Con el corazón rebosante de tristeza y temor constante a ser sorprendidos por la dragona Azul, emprendéis el camino de regreso hacia Belleria tal y como estipulaba vuestro acuerdo y como Lizbet os recuerda. En ocasiones a alguno de vosotros le parece ver a Ysalla a lo lejos en el cielo pero siempre conseguís esconderos antes confirmar la veracidad de vuestros temores.
Sin provisiones, el viaje de vuelta se hace lento y penoso pero, por fortuna, contáis con Lluvia Estelar. Su magia y la de Lizbet hacen brotar agua cuando estáis sedientos y su conocimiento de la naturaleza os permite encontrar alimentos que de otro modo os parecerían incomestibles y seguir el rastro de presas cuyas huellas os resultarían inapreciables de no ser por ella, aunque la ausencia del mejor cazador del grupo os pesa gravemente.
La sacerdotisa de Zeboim, además de proporcionaros agua cuando estima oportuno, cuida de los huevos. Aprendéis así que mantener con vida a los embriones que viven en su interior no es tarea sencilla. El de Latón necesita calor constante, mientras que el Azul necesita periodos alternos de calor y de frío pero a unas temperaturas muy específicas. Lizbet se ve obligada a deteneros con cierta frecuencia para encender un fuego de campamento o estudiar sus libros de consulta para saber cómo proceder ante algún imprevisto que solo ella parece percibir. En ocasiones, incluso, llega a recurrir a los conocimientos de Kylian y a la intuición de la mística que-shu para apoyarse en su criterio y en su magia curativa ante la presencia de movimientos inesperados y convulsos en el interior de alguno de los huevos.
A medida que vuestras heridas físicas sanan y la distancia que os separa de la guarida de Ysalla aumenta, también lo hace vuestra esperanza de salir vivos de esta aventura. Una esperanza que se acrecienta cuando al octavo día de viaje de vuelta eclosiona el huevo de Latón, emergiendo de su interior una lagartija alada encogida de menos de medio metro de longitud desde el hocico hasta la punta de la cola, cuyo cuerpo está cubierto de escamas doradas. Sale del cascarón como una cosita frágil, arrugada, encogida y empapada pero en menos de una hora se ha convertido en una criaturita alegre y parlanchina que corretea tras de vosotros sin dejar de interrogaros sobre el por qué de todo.
Dos días más tarde, vislumbráis en la distancia la aldea de Belleria y Lizbet se despide de vosotros anunciando que vuestro acuerdo ha concluido y que se lleva el huevo de dragón Azul, todavía no eclosionado, mientras que vosotros podéis quedaros con el locuaz Latonado tal y como pactasteis y al que todavía no habéis puesto nombre.
La noble se quedó sin demasiadas palabras, frustrada. Ninguna respuesta parecía poder satisfacerla o quitarla de su estado, o quizás era porque buscaba llenar un vacío con palabras aún más vacías. Probablemente nada que oyera o le dijesen sería suficiente. Tal vez debía aceptar las cosas como eran, por desalentadoras que fuesen, como había dicho el aspirante a caballero. No es que el hacerlo le haría sentir mejor, mas reconociendo sus límites evitaría dejarse llevar demasiado por lo que tenía que hacerse, y más por lo que podía hacer.
Eventualmente se levantaron, y la caminata continuaría durante varios días. El tiempo y el agotamiento físico del recorrido de seguro ayudarían a enfocarse y no ponerse a pensar demasiado. Todo lo que tenían, era un huevo, que les correspondía. Era lo importante, era en lo que debía enfocarse. No sólo por la criatura que contenía, sino por lo que ahora representaba para ellos. Debían velar por él, hacer todo el esfuerzo y sacrificio valer. Sería el vivo recordatorio de su fracaso, mas y con algo de suerte... Podría llegar a convertirse en una herramienta de redención. Fue por ello que prestó suma atención a las indicaciones de Lizbet, en cuanto a su cuidado, y se encargaría de ayudarla en todo lo que necesite.
El huevecillo finalmente eclosionó, y un dragón cobrizo surgió de él. Aún siendo relativamente pequeño, era mucho más grande lo que imaginaba para una cría. No se esperaba que fuese capaz de hablar tan pronto. Su rígida postura no se ablandó ni un poco al verla, sino al contrario. Era su responsabilidad, y debía ser estricta para con ella. Lo consideraba su deber. Si esta criatura sería su esperanza y pretendía sobrevivir, debería aprender a comportarse educadamente. Y en especial, a saber esconderse y mantener la boca cerrada. Aún con el poder de un dragón, era una cría y de seguro su cabeza una gran tentación para muchos.
Llegado el décimo día, había llegado también el momento de fenecer su contrato. La sacerdotisa se llevaría su huevo, lo cuál dada su increíble ayuda, le parecía justo. Mucho más justo que entregar el huevo cromático a los bellerianos, incluso, más allá de las intenciones de cada uno.
- Lizbet. - Le llamó tras un momento, antes de que se alejase demasiado. - ...Dime algo. Cuando Ysalla mencionó que pretendías convertirlo en un draconiano, al servicio de los solámnicos ¿Eran ciertas esas palabras? - Le planteó aquella pregunta de manera directa. Enfocándose en su deber, había algo que restaba resolver, y era el papel y motivos de la clériga en todo esto. No la consideraba una enemiga a estas alturas, mas no sabría si decir lo mismo de la orgullosa cultista.
—Durante la Guerra de la Lanza, cuando los ejércitos de Takhisis se quedaron sin los huevos de dragones metálicos con los que estaban creando a los draconianos, empezaron a experimentar con los huevos de dragones cromáticos. Pensaron que si los draconianos nacidos de huevos de dragones metálicos eran leales a Takhisis, los creados a partir de dragones cromáticos lo serían mucho más. Los llamaron draconianos nobles, pero descubrieron con decepción que estos sentían una patológica inclinación a combatir del lado de las fuerzas de la Luz.
»Según las notas de Wyrllish Parkane, la mayoría de estos experimentos fallidos fueron destruidos, pero los pocos dragones cromáticos que se han enterado de estos experimentos se sienten horrorizados por la corrupción que se llevó a cabo de sus crías. Por la época en la que tuvieron lugar los experimentos, no sería de extrañar que algún hermano de la propia Ysalla fuera víctima de los mismos y por tanto no se la puede culpar de su paranoia. Pero, como imaginaréis, no entra en mis planes convertir a este magnífico ejemplar Azul en cuatro o cinco draconianos del relámpago a las órdenes de los obtusos solámnicos. No sabrían ni qué hacer con ellos.
Yo no tengo respuestas para las preguntas de mis compañeros, solo las mías propias y no parece que quedarnos en las inmediaciones del campamento destruido, lamentándonos, vaya a ayudar a responderlas.
La actividad de las siguientes jornadas sirve en parte para aliviar el dolor de la pérdida o al menos para relegarlo a un segundo plano cuando las necesidades fisiológicas se imponen. Conseguir comida y un refugio se convierten en nuestras prioridades durante los días siguientes y hasta las situaciones más cotidianas parecen un problema. Sin Duna, el camino se hace eterno y sin mi tipi tribal no encuentro forma de descansar por las noches. El miedo a que Ysalla aparezca y el hambre no ayudan, porque carecemos de un arquero verdaderamente compotente que abata las presas que rastreo.
Nos falta el humor para conversar entre nosotros y la presencia de Lizbet es un constante recordatorio de lo ocurrido. Además, las continuas paradas para atender alguno de los huevos de dragón y los rodeos para evitar a los caníbales del bosque hacen que el viaje hasta Belleria se extienda a una semana y media. Aun así, aprovecho cualquier ocasión que se me presenta para hablar con la sacerdotisa de Zeboim y tratar de comprender las intenciones de su gente, las razones para atacar la feria y a dónde han ido a parar todos esos goblins, draconianos y mercenarios que vimos la primera vez que estuvimos en el campamento y que no estaban allí la segunda.
El ambiente es gris y el cielo igualmente tormentoso, que ocasionalmente descarga sobre nosotros un chaparrón como si llorase por Glinthalas lo que nosotros nos negamos a llorar. La única nota de esperanza es el nacimiento del simpático lagarto alado al que llamo Jiłhazhí, por el color de sus escamas.
Me maravilla su incansable parloteo, su insaciable curiosidad por todo y la facilidad con la que parece aprender cuanto le enseñamos. Parece mentira que esta criaturita delgaducha que apenas mide dos palmos pueda crecer hasta convertirse en un ser monstruoso Ysalla o los dragones de los relatos de mi tribu. O quizá los dragones de Latón nunca crezcan más que los gatos, quién sabe.
La que es una auténtica entendida en la materia es Lizbet pero parece decidida a dejarnos. No se la puede culpar, puesto que no nos conocimos precisamente como amigas, pero ha sabido ganarse mi respeto en este tiempo y confío en que yo también un poco del suyo. No la echaré de menos, aunque sospecho que sería mejor madre para Jiłhazhí que yo misma y, desde luego, que la intransigente Briand. Pobrecilla, qué infancia más cruel debió ser la suya.
Ojalá no tengamos que arrepentirnos de que ese huevo de dragón Azul que se lleva se convierta en otra caprichosa y vengativa Ysalla. Yo no creo que ni las personas, ni los dragones, ni ninguna otra criatura estemos predestinados a ser de un modo o de otro, sino que son nuestra educación y vivencias las que nos moldean para convertirnos en quienes somos.
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El viaje tocaba a su final, y con ello, se despedían al fin de la sacerdotisa impía. Lowen había avanzado a regañadientes, viéndose obligado a admitir que no había forma en que hubiesen podido sacar adelante los huevos sin aquella mujer. Sus suspicacias iniciales se disiparon cuando el huevo de latón eclosionó, y se vieron con una pequeña cría de dragón correteando entre ellos. La nueva vida animó un poco al escudero solámnico, haciendo que el dolor por la pérdida de Glinthalas se diluyese, en cierta medida. No obstante, Lowen no olvidaba al elfo, y cada noche elevaba una plegaria por él, así como por el resto de prisioneros, desafortunadamente caídos, ya sin remedio.
Cuando Lizbet se despidió, indicando su intención de llevarse uno de los huevos, Lowen contempló a sus compañeros por última vez. Habían firmado un pacto, y él mismo habría insistido en que lo cumplieran, pero el daño que aquello podía causar era grande en exceso. No obstante, sus amigos estaban decididos a hacer honor a su palabra, y no sería él quien impidiera tal cosa. Quizá la enemistad entre Lizbet e Ysalla hiciera que esa cría de dragón, a la larga, se convirtiese en un portentoso enemigo de los nerakanos. Por otra parte, ellos mismos tenían ahora un dragoncillo de latón, joven y curioso, que podría ser un valioso aliado en el futuro. Lowen no se despidió de la sacerdotisa, limitándose a arrojar su tridente a sus pies, lanzándole una mirada desafiante.
- Volveremos a vernos.
No dijo nada más, pues todo estaba dicho. Aquella impía y él habrían de encontrarse, así lo sentía Lowen, y no sería este encuentro pacífico. Su pacto había terminado, y, con ello, la paz entre ambos.
Cuando Lizbet se hubo marchado, miró a sus compañeros, con el rostro contraido por el dolor y la duda.
- Esta pequeña cría puede ser un poderoso aliado. Deberíamos acudir a Sir Branthor e informarle de que hemos logrado rescatarla. También habremos de informarle de todos nuestros fracasos posteriores. - posó la mirada en Briand, y también en Lluvia - Cuando lo solámnicos sepan del nacimiento de la cría de latón, es muy posible que la reclamen. Al fin y al cabo, ellos son los protectores de nuestros reinos, y un dragón es un arma poderosa. - miró después a la cría - Los caballeros querrán conocerte, pero es de justicia que tú decidas a dónde quieres ir, y con quién. Nosotros te explicaremos todo lo que quieras saber. - le dio una amistosa palmada tras las orejas.
Miró de nuevo a sus amigos.
- Mi deber es informar a Sir Brannthor. Pero lo justo es que el dragón elija su propio destino. ¿Qué opináis?
Si entiendo bien, la cría de dragón comprende las cosas y habla nuestro idioma, por lo que podemos hablar con ella.
—Jiłhazhí no es ningún arma —replico, molesta ante el comentario de Lowen, estrechando al pequeño dragón entre mis brazos con maternal afecto—, es una cría que necesita protección y cariño. ¿Qué saben tus caballeros de educar niños? En mi tribu la paternidad es una responsabilidad compartida por todos y, de algún modo, nosotros también constituimos nuestra propia tribu ahora. Deberíamos educarle nosotros si los solámnicos pretenden convertirlo en una herramienta para acabar con sus enemigos.
Miro a Kylian y a Briand, buscando su aprobación sabiendo que no la encontraré en el disciplinado Lowenherz.
—No tenemos por qué decirles nada de Jiłhazhí. Nos enviaron para asegurarnos de que los huevos de dragón dejaran de ser una amenaza y lo hemos hecho, no necesitan los detalles. No necesitan saber que no encontramos uno de los huevos de dragón porque seguramente morirá sin los cuidados de Lizbet. No necesitan saber que le entregamos otro de los huevos a una sacerdotisa de Zeboim porque no lo comprenderían. Y, desde luego, no necesitan conocer a nuestro pequeñín porque intentarán convertirlo en su arma contra los caballeros de Neraka.
A continuación, poso mis ojos en el pequeño tesoro que hemos rescatado del campamento mercenario. Uno mucho más valioso que todo el oro y las joyas de Ysalla.
—Cuando lleguemos a Belleria te esconderás, ¿verdad que sí? Como te ha enseñado Briand, muy quietecito y muy calladito y así nadie podrá hacerte daño.
- Y, si me permite preguntarle ¿Cuáles son sus planes? Han de ser motivaciones fuertes, si se ha dispuesto a tanto por ellos. - Le preguntó con intriga a la sacerdotisa, sincero interés. Probablemente quisiese reservárselos, aunque esperaba su experiencia juntas y objetivos en común fuesen suficientes como para sobrepasar cualquier aspereza en su relación para los solámnicos que, técnicamente, ellos representaban.
Escuchó la despedida de Lowenherz, aparentemente sus emociones hacia la dama seguían fuertes, mas su elección de palabras resultó oportuna más allá de su intención detrás. - Sé que nuestro pacto ha finalizado. Mas cuando haya de llegar ese día, espero que pueda ser para continuar dando pie a un fructífero diálogo. - Le dijo diplomáticamente, sin ningún sentimiento por detrás. Más allá de las religiones que profesasen, habían colaborado fortuitamente para sobrepasar un obstáculo común, y esperaba esta ocasión fuese recordada para una próxima, de darse. Habiendo presenciado el poderío de un Dragón Azul y con uno en sus manos, era un poderoso aliado que prefería conservar antes que un poderoso enemigo con el cuál tener que lidiar. O, cuanto menos, llegar a un armisticio entre ambas.
Concluida aquella charla con la representante de las tormentas, las preocupaciones del guerrero se hicieron escuchar poco después. Tomándose el asunto con la seriedad que ameritaba, y un peso consideraba ahora cargaba sobre sus hombros, la noble se cruzó de brazos en una expresión corporal cerrada y férrea.
- Las palabras de Estelar, son sin más, acertadas. - Manifestó su opinión con seguridad, tras escuchar la de sus acompañantes. - Glinthalas sacrificó su vida, para que estos huevos pudieran sobrevivir. Lo hizo, por nosotros. - Bajó un poco su mirada, deteniéndola en una de las esmeraldas que pendía de su cuello, solemnemente. Esperaba, por respeto y deber, estar en lo correcto para con las intenciones del joven. En lo que le conoció, no era fiel a su autoridad, o la de solamnia, o los demás nobles de Belleria. Era un hombre más simple, o quizás, impulsivo. - Eso quiere decir que él nos ha confiado esta responsabilidad. A nosotros. -Reafirmó Le Besco, soltando su lujoso y ensangrentado pendiente.
- No podemos confiar ciegamente en las autoridades de Belleria, o en los Caballeros de Solamnia. Los hombres, muchas veces difieren en mayor o menor medida, de los valores que profesan. No les conocemos, no realmente. Sus ambiciones, sus intereses, sus tentaciones. - Explicó abiertamente. Ella lo sabía muy claramente, porque era una parte constante del círculo y familia en la que se había visto rodeada la mayor parte de su vida. Debajo de la mesa, muchas figuras nobles en apariencia, estarían dispuestas a cometer ciertas atrocidades con tal de obtener poder.
- Y tampoco podemos permitir que le utilicen como un arma en sus cruzadas, en un sacrificio. De la misma manera que lo hicieron con nuestras personas. - Añadió con mayor crudeza, tras una pausa. - Los soldados, no representan más que un recurso. A invertir, a gastar. Parte de nuestro error, ha sido dejarnos rebajar a ello. Hoy, contando con una perspectiva más certera de la situación, no sería extraño considerar que no se esperase en absoluto nuestro regreso con vida, tras la concreción de nuestra misión. De nosotros, o del sargento, o sus hombres. - Sin olvidar al capitán arquero y su grupo de caza. Debían ser realistas... Poco probable era que hubiesen sobrevivido a su asalto al campamento, y mucho menos, a la reprimenda de Ysalla.
Aún le costaba ajustar su cabeza y lengua al extraño nombre que le había brindado la Que-Shu, mas debía hacer un esfuerzo.
- Y no podemos permitir el arriesgarnos a que utilicen de la misma manera a... Jiłhazhí. De hacerlo, el sacrificio de nuestro compañero, habría sido en vano. - Concluyó, reafirmando el hecho de que sólo le correspondía a ellos, hacerse cargo de la cría. Eran los únicos en los que verdaderamente podían confiar, y en quienes Wyrmslayer les confió hasta su vida.
Al igual que el interrogatorio de Lluvia Estelar durante el viaje a Lizbet Valanta solo obtuvo respuestas evasivas en las que ésta afirmaba no estar al tanto de los planes de sus superiores, ahora la pregunta de Briand durante la despedida a la sacerdotisa de Zeboim recibe como única contestación que lo que ella haga no es asunto de ninguno de vosotros.
No cabe duda de que se le da mejor cuidar de dragones no natos que de tratar con personas y no os sorprende que decieran dejarla atrás en el campamento cuando el resto de cultistas abandonaron el lugar.
Una vez solos los cuatro (cinco contando con el pequeño Latonado), comenzáis a debatir sobre los pros y contras de sinceraros con sir Branthor y el gobernador de Belleria. De un lado está la lealtad debida de Lowen hacia su superior directo y vuestra experiencia de que ambas autoridades locales siempre os han tratado con amabilidad y generosidad; del otro, el temor a que pretendan usar a Jilhazhí para sus propios fines.
—Yo estoy cansado de ver solo caminos y más caminos —protesta la parlanchina cría, haciendo un mohín—. Nunca he visto casas, ni castillos de esos de los que tanto me habéis hablado. Y quiero ver cómo vive la gente y que me quieran como me queréis vosotros. Y jugar en la feria y ver los peluches que han hecho de mi especie y probar las delicias que preparan los humanos. No digo que la carne de ardilla y de ratón no estén ricas también, pero nunca he comido un pastelito de miel, ni un hojaldre con almendras, ni carne de ciervo con queso de cabra... Quiero verlo todo y quiero probarlo todo para llegar a ser algún día tan listo, grande y fuerte como vosotros. Y si allí me tratan mal, me esconderé en el próximo sitio al que vayamos, pero si me tratan bien no tenemos por qué tener miedo de nada, ¿a que no? Vosotros sois taaaaan valientes... Yo sé que si estáis a mi lado no tengo nada que temer. Y si alguien intenta cogerme... —le da un mordisco al aire con sus pequeños colmillos adoptando una posición adorablemente fiera— ¡Le meto un bocado y me como su dedo!
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Lowen observó a Lluvia con cierta envidia. Su forma de ver el mundo era más sencilla, enfocada en los sentimientos, la hermandad, la cercanía, y el deber solo para con los tuyos. Un océano de costumbres les separaba cuando se conocieron, y un océano les seguía separando ahora que la aventura y la batalla les habían curtido.
- Claro que no es un arma. - dijo, con una sonrisa cansada, mientras acariciaba la cabeza del dragoncillo.
No todavía, pensó. Había una cierta frialdad en percibir al dragón de aquella manera, pero ellos mismos se habían convertido en armas al servicio de Belleria y de sus habitantes.
- Mi deber es informar a Sir Brannthor, ya lo sabéis. - respondió con sencillez ante los argumentos de sus compañeras - Los caballeros respetarán el deseo de Gilyasí, estoy seguro. - era incapaz de pronunciar el nombre como lo hacía Lluvia.
Escuchó las palabras de Briand, preguntándose cuánto de todo aquello respondía a sus propios intereses. No podían confiar en los solámnicos, pero, ¿acaso sí en la nobleza de Kalaman? En las tierras de Lowen, los señores eran benevolentes y protegían a sus gentes, pero el contacto con Briand le había enseñado otros rostros de aquella casta, superior por derecho divino o por virtud de sus riquezas. No dijo nada ante sus palabras, pero se juró a sí mismo que no permitiría que le manipulasen.
Miró al fin a dragoncillo, acariciándole la cabeza con toques cortos y sonriendo ante su fogosa alegría.
- Claro que sí, iremos a las ciudades, no te preocupes. Nosotros cuidaremos de ti, ¡hasta que tú puedas cuidar de nosotros!