Enrielle gruñó.
—No, no quiero una gallina. — aunque se la comería. Claro que se la comería. Y escupiría las plumas allí mismo, sobre la mesa, si la tuviera a mano y le diera igual montar el espectáculo delante de Agapanto, Bugambilia y Flynnean.
Por su parte, ella quería pensar que haber estado dos veces nadando en el río de los muertos y haber regresado con aquella maldita hambre insaciable era parte de un plan más grande. Había supuesto que podía ser La Senda, pero las divagaciones de Kyliana de Mem en realidad le seguían pareciendo la misma sarta de estupideces que cuando las decía Kylian Brickstone.
No había ninguna Senda para Enrielle. Ella estaba allí por Chemosh, el dueño de su alma. El único ser más allá del mundo físico que la consideró digna de seguir existiendo y la rescató del río de las almas. Por eso, aún con la maldición del hambre, lo amaba.
—Pero tendré que conformarme con un gallina... — accedió, cruzándose de brazos.
Kyliana ladeó la cabeza, con una mezcla de paciencia y resignación en sus ojos.
- Enrielle, aunque no creas en la Senda, ella sigue siendo parte de ti. Es el río por el que navega tu alma y Chemosh es quien empuña los remos. - Le dijo a su amiga. - Hizo una pausa, dejando que sus palabras se asentaran y luego esbozó una sonrisa tranquila. - Esa hambre que llevas dentro es parte del precio de tu salvación y quizá es también parte de tu propósito. Incluso las cargas más pesadas tienen un lugar en el tejido del destino. - Kyliana se acercó un paso hablando con voz suave pero firme. - Iré a por un par de esas condenadas. - Le dijo refiriéndose a las aves de su corral. - Se que no saciará tu hambre, pero puede que te calme... - Comentó sin demasiada esperanza en sus palabras.
No creía que consumir aquellas aves, incluso vivas, fuera a calmar el hambre que compartían Enrielle y Valev. Era una necesidad cruel e insaciable, una imposición de su existencia como regresados. Pero el acto de devorarlas no era solo una cuestión de supervivencia, era un recordatorio constante de lo que eran ahora, de lo que habían perdido y de lo que Chemosh les había concedido a cambio.
Ese hambre era su carga, su cruz y quizás su propósito. Porque en cada mordisco, en cada sacrificio, se reafirmaba el vínculo con el dios que los había traído de vuelta. No se trataba solo de alimentarse, sino de aceptar la oscuridad que ahora definía sus vidas y encontrar dentro de ella un resquicio de significado, en definitiva, era parte de la Senda que debían aceptar y caminar hasta que quizás el mismo destino les ofreciera un respiro. Porque en ese hambre insaciable, en esos actos de sacrificio, ellos no solo estaban cumpliendo una necesidad física. Estaban cumpliendo con la voluntad de algo mucho más grande que ellos mismos. La Senda no los dejaba descansar, no los dejaba escapar, pero tal vez algún día, cuando hubieran recorrido suficiente, el precio que pagaban les sería revelado y con suerte encontrarían algo más allá de la oscuridad que los rodeaba.
Enrielle, Flechas de Muerte o como quiera que se llamara en realidad, estaba maldita. Condenada a prolongar su existencia como una no-muerta hasta quién sabía qué. Tal vez algún día aquella hambre de la que hablaban le llevaría a cometer alguna atrocidad que acabaría de condenar su alma al más oscuro de los destinos. Jamás alcanzaría la perfección. No hasta que se librase de esa envoltura física a la que llamaban cuerpo y que ahora le ataba a este plano de existencia. No era una no-muerta, era una no-viva. Empezaba a comportarse como tal.
Así, Enrielle, más que miedo o indignación, le provocaba pesar al monje de Majere. Aquella era una existencia que sólo podía tener sentido si tenía un objetivo a alcanzar. Sin ese objetivo lo único que existiría sería el hambre y el camino que seguiría no sería La Senda, sino una espiral descendente hacia lo más profundo de la no-muerte.
Flynnean aguardó hasta que quedó a solas con la arquera para soltar la lengua. No deseaba ofender a la clérigo de Chemosh, pero no podía sino intentar dar algún consuelo a la atormentada Enrielle.
─Lamento tu situación, Flechas de Muerte, de verdad. No está en mi mano el devolverte la vida, la verdadera vida, pero tal vez sí haya quien pueda conseguirlo. No pierdas la esperanza, aférrate a tu humanidad, sigue siendo tú cuánto puedas y tal vez logremos que alguien salve tu alma. Sé que parece imposible, pero hace sólo unos cuantos días nunca habría dicho que algún día ascendería por una escalera mágica a los cielos...
Enrielle no respondió a Kyliana. Se limitó a mirarla con expresión hambrienta, como si la próxima en su plato fuera ella. Hasta que se marchó, y se quedó mirando el umbral vacío de la puerta hasta que las suaves palabras de Flynnean empezaron a flotar hasta ella.
Le observó en silencio con expresión sombría. Su primer impulso podría haber sido gruñirle y alejarse de él, pero el monje había tocado ese fragmento agonizante de lo que ella había sido.
—No lamentes nada, Flynnean. — susurró — Mi alma no puede salvarse de nada, porque yo misma la entregué.
Su rostro se endureció como el de la estatua de un cementerio.
—¿Sabes lo que se siente al morir? Es como si te lo quitasen todo de golpe y fueses arrojado sin miramientos al río de las almas, hacia el Abismo, junto a todos aquellos a quien arrancaste la vida. Pero imagina entonces que alguien te recoge, y te da tiempo a cambio de la nada.
Sus manos se movieron hacia su cuello, y del interior de su camisote de mallas reluciente sacó el medallón de la Legión de Acero. Estaba ennegrecido por haberse quemado alguna vez, y en los intrincados labrados había sangre seca. Lo observó como si le costara reconocerlo.
—Como ha dicho Kyliana, todo tiene un precio... Pero ahora tengo mucho tiempo, y tengo esto. — alzó el medallón — Una vez hice un juramento. Alguien una vez creyó que merecía la pena luchar para que el mundo fuera un lugar más justo... — se rió con amargura— Suena como alguien que no tuviera ni idea de cómo funciona todo, ¿no? Pero es lo que me queda. Esto, y la gente de esta torre. Supongo.
Y el hambre, claro, pero eso no se lo dijo. Dejó caer el medallón sobre su pecho con un sonido metálico. Miró a Flynnean, por un instante con algo más que ganas de devorarle.
—Gracias por tus palabras. — terminó, recuperando su habitual frialdad.
Kyliana regresó al comedor con dos gallinas bajo el brazo, ambas cacareando nerviosas, como si intuyeran su destino. Su expresión era serena, casi demasiado para la tensión que parecía llenar el ambiente. Al llegar, dejó una gallina sobre la mesa frente a Enrielle, que estaba sentada con los brazos cruzados y la mirada fija en el vacío.
- Aquí tienes, Enrielle. - Dijo con calma mientras la otra gallina seguía forcejeando débilmente en su mano. - La otra es para Valev.
Kyliana no iba a esperar a que Enrielle se lanzara sobre el ave para devorarla. Ya había visto como Valev hacía aquello y sinceramente, no era algo agradable de ver. No obstante y aunque fuera de forma momentánea, aliviaba o eso parecía, el hambre del no-muerto. Luego ese hambre, regresaba aún con más fuerza.
- El hambre no define lo que eres, Enrielle. Es solo una parte de ti, un reflejo de lo que has enfrentado. - Kyliana sostuvo su mirada un momento más antes de girarse hacia la salida. - Iré al templo a entregarle esto a Valev. Espero que recuerdes que, aunque el camino sea oscuro, no lo caminas sola.
Sin esperar una respuesta, Kyliana salió del comedor, la gallina restante aún bajo su brazo. Mientras cruzaba los pasillos hacia el templo de Chemosh, podía sentir el peso de sus propias palabras. Quizás eran más para ella que para Enrielle, pero si la Senda había puesto esa tarea en su camino, lo cumpliría con la misma devoción con la que había aceptado todo lo demás.
Enrielle observó la gallina pasearse cloqueando desorientada sobre la mesa. Después de haber probado otras cosas más jugosas en Palanthas, comerse una simple gallina le parecía insulsa. Kyliana tenía razón. El hambre no la definiría, pero a veces era tan desesperante que no podía pensar en otra cosa.
—Gracias, Kyliana...— dijo Enrielle con tono frío a la espalda de Kyliana conforme salía.
Después movió los ojos para mirar a Flynnean, que la seguía observando irradiando aquel aura de calma. Aún no estaba lo suficientemente enloquecida por el hambre como para destrozar la gallina con sus manos y comérsela delante de Flynnean. Aunque insulsa, la mataría y se la comería igualmente, pero se obligó a aguantar.
Agarró con delicadeza la dócil gallina y la colocó en el regazo.
—Agapanto seguro que sabría hacer mil y una recetas deliciosas con esta gallina. —comentó a Flynnean con tono monocorde.
Recetas deliciosas que a ella le sabrían a cenizas. Acarició a la gallina entre las alas. En cambio, si pensaba en carne tan poco hecha que aún estuviera viva y sangrante...
El monje de Majere simplemente asintió. Entendía lo que pasaba. Abandonó silenciosa y pacíficamente la sala. El destino de la gallina estaba sellado y no iba a salvarla (o el alma de Enrielle) viendo cómo una muerta viviente la despedazaba ante él. Había momentos, como aquel, en el que la intimidad podía ser importante. Cerró la puerta tras de sí al salir de la habitación.
Cruel destino el de la arquera. En sus manos todavía residía la capacidad de lanzar flechas con puntería mortífera, lo que la convertía en una adversaria muy a tener en cuenta. Una que podía fácilmente decantar la balanza en una batalla. Alguien capaz de marcar el destino de una región, tal vez del mundo entero, al menos por un instante. El destino estaba hecho de momentos así, de instantes así. Cuanto más lo pensaba Flynnean más estaba convencido de ello.
Y, sin embargo, su salvación residía en la verdadera muerte. En la liberación de su alma. Llegado ese punto sólo un milagro podría devolverle su libertad, conseguir que se zafara del yugo impuesto por Chemosh. Pero los milagros existían, tanto como existía el Camino marcado por el Dios Supremo. Y si Él quería Majere le guiaría para que expiase su existencia impía y pudiera llegar a un lugar mejor. Lo creía con sinceridad.
Así pues, volvería a meditar. Hoy había decidido hacerlo bajo un árbol, si había alguno que le ofreciera una sombra adecuada, uno que le hiciese sentirse a gusto con el mundo.
Las estancias de Kyliana en Torre Palanthas estaban envuelta en una penumbra íntima, iluminada apenas por la luz trémula de un par de antorchas. Kyliana estaba de pie junto a la ventana gozando de la brisa nocturna que movía un mechón suelto de cabello, mientras sus ojos se fijaban en Aldric Thalor, quien acababa de entrar en sus aposentos con cierta desconfianza.
- Llegas tarde. - Le recriminó ella con un tono cortante.
Aldric sonrió levemente y se deslizó al interior de la habitación, dejando que la puerta se cerrara suavemente tras de sí. Se acercó un par de pasos, pero la distancia entre ellos seguía pareciendo abismal, marcada por el peso de las emociones no expresadas.
- ¿Esperabas algo distinto de mí, Kyliana? - Replicó, ladeando la cabeza con cierta insolencia.
La sala estaba fría, casi glacial, como si emulara la propia muerte. Aldric entró con su habitual aire despreocupado, una sonrisa ladeada que pretendía. Pero en cuanto la vio, rígida y erguida junto a la ventana, supo que había cruzado una línea.
- Siempre tienes una excusa, Aldric. - Murmuró seria y rajante, lo que hizo que Aldric tuviera que tragar saliva. - ¿Crees que tengo tiempo para tus juegos, Aldric? Esta vez, no voy a escuchar tus explicaciones. Sirvo al dios de la muerte, no a los caprichos de un aprendiz que ni siquiera sabe respetar una hora.
Aldric dio un paso al frente, levantando las manos en un gesto de rendición, pero su sonrisa, aunque más tímida, seguía presente.
- Kyliana, no seas tan severa. He venido, ¿no? Estoy aquí y... - Kyliana le cortó antes de que pudiera decir nada más.
Ella lo tomó por el cuello de la túnica y lo atrajo hacia sí. El beso fue abrupto, casi violento. Aldric se quedó inmóvil por un segundo, sorprendido, antes de corresponder con igual fervor, dejando caer cualquier máscara de arrogancia. Sus manos encontraron el camino hacia la cintura de Kyliana, mientras las de Kyliana se deslizaban hasta el rubio cabello del aprendiz, enredando los dedos en sus rizos. La mesa crujió ligeramente cuando ella lo empujó contra el borde de forma violenta.
- Esto es una mala idea. - Susurró él contra sus labios, aunque no hizo el menor esfuerzo por detenerla.
- Calla, Aldric. No estás aquí porque quieras. - Le dijo de forma clara y sin marices. - Estás aquí porque te lo ordené. Y no vuelvas a creer que mi paciencia es infinita. No sirvo a un dios que perdone la insolencia. - Continuó ella, con una sonrisa que era más desafío que ternura. - Si él no me satisface, tendré que conformame contigo... -
Aldric tragó saliva de nevo y su sonrisa desapareció por completo cuando ella bajó la mano, dejando que sus dedos rozaran el colgante que él llevaba al cuello, un amuleto en forma de calavera amarilla que él había intentado ocultar bajo su túnica.
- ¿Sabes qué es lo que me enfurece más que tu falta de puntualidad? - Le preguntó Kyliana, con una calma que era más aterradora que cualquier grito. - Que creas que esto es un juego y que puedes utilizarme para saciar tus instintos más primitivos. Quien utiliza a alguien aquí soy yo y no tu. ¿Lo entiendes?
Aldric sintió un escalofrío que le recorrió la espalda, pero no se movió. Había algo que la paralizaba en la mirada y en la intensidad de las palabras de Kyliana. Algo que por una parte le aterraba y que por otra, le atraía de forma irremediable.
- No volverá a pasar... —murmuró finalmente con la voz entrecortada y bajando la cabeza.
Kyliana inclinó ligeramente la cabeza, evaluándolo como un verdugo que decide si merece la ejecución o el perdón. Finalmente, retrocedió un paso, dándole la espalda.
- Espero que sea así, Aldric. - Dijo sin emoción. - Porque la próxima vez no tendrás la oportunidad de disculparte.
Kyliana permaneció de espaldas a él durante unos instantes que parecieron interminables. Luego, inclinó la cabeza ligeramente hacia un lado, dejando que un mechón de cabello cayera por su hombro. Con un movimiento lento y deliberado, dejó escapar una suave risa desenfadada, mientras sus dedos jugueteaban con el cabello del joven y asusado Aldric.
- Sabes, Aldric... - Murmuró con un tono que parecía estar entre la seriedad y la diversión. - Tal vez me divierte más de lo que debería verte temblar. - Dejando en le aire, si lo que acababa de suceder había sido una amenaza real o simplemente la fachada que debía mantener en todo momento una sacerdotisa de Chemosh, un simple juego...
Enrielle se quedó allí sentada, con la compañía de los kender y la gallina. Al final se levantó, y la gallina cayó al suelo con un cloceo sorprendido, agitando las alas.
—Bugambilia, dile a Agapanto que la devuelva a su corral, o que haga un puchero con ella, me da igual. Me voy a las montañas. Ya volveré.
Salió del comedor y de la torre, franqueó la muralla y se marchó a pie. Flynnean, meditando bajo su árbol, pudo ver alejarse su figura, bajita y delgada envuelta en su capa remendada mil veces, ascender por la ladera de roca desnuda hasta perderse tras rodear un risco.
Meditando sobre el mundo, Flynnean trataba de emular a su dios, Majere, que es, de todos los dioses, el que tiene la mente más parecida al dios Supremo. Él es el que mejor comprende el propósito del mundo y el desarrollo del plan del dios supremo a medida que Krynn viaja por el Río del tiempo. Humildemente, sin aspiraciones, asumiendo que se equivocaría, el monje de Majere reflexionaba sobre la teología subyacente a sus pensamientos, sobre influenciar con sus palabras a sus iguales, sobre llevar lo que había aprendido del Camino a otros.
Sus votos de pobreza, obediencia y castidad le habían ayudado a avanzar en la iluminación y la santidad mediante la autodisciplina y la contemplación de la bondad, pero había sido el inmiscuirse en los asuntos del mundo lo que le había puesto en el camino. El Camino.
Esperaría. Un poco más. Necesitaba esperar a la vuelta de los arcanistas de aquel caótico grupo para volver a por las reliquias de su dios. Con ello podría cumplir con su voto de obediencia, aunque aquellas reliquias no fueran otra cosa que una excusa para haber dado con el Vendaval de Muerte. Su verdadera función había sido ponerle allí, en su camino, para ayudarles, para asesorarles y guiarles en lo posible. Porque si de algo estaba seguro era que aquel heterogéneo grupo necesitaba una guía moral, un camino que llegara a buen puerto. Tanto poder y tan poco control clamaba a los dioses por el desperdicio de energías, por la falta de economía de medios y por la inacción que se derivaba. Puede que Flynnean no fuera un líder, ni siquiera un buen guía, pero debía intentarlo, sí, era lo correcto...
Kyliana salió al patio de la Torre en Paso Palanthas, con los últimos rayos de sol bañando las baldosas desgastadas. EEra una tarde fría para la época en la que estaban y el cielo aguraba lluvia. Bugambilia estaba allí, sentada sobre un muro bajo, con las piernas cruzadas y la mirada perdida en algún rincón del cielo.
Kyliana se acercó, haciendo notar su presencia con pasos suaves y al llegar a su lado, Bugambilia ni siquiera se giró a mirarla. Estaba absorta, como si las palabras que iba a pronunciar Kyliana no importaran realmente.
- Bugambilia... - Comenzó Kyliana con voz serena. - He estado pensando en ti y en lo cerca que estás de Enrielle.
La kender pareció siguir en su mundo, pero el leve movimiento de una oreja indicó que había escuchado. Kyliana lo interpretó como un permiso para continuar.
- Quería saber cómo te sientes respecto a ella. Respecto a lo que es ahora, a todo lo que ha cambiado. Sé que la conoces mejor que nadie aquí y me gustaría saber tu opinión al respecto... - Le dijo sin saber que esperar de boca de la pequeña y leal kender.