Partida Rol por web

El orco volvió a recibir un lanzazo de Grendel, cosa que sin duda lo enfureció, aunque no parecía acusar el dolor que debería sentir por tener toda la cada marcada con la pica. De hecho su mandíbula se sostenía por pura casualidad y parte de la cara había quedado todavía más desfigurada haciendo que el músculo colgara de forma flácida¹.

—Mimatarjdddldl...— intentó amenazar a Grendel con dificultad porque escupía sangre por lo que fuera su boca.

Mientras tanto el esqueleto con el que se enfrentaba Rashid se movió pero falló su ataque, dejando ademaś un costado desprotegido².

Si había aprendido algo durante su tiempo en la academia militar, era que una batalla en inferioridad numérica solo podía ganarse eliminando con rapidez a los enemigos. Cada minuto de más que duraba la pelea, era un minuto que te acercaba a la derrota.

Y aquella pelea ya estaba durando bastante.

Rashid saltó sobre el esqueleto que tenía en frente y que acababa de dejar su flanco abierto, tras la esquiva del guerrero Rakasha. El zarpazo, un golpe potente de arriba abajo, destrozó a la criatura que cayó al suelo partida en dos pedazos.

No contento con eso, se giró y corrió hacia el último de los esqueletos, el cual amenazaba a la amazona. Rashid aprovechó el impulso que llevaba para imprimir aún más violencia a su siguiente ataque, destrozando al ser animado, convirtiéndolo en astillas.

Rashid lanzó entonces un rugido gutural, de una fuerza primaria y elemental. Era un mensaje directo a los orcos que aún estaban de pie.

El espectáculo estaba siendo magistral.

Ahora mismo se decidía todo en aquellos últimos movimientos.

El ataque continuo del orco había tenido el efecto deseado. Había dejado de prestar atención a la amazona y se centró en él.

-Como tiene que ser. Ahora a ver si los demás también sobreviven al nuevo embite.- En sus pensamientos Grendel el Magnífico sabía que iba a salir de allí, pero le gustaría que sus compañeros también lo hiciesen.

Pero para ello necesitaba mantener su defensa. Sus habilidades innatas estaban bajo mínimo, así que tuvo que renovar sus defensas. Luego ya se encargaría de rematar a los orcos.
Se concentró una vez más en su energía interior y su cuerpo volvió a difuminarse siendo dificil de acertar.

-Venga. Acabemos con ésto.-

—¡DESTRUSXKXKXK!

Seguramente el orco habría hablado mejor si no fuera porque su lengua ahora estaba en el suelo, víctima de los anteriores lanzazos de Grendel. ¿Quién podía reprocharle que se abalanzase sobre su enemigo de forma salvaje y violenta?¹ Esa fiereza fue la que provocó que el hacha impactase en el pecho de Grendel, aturdiéndolo momentaneamente².

Era un orco menos, sí, pero los otros dos todavía intentaban rematar a Tenshia para reducir posibilidades de contraataque. La amazona se dio cuenta de lo irónico de la situación: ahora que llegaba la caballería ella estaba demasiado débil para sobrevivir. Uno de los orcos terminó con su baile de esquivas interponiendo su hacha en el camino. La mujer lo vio venir pero no pudo evitarlo³, estaba demasiado cansada, por lo que sintió como se clavaba en su costado. Agotada por el dolor se desplomó de rodillas y en ese momento el orco la golpeó brutalmente haciendo que cayese al suelo como una muñeca desmadejada⁴.

El público guardó un respetuoso silencio al ver caer a la guerrera que había esquivado la muerte durante tanto tiempo. Pero no era momento de callar porque el otro orco, que se había quedado sin su segunda muerte, lanzó un aullido mientras se abalanzaba sobre Rashid. Había matado a Gronk y se disponía a hacer lo mismo con el guerrero rakhasha⁵. Su hacha empapó de rojo el blanco pelaje del hombre tigre⁶.
 

Tenshia intentó esquivar y bloquear hasta el último aliento. En el último ataque interpuso su lanza que se partió justo antes de sus propios huesos.

Cayó de rodillas y recibió una patada que hizo que se clavara su propia lanza al caer de bruces. En el suelo, desangrándose apenas tuvo tiempo de ser consciente de su propia muerte, pues durante la refriega acabó pisoteada por los orcos olvidándose de ella.

Cuando los pisotones se apartaron, dejaron ver lo que había quedado de la amazona que hasta hace un momento era vitoreada por todos... Un cuerpo retorcido y destrozado. Una cáscara vacía...

Todos creían que Gronk estaba muerto. Pero las tripas que le habían sacado en el fondo no las necesitaba, había más donde habían salido...

Se revolvió de dolor. Sí, dolía como si le hubieran sacado las tripas. Pero eso no era nada para él. 

Al girarse en busca del siguiente enemigo, vio como un orco descargaba un terrible golpe contra la humana que le había salvado de una muerte segura en el combate anterior. Los ojos ahora sin vida de la amazona le dejaron claro que había llegado demasiado tarde. Tenshia no volvería a demostrar sus habilidades con la lanza en la arena.

La rabia del Rakasha seguía en aumento y ver como un orco, con sus sucias tripas colgando fuera por un feo corte en el estómago, se abalanzaba hacía él. El ataque fue burdo, como esperaba de una criatura como esa. Rashid apenas se movió al ver el filo del hacha orca cortando el aire en su dirección. Simplemente echó atrás la cabeza lo suficiente como para que la afilada hoja hiciera solo un corte superficial en su cara.

Sacó la lengua y lamió su propia sangre, mirando al orco directamente a los ojos.

Hasta ahora solo había derribado a los esqueletos y esos seres no tenían líquidos vitales fluyendo por su cuerpo. Había llegado la hora de manchar sus garras con la sangre de sus enemigos.

Con gran velocidad lanzó la garra derecha al torso del orco, queriendo profundizar en la herida que ya tenía la verde criatura y seguir tirando de sus entrañas hacia afuera. Su enemigo, a pesar de la sorpresa, logró evitar en el último momento la violencia del ataque del guerrero Rakasha, echando la cintura hacia atrás. Y ese fue su error.

Al fintar de esa manera el golpe de Rashid, la cabeza del orco salió hacia adelante para evitar perder el equilibrio y fue entonces cuando la otra garra del hombre-tigre, que había mantenido oculta en un costado durante su primer ataque, hizo un movimiento de izquierda a derecha, alcanzando la cara de la bestia verde.

Las garras de los Rakashas son por naturaleza tan duras como el más duro de los aceros y tan afiladas como las mejores espadas elfas. Combinado esto con la virulencia del golpe de Rashid, hizo que la cabeza del orco fuera dividida en cuatro partes iguales. De las líneas paralelas, que había dibujado Rashid en el rostro del orco, comenzó a manar sangre azulada, para al instante deslizarse lentamente y caer al suelo como si de los trozos de un macabro puzle se tratara.

Alzando los puños al frente y tensando los músculos como intimidación, Rashid volvió a rugir.

El orco se desplomó muerto mientras Rashid se ponía hombro con hombro para ayudar a Grendel. Moviéndose como un torbellino el hombre tigre estaba de nuevo listo para actuar.

Rashid no se quedó esperando a que los orcos pudieran reaccionar. Ver caer a su compañero a manos del Rakasha y como éste avanzaba sin miedo hacia ellos, hizo que los dos gladiadores de piel verde dudaran por un instante. El titubeo no les duro mucho, apenas un segundo, pero fue más que suficiente para que el hombre-tigre volviera a lanzar sus letales ataques contra uno de los orcos.

De nuevo la garra derecha salió disparada de un lado a otro, dando un corte al orco a la altura del esternón. Pero el ser fue capaz de apartarse del camino de la mortal zarpa en el último momento, lo suficiente como para que ésta no lograra hacerle más que una herida superficial.

Sin embargo, al igual que su compañero no hace mucho, el gladiador orco no vio venir la garra izquierda del guerrero Rakasha. El golpe fue de abajo a arriba y llevaba tal potencia, que atravesó la armadura del piel verde y llegó al corazón de la criatura. Fue tal la fuerza del impacto, que las garras de Rashid aparecieron por la espalda del orco, levantándolo del suelo.

Los ojos del guerrero Rakasha, enrojecidos de rabia, miraban a los ojos ya sin vida del gladiador enemigo. Sus caras a apenas unos pocos centímetros una de otra.

Con un movimiento igual de rápido, Rashid echó su brazo izquierdo hacia atrás, sacándolo del cuerpo de su adversario ya muerto. La sangre azul orca empapaba el pelaje del hombre-tigre. El cadáver inerte del orco cayó desplomado al suelo.

Una sonrisa se dibujó en la cara del Rakasha. Sabía que se encontraba en una situación desventajosa frente al último orco en pie, pero, si tenía que morir, lo haría feliz, pues había mostrado a todos el valor de los de su raza.

Sólo quedaba un orco en pie. Un orco repleto de fiereza y ganas de causar dolor. ¡Y vaya si lo iba a hacer! Ignorando cualquier precaución saltó por el aire elevando su hacha con la intención de acabar con aquel rakasha que había derribado a los suyos.

El público aplaudía por el sangriento espectáculo. Puede que no fuera todo lo elaborado que prometía. Puede que la magia que movía las piedras centrales ni siquiera hubiera entrado en juego. ¡Pero había dolor, muerte y sangre a partes iguales para ambos bandos! El Dueño sabía cuando era conveniente guardarse un as en la manga para ocasiones posteriores. Este combate sería igualmente recordado.

El orco terminó su salto¹ pero el hombre tigre ya no estaba allí. Mientras el bruto verde comprobaba confundido como su hacha se clavaba en la arena pudo ver por el rabillo del ojo la sonrisa triunfal de Grendel el Magnífico.

Grendel el Magnífico vio morir a la amazona. Y eso le entristeció, un poco. Era una buena guerrera, lo había dado todo en la arena. Incluso su vida. La recordaría.
Y una de las mejores formas de recordarla era acabando con el orco que la había matado, pues el tigre ya había dado cuenta del asesisno de Gronk. Demonios, incluso había acabado con el orco al que le había estado mejorando la cara. Pero ahora era su turno.

Se quitó el ligero aturdimiento que le había causado la embestida final del orco guaperas, al igual que un pato se sacude el agua, y atacó a la parte más vulnerable del enemigo que quedaba.
No le importaba aprovecharse de las debilidades de sus enemigos. Lo importante era ganar. Sobrevivir estaba bien, pero que gritaran tú nombre y te vitoreasen recordandote por siempre era aún mejor.

El orco estaba enfrascado en atacar a Rashid. Ese fue su tercer error. El segundo creer que Grendel el Magnífico no era el enemigo más peligroso. Y el primero entrar en la arena.
Con un grito salvaje el gladiador cogió impulso y arremetió con su lanza clavandola en un costado de la cabeza del orco. Era una herida mortal para casi cualquiera, pero Grendel sabía que los orcos eran muy cabezotas. Literalemente. Así que quizás lo único que le había hecho era impedir que hablase bien, lo cual no distaría mucho de su estado normal.

-¿Duele?-

El orco recibió el lanzazo que le atravesó la mitad de la cabeza. El público ovacionó a Grendel. Hasta que el otro gladiador arrancó la lanza con sus propias manos y lanzó un aullido. ¡Seguía vivo! Ahora el público ovacionaba al orco superviviente.

Confundido, mareado, tambaleándose, aún miraba con fiereza a sus dos enemigos.

Estaba perdido, sí. Pero aún estaba de pie. ¡Un último asalto!

El orco estaba muerto. Tan sólo que no se había dado cuenta. Como imaginaba demasiado cabezota como para morirse sin más.

-Has peleado bien. Eso no puede negarse. Pero no vas a salir de ésta.-

Grendel el Magnífico empezó a atacar a gran velocidad con su lanza mientras volvía a gritar con ganas. Ésta parecía estar en todas partes buscando un hueco en la potente armadura del orco. El arma rebotaba en casi todos lados hasta que logró entrar. No era un hueco muy grande, pero el suficiente como para quela punta penetrase y se clavase en la carne.

El orco sólo podía gruñir de dolor mientras el gladiador retorcía la lanza dentro de él.

-Venga hombre-tigre. Acaba con él. Por Tenshia y por Gronk.-

La lanza atravesó al orco por última vez.

El bruto se tambaleó. Luego cayó de rodillas. Luego se desplomó hacia adelante rebozándose en su propia sangre.

Y el público jaeló ¡Grendel! ¡Grendel! ¡Grendel!

Sólo quedaba una cosa por resolver. De uno de los fosos salió un enorme golem de metal armado con una guadaña. Era un monstruo sin alma, una de las criaturas mecánicas del Dueño que se reservaban para los combates de más alto nivel.

Se detuvo al lado de Gronk, que pese a sus heridas respiraba todavía con dificultad. Levantó su guadaña y miró hacia el Palco de la Gloria.

¿Merecía vivir el orco?

Su vida estaba en sus manos.

¡Dadle al play...!¹

El último orco cayo al fin. Un certero lanzazo del hombre parlanchín lo había dejado moribundo. Sin apenas fuerzas para mantenerse ya de pie, cayó primero de rodillas, para luego desplomarse al suelo.

Pero aún respiraba roncamente. Estaba agonizando, pero no estaba muerto. Después de la forma con que se habían ensañado con Teshia, ¿por qué mostrar piedad con él? No. Merecía morir con dolor y Rashid pensaba darle todavía un poco más.

Se movió alrededor del cuerpo caído, cortando con sus afiladas garras las cinchas que sujetaban la coraza de metal y haciendo que ésta se desprendiera del cuerpo del gigantón verde.

Entonces lo agarró con la mano derecha por el cuello y, haciendo acopio de todas sus fuerzas, lo levantó bruscamente, obligándole a mirarle a la cara.

La bestia despedía un olor nauseabundo, repulsivo. Era un olor que Rashid había olido ya en numerosas ocasiones. El olor del miedo a la muerte.

Los ojos del orco bailaban con frenesí en sus cuencas. Sabía lo que estaba a punto de suceder.

El guerrero Rakasha entonces, con un último esfuerzo sobrehumano, terminó de levantar al gladiador orco por encima de su cabeza y lanzó con terrible velocidad y potencia su garra derecha en dirección al corazón del ser.

Atravesó la caja torácica y llegó hasta el órgano vital, cerrando sus garras en torno a él. Sacó el brazo del cuerpo ya inerte de su enemigo y tiró el cadáver al suelo con desprecio.

Se giró primero hacía el palco VIP y levantó el brazo derecho en su dirección, abriendo el puño para mostrarles el trofeo que acababa de extirpar. El corazón del orco aún palpitaba en su mano. Parecía no haberse dado cuenta todavía de que, fuera del cuerpo del orco, había perdido toda función.

Los nobles y acaudalados de la ciudad habían venido a ver sangre y brutalidad, y el guerrero Rakasha les había dado ambas en exceso. Y lo pensaba terminar. Se llevó el corazón a la boca y desgarró un buen trozo con sus fauces, tirando el resto al suelo.

Rashid levantó entonces la mirada al cielo y, con la boca ensangrentada, lanzó un rugido que se pudo oír más allá de las murallas de la arena. Un rugido que heló la sangre en las venas de los espectadores y que era una amenaza a los mismos dioses.

Grendel vió como el rakasha se desahogaba contra lo que quedaba del orco y no le preocupó, estaba demasiado ocupado mirando al Palco de la Gloria.
Contra todo pronostico varios de sus compañeros habían sobrevivido a los combates, y ahora aquellos petimetres se creían con derecho a decidir si vivía o no alguien que era mucho mejor que todos ellos juntos.

-Por todos los dioses que eso no va a suceder.-

En su interior le quedaba poca energía, pero la suficiente para un último poder. Uno que no había usado hasta ese momento pues lo guardaba para algo realmente importante. Y ésto lo era.
Grendel el Magnífico se concentró en su interior canalizando la energía para desatarla en un estallido sónico en el palco aturdiendo a los nobles que estaban allí.

-Vamos Rashid. Todavía no hemos acabado de pelear. Quedan unas alimañas que matar todavía. El Dueño del Coliseo nos lo había prometido, y siempre cumple sus promesas.-

El tono era serio y solemne, con mucho más respeto de lo que había hablado nunca el gladiador a ninguno.

Grendel el Magnífico salió disparado. Aprovechando las runinas que había a su lado, escaló con agilidad y presteza el muro para correr por encima del mismo cogiendo carrerilla. Justo cuando llegaba al final tomó impulso y saltó cubriendo la distancia que le separaba de sus "enemigos". Cayó en medio de ellos con sangre en la mirada percibiendo el terror en todos aquellos nobles.

-¿Queríais sangre? Pues la váis a tener.-

Su lanza empezó a bailar su danza mortal, empezando por un tal Lord Matute.

Grendel acababa de usar el muro como plataforma para alcanzar la tribuna y de pronto estaba en medio del palco VIP clavando su lanza en uno de los invitados. Durante unos breves instantes el resto de la grada guardó un conmocionado silencio mientras Rashid hacía lo mismo. Los gladiadores, en medio del Palco de la Gloria, sembraban el caos y la muerte a su paso. ¡Las personas más importantes de la ciudad estaban siendo asesinadas en medio del espectáculo!

Entonces estalló el caos.

El resto de las gradas, viendo la orgía de sangre que allí se perpetraba, empezó a correr en todas direcciones, huyendo del Coliseo. Las puertas, curiosamente, estaban abiertas de par en par y totalmente despejadas. La plebe, aunque aterrorizada, pudo huir sin sufrir mayores percances.

No así los que estaban en el Palco de la Gloria. Cuando algunos intentaron retroceder se encontraron con la reja de entrada cerrada a cal y canto. Sorprendidos sólo pudieron girarse para ver como los cadáveres caían alrededor de Rashid y Grendel, quienes enfurecidos y fuera de sí, repartían la muerte incluso hacia aquellos que habían perdonado su vida en otro momento. Y es que, después de todo, ¿quién se arroja el derecho a decidir sobre la vida y la muerte de los demás sin sufrir justo castigo?

El Dueño se levantó en su propia grada, separada de las demás. No necesitaba quedarse a contemplar el espectáculo final. Aunque algunos de los VIP eran fieros guerreros, incluso cambiaformas, no iban armados al espectáculo. Y el costoso conjuro de contención evitaría que usasen sus poderes. Le dio pena ver caer primero a Matute, quien había sido en su tiempo un glorioso gladiador a su vez. Vio que Grendel tuvo mucho más problema en acabar con él pese a haberlo sorprendido. Pero igual que el resto de los asistentes de aquel palco estaban condenados sin oportunidad. Sobre todo cuando el golem se alejó de Gronk para, con un portentoso salto, unirse a la orgía de muerte ayudando a los gladiadores.

—Comienza el verdadero espectáculo.— dijo una voz tras el Dueño —Has servido bien. Y serás recompensado por ello como te mereces.

El Dueño amplió su sonrisa, que repentinamente quedó congelada en sus labios cuando vio el filo de una espada que surgía de su pecho. Tras él Pasansias acercaba su cabeza para susurrar a su oído:

—Siempre recompensamos a los traidores como se merecen. No te enojes, hay que destruir para construir.

El enorme cuerpo del Dueño permaneció un rato pendido en aquella espada. El viejo Pasansias la sostenía sin que pareciera importarle ese peso. Después la dejó caer con desdén y se aproximó a la baranda. En el palco de la Gloria todavía se veía movimiento. Asintió para si mismo: eran nobles decadentes, sí, pero aún ante la perdición se sabían defender. Eso lo respetaba. Que pena que hubiera de destruir todo para construir algo nuevo.

Pensó en la gente que había huido aterrorizada. Ahora, en breve, llegarían sus señores para hacerse cargo de la situación. Habría una guerra, y más sangre, y mucho dolor. A Pasansias no le gustaba el sufrimiento de los inocentes pero sabía que era el precio a pagar por el cambio.

Necesitarían más luchadores. Los mejores.

Tenían que tumbar un reino entero.

Y era sólo el principio.

Miró al cielo. Se estaba oscureciendo.

Tiempos de tormenta.