“Hoy sólo viven en las historias y todo su alimento se
reduce a los aromas que se queman por los muertos y al
polvo de los sepulcros.”
Abu Nas Affah
La historia comenzó hace ya más de un siglo y medio, cuando el astrólogo y mago Ibrahim ben Aboub Agibb se enfrentó a Aben Hábuz, rey de Granada, por el amor de una joven cristiana. La leyenda cuenta que el astrólogo, al ver frustrado su deseo de poseer a la concubina del rey, prefirió destruir el palacio en el que se habían encerrados los dos. Lo que el rey no sabía es que Ibrahim no murió en el derrumbe, aunque quedó encerrado en el interior de la colina sobre la que ahora se asienta la Alhambra. A finales del siglo XIV, durante unas obras que tuvieron lugar cerca de las Puertas de las Armas, Ibrahim consiguió escapar de su encierro y retornar al mundo de los vivos.
Durante todos esos años, el astrólogo había tenido tiempo de recapacitar sobre sus actos y de lamentar miles de veces la muerte de su amada, así que su mayor deseo era encontrar alguna forma de devolverle la vida para que ambos pudieran ser felices ahora que ya no estaba el rey. Así que, al mismo tiempo que utilizaba sus dotes como hechicero y político para convertirse en visir y jefe del servicio de espionaje del rey Muhammad VII y de su hermano Yusuf III, Ibrahim gastaba grandes sumas de dinero en adquirir viejos tomos de historia y de magia, donde buscaba alguna referencia, por pequeña que fuera, que le permitiera albergar esperanzas en su tarea. Por suerte para él, en una destrozada crónica del reinado de Hisham II, encontró una misteriosa cita en la que se podía leer lo siguiente:
“(...) por aquella época, Al Mansur
pensó incluso en utilizar el poder que
Soleimán capturó, pero Allah es
misericordioso y despejó con su luz las
tinieblas de la mente del hachib (...)”
Ibrahim asoció rápidamente aquel “poder que Soleimán capturó” con el legendario orbe en el que se encontraban encerrados nueve mil demonios y genios, e ideó un plan: encontrar el orbe y liberar a los demonios a cambio de que éstos le devolvieran la vida a su amada. Pero para encontrar el objeto era necesario que el astrólogo viajara a Córdoba, donde se encontraba en el siglo X la corte de Hisham II y de su hachib Almanzor.
Como le parecía demasiado arriesgado, aprovechó su posición como jefe de espías de Granada para enviar a varios de sus hombres a investigar a la antigua capital califal. Al frente del grupo se encontraba la discípula del propio Ibrahim, Soledad Gómez, una cristiana capturada cuando niña en una algarada y que fue adoptada por el mago para convertirla en su aprendiz y en su mano derecha. Ella era la única persona que sabía cuales eran los verdaderos intereses del astrólogo. Una vez llegada a la ciudad, Soledad se hizo pasar por la joven hija de un señor fronterizo de Jaén, lo que le permitió frecuentar a la nobleza cordobesa y descubrir que el comendador de Calatrava, Don Juan de Hoces, le gustaba de coleccionar viejos tomos sobre la historia de árabes y cristianos.
Pensando que podía serle de ayuda,la joven se fue ganando poco a poco el afecto del comendador hasta que consiguió que la tomara como esposa, lo que le permitió estar informada de casi todo lo que ocurría en la ciudad al mismo tiempo que investigaba en secreto los viejos libros de su esposo. Para facilitarse la tarea, lanzó un hechizo sobre el esclavo personal de Don Juan, el grandullón Cristián, y lo conviertió en un fiel sirviente. Para mantener las apariencias frente a los reyes granadinos, Soledad tuvo también que espiar para Granada, lo que le llevó a contactar con el jurado de Santiago, al que enamoró utilizando poderosas artes (que nada tenían de mágicas) y al que sonsacaba toda la información que sabía sobre las decisiones Concejo en la ciudad.
Por desgracia, un buen día descubrió que su marido el comendador estaba tras la pista del jurado, así que no le quedó más remedio que contratar a un grupo de matones para que le dieran muerte en uno de los callejones de la ciudad ¿os acordáis del Bonilla?
Tras la muerte del jurado, Don Juan contrató a varios hombres (musulmanes y cristianos) y mientras éstos se dedicaron a investigar, Soledad descubrió finalmente la pista que andaba buscando: un viejo tomo en árabe de la librería de su marido, donde se describía el lugar donde se encontraba oculto el Orbe de Soleimán. Sin pensárselo dos veces, comienzó a escribir allí mismo, en el estudio del comendador, una carta para su maestro (que luego mandaría mediante una paloma mensajera). Pero la excitación la volvió descuidada, ya que su marido irrumpió en la estancia y la descubrió escribiendo la carta con uno de sus libros en las manos. Furioso porqué su mujer tocara sus cosas (lo que le tenía terminantemente prohibido), cogió el papel y al comenzar a leer (él también sabía árabe), la sorpresa le dejó paralizado: acababa de comprender que el traidor que andaba buscando había estado todo el tiempo viviendo en su propia casa.
Antes de que pudiera reaccionar, Soledad le ordenó a Cristián que acabará con él y el esclavo la obedeció, estrangulándole allí mismo. A continuación, la joven ideó un plan para cargarle el muerto a otro: subió a su cuarto, cogió de su arcón una gumia que guardaba, regresó al estudio y se la clavó al comendador en la espalda. Luego cogió el libro y salió tranquilamente de la casa con Cristián, como tantas veces había hecho. Iría a por el Orbe y luego volvería y se haría pasar por una viuda desconsolada. Acudió a la catedral, levantó la tumba que se indicaba en el libro y, junto al esclavo, se dirigieron a la alberca donde encontraron, justo al final del puente, el codiciado orbe. Y hubieran podido salir tranquilamente de aquel lugar si el orbe no hubiera estado sujeto mágicamente al trípode...
El libro se llamaba Ma´arifa Harum Badawa ibn Buluggin (algo así como “El Conocimiento de Harum ibn Bulluggin el Nómada”) y fue escrito por un katib de Hisham II a finales del siglo X. En él se describe, en forma de diario, todos los viajes que el tal Harum realizó. Y es que después de acompañar a Almanzor a la alberca, parece que le entró una repentina ansia viajera, inculcada quizás por el propio hachib.
Sea como fuere, Harum viajó por la Península, por el norte de África, por Arabia y por Oriente Próximo antes de regresar, ya anciano, a Córdoba, donde murió en el año 1025. El libro se guardaría entre sus documentos y allí fue encontrado por uno de sus descendientes, Rasiq ibn Buluggin. Tras la muerte de este morisco, el lote de libros fue adquirido por el padre de Don Juan de Hoces que se lo legó a su hijo, a quien inculcó la pasión por los libros de historia. Entre sus páginas, escritas en árabe clásico, el Ma´arifa escondía numeroso hechizos.
Como ya se ha dicho, dentro del Orbe de Soleimán se encontraban encerrados nueve mil demonios y genios, apresados por el sello que este astrólogo y rey hebreo grabó sobre él, y evitar de esa forma que le impidieran construir el Templo de Jerusalén. Si el globo de cristal se rompiera en algún momento, todos esos ifrits y shayatín quedarían libres y grandes cataclismos tendrían lugar en la tierra.
Tras encerrar a los demonios, Soleimán ordenó arrojar el orbe al mar y allí permaneció durante siglos y siglos, hasta que un grupo de pescadores de la ciudad andalusí de Al-Mariya [Almería] lo encontró entre sus redes en tiempos de Abd al-Rahmán III. Maravillados por el movimiento del interior de la bola, se lo ofrecieron como regalo al califa, pero tras ser advertido por uno de los astrólogos de la corte, que había reconocido el objeto, Abd al-Rahmán III decidió volver a ocultarlo, eligiendo la alberca principal de la ciudad (que se encontraba justo debajo del Corral de la Catedral).
Años después, el hachib Almanzor encontró un oxidada llave y un pergamino (escrito por el propio Abd al-Rahmán) en el que se describía el lugar en que se ocultaba el fabuloso objeto. Decidido a utilizarlo como arma contra los cristianos acudió a recogerlo, pero justo en el momento en que lo tocaba, una voz en su cabeza le convenció para que lo dejara allí y se marchara (¿Allah?), así que el Orbe volvió a dormir el sueño de los justos durante varios siglos, hasta que a mediados del siglo XIV, el morisco Rasiq ibn Buluggin, uno de los descendientes del katib [secretario] que acompañó a Almanzor, encontró el libro escrito por su antepasado entre una vieja pila de documentos familiares.
El pobre Rasiq murió poco después (cuando intentaba apoderarse del tesoro que Almanzor había escondido en una cueva cercana a la ciudad) pero uno de sus criados, de nombre Yusuf, tras conseguir liberarse de la prisión a la que le había conducido la codicia de su amo, decidió buscar también el Orbe. Lo encontró, pero al entrar a la estancia la verja se cerró a sus espaldas y él quedo atrapado en la alberca, donde murió de hambre siete días después (era el cadáver que podía verse junto al orbe).