Diego seguía por inercia preguntando a su hermano de padre por su salud. No era normal lo que le había acontecido y la magia dejaba secuelas...o al menos eso era lo que decían las viejas y viendo que era verdad que la magia existía porque no ser verdad lo que sus mayores decían. Cuando el resto del grupo habló, Diego tomó la palabra.
Desde Castilla vine forzado a Córdoba con el propósito de ser alguacil. Más me temo que despues de lo acontecido eso es imposible...y como os rumores corren rapidamente tampoco puedo volver a mi pueblo natal, pues seguro llegaran informes de mi condena. Lo mismo puede decirse de mi hermano. Nuestra mejor opción será por tanto huir a Aragón.
No tenía muy claro el joven Diego como se buscarían la vida, pero Dios proveería. Y empezar como mercenarios no era una mala opción. Había perdido mucho en Córdoba: su espada, su cuchillo, sus dineros y su dignidad y eso enfurecía a Mendoza, quien esperaba que algún poder castigase a quien les había hecho eso. ¿Hermano?
Muy agradecido estaba de los cuidados que mi hermano me hacía. - Quédate tranquilo, hermano mío, que no tengo nada. Le decía con una sonrisa a Diego cada vez que me preguntaba. Y no era por engañarle, era porque ni siquiera yo acertaba a entender el por qué de lo que habíame pasado.
Lo que mi hermano había dicho era justo la situación en la que estábamos ambos. No podíamos seguir siendo alguaciles en Córdoba, ni en los alrededores. Y volver al pueblo no quería.
- Vamos pues, Diego. En Aragón seguro encontraremos forma de ganar unos dineros para vivir. Allí no nos conocerán. - Le dije a mi hermano dándole una palmada en el hombro.
Casimiro agradeció el servicio a todos, aunque muy a su pesar la única justicia que habría de dar la Justicia cordobesa fuera la suya... si daban con ellos. A medida que todos os fuísteis yendo, Casimiro fue quedádose sólo en aquella posada. Desde luego, él tampoco quedaríase allí durante mucho tiempo.
Sois buenos hombres, señores -os dijo-. A más ver.
Aquí acabamos la partida y la campaña de DIVITIS CÓRDUBA, de Antonio Polo.
Procedo a abrir el epílogo final aclaratorio.