. Alegó que su mala puntería fue culpa de la oscuridad, y también debido a que estaba bastante “enfadado” y “nervioso”, y aquello no le dejó pensar con claridad. Tras aquello, sus ojos pudo cerrar, y consiguió al fin dormir a pierna suelta, que ni su retumbante forma de roncar le despertó. Solo cuando Severino le hizo cerrar aquella ventana, que ni cuenta se dio y la orden acató, sin más queja que un murmullo incomprensible, para volver a roncar a los pocos segundos.
Al día siguiente, si bien tardó en bajar, pues su sueño era largo... su hambre lo fue mucho más. Haciendo lo que más le gustaba, casi deja a Andrés sin provisiones. Su apetito saciado, y el vino en su estómago, manifestaron en el hombre un buen humor casi inaudito, que casi ni parecía él. Y si bien no eran tiempos de festejos, Baldomero se esmeraba por animar al grupo y a los aldeanos que debían continuar con la investigación, para empezar con buen pie su retorno a casa.
Bota de vino en mano, una gran reserva de comida en su bolsa, el bandido caminaba colmado junto al prior y el almogávar, de vuelta al hogar, mientras este último le hizo recordar el principio del día en Yepes. - ¿Pedro?... ¡¡Ah, sí!! – mientras sacaba una pequeña bolsa con monedas, la cual osciló de lado a lado. – ¡¡Pedrito!!
Y entre risas de granuja que exteriorizaba el gigante a clamores, callaba la moral latente de un hombre en el fondo, muy, muy en el fondo, bondadoso.
Al salir de Yepes, que vísteis en lo alto de un cerro a Pere, con sus obejas, pastando de la hierba de la dehesa, ahora toda amarilla por la época. Y mientras, en vuestra cabeza quedaron algunos cabos de los que tal vez, en el futuro, hubiérais de saber.
* * *
La verdadera historia:
Todo comenzó en la verbena de San Juan. Todo el pueblo de Yepes estaba de fiestas y se había reunido alrededor de varias hogueras encendidas. En eso que Miguel, algo bebido, se fijó en Maribel, y ésta también en él, y apartándose de la fiesta, ambos dieron rienda suelta a sus deseos carnales y yacieron. Miguel, al día siguiente, se sintió arrepentido de haber sido infiel a su esposa María y le hizo saber a Maribel que sentía lo de la noche anterior pero que no había nada entre ellos dos. Sin embargo, Maribel ya se había enamorado y golpeó y chilló a Miguel. Aún y así, buscó la forma de conseguir Miguel para sí, y la única forma era eliminando su familia...
Así, que un día, engañó a los hijos de Miguel y los llevó al bosque, sin que nadie se diese cuenta, y los mató a sangre fría, enterrándolos para que nadie los encontrase. Esa misma noche, todo el pueblo salió a buscarlos por el monte, pero sin resultado. Cuando todo el pueblo se retiró, María quería seguir buscándolos, y Miguel, que sospechó quién había secuestrado a sus hijos confesó todo a María. Esta entró en una crisis histérica y forcejearon, y en una mala caída, María se golpeó la cabeza y murió. Miguel enterró el cuerpo en el molino del bosque del Amarrado. Al día siguiente, al preguntarle la gente por su esposa, él dijo que había desaparecido, y que él había tenido pesadillas toda la noche.
Al cabo de dos días, quedó con Maribel en el mismo bosque, y esta le abrazó diciendo: "Por fin querido estamos juntos sin nadie que nos separe". Fueron las últimas palabras de Maribel ya que Miguel la estranguló con sus propias manos. Luego la enterró, junto a su esposa María. Por supuesto, todo el pueblo achacó la desaparición al Diablo, y otros tantos a los lobos de verano. Desde entonces, el pueblo vivió atemorizado por la amenaza del Enemigo hasta vuestra presencia.