—No, gracias, creo que no quiero aprender cómo funcionan las armas fabricadas para matar a dragones pequeños —responde sin ironía el pequeño Latonado al ofrecimiento de Ulfgar—. Y dado que soy el único dragón pequeño que hay por aquí, tal vez yo también tome por costumbre destruir ese... chisme. Puede que resulte divertido ver si los dos juntos sois más capaces de arreglarlo que yo de arruinarlo.
A continuación, dirigiéndose a Ailas en lengua dracónica añade:
—Yo sé quién eres, mago elfo, pero no puedo decir que me alegre de hacerlo sin mentir y a mamá no le gustaría que mintiese. He conocido otros elfos y seguro que me encontrarías ridículo y maleducado si yo me ofreciera a enseñarte cómo ser uno. También he conocido a otros magos, pero tampoco me oirás presumir de ser un entendido en la materia, me basta con saber que eres un criado de los asesinos que mataron a mi amigo Thorwyn. Le hicieron grandes promesas y después lo mataron con sus engaños y sus trampas mágicas, aunque eso seguro que ya lo sabes. Así que no, no querré hablar contigo ningún día. Pero, mientras que no entres en la habitación de mamá, puedes seguir moviendo muebles de acá para allá como si este lugar te perteneciera o lo que sea que hagas aquí.
Sin esperar una respuesta por parte de ninguno de los dos, el dragón de Latón salta desde las almenas y aterriza junto a Bugambilia.
—Gracias por venir a avisarme de que había otro dragón. Ha sido magnífico verlo y un detalle muy bonito por tu parte. El mundo sería un lugar mejor si hubiera más gente como tú, de la que piensa antes en los demás que en sí misma. Ahora entiendo por qué mamá se esforzó tanto por sacarte del volcán y me da pena que no hayas tenido la suerte de conocerla mejor. Cuando necesites hablar con alguien, ya sabes dónde encontrarme, pero ahora tengo que volver con mamá. Se pone muy triste cuando la dejo sola.
Con un enérgico aleteo, se eleva por encima de vuestras cabezas y planea hasta el tejado de la armería. Se cuela por una ventana y desaparece de vuestra vista.
Bugambilia observó con asombro cómo el hombre se convirtió de nuevo en el dragón enormérrimo. ¡Había sido él todo el tiempo! Volvió a sentir ese cosquilleo en la planta de los pies de cuando intuía el peligro, pero por suerte cesó cuando la mujer se encaramó al dragón y se marcharon.
La pequeña kender se quedó allí, mirando al cielo, cuando vio que el dragoncito descendió hasta ponerse a su lado para dedicarle aquellas amables palabras. Su benefactora de la Legión de Acero era amable con ella en el sentido que le explicaba cosas y no la maltrataba físicamente, y le estaba muy agradecida por ello, pero a veces parecía tratarla como si más que su aprendiz fuera su criada. Lleva esto, tráeme lo otro, sujeta la antorcha, dame más flechas...
Bugambilia asintió a las palabras del pequeño dragón sin decir nada, pero sus palabras calaron más profundamente en ella de lo que parecía. Le observó alejarse aleteando hasta la ventana y, por segunda vez en su vida, Bugambilia sonrió.
Aunque fue por poco tiempo, pues al momento salió corriendo a avisar a Flechas de Muerte (que gracias al dragoncito se había enterado de que en realidad se llamaba Enrielle, que además le parecía un nombre mucho más bonito y menos evocador de cosas malas) con las indicaciones de Ulfgar, antes de que ocurriera una desgracia.
No me ofende que el pequeño dragón de Latón me prejuzgue. Es un comportamiento perfectamente adaptativo, un mecanismo de supervivencia que nos permite anticipar si algo supone una amenaza para nosotros sin tener la necesidad de constatarlo empíricamente.
Conmigo se equivoca, por supuesto, pero son tantos los que lo hacen que no puedo sentirme ni dolido, ni contrariado por ello.
Por sus desacertadas palabras, está claro que ese tal Thorwyn se enfrentó a su Prueba y fracasó. Muchos otros han corrido el mismo destino pero no es una muerte peor que cualquier otra. Todos terminamos muriendo tarde o temprano. Ningún mago se enfrenta a su Prueba sin conocer el propósito de la misma y los riesgos que entraña pero, probablemente, esta información no fuera compartida con sus allegados.
En cualquier caso, no tengo la menor intención de ir detrás de él para aleccionarle. Sabe dónde encontrarme si desea conversar conmigo y, si no, puede seguir viviendo felizmente en su ignorancia. Casi todo el mundo lo hace.
—Volvemos a tu nido, Shilara —le indico a mi leal montura. Poder regresar a mis aposentos de una pieza es un gran consuelo.
Jilhazí estaba equivocado, pero Ulfgar supo disculparlo. Al parecer había tenido una infancia muy complicada, sin sus padres para cuidarlo y protegerlo, arrancado del seno de su madre humana por el cruel destino que siempre acompañaba a héroes como aquella valiente que-shu.
Pero se equivocaba. El ingeniero enano jamás hubiera disparado su balista contra un dragón metálico. Los cromáticos, sin embargo... ¿Los había conocido la pequeña cría latonada? Sin duda habría visto el cadáver del dragón negro que, junto con unos cuantos engendros, había tratado de hacerse con el control de la fortaleza. Sin duda conocía la maldad que anidaba en el corazón de los dragones cromáticos.
Volvería a hablar con él, pero no en ese momento. Le pediría amablemente que no destruyera la balista que estaba construyendo, porque era un arma para defender la fortaleza. había seres voladores malvados que les atacarían, entre ellos seguro que habría dragones, sí, pero cromáticos, dragones de negro corazón que poco o nada se asemejaban a él y que tratarían por todos los medios de hacerse con el arma que su madre humana había conseguido a tan alto precio.
No le molestaría más, pero siempre estaría abierto a hablar con él, a ayudarle si era posible. A que le contara cosas de su madre humana y de ese Thorwyn que consideraba su amigo. Incluso, si llegaba a cuajar algún grado de amistad, trataría de hacerle un juguete mecánico, tal vez un dragón parecido a él mismo que moviera las alas...
─Vaya día, oh Reorx, vaya día...
Klunurig observaba a la plaga-amarilla sin comprender demasiado. ¿Gusanos que no eran pustularios? ¿Que no eran malignos? ¿Qué quería decir eso?
- Hablas con extrañas palabras, espectro-vengativo. ¡Humph! - dio un par de torpes pasos - Los gusanos esclavizan al pueblo bakali, y los pustularios llevan sus pústulas a los pantanos. Ya lo hemos visto muchas veces. ¿Porqué está el vendaval-de-muerte hablando con el gusano-marrón? El vendaval-de-muerte habla mucho con los pustularios, pero no acude a salvar al pueblo bakali ni purifica las pústulas que encontramos por el camino. Ni siquiera las de las plagas-ogro, que son enemigos de los humanos-pustularios.
Klunurig no entendía nada. Su misión se alejaba cada día más, mientras los otros miembros del vendaval hacían guerras con enanos-metálicos y hablaban con gusanos. Para él era incomprensible.
- Está bien, espectro-vengativo, esperaré. - en verdad no tenía fuerzas para hacerlo, aquel gusano era demasiado poderoso para él - Pero mi paciencia se agota. Mi pueblo, los bakali, no los enanos-barbudos que nada saben de los bakali, debe ser liberado. Para eso purificamos la pústula. ¡Humph!
- Así es, hermano bakali. - Resopló hundida tras escuchar la absoluta verdad que portaban sus palabras. - Yo también estoy cansada. - Le confesó. - El mundo de los humanos es demasiado complejo. El bien y el mal están difuminados en él. Por eso es difícil equilibrar la balanza. - Apretó los puños ardiente de ira. - Los humanos y su política, su modalidad, sus infinitas formas de retorcer la verdad... - Escupió al suelo al más puro estilo bakali. - Todo lo transgiversan y lo hacen mucho más complejo de lo que es... - Miró fijamente a Klunurig. - Humanos, elfos, enanos, magos... - Posó sus manos sobre los hombros del musgoso ser del pantano. - ...todos ellos nos odian. Mirá si no como nos tratan siempre. Nos apalean y menosprecian... - Negó con la cabeza. - No merecen que sigamos ayudándoles. - Realizó una pausa, quedando unos segundos en completo silencio. - El Vendaval debería marcharse. La Senda no está aquí. - Sentenció.
Mientras charláis sobre lo injusta que es la vida y lo mal que os trata, veis pasar a todo correr a Bugambilia por delante de la puerta.
Os asomáis para ver hacia dónde se dirige la experimentada kender y veis que desaparece en el interior de la torre del homenaje. Probablemente para hablar con Flechas de Muerte.
No tardáis en enteraros de que el dragón se ha marchado, no sin antes ordenaros que os alejéis de Sanction tan rápidamente como podáis para no regresar jamás. Está claro que no os considera una amenaza para su existencia, pero sí para los habitantes de la ciudad que protege.
Tendréis que conseguir provisiones en otra parte si no queréis incurrir nuevamente en su cólera.
Klunurig escuchaba con atenció las palabras del espectro-vengativo, asintiendo entre gruñidos, poco antes de ver pasar a aquel hombrecillo al que Enrielle-flechamuerte había salvado. ¿Qué haría allí? El druanti no lo sabía, pero no le importaba demasiado.
- ¡Humph! - gruñó, en cuanto dejó de prestarle atención - Llevas razón, espectro-vengativo. Debemos convencer a Enrielle-flechamuerte y al druanti metálico de marchar al pantano.
Por alguna razón, Klunurig asumía que la pústula purificada volaba siempre donde ellos decidían. Quizá fuese porque siempre acababa sucediendo así. Pero tal vez pudiesen llevarla a otro sitio. El problema era todos esos amigos de los asesinos del otro druanti-barbudo, el tal... ¿cómo se llamaba? No lo recordaba bien, pese a que era el único otro enano-barbudo al que no había aborrecido. El caso es que todos esos flacuchos amigos del amigo de los druanti-asesinos iban y venían por la pústula como si fuera suya.
- Hay demasiada gente en esta pústula. Huuuumph...
Qué querría decir exactamente, sólo Krik'k lettz lo sabía. Se puso en marcha, pensando en hablar con Flechamuerte, pero no sabía muy bien dónde encontrarla.
Klunurig deambuló por la fortaleza sin un rumbo aparente, pero en realidad intentaba encontrar a los miembros del vendaval-de-muerte. Cada vez que pudo encontrar a uno de ellos, insistió en el mismo mensaje:
- ¡Debemos volver al pantano! La pústula fue purificada para liberar al pueblo bakali del gusano-negro Mohrlex. Los gusanos-marrones del rayo no nos interesan, aunque estarían mejor muertos. ¡Humph!
Siento la brevedad, pero no es el primer post que escribo en la escena hoy xD.
Si Jilhazí estaba equivocado, inocente criaturita, ¿qué decir de Klunurig? El "druanti"-bakali, huérfano enano adoptado por un reptiloide que adoraba al pantano, había sido criado para entender, a su manera, el funcionamiento de un lugar tan concreto como el pantano que le rodeaba cuando era joven y siempre desde el punto de vista de una cultura aislacionista y subyugada a un gran dragón. Gritaba su incultura a los cuatro vientos a cada oportunidad cuando abría esa bocaza suya. Su inadecuación a cualquier tarea civilizada era tan patente que casi parecía golpearle a uno en la cara cuando le miraba. Sin embargo su lealtad para con Kylian y Enrielle, especialmente con la humana, era evidente. Y no cesaba la capacidad de asombrar a propios y extraños con sus poderes y la aplicación de los mismos. Cómo podía tener un rinoceronte de mascota estaba más allá de toda comprensión. Y sin embargo allí estaba.
─Le atacaste, Klunurig, él sólo te devolvió el golpe. Eres afortunado de haber sobrevivido. Y era un dragón metálico, no cromático. No hay dragones "marrones", no existen. Los cromáticos, que incluyen el color negro, son malvados. Los metálicos, que incluyen al gigantesco dragón que acaba de visitarnos, son benignos, aunque su arrogancia y poder a veces sean abrumadores. Mohrlex debe ser por lo menos tan grande y poderoso como el que te ha devuelto el golpe. No es realista pensar que vamos a sobrevivir al enfrentamiento. Al menos no todavía. Y no he dicho que no vayamos a hacerlo, sólo que no todavía. Y lo que sí podemos hacer ahora es ir a ayudar a otros, que es lo que se ha decidido. Tú estabas cuando se decidió...
Razonar con el enano-bakali era complicado, pero no imposible. Sólo hacía falta armarse de paciencia y explicarle las cosas hasta que fuera capaz de entenderlas. El proceso podía ser extenuante, pero Ulfgar tenía mucha, pero mucha paciencia.
Tengo la dudosa fortuna de toparme con Klunurig durante la hora de la cena, un evento social al que él no acostumbra a asistir y uno de los pocos momentos en los que yo abandono la tranquilidad de mis aposentos.
Este es un tiempo que tengo escrupulosamente reservado para conversar con Bugambilia y Flechas de Muerte sobre los acontecimientos de la jornada, dado que Kylian se encuentra pilotando y Ulfgar se acuesta temprano para poder relevarme a los mandos de la fortaleza en mitad de la noche.
No obstante, mientras Agapanto me sirve diligentemente la cena, imposto la mejor y más paciente de mis sonrisas para escuchar las sinrazones del desaseado enano. Puesto que no me mira, tengo la sensación de que en realidad no habla conmigo sino con nuestra arquera, pero supongo que deben ser imaginaciones mías. Es evidente que cualquiera en su sano juicio desearía conocer mi... Oh, vaya.
En cualquier caso, el hecho de que Klunurig no esté en sus cabales no me desanima para dar mi opinión. Miro a mi alrededor en busca del arrugado e inexacto mapa que solemos consultar a menudo y lo encuentro en una mesita circular supletoria llena de trastos, situada en el extremo occidental del comedor.
—Venga conmigo y échele un vistazo a esto, maese Klunurig. Imagino que cuando dice que desea "volver al pantano" se refiere a los Páramos de Nordmaar, el lugar en el que afirman haber obtenido esta fortaleza, y no a la ciénaga de Onysablet que dejamos atrás hace pocas semanas. Por favor, tenga la amabilidad de señalar aquí —le indico un punto en el mapa situado al norte del mar Miremier—. Basta con que lo señale, no es preciso que ponga su dedo enci... —me apresuro a matizar, pero es demasiado tarde, porque él ya ha dejado marcado el punto indicado con su sucio y gordezuelo dedo.
Suspiro y señalo a mi vez otro punto en el mapa con el índice de mi mano derecha.
—En estos momentos nos encontramos aquí. ¿Ve esas montañas entre su dedo y el mío? Son las Khalkist. Aquí gobiernan los caballeros de Neraka y sus dragones. Intentar atravesarlas sería tan seguro como arrojar la fortaleza directamente al interior de uno de los volcanes de la zona. Rodearlas por el este supone sobrevolar las tierras de los ogros; por el oeste, las de los goblins. Ambas rutas, más largas pero no mucho más seguras.
Señalo con mi mano izquierda un tercer punto situado al sur de la Bahía de Branchala.
—Esto de aquí es Palanthas. Está lejos e igualmente implica cruzar las tierras de los goblins primero y de los solámnicos después. Tampoco es una ruta corta, ni segura; pero, si decidimos ir allí, pediré a la Señora de Wayreth que nos ayude a conseguir un salvoconducto para cruzar el Imperio sin ser atacados.
»Decidan lo que decidan, yo iré con ustedes. Aunque, si me piden mi opinión, preferiría ir casi a cualquier sitio de Ansalon antes que a una nueva ciénaga.
Me cuido de mencionar que todos los hombres-lagarto que he conocido hasta la fecha han sido oportunamente liberados de sus vidas por Klunurig y sospecho que esa es la única libertad que nuestro demente compañero enano espera proporcionar allí donde vaya.
Al escuchar la sucesión de rugidos, Enrielle había empujado la palanca para reducir altitud, pero la fortaleza se movía tan condenadamente lenta que antes de que se acercase siquiera a tierra ya había aparecido la kender indicándole que tenían que irse de allí lo antes posible, y ya le contó todo lo ocurrido.
Enrielle en aquel momento ya estaba cenando. Ceñuda y ensimismada, rumiaba el episodio que había relatado Bugambilia con los gobernantes de Sanction, y también dándole vueltas al futuro del ya no tan pequeño Jilhazí.
Se sobresaltó al entrar Klunurig con aquellos aspavientos.
—¡Oh Klunurig, otra vez no! — bufó exasperada. Por suerte Kylian estaba pilotando la fortaleza (o debería) así que se ahorraría tener que escucharlos a dúo —Aún no vamos a poner rumbo a tu ciénaga para liberar a nadie. Mohrlex ni siquiera está haciendo nada ahora mismo, ¿para qué ir a tocarle sus draconianas narices? Y te digo más, es gracias a Mohrlex que tus amigos bakali no se matan entre ellos para ver quién es más fuerte y tiene la cola más larga.
Desde su asiento observó al elfo que, con aparente paciencia infinita, le explicaba el mapa. Enrielle se recostó en la silla.
—Iremos a Palanthas. Hemos de investigar qué ha pasado realmente con la armada hundida y si están preparando un ataque ahora que está desprotegida. La guerra está en marcha, y es nuestro deber moral detener a los siervos de la Reina de los Gusanos si con eso protegemos la vida de los inocentes. Donde sea.
Pilotar aquella cosa era algo que Kylian odiaba. No obstante, no le quedaba otra. Alguien tenía que hacerlo y debían repartir entre todos aquella tarea. Por suerte para él, era de todos, quien menos tiempo tenía que pasar a los mandos de la fortaleza nerakiana. No se iba a quejar y tampoco recordaría tal situación a sus compañeros. Capaces eran de querer igualar las horas de pilotaje y desde luego que eso no le convenía.
- Maldita sea... - Refunfuñaba en su mente. - ¿No se dan cuenta de que siempre nos reciben a palazos? - Apretó los dientes. - ¡No es donde debemos estar! ¡Nuestra senda no es en esta dirección! - Negó con la cabeza. - ¿Qué podemos cambiar nosotros del transcurso de una guerra? Nosotros somos buenos influyendo en otros menesteres, no en primera línea. Si lográsemos unir al pueblo bakali... - Chasqueó la lengua. - Es increíble que no lo vean. - Resopló. - Un ejército de hombres lagarto podría decantar la balanza. Nosotros sólos no somos suficientes para restablecer el equilbrio. No al menos en Palanthas. Palanthas... antes era mi hogar, pero estoy segura de que ahora me recibirían a machetazos por mi nuevo aspecto y si lograse convencerles de quien soy en realidad, capaces serían de quemarme en la hogera por hereje... - Suspiró de nuevo. - ¡Qué difícil se han puesto las cosas!